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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (41 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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—Hay alguien a quien le apetece dar su paseo después de la cena —anunció.

La madre de Luce también se puso de pie, y Luce la siguió hasta la puerta y la ayudó a ponerse la gabardina. Luego pasó la bufanda a su padre.

—Gracias por haber estado tan estupendos esta noche. Lavaremos los platos mientras estáis fuera.

Su madre sonrió.

—Tú nos haces sentir muy orgullosos, Luce. Por cualquier cosa. Recuérdalo.

—Me gusta ese Miles —dijo su padre mientras colocaba la correa al collar de Andrew.

—Y Daniel es… bueno, extraordinario —comentó la madre a su padre con un tono de voz especial.

Luce se sonrojó y miró de nuevo hacia la mesa. Volvió entonces la mirada hacia sus padres como suplicando: «Ahora no me abochornéis».

—¡Muy bien! ¡Que tengáis un largo y bonito paseo!

Luce sostuvo la puerta abierta y los vio salir en la noche con el perro inquieto y prácticamente ahogado por la correa. El aire frío que se colaba a través de la puerta resultaba refrescante. La casa estaba caldeada con tanta gente. Justo antes de que sus padres desaparecieran por la calle, a Luce le pareció vislumbrar un destello en el exterior.

Algo parecido a un ala.

—¿Habéis visto eso? —dijo sin saber a quién se lo decía.

—¿Qué? —preguntó su padre volviéndose. Parecía tan satisfecho y feliz que a Luce casi se le partió el corazón.

—Nada.

Luce esbozó una sonrisa forzada mientras cerraba la puerta. Sintió que tenía alguien a su espalda.

Era Daniel. La calidez que la hacía tambalear en cualquier sitio.

—¿Qué has visto?

Su voz era glacial, aunque no de rabia, sino de miedo. Ella volvió su mirada hacia él, fue a cogerlo de las manos, pero él se volvió en otra dirección.

—¡Cam! —exclamó—. ¡Saca el arco!

Al otro lado de la habitación, Cam levantó la cabeza.

—¡¿Ya?!

Un zumbido en el exterior de la casa lo hizo callar. Se apartó de la ventana y rebuscó en su abrigo. Luce vio entonces el destello plateado y se acordó: las flechas que había recogido de la Proscrita.

—Avisa a los demás —dijo Daniel antes de volver la cara hacia Luce. Separó entonces los labios y su mirada desesperada hizo pensar a Luce que tal vez tenía intenciones de besarla. Sin embargo, lo único que dijo fue—: ¿Tenéis un sótano de refugio para las tormentas?

—Dime lo que ocurre —pidió Luce.

Oyó el agua en la cocina, donde Arriane y Gabbe cantaban
Heart and Soul
a varias voces con Callie mientras limpiaban los platos. Vio la expresión asustada de Molly y Roland mientras despejaban la mesa. Y, de pronto, Luce se dio cuenta de que aquella cena de Acción de Gracias no había sido más que una pantomima. Una tapadera. El problema es que no sabía de qué.

Miles asomó junto a Luce.

—¿Qué ocurre?

—Nada que te concierna —respondió Cam. No lo dijo con brusquedad sino constatando un hecho—. Molly. Roland.

Molly apartó el montón de platos.

—¿Qué quieres que hagamos?

Daniel fue el que respondió, dirigiéndose a Molly como si de pronto pertenecieran al mismo bando.

—Avisa a los demás. Y buscad escudos. Irán armados.

—¿Quiénes? —preguntó Luce—. ¿Los Proscritos?

Los ojos de Daniel se posaron en ella y mostró un gesto apesadumbrado.

—Se suponía que no nos encontrarían esta noche. Sabíamos que era posible, pero de verdad no quería que esto ocurriera aquí. Lo siento.

—Daniel —le interrumpió Cam—, ahora lo que importa es defenderse.

Un golpeteo fuerte sacudió la casa. Cam y Daniel se dirigieron por instinto hacia la puerta delantera, pero Luce negó con la cabeza.

—Es la puerta de atrás —susurró—. En la cocina.

Se quedaron quietos un instante, atendiendo al crujido de la puerta trasera al abrirse. Entonces se oyó un grito largo y penetrante.

—¡Callie!

Luce se echó a correr por la sala de estar, estremecida al imaginarse la escena en que se encontraba su mejor amiga. Si Luce hubiera sabido que los Proscritos iban a aparecer, no habría permitido que Callie viniera. Ella jamás habría regresado a casa. Si ocurría algo malo, Luce nunca se lo perdonaría.

Al pasar por la puerta de la cocina, Luce vio a Callie escudada por el cuerpo diminuto de Gabbe. Estaba a salvo, por lo menos por ahora. Luce suspiró aliviada, y casi cayó contra la muralla de músculos que detrás de ella habían erigido Daniel, Cam, Miles y Roland.

Arriane estaba de pie en el umbral encalado, sosteniendo en lo alto una enorme tabla de cortar. Parecía dispuesta a golpear a alguien que Luce aún no podía distinguir.

—Buenas noches.

Era una voz masculina, engolada y formal.

Cuando Arriane bajó la tabla, apareció en la entrada un chico alto y enjuto ataviado con una gabardina marrón. Estaba muy pálido, tenía el rostro muy fino y una nariz prominente. Sus facciones le resultaron familiares. El pelo muy rubio y muy corto, los ojos blancos e inexpresivos…

Era un Proscrito.

Pero Luce lo había visto en algún otro sitio antes.

—¡¿Phil?! —exclamó Shelby—. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Y qué les pasa a tus ojos? ¿Están…?

Daniel se volvió hacia Shelby.

—¿Conoces a este Proscrito?

—¿Un Proscrito? —A Shelby se le rompió la voz—. No es un… es mi patético… Él…

—Él te ha utilizado —dijo Roland, como si supiera algo que los demás no sabían—. Debí darme cuenta. Debí haberlo reconocido como tal.

—Pero no lo hiciste —replicó el Proscrito con un tono de voz extrañamente tranquilo.

Palpó en el interior de su gabardina y sacó un arco de plata de un bolsillo interior. Luego sacó de otro bolsillo una flecha de plata y la colocó rápidamente. Apuntó a Roland y recorrió a todo el grupo apuntándolos a todos.

—Por favor, disculpad la intromisión. He venido a llevarme a Lucinda.

Daniel se acercó al Proscrito.

—Tú no te llevarás a nadie ni nada —dijo—, excepto una muerte rápida si no te marchas ahora mismo.

—Lo siento, pero no puedo hacer lo que me pides —repuso el muchacho con sus brazos musculados sosteniendo aún el arco tenso—. Llevamos mucho tiempo preparando esta noche de bendita restitución. No nos iremos con las manos vacías.

—¿Cómo has podido, Phil? —gimoteó Shelby, volviéndose hacia Luce—. No lo sabía… De verdad, Luce. No lo sabía. Pensé que era solo un desgraciado.

Los labios del muchacho dibujaron una sonrisa. Sus horribles e insondables ojos parecían salidos de una pesadilla.

—O me la entregáis sin oponer resistencia, o ninguno de vosotros sobrevivirá.

Cam soltó una risotada prolongada y profunda que sacudió la cocina e hizo que el muchacho de la puerta esbozara una mueca de incomodidad.

—¿Tú y qué ejército? —dijo Cam—. ¿Sabes? Creo que eres el primer Proscrito que conozco con sentido de humor. —Echó una mirada a la estrecha cocina—. ¿Por qué no salimos fuera tú y yo y solucionamos este asunto?

—Encantado —respondió el muchacho con una sonrisa en sus labios pálidos.

Cam giró los hombros hacia atrás, como si deshiciera un nudo y del punto justo donde sus omóplatos se unían, por su suéter de cachemira, emergió un enorme par de alas doradas. Estas se desplegaron a su espalda y pasaron a ocupar una gran parte de la cocina. Las alas de Cam eran tan brillantes que resultaban casi cegadoras al moverse.

—¡Qué diablos…! —susurró Callie parpadeando.

—Sí, es algo así —dijo Arriane mientras Cam arqueaba las alas hacia atrás y se abría paso junto al Proscrito, atravesaba el umbral y salía al patio trasero—. Luce ya te lo explicará. ¡Seguro!

Las alas de Roland al desplegarse hicieron el ruido de una bandada de pájaros al emprender el vuelo. La luz de la cocina resaltó su veteado oscuro de color dorado y negro al salir por la puerta detrás de Cam. Molly y Arriane iban justo detrás de él y se daban codazos para abrirse paso. Arriane impuso sus brillantes alas iridiscentes frente a las alas de color bronce turbio de Molly. Al salir al exterior desprendieron algo parecido a pequeñas chispas eléctricas. La siguiente fue Gabbe, cuyas sedosas alas blancas se desplegaron con la misma gracia que las de una mariposa pero con una velocidad tal que provocó una ráfaga de aire de olor floral en la cocina.

Daniel cogió las manos de Luce entre las suyas. Cerró los ojos, tomó aire y abrió sus enormes alas blancas. De haber estado completamente abiertas, habrían ocupado toda la cocina, pero las mantuvo replegadas cerca de su cuerpo. Refulgían y brillaban y, de hecho, casi resultaban demasiado bellas. Luce tendió las manos hacia ellas y las tocó. Por fuera eran cálidas y satinadas, pero por dentro rebosaban energía. Notó cómo esta circulaba por Daniel y pasaba a ella. Se sintió muy cercana a él, y lo entendió perfectamente. Como si fueran uno.

«No te preocupes. Todo va a ir bien. Siempre te cuidaré.»

Sin embargo, lo que dijo en voz alta fue:

—Quédate a salvo. No te muevas de aquí.

—No —suplicó ella—. ¡Daniel!

—Volveré en un instante.

A continuación, arqueó las alas hacia atrás y salió a toda prisa por la puerta.

Ya solos en el interior, los seres no angelicales se agruparon. Miles se apoyó contra la puerta trasera y se puso a mirar por la ventana. Shelby tenía la cabeza metida entre las manos. El rostro de Callie estaba blanco como la nevera.

Luce cogió la mano de Callie.

—Creo que tengo que explicarte algunas cosas.

—¿Quién era ese chico del arco y la flecha? —susurró Callie estremecida pero asiendo con fuerza la mano de Luce—. ¿Y tú quién eres?

—¿Yo? Bueno, yo solo soy… yo. —Luce se encogió de hombros y notó un escalofrío recorriéndole el cuerpo—. No lo sé.

—Luce —dijo Shelby esforzándose por no echarse a llorar—, me siento como una idiota. Te juro que no tenía ni idea. Todo lo que le dije a él… solo me estaba desahogando. No paraba de preguntar acerca de ti y sabía escuchar, así que yo… bueno, no tenía ni idea de quién era en realidad. Yo jamás, jamás…

—Te creo —la interrumpió Luce. Se acercó a la ventana junto a Miles y miró hacia la pequeña terraza de madera que su padre había construido hacía unos años—. ¿Qué crees que pretende?

En el patio, las hojas de roble caídas habían sido apiladas con el rastrillo en unos montones pulidos. El aire olía a hoguera. En algún lugar a lo lejos, sonaba una sirena. Al pie de los tres escalones de la terraza, Daniel, Cam, Arriane, Roland y Gabbe permanecían juntos mirando la valla.

Pero Luce se dio cuenta de que no se trataba de la valla. Estaban frente a un grupo nutrido y oscuro de Proscritos, que permanecían en guardia apuntando con sus arcos de plata a la hilera de ángeles. El Proscrito no había acudido solo. Había reunido a un ejército.

Luce tuvo que sujetarse a la encimera. Excepto Cam, los ángeles estaban desarmados. Y ella ya había visto lo que esas flechas podían hacer.

—¡Luce, detente! —exclamó Miles detrás de ella. Pero para entonces, Luce ya salía a toda prisa por la puerta.

Incluso en la oscuridad, observó que todos los Proscritos tenían una apariencia inexpresiva similar. Había igual número de chicos que de chicas y todos eran pálidos e iban vestidos con las mismas gabardinas marrones; en el caso de los chicos, llevaban el pelo muy rubio y muy corto y las chicas lucían unas colas apretadas, casi blancas. Las alas de los Proscritos se desplegaban en forma de arco. Tenían muy, muy mala pinta… llevaban la ropa hecha jirones e iban muy sucios, prácticamente cubiertos de mugre. Nada que ver con las alas gloriosas de Daniel o de Cam, ni con ninguno de los ángeles o demonios que Luce conocía. De pie uno junto al otro, mirando a través de sus extraños ojos vacíos, con las cabezas inclinadas en distintas direcciones, los Proscritos eran un ejército de pesadilla. Lo malo es que de aquel sueño horrible Luce no se podía despertar.

Cuando Daniel se dio cuenta de que ella estaba junto a los demás en la terraza, se volvió y la tomó con sus manos. Su cara perfecta tenía una expresión enormemente asustada.

—Te he dicho que te quedaras dentro.

—No —susurró ella—. No pienso permanecer encerrada ahí dentro mientras todos vosotros lucháis. No puedo ver a la gente a mi alrededor luchando por ningún motivo.

—¿Por ningún motivo? Mira, dejemos esta discusión para otro momento, Luce.

Daniel no dejaba de escrutar con la mirada el frente siniestro de Proscritos alineados cerca de la valla.

Luce apretó los puños en sus costados.

—Daniel…

—Tu vida es demasiado valiosa como para desperdiciarla por un arrebato. Ve adentro ya.

Un grito sonoro atronó en el centro del patio. La primera línea de diez Proscritos levantó sus armas contra los ángeles y arrojó las flechas. Luce levantó la cabeza a tiempo para ver a algo, o a alguien, precipitándose desde el tejado.

Era Molly.

La muchacha, convertida en una masa oscura, descendió desde lo alto blandiendo dos rastrillos de jardín y haciéndolos girar como bastones en sus manos.

Aunque los Proscritos la oían, no la podían ver. No obstante, los rastrillos de Molly giraron y eliminaron las flechas del aire como si quitaran malas hierbas del campo. Molly aterrizó con sus botas negras de combate mientras las flechas de plata de punta roma se desplomaban en el suelo bajo la apariencia inofensiva de ramitas. Luce, sin embargo, sabía que eran peligrosas.

—¡A partir de ahora, no habrá compasión! —aulló un Proscrito, Phil, desde el otro lado del patio.

—¡Llévatela dentro y coge las flechas estelares! —gritó Cam a Daniel encaramándose a la barandilla de la terraza y sacando su arco de plata. A continuación, arrojó y soltó en una rápida sucesión tres reflejos de luz. Los Proscritos retrocedieron cuando tres miembros de sus filas desaparecieron en nubes de polvo.

Arriane y Roland se precipitaron a toda velocidad en el patio barriendo las flechas con las alas.

Un segundo frente de Proscritos avanzaba, dispuesto a lanzar una nueva ráfaga de flechas. Cuando estaban a punto de disparar, Gabbe se subió a la barandilla de la terraza.

—Hum. Veamos. —Apuntó con mirada feroz la punta del ala derecha hacia el suelo de debajo de los Proscritos.

El césped tembló y a continuación se abrió una zanja nítida de tierra, tan larga como todo el patio trasero y de varios centímetros de anchura.

Aquello se llevó por lo menos a veinte Proscritos dentro del abismo oscuro.

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