—¿Francesca parecía preocupada? —preguntó a Shelby.
—¿Tú no lo estarías?
—Un momento, ¿por eso anoche no te escapaste?
Aquella había sido la primera noche que Shelby no había despertado a Luce al entrar por la ventana.
—No.
El brazo con que Shelby arrojaba las piedras estaba bien tonificado gracias al yoga que practicaba. La piedra siguiente botó seis veces describiendo un arco amplio que casi dio la vuelta hacia ellas, como un bumerán.
—Por cierto, ¿adónde vas cada noche?
Shelby se metió las manos en los bolsillos de su chaleco rojo de esquí, con la vista clavada en las olas grises con tal intensidad que parecía que hubiera atisbado algo en ellas, o simplemente que ignoraba la pregunta. Luce le siguió la mirada, aliviada de no ver en las aguas nada más que olas grises y blancas hasta perderse en el horizonte.
—Shelby.
—¿Qué? No voy a ningún sitio.
Luce iba a levantarse enfadada porque Shelby no le contaba nada y empezó a sacudirse la arena húmeda de la parte posterior de las piernas cuando su compañera tiró de ella para que volviera a sentarse sobre la piedra.
—Está bien, iba a ver a mi patético novio. —Shelby suspiró con fuerza y arrojó sin más una piedra al agua que a punto estuvo de dar a una gaviota que caía en picado para atrapar un pez—. Eso era antes de que se convirtiera en mi patético ex novio.
—¡Oh, Shelby! Lo siento. —Luce se mordió el labio—. No sabía que tuvieras novio.
—Tuve que pararle los pies. Se puso muy pesado con eso de que tuviera una compañera de habitación nueva. No dejaba de insistir para que le dejara venir a nuestro cuarto por la noche. Quería conocerte. No sé qué tipo de chica se piensa que soy. Mira, no te ofendas, pero para mí tres son multitud.
—¿Quién es? —preguntó Luce—. ¿Va a esta escuela?
—Es Phillip Aves. Un alumno de último curso de la escuela principal.
Luce no creía conocerlo.
—Ese chico pálido, de pelo casi blanco —dijo Shelby—. La versión albina de David Bowie. —Torció los labios—. Por desgracia, realmente llama la atención.
—¿Por qué no me dijiste que habíais roto?
—Prefiero descargarme canciones de Vampire Weekend y luego hacer que las canto cuando no estás aquí. Es mejor para mis chacras. Por otra parte… —Dirigió entonces un dedo acusador hacia Luce—, hoy eres tú la que está taciturna y rara. ¿Daniel no te trata bien o qué?
Luce se reclinó sobre los codos.
—Para eso tendríamos que vernos, lo cual, al parecer, no nos está permitido.
Al cerrar los ojos, el sonido de las olas la transportó de vuelta a la primera noche en que había besado a Daniel. En esa vida. El húmedo abrazo de sus cuerpos en el entarimado podrido de Savannah. La presión ansiosa de sus manos al atraerla hacia sí. En ese momento todo les había parecido posible. Abrió los ojos. ¡Qué lejos estaba de todo aquello!
—Así que ese patético novio tuyo…
—No. —Shelby la hizo callar con un gesto—. No quiero hablar sobre él más de lo que me imagino que tú quieres hablar de Daniel. Cambiemos de tema.
Era justo. Con todo, no era totalmente cierto que Luce no quisiera hablar de Daniel. Pero sabía que, si empezaba a hablar de él, posiblemente no podría callar. De hecho, su cabeza ya parecía un disco rallado que no paraba de dar vueltas en torno a las… cuatro experiencias físicas que había tenido con él en esta vida. (Contando solo a partir de cuando Daniel dejó de fingir que ella no existía.) Aquello sin duda aburriría sobremanera a Shelby, que probablemente había tenido montones de novios y vivencias. En el caso de Luce, en cambio, las experiencias eran prácticamente nulas.
Solo recordaba un beso que había dado a un chico que luego había ardido y unos pocos momentos muy apasionados con Daniel. Era todo. No podía decirse que Luce fuera una experta en el amor.
De nuevo se lamentó lo injusta que era su situación: mientras que Daniel tenía recuerdos fabulosos de los dos a los que aferrarse cuando la situación se ponía difícil, ella no tenía nada.
Hasta que levantó la vista hacia su compañera de habitación.
—Oye, Shelby…
Shelby se había levantado la capucha roja y hundía un palo en la arena mojada.
—Ya te he dicho que no quiero hablar de él.
—Lo sé. Me preguntaba… ¿Te acuerdas de cuando dijiste que sabías vislumbrar tus vidas pasadas?
Era lo que había ido a preguntar a Shelby cuando Dawn cayó por la borda.
—Yo nunca he dicho eso.
El palo se hundió más profundamente en la arena. Shelby tenía el rostro ruborizado y la espesa cabellera rubia se le soltaba de la cola.
—Sí, sí lo dijiste. —Luce negó con la cabeza—. Lo escribiste en mi hoja el día del ejercicio para romper el hielo. Me la arrebataste de las manos y dijiste que sabías hablar más de dieciocho lenguas y también vislumbrar vidas pasadas, y entonces me preguntaste cuál prefería que rellenases…
—Me acuerdo de lo que dije, pero me malinterpretaste.
—Vale —dijo Luce lentamente—. Entonces…
—Que haya vislumbrado una vida pasada en una ocasión no significa que sepa hacerlo y no significa tampoco que fuera la mía.
—¿Así que no era la tuya…?
—¡Oh, no, por supuesto que no! La reencarnación es cosa de gente rara.
Con el gesto torcido, Luce metió las manos en la arena mojada, deseando hundirse en ella en ese instante.
—¡Eh, que era una broma! —Shelby dio un codazo amigable a Luce—. Especialmente pensada para una chica que ha tenido que pasar por la adolescencia miles de veces. —Hizo una mueca—. Yo con una vez he tenido bastante, gracias.
Así que Luce era esa chica, la que había tenido que pasar por la adolescencia miles de veces. Nunca lo había visto de ese modo. Resultaba casi divertido: visto desde fuera, atravesar un número infinito de pubertades parecía lo peor de su suerte. Pero era mucho más complicado. A Luce le hubiera gustado decir que tendría gustosa los granos y cambios hormonales mil veces si tenía la ocasión de ver sus vidas anteriores y de comprender más cosas sobre sí misma, pero entonces levantó la vista hacia Shelby.
—Y si no era tu vida, ¿de quién era la vida que vislumbraste?
—¡Maldita sea!, ¿por qué eres tan entrometida?
Luce notó cómo le subía la presión de la sangre.
—¡Shelby, caramba, ayúdame un poco!
—Está bien —accedió Shelby al fin haciendo un gesto con las manos para que se tranquilizara—. Fue una noche en una fiesta en Corona. El ambiente se descontroló bastante, con sesiones de espiritismo medio desnudos y toda esa mierda… Pero, bueno, esa no es la historia. Recuerdo que salí a dar un paseo para tomar un poco el aire, pero como llovía era difícil saber adónde me dirigía. Doblé la esquina de un callejón y me encontré con un tipo con aspecto andrajoso llorando inclinado sobre una esfera de oscuridad. Yo nunca había visto nada parecido. Tenía forma de globo brillante y parecía flotar encima de sus manos.
—¿Y qué era?
—En ese momento no lo sabía, pero ahora sé que era una Anunciadora.
Luce se quedó pasmada.
—¿Y viste lo que él vislumbraba de una vida pasada? ¿Qué era?
Shelby miró a Luce directamente a los ojos y tragó saliva.
—Fue bastante desagradable, Luce.
—Lo siento —dijo Luce—. Solo preguntaba porque…
Admitir lo que iba a admitir cambiaba mucho las cosas. No cabía duda de que Francesca se opondría por completo a la idea. Pero Luce necesitaba respuestas y también ayuda, sobre todo la ayuda de Shelby.
—Necesito vislumbrar algunas de mis vidas pasadas —añadió Luce—, o por lo menos intentarlo. Últimamente me han ocurrido cosas que se supone que tengo que aceptar porque no me queda más remedio, pero creo que sería mucho más positivo si supiera al menos de dónde vengo o dónde he estado. ¿Lo entiendes?
Shelby asintió.
—Necesito saber qué tuve en el pasado con Daniel para sentirme más segura de lo que tengo ahora con él. —Luce cogió aire—. Ese tipo, el del callejón… ¿viste lo que hacía con la Anunciadora?
Shelby se encogió de hombros.
—Se limitó a darle forma. Entonces yo no sabía lo que era y no sé cómo dio con ella. Por eso la demostración de Francesca y Steven me asustó tanto. Comprendí lo que había ocurrido esa noche y desde entonces intento olvidarlo. No tenía ni idea de que lo que había visto era una Anunciadora.
—Si yo fuera capaz de dar con una, ¿crees que sabrías manipularla?
—No te prometo nada —dijo Shelby—. Pero podría intentarlo. ¿Sabes localizarlas?
—No exactamente, pero no debe ser muy difícil teniendo en cuenta que llevan toda la vida acosándome.
Shelby posó su mano en la de Luce.
—Luce, quiero ayudarte, pero me da miedo. ¿Y si ves algo que… que no deberías ver?
—Cuando rompiste con tu patético novio…
—Creo que ya te he dicho que no…
—Escúchame un momento: ¿no te habría gustado saber cuanto antes lo que te llevó a romper con él? Quiero decir, en caso de que te hubieras comprometido con él o algo por el estilo y entonces…
—¡Basta! —Shelby levantó una mano para que Luce dejara de hablar—. Ya lo he captado. Vamos, busquemos una sombra.
Shelby siguió a Luce por la playa y subieron la escalera empinada de piedra, que estaba salpicada de verbenas maltrechas de color rojo y amarillo que habían logrado crecer en aquel suelo húmedo y arenoso. Atravesaron luego la cuidada zona de césped procurando no molestar a un grupo de alumnos no nefilim que jugaban a Ultimate Frisbee. Pasaron por delante de la ventana de su habitación en el tercer piso de la residencia y giraron por la parte trasera del edificio. Cuando llegaron al linde del bosque de secuoyas, Luce señaló un punto entre los árboles.
—Ahí es donde encontré una la última vez.
Shelby penetró en el bosque delante de Luce y, apartando las largas hojas de arce que, como garras, pendían entre las secuoyas, se detuvo bajo un helecho gigante.
Entre las secuoyas reinaba la más completa oscuridad y Luce se alegró de que Shelby la acompañara. Se acordó del otro día, de lo rápido que había pasado el tiempo mientras acosaba sin éxito a la sombra, y se sintió abrumada.
—Si encontramos y atrapamos una Anunciadora y logramos vislumbrar algo —elucubró—, ¿qué posibilidades crees que tenemos de que pueda revelarnos algo sobre mí y sobre Daniel? ¿Y si solo damos con otra escena horripilante de la Biblia como la que vimos en clase?
Shelby negó con la cabeza.
—Sobre Daniel no lo sé. Pero si logramos invocar a una Anunciadora y luego vislumbrarla, tendrá relación contigo. Al parecer, son específicas del que las invoca… aunque uno no siempre esté interesado en lo que tienen que decirle. Es como recibir
spam
entre mensajes electrónicos importantes: el mensaje siempre va dirigido a ti.
—¿Cómo es posible que sean específicas del que las invoca? ¿Acaso eso significa que Francesca y Steven estuvieron presentes en la destrucción de Sodoma y Gomorra?
—Bueno, así es. Llevan aquí desde siempre. Se dice que sus currículums son impresionantes. —Shelby dirigió una mirada extraña en Luce—. A ver si dejas de poner los ojos en blanco y piensas un poco. ¿Cómo si no habrían conseguido su trabajo en la Escuela de la Costa? Esta es una escuela realmente buena.
Una forma oscura y resbaladiza se deslizó hacia ellas: la envoltura pesada de una Anunciadora se estiraba perezosamente entre las sombras alargadas de una rama de secuoya.
—Ahí —indicó Luce sin pérdida de tiempo.
Se encaramó a continuación a una rama baja que se extendía detrás de Shelby. Tuvo que aguantarse con un solo pie e inclinarse por completo hacia la izquierda, pudiendo solo así rozar la Anunciadora con las yemas de los dedos.
—No llego.
Shelby entonces cogió una piña y la arrojó al centro de la sombra.
—¡Para! —susurró Luce—. La vas a fastidiar.
—Lo único que fastidia es que seas tan timorata. Extiende la mano.
Luce hizo lo que le decía con un mohín.
Observó entonces cómo la piña rebotaba en el lado expuesto de la sombra; a continuación, oyó el sonido suave y sibilante que normalmente la aterrorizaba. Un lado de la sombra se desprendió de la rama, deslizándose muy suavemente. Luego se soltó y fue a parar al brazo extendido y tembloroso de Luce, que agarró los bordes con los dedos.
Luce bajó de un salto de la rama sobre la que estaba y se acercó a Shelby con la ofrenda fría y viscosa en las manos.
—Trae —dijo Shelby—. Yo cogeré una mitad y tú la otra, igual que en clase. ¡Puaj! Es viscosa. Está bien, ahora suelta. No se irá a ninguna parte, deja simplemente que se enfríe y tome forma.
Pasó un largo rato hasta que la sombra hizo algo. Luce tuvo la sensación de estar jugando con el viejo tablero de la güija de cuando era pequeña. Notó una energía inexplicable en la punta de los dedos. Antes de apreciar alguna diferencia de forma en la Anunciadora, percibió un movimiento leve y continuo.
Entonces se produjo un zumbido: la sombra se contrajo y se replegó de nuevo en su oscuridad. Al poco había adoptado el tamaño y la forma de una caja grande y se mantenía suspendida justo encima de las yemas de sus dedos.
—¿Has visto eso? —preguntó asombrada Shelby, cuya voz apenas se oía por encima del zumbido de la sombra—. Mira el centro.
Igual que había ocurrido en clase, fue como si un velo oscuro se retirara de la Anunciadora y dejara ver un estallido asombroso de color. Luce se protegió los ojos mientras contemplaba cómo la luz brillante se acomodaba en la pantalla formada por la sombra y mostraba una imagen nebulosa y desenfocada. Luego, al fin, empezaron a apreciarse formas diferenciadas en colores apagados.
Se veía una sala de estar. La parte posterior de una butaca reclinable de cuadros de color azul con el reposapiés levantado y un borde deshilachado. Había una televisión vieja panelada en madera que emitía una reposición de
Mork and Mindy
sin volumen. Enroscado en una alfombra de patchwork redonda había un jack russell terrier rechoncho.
Luce vio oscilar la puerta de lo que parecía ser la cocina. Entró una mujer mucho mayor que la abuela de Luce cuando murió; sujetaba una bandeja con fruta cortada. Llevaba un vestido rosa y blanco, zapatillas de tenis y unas gafas gruesas que le colgaban en un cordón por el cuello.
—¿Quién es esa gente? —se preguntó Luce en voz alta.
Cuando la anciana dejó la bandeja sobre la mesita, una mano manchada asomó en la butaca y cogió un trozo de plátano.