—Yo no la he invocado —insistió Luce poniéndose de pie y quitándose las plumas de la ropa—. Me he tropezado y estaba ahí, esperando o algo.
Se acercó para examinar de cerca aquella lámina nebulosa de color pardo. Era lisa como una hoja de papel y no muy grande para ser una Anunciadora; sin embargo, el modo en que estaba suspendida en el aire frente a su cara, casi desafiándola a que la rechazara, inquietó a Luce.
No parecía necesitar que le diera forma. Apenas se movía en el aire y tenía la apariencia de haber estado flotando todo el día.
—Un momento —murmuró Luce—. Esta vino con la otra el otro día. ¿Te acuerdas?
Era la extraña sombra marrón que había acompañado a la sombra oscura que los había llevado hasta Las Vegas. Habían entrado las dos por la ventana el viernes por la tarde; y luego esta había desaparecido. Luce se había olvidado de ella hasta ese mismo momento.
—Bueno —dijo Shelby apoyándose en la escalera de su litera—. ¿Vas a vislumbrarla o qué?
La Anunciadora tenía el color de una habitación con humo, un desagradable tono marrón, y su tacto era parecido al de la neblina. Luce acercó la mano hacia ella y pasó los dedos por sus bordes húmedos. Notó que aquel aliento nebuloso le acariciaba el pelo. El aire en torno a la Anunciadora era húmedo, incluso un poco salobre. Un grito lejano de gaviota retumbó en el interior.
No debía vislumbrarla. No pensaba hacerlo.
Pero la Anunciadora pasó de ser como una tela de color marrón y brumosa a convertirse en algo claro y discernible con independencia de Luce. El mensaje de la sombra estaba tomando cuerpo.
Era la vista aérea de una isla. Al principio se encontraban en lo alto, así que Luce no podía ver más que un pequeño bulto de roca negra empinada rodeada de finos pinos. Lentamente, la Anunciadora fue enfocando más de cerca, como si fuera un pájaro que descendiera para posarse en las copas de los árboles, y así la imagen se centró en una pequeña playa desierta.
El agua estaba turbia a causa de la arena plateada y arcillosa. Unas cuantas rocas hacían frente a las suaves embestidas de la marea. De pie, oculto entre las rocas más altas…
Daniel contemplaba el mar, con una rama de árbol cubierta de sangre en la mano.
Luce dio un grito ahogado al acercarse y ver lo que Daniel miraba. No era el mar, sino la silueta ensangrentada de un hombre. Un cadáver que yacía rígido sobre la arena. Cada vez que las olas alcanzaban el cuerpo, se apartaban manchadas de un intenso color rojo oscuro. Luce no podía ver la herida que había matado al hombre. Alguien más, vestido con una gabardina oscura y larga, estaba inclinado sobre el cuerpo y lo ataba con una cuerda gruesa trenzada.
Con el corazón latiéndole a toda prisa, Luce volvió a mirar a Daniel. Su expresión era tranquila, pero le temblaban los hombros.
—Date prisa. Estás perdiendo el tiempo. La marea está bajando.
Tenía una voz tan fría que Luce se estremeció.
Un segundo más tarde, la escena de la Anunciadora desapareció. Luce contuvo el aliento hasta que la sombra se desplomó en el suelo formando un montón de cenizas. Al otro lado de la habitación, el estor que Luce había bajado antes se abrió con una sacudida. Luce y Shelby se miraron inquietas y vieron cómo una ráfaga de viento atrapaba a la Anunciadora, la levantaba y se la llevaba por la ventana.
Luce asió con fuerza a Shelby de la muñeca.
—Tú que te fijas en todo, ¿quién era el que estaba con Daniel? ¿El que estaba agachado sobre ese… —se estremeció— hombre?
—Por Dios, Luce, no lo sé. Me distraje con el cadáver, por no hablar de la rama ensangrentada que tenía agarrada tu novio. —El intento de Shelby por parecer sarcástica quedó amortiguado por el terror que denotaba su voz—. Así que… ¿él lo mató? —preguntó a Luce—. ¿Daniel mató a esa persona, quienquiera que fuera?
—No lo sé. —Luce hizo una mueca de disgusto—. No lo digas de ese modo. Tal vez tiene una explicación lógica…
—¿Qué piensas de lo que ha dicho al final? —preguntó Shelby—. He visto que movía los labios, pero no he podido entenderlo. Es algo que odio en las Anunciadoras.
«Date prisa. Estás perdiendo el tiempo. La marea está bajando.»
¿Shelby no lo había oído? ¿No se había dado cuenta de lo insensible y despiadado que Daniel había parecido?
Entonces Luce cayó en la cuenta de que no hacía mucho que ella tampoco podía escuchar a las Anunciadoras. Antes, los ruidos que las acompañaban eran solo eso, ruidos: crujidos y zumbidos espesos y húmedos por las copas de los árboles. Había sido Steven el que le había explicado cómo escuchar las voces que contenían. En cierto modo, Luce deseó que no lo hubiera hecho.
Tenía que haber más en ese mensaje.
—Tengo que vislumbrarlo de nuevo —dijo Luce acercándose a la ventana abierta, pero Shelby la retuvo.
—¡Ah, no! ¡No lo harás! A estas alturas, la Anunciadora podría estar en cualquier sitio y tú estás castigada en tu cuarto, ¿recuerdas? —Shelby obligó a Luce a sentarse de nuevo en la silla de su escritorio—. Te vas a quedar aquí quieta mientras yo bajo al despacho de Kramer para recuperar mi pavo. Y luego las dos vamos a olvidarnos de que esto ha ocurrido. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Perfecto. Volveré en cinco minutos, así que no te me escapes.
Pero en cuanto se hubo cerrado la puerta, Luce ya había salido por la ventana y se había encaramado a la parte plana de la cornisa en la que ella y Daniel habían estado sentados la noche anterior. Era imposible borrar de su mente lo que acababa de ver, aunque eso la metiera en más problemas y tuviera que ver algo que no le gustara.
La última hora de la mañana se había vuelto ventosa, y Luce tuvo que inclinarse y sostenerse en los postigos de madera inclinados para guardar el equilibrio. Tenía las manos frías y sentía el corazón entumecido. Cerró los ojos. Cada vez que intentaba invocar a una Anunciadora, se acordaba de la poca formación que tenía para hacerlo. Siempre había tenido suerte, si bien era dudoso considerarse afortunada tras ver cómo tu novio se queda mirando a alguien a quien acaba de matar.
Una caricia húmeda le recorrió los brazos. ¿Sería la sombra marrón, esa cosa horrible que le había mostrado algo más horrible aún? Abrió los ojos.
En efecto, lo era. Se le había encaramado a los hombros como si fuera una serpiente. Se la quitó de encima y la sostuvo ante ella, intentando darle la forma de una pelota. La Anunciadora le rehuía el tacto, y retrocedía en el aire, fuera de su alcance, manteniéndose más allá del extremo del tejado.
Bajó la vista a los dos pisos que la separaban del suelo. Una hilera de alumnos abandonaban el edificio de la residencia para dirigirse a la cantina para el desayuno: una corriente abigarrada de gente que atravesaba el césped de intenso color verde. Luce se tambaleó. El vértigo la venció y se dejó caer hacia delante.
Pero entonces la sombra se apresuró como un jugador de fútbol y la derribó de espaldas de nuevo contra el tejado inclinado. Luce se quedó clavada contra las tablas de madera jadeando mientras la Anunciadora se volvía a abrir.
El velo de humo se desvaneció y se mostró iluminado. Luce regresó con Daniel y la rama ensangrentada. Volvió a los graznidos de las gaviotas que volaban en círculo en lo alto y al hedor a espuma putrefacta de la costa, a la visión de las olas gélidas rompiendo contra la playa. Y de nuevo también a los dos personajes del suelo. El cadáver estaba atado. El vivo estaba de pie frente a Daniel.
Era Cam.
No. Eso tenía que ser un error. Ellos se odiaban. Iban de una pelea a otra. Luce podía aceptar que Daniel ejecutara actos siniestros para protegerla de la gente que le iba a la zaga. Pero ¿qué cosa tan terrible podía llevarle a echar mano de Cam? ¿A colaborar con Cam, que tanto disfrutaba matando?
Estaban enzarzados en una discusión acalorada, pero Luce no podía entender las palabras. No oía nada por culpa del reloj de la cantina, que acababa de dar las once. Aguzó el oído y esperó a que las campanadas cesaran.
—Déjame llevarla a la Escuela de la Costa —oyó que suplicaba Daniel.
Aquello tenía que haber ocurrido justo antes de que llegara a California. Pero ¿por qué Daniel tenía que pedir permiso a Cam? A menos que…
—De acuerdo —decía Cam impertérrito—. Llévala a la escuela y después búscame. ¡No la fastidies! Estaré vigilando.
—¿Y luego? —Daniel parecía inquieto.
Cam escrutó a Daniel.
—Tú y yo tenemos trabajo.
—¡Oh, no! —gritó Luce golpeando la sombra con enfado.
Pero en el momento en que vio que había roto con las manos la superficie fría y resbaladiza lo lamentó. Se rompió en fragmentos que se acumularon formando un montón de cenizas a su lado. Ahora no podría ver nada más. Intentó recopilar los fragmentos tal como había visto hacerlo a Miles, pero se agitaban sin reaccionar.
Tomó un puñado de aquellos restos y sollozó.
Steven había dicho que en ocasiones las Anunciadoras distorsionaban la realidad, como las sombras arrojadas contra la pared de la caverna, pero que siempre contenían algo de verdad. Luce percibía la verdad en esos fragmentos fríos y húmedos, incluso cuando los estrujó firmemente como intentando liberar todo su dolor.
Daniel y Cam no eran enemigos. Eran aliados.
Cuatro días
—¿M
ás pavo ecológico? —Connor Madson, un muchacho rubio de la clase de biología de Luce y también uno de los camareros de la Escuela de la Costa, estaba frente a ella con una bandeja de plata en el curso de la Fiesta de la Cosecha del lunes por la noche.
—No, gracias. —Luce señaló el montón tibio de lonchas de carne que tenía aún en el plato.
—Quizá más tarde.
Connor, como el resto del personal becado del servicio en la Escuela de la Costa, iba vestido con esmoquin y un gorro ridículo de peregrino con motivo de la Fiesta de la Cosecha. Se deslizaban por la zona ajardinada de la cantina, que estaba irreconocible y había dejado de ser aquel lugar informal pero vistoso donde tomar unas tortitas antes de ir a clase para transformarse en un salón de banquetes de categoría al aire libre.
Shelby no dejaba de refunfuñar yendo de mesa en mesa recolocando las tarjetas y volviendo a encender las velas. Tanto ella como el resto del comité de decoración habían hecho un trabajo muy bonito: habían esparcido hojas de seda de color rojo y naranja sobre los largos manteles blancos de las mesas; dentro de las cornucopias pintadas de dorado habían colocado los panecillos recién horneados, y unas estufas de exterior se encargaban de mitigar la fresca brisa del océano. Incluso los centros de mesa con forma de pavo y pintados por número tenían estilo.
Todo el alumnado, el personal docente y una cincuentena de donantes habían asistido a la fiesta vestidos con sus mejores galas. Dawn y sus padres se habían acercado en coche hasta allí para pasar la velada. Aunque Luce todavía no había tenido ocasión de hablar con la chica, parecía recuperada, feliz incluso, y había saludado alegremente con la mano a Luce desde su sitio junto a Jasmine.
La mayoría de los aproximadamente veinte nefilim se sentaban juntos en dos mesas circulares adyacentes, excepto Roland, que se encontraba sentado en un rincón alejado con una acompañante misteriosa. Cuando esta se levantó, alzó su sombrero de ala ancha con forma de capullo de rosa y dirigió un saludo furtivo a Luce.
Era Arriane.
Luce sonrió a regañadientes, pero un segundo después sintió ganas de llorar. Al verlos a los dos juntos riéndose, Luce se acordó de la escena siniestra y nauseabunda que había vislumbrado en la Anunciadora el día anterior. Al igual que Cam y Daniel, se suponía que Arriane y Roland pertenecían a bandos opuestos, pero todo el mundo sabía que eran un equipo.
De todos modos, eso era distinto.
La Fiesta de la Cosecha estaba pensada para que fuera un día divertido antes de Acción de Gracias y de que terminaran las clases. Luego todo el mundo celebraría el verdadero Día de Acción de Gracias con sus familias, pero para Luce, en cambio, ese sería el único que iba a tener. El señor Cole todavía no le había respondido. Después del castigo del día anterior y de la revelación que había tenido en el tejado, realmente le resultaba difícil sentirse agradecida por algo.
—Casi no comes —dijo Francesca sirviendo una gran cucharada de puré de patatas en el plato de Luce. Se había acostumbrado al brillo estremecedor que se posaba en todas las cosas cuando Francesca hablaba. Francesca tenía un carisma sobrenatural por el simple hecho de ser un ángel.
Miró a Luce como si no se hubieran visto en el despacho el día anterior, como si Luce no estuviera castigada en su habitación.
A Luce se le había dado un puesto de honor al lado de Francesca en la gran mesa principal del cuerpo docente. Los donantes se acercaban de uno en uno a saludar a los profesores. Los otros tres alumnos de la mesa principal —Lilith, Beaker Brady y una chica coreana con un peinado al estilo paje a la que no conocía— habían logrado los asientos tras un concurso de ensayos. Luce, en cambio, solo había tenido que importunar a sus profesores lo bastante como para que temieran perderla de vista.
La cena tocaba a su fin cuando Steven se inclinó hacia delante en su asiento. Igual que Francesca, no demostraba ni un atisbo del enojo del día anterior.
—Asegúrate de que Luce se presente al doctor Buchanan.
Francesca se metió el último pedazo de bollo con mantequilla en la boca.
—El doctor Buchanan es uno de los principales donantes de la escuela —le explicó a Luce—. ¿Has oído hablar de su programa de Demonios en el Extranjero?
Luce se encogió de hombros mientras los camareros aparecían de nuevo para retirar los platos.
—Él y su ex esposa tenían linaje de ángeles, pero después del divorcio él cambió algunas de sus alianzas. De todos modos —Francesca miró a Steven—, es una persona que merece la pena conocer. ¡Oh! ¡Hola, señora Fisher! ¡Qué bien que haya venido!
—Sí, hola.
Una mujer bien entrada en años con un afectado acento británico, un abrigo grande de visón y más diamantes en torno al cuello que todos los que Luce había visto en su vida, tendió la mano enguantada de blanco hacia Steven, que se puso de pie para saludarla. Francesca también se levantó y se acercó para saludar a la mujer con un beso en cada mejilla.
—¿Dónde está Miles? —preguntó la señora.
Luce se levantó de golpe.