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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (33 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Pero Luce no lo escuchaba.

—Realmente no creo que pueda ser tan difícil —murmuró ella, más para sí que para los demás—. Basta con adoptar una postura y actuar en consecuencia.

—¿Cómo? —preguntaron Miles y Shelby a la vez.

—Lo siento —contestó Luce—. Es solo… ¿Os acordáis de lo que Arriane explicó anoche sobre inclinar la balanza hacia un lado? Pues se lo comenté a Daniel, y él se puso muy raro. En serio, ¿acaso no es obvio que hay una respuesta correcta y otra equivocada?

—Para mí, sí —dijo Miles—. Hay una opción buena y otra mala.

—¿Cómo podéis decir algo así? —preguntó Shelby—. Es precisamente ese modo de pensar el que nos ha metido en este embrollo. ¡La fe ciega! ¡La aceptación sin más de una dicotomía prácticamente obsoleta! —El rostro se le enrojeció y levantó tanto la voz que posiblemente Francesca y Steven podían oírla—. Estoy tan cansada de ángeles y demonios que toman partido. Todo ese bla, bla, bla de si esos son malos o son lo demás, como si supieran qué es lo mejor para el universo entero.

—¿Insinúas que Daniel tomará partido por el mal? —se mofó Miles—. ¿Que traerá el fin del mundo?

—Me importa un carajo lo que Daniel haga —repuso Shelby—. Y, la verdad, me resulta difícil creer que todo dependa de él.

Pero tenía que ser así. A Luce no se le ocurría ninguna otra explicación.

—Mira, tal vez las líneas no sean tan claras como nos han contado —prosiguió Shelby—. Quiero decir, ¿quién dice que Lucifer sea tan malo…?

—Tal vez… ¿todo el mundo? —apuntó Miles buscando una mirada de apoyo de Luce.

—¡Error! —refutó Shelby—. Un grupo de ángeles muy persuasivos que intentan conservar su
status quo
. Solo porque hace mucho tiempo ellos vencieron en una batalla, se creen que tienen la razón.

Luce miró cómo las cejas de Shelby se arqueaban cuando se desplomaba contra el respaldo rígido de la silla. Esas palabras hicieron pensar a Luce en algo que había oído en otra parte…

—Los vencedores reescriben la historia —murmuró. Eso era lo que Cam le había dicho aquel día en Noyo Point. ¿No era eso lo que Shelby quería decir? ¿Que los perdedores entonces adquieren mala fama? Sus puntos de vista eran parecidos. Lo único es que Cam, como no podía ser de otro modo, era legítimamente malévolo, y Shelby, en cambio, solo hablaba.

—Exacto. —Shelby asintió mirando a Luce—. Un momento. ¿Qué…?

En ese instante, Francesca y Steven entraron por la puerta. Francesca se acomodó en el asiento negro giratorio de su escritorio. Steven se puso en pie detrás de ella, con las manos ligeramente posadas en el respaldo del asiento. Con sus vaqueros y su camisa blanca limpia y almidonada, Steven parecía tan despreocupado como Francesca parecía severa con su vestido entallado negro de cuello cuadrado y rígido.

Aquello hizo reflexionar a Luce sobre la charla de Shelby acerca de las líneas difusas y las connotaciones de palabras como «ángel» y «demonio». Evidentemente, era superficial hacer juicios de valor atendiendo únicamente a la vestimenta de Steven y Francesca, pero de nuevo no se trataba solo de eso. En muchos sentidos, resultaba fácil olvidar cuál de ellos era qué.

—¿Quién quiere ser el primero? —preguntó Francesca mientras posaba sus cuidadas manos sobre la base de mármol—. Sabemos todo lo que ha ocurrido, así que no hace falta entrar en detalles. Ahora tenéis la ocasión de contarnos el motivo.

Luce tomó aire. Aunque no esperaba que Francesca les cediera la palabra tan rápidamente, no quería que Miles o Shelby intentaran encubrirla.

—Fue culpa mía —dijo—. Yo quería… —Miró la cara ojerosa de Steven y bajó la cabeza—. Vislumbré algo en las Anunciadoras, algo sobre mi pasado y quise saber más.

—Por lo tanto, ¿te expusiste a un viaje peligroso, el acceso prohibido a una Anunciadora, poniendo además en peligro a dos compañeros que realmente deberían haber sido más juiciosos, justo al día siguiente de que otra compañera de clase hubiera sido secuestrada? —preguntó Francesca.

—Eso no es justo —replicó Luce—. Tú misma quitaste importancia a lo que le había ocurrido a Dawn. Creímos que solo íbamos a ver algo, pero…

—Pero ¿qué? —intervino Steven—. ¿Os disteis cuenta de lo estúpido que es pensar así?

Luce se agarró al reposabrazos de la silla intentando contener las lágrimas. Francesca estaba enfadada con los tres, mientras que el enojo de Steven parecía recaer exclusivamente en Luce, lo cual no era justo.

—Vale, sí. Salimos de la escuela y nos fuimos a Las Vegas —admitió al fin—. Pero si nos pusimos en peligro fue solo porque vosotros me teníais a oscuras. Vosotros sabíais que había alguien que me perseguía y es posible que incluso sepáis por qué. Yo no habría abandonado el campus si me lo hubierais dicho.

Steven miraba a Luce con los ojos como brasas.

—Si de verdad insinúas que nosotros tenemos que ser así de explícitos contigo, Luce, entonces me siento muy decepcionado. —Posó una mano sobre el hombro de Francesca—. Tal vez tenías razón acerca de ella, querida.

—Un momento —dijo Luce.

Pero Francesca la detuvo con un gesto de la mano.

—¿Tenemos que ser explícitos también sobre el hecho de que la oportunidad que se te ha dado en la Escuela de la Costa para un crecimiento educativo y personal es en tu caso una experiencia única en mil vidas? —Se le sonrojaron las mejillas—. Nos has puesto en una situación muy incómoda. La escuela principal —señaló entonces la parte sur del campus— tiene sus castigos y sus programas de servicio a la comunidad para los estudiantes que se pasan de la raya. Pero Steven y yo no tenemos definido ningún sistema de castigo. Hasta ahora hemos tenido la fortuna de contar con unos alumnos que no han ido más allá de nuestros límites, que son realmente laxos.

—Eso ha sido hasta ahora —dijo Steven con la vista clavada en Luce—. Pero Francesca y yo estamos de acuerdo en que es preciso hacer un cambio y fijar un castigo severo.

Luce se inclinó hacia delante en su asiento.

—Pero Shelby y Miles no…

—Exacto —asintió Francesca—. Por ello, cuando acabemos, Shelby y Miles se presentarán ante el señor Kramer en la escuela principal para prestar servicios a la comunidad. La recogida de alimentos para la Fiesta Anual de la Cosecha empieza hoy, así que seguro que encontraréis una tarea adecuada para vosotros.

—¡Qué mier…! —espetó Shelby mirando a Francesca—. Quiero decir que la Fiesta de la Cosecha es mi diversión favorita.

—¿Y Luce? —quiso saber Miles.

Steven tenía los brazos cruzados y a través de la montura de concha de color carey de sus gafas atravesaba a Luce con sus ojos endemoniados de color avellana.

—Luce, estás castigada.

¿Castigada? ¿Eso era todo?

—Clase. Comida. Habitación —recitó Francesca—. Hasta nueva orden, y a menos que te encuentres bajo una vigilancia estricta, es lo único que te está permitido. Y nada de sumergirse en más Anunciadoras. ¿Lo has comprendido?

Luce asintió.

Steven añadió:

—No nos pongáis a prueba de nuevo. Incluso nosotros podemos llegar a perder la paciencia.

La combinación clase-comida-habitación no daba muchas opciones a Luce en una mañana de domingo. El pabellón estaba oscuro, y la cantina no se abría hasta las once para el almuerzo. Después de que Miles y Shelby se marcharan de mala gana al campo de adiestramiento para el servicio a la comunidad del señor Kramer, Luce no tuvo más opción que regresar a su habitación. Bajó el estor de la ventana que a Shelby le gustaba dejar levantado y se desplomó en la silla de su escritorio.

Podría haber sido peor. En comparación con las historias de celdas estrechas hechas con bloques de cemento destinadas a la reclusión individual de Espada & Cruz, a Luce le parecía que había salido bien parada. Nadie le había colocado ninguna pulsera de localización. De hecho, Steven y Francesca le habían impuesto las mismas restricciones que Daniel. La diferencia era que sus profesores realmente podían vigilarla día y noche, y Daniel no debía estar allí para nada.

Enfadada, encendió el ordenador, suponiendo que tendría cancelado su acceso a internet. Sin embargo, se pudo conectar y encontró tres mensajes de sus padres y uno de Callie. Al menos estando castigada podría comunicarse más con sus amigos y su familia.

Para: [email protected]

De: [email protected]

Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 8.22

Asunto: El perro-pavo

¡Mira la fotografía! Con motivo de la fiesta vecinal para celebrar el otoño vestimos a Andrew de pavo. Como puedes ver por las marcas de mordiscos en las plumas, le encantaron. ¿Qué te parece? ¿Quieres que se lo volvamos a poner cuando vengas para Acción de Gracias?

Para: [email protected]

De: [email protected]

Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 9.06

Asunto: Léelo

Tu padre acaba de leer mi e-mail y cree que tal vez te haya hecho sentirte mal. No queremos que te sientas culpable, cariño. Si te dejan venir a casa para Acción de Gracias, estaremos muy contentos. Si no, lo cambiaremos para otro día. Te queremos.

Para: [email protected]

De: [email protected]

Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 12.12

Asunto: Sin asunto

¿Nos dirás algo? Besos,

Mamá

Luce sostuvo la cabeza entre las manos. Se había equivocado. Ni todos los castigos del mundo le facilitarían la tarea de responder a sus padres. ¡Por Dios! ¡Si habían llegado incluso a disfrazar al perro de pavo! Le rompía el corazón la idea de decepcionarlos. Así que dejó el asunto para más tarde y abrió el e-mail de Callie.

Para: [email protected]

De: [email protected]

Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 16.14

Asunto: ¡AQUÍ ESTÁ!

Creo que la reserva de avión que envío a continuación habla por sí sola. Dime tu dirección y tomaré un taxi en cuanto llegue el jueves por la mañana. ¡Es la primera vez que voy a Georgia! ¡Y con mi gran amiga, a la que hace tanto tiempo que no veo! ¡Va a ser fabuloso! ¡Nos vemos en SEIS DÍAS!

En menos de una semana, el Día de Acción de Gracias, la mejor amiga de Luce aparecería en casa de sus padres, que la estarían esperando a ella, mientras que Luce seguiría exactamente allí, castigada en su habitación. Sintió una tristeza enorme. Habría dado cualquier cosa por estar con ellos y pasar unos días con sus seres queridos, que le darían un respiro después de las extenuantes y confusas semanas que había pasado confinada entre esas paredes de madera.

Abrió un nuevo e-mail y escribió un mensaje apresurado:

Para: [email protected]

De: [email protected]

Fecha: Domingo, 22 de noviembre, 09.33

Asunto: (Sin asunto)

Hola, señor Cole.

No se preocupe, no le voy a suplicar que me deje ir a casa por Acción de Gracias. Sé que es un esfuerzo inútil y no merece la pena. Sin embargo, no tengo valor para decírselo a mis padres. ¿Podría comunicárselo usted mismo? Dígales que lo siento mucho.

Aquí todo va bien. Echo de menos mi hogar.

Luce

Un golpe fuerte en la puerta hizo que Luce diera un respingo e hiciera clic en «Enviar» sin comprobar primero si tenía errores tipográficos o incómodos sentimentalismos.

—¡Luce! —Shelby la llamaba desde el otro lado de la puerta—. ¡Abre! Tengo las manos ocupadas con esa porquería de la fiesta del otoño. ¡Ten piedad!

Los golpes secos continuaban al otro lado de la puerta, cada vez más fuertes, acompañados de algún gruñido ocasional y algún que otro quejido.

Al abrir la puerta, Luce se encontró a Shelby resoplando, doblada por el peso de una enorme caja de cartón. Llevaba varias bolsas de plástico entre los dedos. Las rodillas le temblaban al entrar trabajosamente en el cuarto.

—¿Te ayudo?

Luce cogió una ligera cornucopia de mimbre que Shelby llevaba en la cabeza a modo de sombrero.

—Me han puesto en la sección de decoración —masculló Shelby dejando la caja en el suelo—. Habría dado lo que fuera por estar en limpieza, como Miles. ¿Sabes lo que ocurrió la última vez que alguien me obligó a usar una pistola de pegamento?

Luce se sentía responsable de los castigos de Shelby y de Miles. Se imaginó a Miles recorriendo la playa con una de esas varas para recoger la suciedad que había visto utilizar en Thunderbolt a los convictos en los márgenes de la carretera.

—Ni siquiera sé lo que es la Fiesta de la Cosecha.

—Es algo asquerosamente pretencioso, eso es lo que es —dijo Shelby revolviendo en la caja y arrojando al suelo bolsas de plástico con plumas, tubos de purpurina y un paquete de cartulinas—. Fundamentalmente, es un gran banquete al que acuden todos los donantes de la Escuela de la Costa a fin de recaudar dinero para el centro. Todo el mundo vuelve a casa sintiéndose muy caritativo después de haberse sacado de encima unas pocas latas viejas de guisantes y haberlas donado a un banco de alimentos de Fort Bragg. Ya lo verás mañana por la noche.

—Lo dudo —dijo Luce—. ¿Recuerdas que estoy castigada?

—No te preocupes, te harán ir. Algunos de los mayores donantes son abogados de causas nobles, así que Francesca y Steven han de hacer el papel, lo cual significa que todos los nefilim tenemos que estar presentes con la mejor de nuestras sonrisas.

Luce torció el gesto tras comprobar su imagen no nefilim en el espejo. Un motivo más para quedarse donde estaba.

Shelby maldijo en voz baja.

—Me he olvidado el estúpido centro de mesa con forma de pavo en el despacho del señor Kramer —se quejó poniéndose de pie, antes de dar una patada a la caja de elementos decorativos—. Tengo que volver.

Cuando Shelby se abrió paso para dirigirse a la puerta, Luce perdió el equilibrio, se tambaleó y tropezó con la caja dando con el pie en algo frío y húmedo al caer.

Fue a parar de bruces al suelo. Lo único que amortiguó su caída fue la bolsa de plástico de las plumas, que estalló y arrojó todo el plumerío de colores debajo de ella. Luce miró atrás para ver el estropicio que había causado y esperando ver a Shelby con las cejas arqueadas y un gesto de exasperación. Pero su compañera estaba inmóvil y señalaba con una mano el centro de la habitación, donde había suspendida una Anunciadora de color marrón.

—¿No te parece un poco arriesgado invocar a una Anunciadora una hora después de haber sido castigada por invocar a una Anunciadora? —preguntó Shelby—. Realmente pasas de todo, ¿verdad? En cierto modo, me parece admirable.

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