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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (16 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Se subió de un salto al saliente donde estaba sentada y empezó a enumerar con los dedos una serie de cosas.

Luce sabía que debía prestar atención a las propuestas de Dawn («¿No sería fantástico ponernos en fila por orden de altura, de mayor a menor?»), sobre todo considerando que en breve ella tendría que decir algo inteligente, y que rimara, sobre el medio ambiente ante un centenar de compañeros. Sin embargo, su pensamiento estaba aún muy ofuscado por la extraña conversación que había mantenido con Francesca y Steven.

«Dejar a las Anunciadoras en manos de expertos.» Si Steven estaba en lo cierto y realmente había una Anunciadora para todos y cada uno de los momentos de la historia, afirmar aquello era como decir que había que dejar todo el pasado en manos de los especialistas. Pero Luce no pretendía parecer una entendida en Sodoma y Gomorra; lo único que le interesaba era su pasado, el suyo y el de Daniel. Y si alguien tenía que ser experto en esas cuestiones, Luce entendía que tenía que ser ella misma.

Sin embargo, tal como Steven había dicho: había un trillón de sombras ahí fuera. Si ya resultaba prácticamente imposible localizar aquellas que guardaban cierta relación con ella y Daniel, menos aún podía saber qué hacer con ellas en caso de encontrarlas.

Levantó la mirada hacia la cubierta del segundo piso. Allí no se veían más que las coronillas de Francesca y Steven. Con algo de imaginación, Luce se podía figurar que estaban sumidos en una agria discusión sobre ella. Y también sobre las Anunciadoras. Probablemente estuvieran acordando no volver a hablarle de ellas nunca más.

Luce tenía la certeza de que, en las cuestiones referidas a su pasado, debía actuar sola.

Pero… un momento…

El primer día de clase, en el ejercicio para romper el hielo Shelby había dicho que…

Luce se puso de pie, ajena por completo al hecho de que se encontraba en medio de una reunión. Mientras atravesaba la cubierta oyó a su espalda un grito penetrante.

Tras girarse hacia el lugar de donde procedía el sonido, Luce vio el destello de algo blanco cayendo por la proa.

Al cabo de un segundo, la mancha desapareció.

Y luego se oyó el ruido de una salpicadura en el agua.

—¡Oh, Dios mío! ¡Dawn!

Jasmine y Amy gritaban, con el cuerpo doblado por encima de la proa y la vista clavada en el agua.

—¡Voy a buscar el bote salvavidas! —gritó Amy entrando en el camarote.

Luce subió de un salto al saliente junto a Jasmine. Lo que vio le hizo tragar saliva. Dawn había caído por la borda y se debatía en el agua. Al principio, se le veía el pelo negro y los brazos agitándose con desesperación, pero cuando levantó la vista Luce vio el terror escrito en su pálido rostro.

Un angustioso segundo más tarde, una ola enorme engulló el cuerpo diminuto de Dawn. El barco todavía se movía, apartándose cada vez más de ella. Las chicas temblaban, esperando que Dawn volviera a sacar la cabeza a la superficie.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Steven, que apareció de pronto junto a ellas. Francesca, entretanto, desataba un salvavidas de espuma situado bajo la proa.

Los labios de Jasmine temblaban.

—Iba a tocar la campana para llamar la atención de todos y pronunciar el discurso. Apenas se ha inclinado hacia fuera. No sé cómo ha podido perder el equilibrio.

Luce volvió a mirar con angustia hacia la proa del barco. La caída a aquellas aguas gélidas era de unos nueve metros más o menos, y ni rastro de Dawn.

—¿Dónde está? —gritó Luce—. ¿Sabe nadar?

Sin aguardar la respuesta, arrebató el salvavidas de las manos de Francesca, pasó una mano por él y se encaramó a la proa.

—¡Luce! ¡Para!

Pero ya era demasiado tarde, Luce se precipitó al agua inspirando. Al hacerlo, pensó en Daniel y recordó su última zambullida en el lago.

Primero sintió el frío en las costillas; notó una fuerte tensión en los pulmones a causa de la diferencia térmica. Esperó a que su descenso se detuviera y luego batió los pies para salir a la superficie. Las olas le pasaban por encima de la cabeza, metiéndole sal por la boca y la nariz, pero ella asía el salvavidas con fuerza. Aunque nadar con él le resultaba molesto, sabía que cuando encontrase a Dawn, si lo conseguía, ambas necesitarían mantenerse a flote hasta que apareciera el bote salvavidas.

De lejos oía ruidos procedentes del yate; la gente corría por la cubierta gritando su nombre. Si quería ser de ayuda a Dawn, tenía que hacer oídos sordos.

Entonces a Luce le pareció atisbar la forma oscura de la cabeza de Dawn en aquellas aguas gélidas. Nadó a contracorriente hacia allí. Notó algo en el pie, tal vez una mano, pero luego desapareció y Luce no supo si había sido Dawn o no.

No podía sumergirse y sostener a la vez el salvavidas; tenía la terrible sospecha de que Dawn estaba más abajo. Aunque sabía que no podía soltar el salvavidas, si no lo hacía no podría salvar a su amiga.

Finalmente lo dejó a un lado, se llenó los pulmones de aire y se zambulló dando grandes brazadas hasta que el calor de la superficie desapareció y el agua se volvió tan fría que dolía. No veía nada, así que se limitó a intentar agarrar cualquier cosa con las manos, con la esperanza de alcanzar a Dawn antes de que fuera demasiado tarde.

Lo primero que vio Luce fue el pelo de Dawn, la fina mata de ondas cortas y oscuras. Al tantear más abajo palpó la mejilla de su amiga, luego el cuello y finalmente el hombro. Dawn se había hundido mucho en poco tiempo. Luce le pasó los brazos por debajo de las axilas y luego la aupó con todas sus fuerzas, batiendo vigorosamente las piernas hacia la superficie.

Estaban a bastante profundidad y la luz del día brillaba a lo lejos.

Dawn resultaba más pesada de lo que era, parecía que llevara un enorme lastre atado a ella que las arrastraba hacia las profundidades.

Por fin alcanzaron la superficie. Dawn escupió, arrojó agua por la boca y tosió. Tenía los ojos enrojecidos y el pelo pegado a la frente. Luce, rodeándola con un brazo por el pecho, avanzó suavemente hacia el salvavidas.

—Luce… —susurró Dawn. Bajo aquel oleaje fuerte, Luce no podía oírla, aunque logró leerle los labios—. ¿Qué ocurre?

—No lo sé. —Luce sacudió la cabeza intentando mantenerse a flote.

—¡Acércate al bote salvavidas!

El grito venía de atrás. Sin embargo, nadar era imposible. Apenas podían mantener la cabeza fuera del agua.

Entretanto, la tripulación bajó un bote salvavidas con Steven a bordo. En cuanto la embarcación tocó las aguas del océano, empezó a remar con fuerza hacia ellas. Luce cerró los ojos y dejó que con la siguiente ola la invadiera una sensación de alivio. Solo tenía que resistir un poco más para que las dos estuviesen a salvo.

—¡Agarradme de la mano! —gritó Steven a las chicas.

Luce sentía las piernas como si llevara una hora nadando. Empujó a Dawn para que saliera primero.

Steven se había quitado toda la ropa excepto los pantalones y la camisa blanca, que ahora llevaba empapada y pegada al pecho. Cuando fue a ayudar a Dawn, sus brazos musculosos estaban muy hinchados. Gruñó con el rostro enrojecido por el esfuerzo, y la levantó. En cuanto Dawn quedó colgada en la borda de forma que no podía volver a caerse, Steven se volvió y se apresuró a coger a Luce de los brazos.

Ayudada por él, a ella le pareció que no pesaba, que prácticamente se elevaba del agua. No fue hasta que su cuerpo se deslizó dentro del bote cuando se dio cuenta de lo mojada y fría que estaba.

Excepto donde Steven había puesto los dedos.

Ahí, las gotas de agua de la piel emanaban vapor.

Tras incorporarse para sentarse, se apresuró a ayudar a Steven a meter todo el cuerpo de Dawn dentro del bote. La muchacha estaba exhausta y apenas podía sostenerse. Luce y Steven tuvieron que agarrarla cada uno por un brazo para incorporarla. Cuando estaba prácticamente dentro, Luce notó como si algo tirara de Dawn tratando de sumergirla de nuevo en el agua.

Dawn abrió sus oscuros ojos y gritó mientras resbalaba hacia atrás, escurriéndose de las manos húmedas de Luce, a la que pilló desprevenida. Luce cayó repentinamente de espaldas, contra el costado del bote.

—¡Aguanta!

Steven logró agarrar a tiempo a Dawn por la cintura. Se puso de pie y la embarcación estuvo a punto de volcar. Mientras él se esforzaba en sacar a la chica del agua, Luce observó un delicado resplandor dorado que recorría la espalda del profesor.

Eran sus alas.

Asomaron al instante, casi involutariamente, justo cuando Steven más necesitaba todas sus fuerzas. Refulgían con el destello de las joyas caras que Luce solo había visto en las joyerías. Aquellas alas no se parecían a las de Daniel. Las de Daniel eran cálidas y agradables, magníficas y atractivas. Las de Steven, en cambio, eran salvajes e intimidatorias, irregulares y temibles.

Steven resopló; con los músculos de los brazos tensados solo tuvo que batir una vez las alas para obtener el impulso vertical necesario para sacar a Dawn del agua.

Aquel aleteo fue suficiente para pegar a Luce contra el otro costado del bote. En cuanto Dawn estuvo a salvo, Steven volvió a posar los pies en el bote y replegó de inmediato las alas. Solamente quedaron dos pequeños desgarrones en la parte posterior de su elegante camisa, la única prueba de que lo que Luce había visto era real. Tenía el rostro desencajado y las manos le temblaban de forma incontrolable.

Los tres se desplomaron en el bote. Dawn no se había percatado de nada, y Luce se preguntó si alguno de los del yate se había dado cuenta de algo. Steven contempló a Luce como si lo acabara de pillar desnudo. A ella le habría gustado decirle que ver sus alas había sido asombroso. Hasta entonces no sabía que incluso el lado oscuro de los ángeles caídos podía resultar sobrecogedor.

Se acercó a Dawn, en parte esperando ver sangre en algún lugar de su piel. De hecho, parecía como si algo la hubiera agarrado con sus mandíbulas. Pero la chica no tenía ni un rasguño.

—¿Estás bien? —susurró Luce al final.

Dawn sacudió la cabeza, arrojando gotas de agua del pelo a su alrededor.

—Yo sé nadar, Luce. Te aseguro que soy una buena nadadora. Algo me… Algo…

—¿Qué crees que era? —preguntó Luce aterrada—. ¿Un tiburón o…?

Dawn se estremeció.

—Eran manos.

—¿Manos?

—¡Luce! —espetó Steven.

Ella se volvió hacia él: no parecía en absoluto la persona con la que había estado hablando minutos atrás en la cubierta. Se apreciaba una aspereza en su mirada que hasta ese momento nunca le había visto.

—Eso que has hecho hoy ha sido… —Se interrumpió. Su rostro empapado tenía un aspecto feroz. Luce contuvo el aliento, expectante. «Imprudente.» «Estúpido.» «Peligroso.»—. Muy valiente —dijo al fin relajando las mejillas y la frente, con lo que adoptó su expresión habitual.

Luce suspiró aliviada. Apenas tenía voz para darle las gracias. No podía apartar la vista de las piernas temblorosas de Dawn, ni de aquellas marcas rojas, finas y crecientes que le trepaban por los tobillos, como si fueran marcas de dedos.

—Seguro que estáis muy asustadas —añadió Steven con tono tranquilo—. Pero no hay motivo para que cunda la histeria en toda la escuela. Dejad que hable yo con Francesca. Hasta que yo os lo diga no contéis ni una palabra a nadie. ¿Dawn?

La muchacha asintió aterrada.

—¿Luce?

Ella hizo una mueca. No estaba segura de poder guardar un secreto así. Dawn había estado a punto de morir.

—Luce.

Steven la asió por el hombro, se quitó las gafas de montura cuadrada y clavó sus ojos de color marrón oscuro en los de color avellana de Luce. Mientras el bote salvavidas era aupado en el cabestrante hasta la cubierta principal donde aguardaba el resto del alumnado, él le susurró al oído.

—Ni una palabra a nadie, por seguridad.

7

Doce días

—N
o entiendo por qué te comportas de un modo tan raro —dijo Shelby a Luce la mañana siguiente—. ¿Cuánto llevas aquí? ¿Seis días? Y ya eres la heroína de la Escuela de la Costa. Tal vez al final consigas mejorar tu reputación.

El cielo de esa mañana de domingo estaba salpicado de cúmulos de nubes. Luce y Shelby paseaban por la diminuta playa de la Escuela de la Costa mientras compartían una naranja y un termo de té chai. El fuerte viento traía el aroma terroso de las viejas secuoyas de los bosques. La marea estaba agitada y alta y arrojaba al paso de las chicas marañas de algas negras, medusas y madera podrida a la deriva.

—No fue nada —musitó Luce.

En realidad, no era verdad. Lanzarse a esas aguas heladas para salvar a Dawn sí que había sido algo. Pero Steven —la severidad de su tono de voz, la fuerza con que la había asido del brazo— había asustado tanto a Luce que ni siquiera osaba hablar del rescate de Dawn.

Contempló la espuma salada que dejaba la estela de una ola al retirarse. Procuraba no mirar las aguas profundas y oscuras más allá para no tener que pensar en las manos que habitaban en sus profundidades gélidas. «Por seguridad.» Steven seguro que se había referido a la de todos, esto es, a la seguridad de todo el alumnado. Sin embargo, también podía haber hecho alusión solo a Luce.

—Dawn está bien —dijo ella—. Eso es lo importante.

—Hum, sí, claro, pero eso es gracias a ti, la vigilante de la playa.

—No empieces a llamarme vigilante de la playa.

—¿Prefieres verte a ti misma como la salvadora Liendre, que todo lo sabe y de nada entiende? —Shelby usaba un estilo de burla deliberadamente inexpresivo—. Francesca dice que las dos últimas noches un tipo misterioso ha estado rondando por los jardines de la escuela. Deberías darle su merecido…

—¿¿¿Cómo dices??? —Luce estuvo a punto de escupir su té—. ¿Y quién es?

—Repito: un tipo misterioso. No se sabe. —Shelby se sentó sobre la superficie de una piedra caliza desgastada y empezó a arrojar piedras al océano haciéndolas botar con habilidad—. Será algún imbécil. Oí sin querer a Francesca hablando de ello en el barco con Kramer ayer, después de todo el alboroto.

Luce se sentó junto a Shelby y empezó a hurgar en la arena en busca de piedras.

Alguien merodeaba en torno a la Escuela de la Costa. ¿Y si se trataba de Daniel?

Sería muy propio de él. Era lo bastante testarudo como para mantener su promesa de no verla, y a la vez incapaz de permanecer alejado. Pensar en Daniel hizo que deseara aún más estar con él. Se sintió prácticamente al borde del llanto. Eso era de locos. Se dijo que aquel tipo misterioso no podía ser Daniel. Tal vez fuera Cam. O cualquier otra persona. O bien podía tratarse de un Proscrito.

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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