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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (18 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Luce se inclinó para ver mejor, y el centro de la imagen cambió. Era como si la imagen estuviera en 3D. Luce todavía no había advertido la presencia del anciano de la butaca reclinable. Era una persona frágil, con escasos mechones de pelo blanco y manchas de edad en la frente. Movía la boca, pero Luce no lograba oír nada. Una serie de fotografías enmarcadas ocupaba toda la repisa de la chimenea.

El zumbido en los oídos de Luce se intensificó, tanto que le obligó a contraer el rostro. Mientras ella se limitaba a observar esas fotografías con asombro, la Anunciadora centró la imagen en ellas. Luce sintió una especie de latigazo, y tuvo un primer plano de una de las fotografías enmarcadas.

Era un marco fino chapado en oro que se encontraba cerca de un plato de cristal de color; la fotografía pequeña del interior tenía los bordes finamente festoneados en torno a una imagen en blanco y negro algo amarillenta. En ella se veían dos caras: la suya y la de Daniel.

Luce, conteniendo el aliento, escrutó su propia imagen. Parecía apenas un poco más joven que ahora. Melena oscura y larga hasta los hombros peinada con unas ondas anticuadas. Camisa blanca con cuello redondo estilo Peter Pan. Falda amplia acampanada hasta las pantorrillas. Manos con guantes blancos cogidas a las de Daniel, que la miraba sonriente.

La Anunciadora empezó a vibrar y temblar, y la imagen de su interior comenzó a parpadear hasta desaparecer.

—Oh, no… —exclamó Luce dispuesta a meterse dentro. Todo cuanto logró fue tocar con los hombros el borde de la Anunciadora. Una sensación gélida y amarga la empujó hacia atrás, dejándole en la piel una sensación húmeda. Notó una mano en la muñeca.

—Nada de locuras —la advirtió Shelby.

Era demasiado tarde.

La pantalla se ensombreció, y la Anunciadora se desplomó en el suelo del bosque, resquebrajándose en pedazos como un cristal roto. Luce reprimió un gimoteo. Suspiró con fuerza. Era como si una parte de ella hubiera muerto.

Se puso a cuatro patas, apretó la frente contra el suelo y rodó sobre un costado. El frío y la oscuridad eran más intensos que al principio. El reloj de pulsera señalaba que eran más de las dos de la tarde, aunque habían entrado en el bosque por la mañana. Luce volvió la vista hacia el oeste, al lindero del bosque, apreciando así la diferencia de la luz en la residencia. Las Anunciadoras engullían el tiempo.

Shelby se tumbó a su lado.

—¿Estás bien?

—Estoy tan confusa. Esa gente… —Luce se apretó las manos en la frente—. No tengo ni idea de quiénes son.

Shelby se aclaró la garganta y la miró incómoda.

—¿No te parece que… que tal vez los conocías? Hace tiempo. Tal vez eran tus…

Luce esperó a que terminara.

—¿Mis qué?

—¿De verdad que no se te ha ocurrido que tal vez esa gente fueran tus padres en otra vida? ¿Que ese es su aspecto actual?

Luce abrió la boca con asombro.

—No. Un momento. ¿Quieres decir… que he tenido padres distintos en cada una de mis vidas pasadas? Yo creía que Harry y Doreen… habían estado siempre conmigo.

De pronto se acordó de que Daniel le había dicho que su madre en una vida pasada hervía mal la col. En ese momento no le había dado mayor importancia, pero de pronto cobró sentido. Doreen era una cocinera extraordinaria. Todo el mundo al este de Georgia lo sabía.

Lo que significaba que Shelby tenía razón. Era probable que Luce tuviera toda una serie de familias que ella no recordaba en absoluto.

—¡Qué tonta soy! —exclamó.

¿Por qué no había prestado más atención a la apariencia de aquel hombre y aquella mujer? ¿Por qué no se había sentido ni remotamente relacionada con ellos? Le pareció como si acabara de darse cuenta de que era adoptada. ¿Cuántas veces había sido entregada a padres diferentes?

—Esto es… es…

—Una confusión absoluta —terminó Shelby—. Lo sé. Si lo miras desde el punto de vista positivo, si pudieras echar un vistazo a todas tus familias pasadas y vieras los problemas que tuviste con los cientos de madres antes de esta, posiblemente te ahorrarías mucho dinero en terapia.

Luce hundió la cara en las manos.

—Si es que necesitas terapia. —Shelby suspiró—. Lo siento, ¿quién está hablando de nuevo sobre sí misma? —Levantó la mano derecha y luego la bajó lentamente—. Bueno, ya sabes que Shasta no está muy lejos de aquí.

—¿Qué es Shasta?

—El monte Shasta, de California. Está a unas pocas horas en esa dirección. —Shelby dirigió su pulgar en dirección norte.

—Pero las Anunciadoras solo muestran el pasado. ¿De qué serviría ir ahora allí? Seguramente están…

Shelby negó con la cabeza.

—El pasado es una palabra de significado amplio. Las Anunciadoras muestran tanto el pasado remoto como los hechos ocurridos apenas unos segundos atrás, así como todo cuanto queda entre medio. Vi un portátil en la mesa del rincón, así que es posible… bueno, ya sabes.

—Pero si no sabemos dónde viven…

—Puede que tú no. Pero yo he enfocado la vista en una carta y he visto la dirección. La he memorizado. 1291 Shasta Shire Circle. Apartamento 34. —Shelby se encogió de hombros—. Si quisieras visitarlos, podríamos ir y venir en coche en un día.

—Está bien —rezongó Luce. Tenía muchas ganas de hacer esa visita, pero no le parecía posible—. ¿Y en qué coche?

Shelby profirió una risotada falsamente siniestra.

—Solo había una cosa que no era patética en mi patético ex novio. —Metió la mano en el bolsillo de su sudadera y sacó un llavero largo—: Su fabuloso Mercedes, que justamente está aparcado aquí, en el aparcamiento para estudiantes. Y estás de suerte, porque me olvidé de devolverle la copia de la llave.

Se marcharon antes de que alguien pudiera detenerlas.

Luce encontró un mapa en la guantera y dibujó con el dedo una línea hasta Shasta. Dio algunas indicaciones a Shelby, que conducía como alma que lleva el diablo, aunque el Mercedes granate no parecía protestar.

Se preguntó cómo Shelby era capaz de mantener tan bien la calma. Si ella hubiera roto con Daniel y hubiera «tomado prestado» su coche por la tarde, no habría podido dejar de recordar las excursiones que habían hecho, las peleas que habían tenido mientras iban al cine, o lo que habían hecho en el asiento de atrás con todas las ventanas subidas. Sin duda, Shelby pensaba en su antiguo novio. A Luce le hubiera gustado preguntar, pero su amiga ya había dejado muy claro que aquel tema estaba prohibido.

—¿Te vas a cambiar el peinado? —preguntó Luce al final, recordando lo que Shelby había dicho sobre cómo sobreponerse a las rupturas—. Si lo haces yo te podría ayudar.

Shelby hizo un mohín.

—Ese bicharraco ni siquiera se merece eso. —Tras una larga pausa añadió—: Pero gracias.

El viaje les llevó buena parte de la tarde, y Shelby se la pasó desahogándose, peleándose con la radio, buscando en el dial las cosas más raras. El aire se tornó más fresco; los árboles se volvieron menos espesos y la altura del paisaje fue subiendo. Luce se concentró en tranquilizarse mientras imaginaba cien encuentros distintos con aquellos padres. Intentó no pensar en lo que Daniel diría si supiera adónde se dirigía.

—Aquí está —indicó Shelby cuando una enorme montaña coronada de nieve apareció justo delante de la carretera—. La ciudad está a sus pies. Deberíamos llegar antes de la puesta de sol.

Luce no sabía cómo agradecer a Shelby que la hubiera acompañado hasta allí tan rápidamente. Fuera lo que fuese lo que había tras el cambio de actitud de Shelby, Luce se sentía enormemente agradecida: no habría sido capaz de hacerlo sola.

La ciudad de Shasta era estrambótica y pintoresca, llena de personas mayores paseando tranquilamente por sus amplias avenidas. Shelby bajó los cristales del coche y dejó que entrara la fresca brisa del anochecer. Aquello alivió el estómago de Luce, donde se formaba un nudo ante la perspectiva de tener que hablar con las personas que había visto en la Anunciadora.

—¿Qué se supone que he de decirles? «¡Sorpresa! Soy vuestra hija que regresa de la muerte.» —Luce ensayó en voz alta mientras aguardaban ante un semáforo.

—A menos que quieras aterrorizar por completo a una entrañable pareja de ancianos, tendremos que elaborar un plan —dijo Shelby—. ¿Por qué no finges ser una vendedora, así te podrás acercar a la puerta y tantearlos un poco?

Luce se miró los vaqueros, las zapatillas de tenis gastadas y su mochila de color morado. Su aspecto no era el de una comercial eficiente.

—¿Y qué se supone que vendo?

Shelby reanudó la marcha.

—Lavados de coche, o chorradas por el estilo. Puedes decirles que llevas unos vales en el bolso. Yo hice eso un verano yendo de casa en casa. Estuvieron a punto de dispararme. —Se estremeció y luego miró el rostro pálido de Luce—. ¡Vamos, mujer! Mamá y papá no van a dispararte. ¡Oh, mira, ya hemos llegado!

—Shelby, ¿podemos quedarnos un momento sentadas en silencio? Creo que necesito respirar.

—Lo siento. —Shelby entró en un gran aparcamiento que daba a un pequeño complejo de adosados de una sola planta—. Te dejaré respirar.

A pesar de su nerviosismo, Luce tuvo que admitir que se trataba de un lugar agradable y bonito. Se trataba de una hilera de bungalows dispuestos en semicírculo en torno a un estanque. Había un edificio de entrada principal con varias sillas de ruedas en el exterior junto a las puertas. En un gran letrero se leía BIENVENIDOS A LA RESIDENCIA PARA JUBILADOS DEL CONDADO DE SHASTA.

Se notaba la garganta tan seca que le dolía tragar saliva. No sabía si sería capaz de pronunciar dos palabras ante esas personas. Quizá, se dijo, era de esas cosas a las que no hay que dar muchas vueltas. Tal vez solo tenía que acercarse, llamar a la puerta y luego improvisar lo siguiente.

—Apartamento 34. —Shelby forzó la vista hacia un edificio cuadrado de paredes enyesadas con tejado de tejas rojas—. Parece que está por aquí. Si quieres yo podría…

—¿Esperar en el coche a que regrese? Fabuloso. Muchas gracias. ¡No estaré mucho rato!

Antes de que Luce perdiera por completo los nervios, abrió la puerta del coche y salió a toda prisa hacia la acera sinuosa que llevaba al edificio. El aire era cálido y estaba impregnado de un intenso perfume a rosas. Por todas partes había entrañables ancianos: en varios equipos en la cancha de tejo cercana a la entrada; dando un paseo vespertino por un jardín primorosamente cuidado de flores junto a la piscina. Bajo aquella luz crepuscular, Luce forzó la vista para localizar a la pareja entre los grupos, pero nadie le pareció familiar. Tuvo que dirigirse directamente a su casa.

Desde la acera que llevaba al bungalow, Luce vio luz vislumbrado en la ventana. Se acercó hasta poder ver mejor.

Era asombroso: la misma estancia que había vislumbrado antes en la Anunciadora. Incluso el pequeño perro blanco y gordo dormido en la alfombra. Oyó cómo se fregaban los platos en la cocina y vio los finos tobillos, con calcetines marrones, de quien años atrás había sido su padre.

No le parecía que fuera su padre, igual que tampoco la mujer tenía el aspecto de ser su madre. No es que tuvieran nada de malo. Parecían muy agradables. Unos perfectos y agradables… desconocidos. Si llamaba a la puerta y se inventaba una historia sobre lavados de coche, ¿le resultarían menos desconocidos?

No, decidió. Pero, además, aunque ella no reconociera a sus padres, si ellos realmente lo eran la reconocerían a ella.

Se sintió estúpida por no haber pensado antes en ello. Con solo mirarla una vez sabrían si era su hija. Sus padres eran mayores que la mayoría de la gente que había visto en la calle. El impacto podría ser demasiado para ellos. De hecho, ya resultaba chocante para Luce, no digamos para la pareja, que le llevaba unos setenta años.

Para entonces, Luce apretaba la cara contra la ventana de la sala de estar, oculta detrás de un cactus con espinas. Tenía los dedos sucios por haberlos posado en el alféizar de la ventana. Si su hija había muerto cuando tenía dieciséis años, seguramente llevaban cincuenta años llorándola. A esas alturas ya lo habrían superado. ¿O no? Lo último que necesitaban es que Luce se les apareciera inopinadamente detrás de un cactus.

Shelby se decepcionaría. La propia Luce también se sentía decepcionada. Fue doloroso percatarse de que eso sería todo lo cerca que podría estar de ellos. Agarrada del alféizar de la ventana de la casa de sus antiguos padres, Luce sintió que las lágrimas le rodaban por las mejillas. Ni siquiera sabía cómo se llamaban.

8

Once días

Para: [email protected]

De: [email protected]

Fecha: Lunes, 15 de noviembre, 9.45

Asunto: Resistiendo

Queridos mamá y papá:

Siento no haberos escrito antes. En la escuela hay mucho que hacer, pero he tenido muy buenas experiencias. De momento, mi asignatura favorita es la de humanidades. Ahora hago un trabajo para subir nota que me está llevando mucho tiempo. Os echo de menos y espero veros pronto. Gracias por ser unos padres tan fabulosos. Creo que no os lo he dicho suficientes veces.

Os quiere,

Luce

Luce hizo clic en «Enviar» en el portátil y rápidamente cambió a la presentación en línea que Francesca estaba dando en clase. Todavía no se había acostumbrado a estar en una escuela en la que disponían de ordenadores y conexión inalámbrica a internet en medio de la clase. En Espada & Cruz había siete ordenadores para los alumnos y todos se encontraban en la biblioteca. Aun en el caso de disponer de la contraseña encriptada de acceso a la web, la mayoría de los sitios estaban bloqueados, excepto unos pocos de carácter académico.

El e-mail a sus padres lo había escrito movida por un sentimiento de culpa. La noche anterior había tenido la extraña sensación de que el mero hecho de acercarse en coche a la comunidad de jubilados del monte Shasta había sido una deslealtad respecto a sus padres verdaderos, los que la habían criado en esta vida. Claro que, en cierto modo, esos otros padres también eran reales. Sin embargo, la idea seguía siendo demasiado reciente y nueva como para que Luce pudiera asumirla.

Shelby al final no se había enfadado ni una décima parte de lo que podría haberlo hecho por acompañarla en coche todo ese camino para nada. En vez de eso, salió disparada con el Mercedes y condujo hasta una hamburguesería de la cadena In-N-Out, donde compró un par de bocadillos de queso asados a la parrilla con salsa especial.

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