—No le des más vueltas —dijo Shelby limpiándose los labios con una servilleta—. ¿Tú sabes cuántos ataques de ansiedad me ha provocado mi maldita familia? Créeme, soy la última persona en el mundo que te criticaría por ello.
En ese instante Luce recorrió la clase con la vista, vio a Shelby y se sintió enormemente agradecida hacia aquella chica que, una semana antes, la había aterrado. Shelby llevaba la espesa cabellera rubia hacia atrás cogida con una diadema de paño y tomaba apuntes de las explicaciones de Francesca con diligencia.
Todas las pantallas que Luce alcanzaba a ver con su visión periférica mostraban la presentación en PowerPoint de color azul y dorado que Francesca hacía avanzar a velocidad de tortuga. Incluso la de Dawn. La chica ese día tenía un aspecto especialmente alegre, con su vestido de punto de color rosa chillón y una cola alta. ¿Se había recuperado ya por completo de lo ocurrido en el yate? ¿O acaso disimulaba el terror que sin duda había sentido y que tal vez sentía todavía?
Luce volvió la vista hacia la pantalla de Roland e hizo una mueca de disgusto. No le sorprendía que se hubiera mantenido prácticamente invisible desde su llegada a la Escuela de la Costa, pero ahora que por fin había aparecido en clase le desagradaba ver a su antiguo compañero de reformatorio acatar las normas.
Por lo menos Roland no parecía especialmente interesado en la clase que llevaba por título «Oportunidades laborales para nefilim: tu habilidad especial te puede dar alas». De hecho, la expresión de la cara del chico era más de decepción que de otra cosa. Tenía los labios fruncidos y no dejaba de negar con la cabeza. Igualmente resultaba extraño que cada vez que Francesca establecía contacto visual con los alumnos pasara por alto a Roland.
Luce desplegó la ventana de chat de la clase para ver si Roland estaba conectado. Aquella herramienta estaba pensada para que los estudiantes intercambiaran preguntas, pero las preguntas que Luce tenía para Roland no se referían al tema tratado en clase. Él sabía algo más de lo que había dejado entrever el otro día que seguro que tenía que ver con Daniel. También quería preguntarle dónde se había metido el sábado y si había oído hablar de la caída por la borda de Dawn.
Pero Roland no estaba conectado. La única persona de la clase que estaba conectada al chat era Miles. Un cuadro de texto con su nombre escrito en él asomó en su pantalla:
«¡Hola, holaaa!».
Miles se sentaba a su lado. Incluso le oía reírse por lo bajo. Resultaba entrañable que disfrutara tanto con sus propios chistes. Era exactamente la relación divertida y burlona que a ella le hubiera gustado tener con Daniel. Si no fuera porque él se pasaba el rato rumiando, y porque no estaba allí.
Pero no estaba.
Contestó:
«¿Qué tal el tiempo por ahí?»
«Ahora empieza a salir el sol —escribió él, todavía con una sonrisa—. Eh, oye, ¿qué hiciste anoche? Pasé por tu habitación para ver si querías cenar conmigo.»
Luce levantó la vista del ordenador y la volvió hacia Miles. La expresión de sus ojos de color azul intenso parecía tan sincera que de pronto sintió la urgencia de contarle todo lo que le había ocurrido. Él había estado fabuloso el otro día escuchándola acerca de su experiencia en Espada & Cruz. Pero esa pregunta no se podía responder vía chat. Aunque le habría gustado mucho explicárselo, tampoco sabía si debía hablar de ello. Incluso incluir a Shelby en su plan secreto era un modo de buscarse problemas con Steven y Francesca.
La expresión de Miles pasó de su sonrisa despreocupada habitual a un cierto bochorno. Cuando se dio cuenta, Luce se sintió mal, a la vez que se sorprendía ligeramente por la reacción de él.
Francesca apagó el proyector. Al doblar los brazos sobre el pecho, las mangas de seda rosa de su camisa asomaron bajo su torera de cuero. Por primera vez Luce se dio cuenta de lo alejado que estaba Steven, sentado en la repisa de la ventana situada en el rincón oeste del aula. Apenas había dicho nada en todo el día.
—Vamos a ver ahora si habéis atendido —dijo Francesca sonriendo abiertamente a sus alumnos—. ¿Por qué no os ponéis por parejas y fingís que os entrevistáis el uno al otro?
Al oír que sus compañeros se levantaban de las sillas, Luce rezongó interiormente. De hecho, no había prestado la menor atención a nada de lo que Francesca había explicado y no tenía ni idea de en qué consistía el ejercicio.
Por otro lado, ella participaba de forma provisional en el plan de estudios de los nefilim. ¿Acaso era demasiado pedir a sus profesores que se acordaran de vez en cuando de que no era igual que el resto de sus compañeros?
Con un golpecito en la pantalla de su ordenador, Miles llamó la atención a Luce sobre el mensaje que le había escrito: «¿Quieres venir conmigo?». En ese instante apareció Shelby.
—Propongo hacer de la CIA o de Médicos Sin Fronteras —dijo Shelby haciendo un gesto a Miles para que le cediera el pupitre junto a Luce, pero él no se movió de su sitio.
—No pienso solicitar ni de broma una plaza para ser higienista dental.
Luce miró alternativamente a Shelby y a Miles. Los dos parecían sentirse dueños de ella, y ella no se había dado cuenta hasta entonces. En realidad, Luce quería hacer de pareja de Miles, porque no había estado con él desde el sábado. En cierto modo, lo había echado de menos como amigo. Del tipo de «vamos-a-tomar-un-café» y no del plan «paseemos-por-la-playa-al-atardecer-y-tú-me-sonríes-conesos-ojos-azules-tuyos-tan-increíbles». Desde que salía con Daniel, no pensaba en otros chicos, y para nada era de las que se sonrojaban en medio de la clase recordándose a sí mismas que no pensaban en otros chicos.
—¿Va todo bien por aquí?
Steven posó su mano bronceada en el pupitre de Luce y la invitó a hablar con una mirada.
Luce, sin embargo, seguía sintiéndose tan cohibida y nerviosa ante él por lo que les había dicho a ella y a Dawn en el bote salvavidas que ni siquiera había sacado el tema con Dawn.
—Todo va muy bien —respondió Shelby, que cogió a Luce del brazo y se la llevó hacia la terraza, donde algunos estudiantes estaban ya distribuidos en parejas y ensayando sus entrevistas—. Luce y yo íbamos a hablar de nuestros currículums.
Francesca se asomó por detrás de Steven.
—Miles —dijo—, Jasmine aún no tiene pareja. Si pudieras acercar un pupitre a su lado…
Dos mesas más abajo, Jasmine decía:
—Dawn y yo no nos poníamos de acuerdo sobre quién hacía de actriz indie y quién era… —su voz cayó unos cuantos tonos— el director de casting, y me ha dejado por Roland.
Miles parecía decepcionado.
—Director de casting —farfulló—. Por fin he encontrado mi vocación.
Luce le vio dirigirse hacia su nueva pareja.
Aclarada la situación, Francesca se llevó a Steven de vuelta a la parte delantera del aula. Aunque Steven iba detrás de Francesca, Luce notó que aún la miraba.
Volvió la vista con disimulo a su teléfono. Callie todavía no le había contestado. No era nada propio de ella, y Luce se culpó a sí misma. Tal vez fuera mejor para ambas que Luce guardase las distancias. Sería solo por poco tiempo.
Siguió a Shelby afuera y se sentaron en el banco de madera que había donde la terraza se curvaba. Aunque el sol lucía con intensidad bajo el cielo despejado, el único sitio de la terraza que no estaba repleto de estudiantes era bajo la sombra de una secuoya muy alta. Luce apartó del banco con la mano una capa de hojas aciculares de color verde pálido, y se subió un poco más la cremallera del suéter.
—Realmente estuviste fantástica anoche —dijo en voz baja—. Yo me quedé… aterrada.
—Lo sé. —Shelby se echó a reír—. Parecías… —Puso cara de zombi temblequeante.
—Venga, dame un respiro. Fue duro. La única oportunidad que tenía de saber algo de mi pasado, y va y me quedo totalmente paralizada.
—Vosotros los del sur y vuestro sentimiento de culpa. —Shelby se encogió de hombros tranquilamente—. Date un respiro. Estoy segura de que encontrarás muchos más familiares en el lugar de donde venían esos dos vejetes. Incluso puede que algunos no estén tan a las puertas de la muerte. —Antes de que el rostro de Luce se desmoronara, Shelby añadió—: Lo que digo es que, si alguna vez tienes ganas de seguir la pista a algún otro pariente, solo tienes que decírmelo. Es raro, pero me caes bien, Luce.
—Shelby —susurró Luce de pronto apretando los dientes—, no te muevas.
Al otro lado de la terraza, la Anunciadora más grande y atroz que Luce había visto en su vida cobró forma bajo la sombra alargada de la enorme secuoya.
Lentamente, siguiendo la mirada de Luce, Shelby bajó la vista al suelo. La Anunciadora utilizaba la sombra del árbol para camuflarse. Había partes de ella que no dejaban de moverse.
—Parece nauseabunda, irascible o… no sé qué —comentó Shelby torciendo el gesto—. ¿No te parece que tiene algo malo?
Luce tenía la mirada posada en la escalera que llevaba hasta la planta baja del pabellón. Debajo de ellas había un montón de soportes de madera sin pintar que apuntalaban la terraza. Si Luce conseguía hacerse con la sombra, Shelby se podría reunir con ella debajo de la terraza sin que nadie se diera cuenta de nada. Ayudaría a Luce a vislumbrar el mensaje, y luego las dos volverían arriba para unirse de nuevo a la clase.
—No puedes estar pensando lo que creo que estás pensando… —dijo Shelby—. ¿A que no?
—Vigila un momento —contestó Luce—. Estate preparada para cuando te llame.
Luce bajó unos escalones hasta que la cabeza le quedó justo a la altura de la terraza, donde los demás estudiantes seguían ocupados con sus entrevistas.
Shelby estaba de espaldas a Luce. Si alguien notaba que Luce se había marchado, ella haría una señal.
En la esquina, Luce oyó cómo Dawn charlaba improvisando con Roland:
—¿Sabe? Me quedé de piedra cuando fui nominada para el Globo de Oro…
Luce volvió a mirar la mancha oscura que yacía en el césped, sin poder evitar preguntarse antes si los demás la habrían visto. Pero ahora no tenía tiempo que perder preocupándose por ello.
La Anunciadora se hallaba a unos tres metros, cerca de la terraza, a pesar de lo cual Luce quedaba resguardada de las miradas de los demás alumnos. Dirigirse directamente hacia ella habría resultado demasiado obvio. La intentaría obligar a levantarse del suelo y dirigirse hacia ella sin utilizar las manos, si bien no tenía ni idea de cómo hacerlo.
En ese momento notó la presencia de alguien apoyado al otro lado de la secuoya, oculto de la vista de los estudiantes de la terraza.
Cam fumaba un cigarrillo, tarareando para sí como si nada, teniendo en cuenta que estaba totalmente ensangrentado. Tenía el pelo apelmazado en la frente y los brazos llenos de rasguños y moretones. Su camiseta estaba mojada y manchada de sudor, y los vaqueros salpicados. Tenía un aspecto desagradablemente sucio, como si acabara de salir de una pelea, si no fuera porque allí no había rastro de nada. Solo estaba Cam.
Él le guiñó un ojo.
—¿Qué haces aquí? —susurró ella—. ¿Qué has hecho?
La cabeza le daba vueltas a causa del hedor desagradable que emanaba de su ropa ensangrentada.
—Salvarte la vida de nuevo. ¿Cuántas llevamos? —Tiró la ceniza del cigarrillo—. Hoy eran secuaces de la señorita Sophia y la verdad es que no puedo decir que no me lo haya pasado bien. Eran unos monstruos sangrientos. También van a por ti, ya sabes. Se ha corrido la voz de que andas por la zona y que te gusta pasear por el bosque sombrío sin compañía —apuntó.
—¿Y los has matado sin más?
Luce estaba horrorizada. Levantó la vista hacia la terraza para comprobar si Shelby, o alguien, podía verlos.
—En efecto, a un par de ellos, justo ahora, con estas manos. —Cam le mostró las palmas recubiertas de una masa roja y pegajosa que ella no deseaba ver—. La verdad es que el bosque es bonito, Luce, pero también está repleto de seres que te quieren ver muerta. Así que hazme un favor…
—No. No estoy dispuesta a hacerte ningún favor. Todo lo que tenga que ver contigo me da asco.
—Está bien. —Cam le dirigió una mirada de fastidio—. Entonces hazlo por Grigori, y no te muevas del campus.
Lanzó el cigarrillo al césped, echó atrás los hombros y desplegó las alas.
—No puedo estar siempre vigilándote, Luce. Y Dios sabe que Grigori tampoco.
Las alas de Cam eran altas y estrechas y le sobresalían por detrás de los hombros, brillantes, doradas y salpicadas con franjas negras. Le habría gustado que le repugnasen, pero no era el caso. Igual que las de Steven, las alas de Cam tenían una forma irregular, áspera, y también parecían haber sobrevivido a toda una vida de luchas. Las franjas negras daban una calidad oscura y sensual a las alas de Cam. Había algo atractivo en ellas.
Pero no. Ella detestaba todo lo que tuviera que ver con Cam. Y así sería siempre.
Cam sacudió las alas, y alzó los pies del suelo. Su aleteo extraordinariamente ruidoso provocó un remolino de aire que levantó las hojas del suelo.
—Gracias —dijo Luce sin más antes de que él se deslizara por debajo de la terraza y desapareciera entre las sombras del bosque.
¿Acaso Cam era el encargado de su protección? ¿Dónde estaba Daniel? ¿La Escuela de la Costa no era segura?
Al paso de Cam, la Anunciadora que había llevado a Luce a bajar la escalera se separó en espiral de su sombra como un pequeño remolino negro.
Se fue aproximando cada vez más.
Finalmente quedó suspendida en el aire justo por encima de la cabeza de Luce.
—Shelby —susurró esta—, ¡baja!
Shelby volvió la mirada hacia Luce y hacia la Anunciadora que oscilaba en forma de ciclón sobre ella.
—¿Cómo has tardado tanto? —preguntó bajando apresuradamente por la escalera justo a tiempo para ver cómo aquella enorme Anunciadora se desplomaba… en brazos de Luce.
Luce gritó, pero por suerte Shelby le puso una mano en la boca.
—Gracias —dijo Luce con la voz amortiguada por sus dedos.
Las chicas seguían acurrucadas a tres escalones de la terraza, a la vista de cualquiera que se encaminara hacia el lado sombreado. Luce no podía estirar las rodillas por el peso de la sombra. Era la más pesada que había tocado nunca, y la que tenía el tacto más frío. No era tan negra como las demás, sino que tenía un tono desagradablemente grisáceo. Algunas partes de ella todavía se agitaban y se encendían como relámpagos de una tormenta lejana.