Miles cogió otra pasta para el camino. Shelby cogió un par de botas impermeables de topos. Jasmine se apretó la cinta de sus orejeras de color rosa y se encogió de hombros.
—¡Adiós a los preparativos! Tendremos que improvisar el discurso de bienvenida.
—¡Siéntate con nosotras en el autobús! —le ordenó Dawn—. Lo planificaremos todo camino de Noyo Point.
Noyo Point. Luce tuvo que esforzarse para tragarse un bocado del bollo de salvado. La expresión de la Proscrita muerta cuando aún estaba viva. El desagradable regreso a casa en coche con Cam… Esos recuerdos le ponían la carne de gallina. De nada servía que Cam le hubiera refregado en la cara haberle salvado la vida. Y, además, justo después de decirle que no abandonara el campus de nuevo.
Era raro que le hubiera dicho eso. Parecía casi como si él y Daniel estuvieran confabulados.
Luce se quedó sentada en el borde de la cama con gesto de incredulidad.
—¿Así que vamos todos?
Ella nunca había roto una promesa hecha a Daniel. Pero, en realidad, jamás le había prometido que no iría en yate. Esa prohibición le parecía tan severa y fuera de lugar que, por su bien, estaba decidida a no hacerle caso. Por otra parte, si accedía a seguir las normas impuestas por Daniel, tal vez no tendría que encontrarse en la desagradable situación de que alguien fuera asesinado. Pero quizá eso no eran más que paranoias suyas. Aquella nota la había hecho salir expresamente del campus. En cambio, una salida en barco con la escuela era algo totalmente distinto. Los Proscritos no iban a pilotar el yate.
—¡Pues claro que vamos todos! —Miles tomó a Luce por la mano, la hizo levantarse y la condujo hasta la puerta—. ¿Por qué no íbamos a ir?
Era el momento de elegir. Podía quedarse a salvo en el campus tal como Daniel (y Cam) le había dicho que hiciera, como si fuera una prisionera. O podía cruzar el umbral y demostrarse a sí misma que su vida le pertenecía.
Una hora y media más tarde, Luce y la mitad de los alumnos de la Escuela de la Costa se encontraban frente a un yate de lujo blanco y resplandeciente de unos cuarenta metros de eslora.
En la zona de la Escuela de la Costa el día era despejado, pero abajo, en las aguas del club náutico situado junto a los muelles, aún reinaba la fina capa de niebla del día anterior. Cuando Francesca bajó del autobús, susurró: «Ya basta», y levantó las manos al aire.
Con un gesto muy natural, como si descorriera las cortinas de una ventana, Francesca separó literalmente la niebla con los dedos, dejando a la vista una gran superficie de cielo despejado justo sobre la reluciente embarcación.
Lo hizo de un modo tan discreto que ninguno de los estudiantes o profesores no nefilim habría podido afirmar otra cosa aparte de que era obra de la naturaleza. Luce no daba crédito a lo que sus ojos habían visto, hasta que Dawn empezó a aplaudir con discreción.
—Asombroso, como siempre.
Francesca sonrió levemente.
—Sí. Así está mejor, ¿verdad?
Luce cayó en la cuenta de todos los detalles que podrían ser obra de un ángel. El trayecto en el autobús de alquiler había resultado mucho más agradable que el que había hecho ella misma bajo la lluvia en un autobús público el día anterior. Los escaparates de las tiendas parecían renovados, como si toda la localidad hubiera recibido una mano de pintura.
Los alumnos se dispusieron en fila para subir al yate, que, como todas las cosas caras, era despampanante. Su diseño elegante tenía la forma curva de una concha de mar y sus tres pisos disponían cada uno de una amplia cubierta de color blanco. Desde la cubierta de proa por la que entraron, Luce vio por los enormes ventanales tres camarotes lujosamente equipados. Bajo el cálido sol del club náutico, las preocupaciones de Luce sobre Cam y los Proscritos parecían ridículas y se sorprendió al ver que se desvanecían.
Siguió a Miles al camarote del segundo piso del yate. La estancia tenía las paredes de color marrón oscuro, muy sobrias, con unas banquetas largas de color blanco y negro apostadas en las paredes curvas. Había ya media docena de estudiantes desplomados en los asientos tapizados picando de la abundante comida que había sobre las mesitas.
En la barra, Miles abrió una lata de cola, la sirvió en dos vasos de plástico y le entregó uno a Luce.
—Y entonces el demonio le dice al ángel: «¿Demandarme? ¿Y dónde crees que vas a encontrar un abogado?». —Le dio un codazo—. ¿Lo captas? Se supone que los abogados…
Un chiste. Luce se había distraído y no se había dado cuenta de que Miles le estaba contando un chiste. Se forzó a reaccionar con una gran risotada, e incluso dio un golpecito en la barra. Miles la miró aliviado, tal vez también con cierto recelo ante aquella reacción tan exagerada.
—Uau —dijo Luce incómoda tras abandonar su risa fingida—. ¡Qué bueno!
A la izquierda de ambos, Lilith, la melliza alta y pelirroja a la que Luce había conocido el primer día de clase, se quedó a medio morder el tartar de atún.
—¿Qué asco de chiste es ese? —Miraba directamente a Luce con el ceño fruncido, y sus labios brillantes denotaban disgusto—. ¿De veras te parece divertido? ¿Acaso has estado alguna vez en el Infierno? Pues te aseguro que no tiene ninguna gracia. De Miles era de esperar, pero yo creía que tú tenías mejor gusto.
Luce se sorprendió.
—No pensaba que fuera cuestión de gusto —contestó—. En cualquier caso, estoy por completo con Miles.
—Chist. —Las manos bien cuidadas de Francesca se posaron de pronto en los hombros de Luce y de Lilith—. Sea cual sea la cuestión, recordad: estáis en un barco con setenta y tres alumnos no nefilim. La palabra del día es «discreción».
Esa seguía siendo para Luce una de las cosas más asombrosas de la Escuela de la Costa: el tiempo que pasaban con los alumnos normales de la escuela, fingiendo no hacer lo que en realidad hacían en el pabellón nefilim. Luce aún quería hablar con Francesca de las Anunciadoras, explicarle lo que había hecho días atrás en el bosque.
Francesca se marchó y Shelby apareció junto a Luce y Miles.
—Decidme, ¿hasta qué punto tengo que ser discreta para hacer que setenta y tres alumnos no nefilim metan la cabeza en el váter?
—¡Qué mala eres! —Luce se echó a reír y luego miró con sorpresa la bandeja de aperitivos que Shelby les ofrecía—. ¡Pero mira quién está compartiendo! ¡Y tú te jactas de ser hija única!
Shelby retiró bruscamente la bandeja después de que Luce tomara una aceituna.
—Sí, bueno, pero no te acostumbres.
Cuando el motor se puso en marcha, todos los alumnos estallaron en vítores. A Luce le gustaban especialmente esos momentos en la Escuela de la Costa, cuando no podía distinguir quién era nefilim y quién no. Fuera había una fila de chicas enfrentándose al frío, riéndose mientras su pelo ondeaba al viento. Unos compañeros de su clase de historia estaban organizando una partida de póquer en un rincón del camarote principal. Luce supuso que encontraría a Roland en esa mesa, pero curiosamente no lo vio por ningún lado.
Cerca del bar, Jasmine tomaba fotografías de todo, mientras Dawn, agitando al aire un papel y un bolígrafo, le hacía señas a Luce para recordarle que tenían que escribir el discurso. Luce se dispuso a ir hacia ellas cuando por el rabillo del ojo vio a Steven al otro lado de la ventana.
Estaba solo, apoyado en la barandilla, envuelto en una larga gabardina negra y tocado con un sombrero fedora que le cubría el pelo entrecano. Todavía le inquietaba pensar que era un demonio, especialmente porque al menos lo que sabía de él le gustaba. Por otra parte, su relación con Francesca confundía a Luce aún más. Formaban una unidad especial. Recordó lo que Cam había dicho la noche anterior acerca de que él y Daniel no eran tan distintos. La comparación aún le iinquietaba cuando corrió la puerta corredera de cristal tintado para abrirla y salió a cubierta.
Desde el barco, al oeste solo veía el azul infinito del océano superpuesto al azul del cielo despejado. Las aguas estaban tranquilas, pero una fuerte brisa recorría los costados de la embarcación. Al acercarse a Steven, Luce tuvo que agarrarse a la barandilla, entrecerrar los ojos por el brillo del sol y protegerse la vista con la mano. Francesca no se veía por ningún lado.
—Hola, Luce. —Steven sonrió y se quitó el sombrero cuando ella alcanzó la barandilla. Aunque era noviembre, tenía la piel bronceada—. ¿Cómo va todo?
—Menuda pregunta —respondió ella.
—¿Te has agobiado mucho esta semana? ¿Nuestra demostración con la Anunciadora te impresionó mucho? ¿Sabes?… —Bajó la voz—, eso no lo habíamos enseñado nunca.
—¿Impresionarme? No, me encantó. —Se apresuró a responder Luce—. Quiero decir… Fue difícil verlo, pero a la vez también fue fascinante. De hecho, me gustaría hablar de ello con alguien…
Mientras Steven la miraba fijamente, Luce recordó la conversación que había oído de sus dos profesores con Roland. Sabía que era Steven, y no Francesca, el más dispuesto a incluir las Anunciadoras en el programa de estudios.
—Me gustaría saberlo todo de ellas.
—¿Todo? —Steven ladeó la cabeza de modo que el sol le dio completamente en la piel ya de por sí bronceada—. Eso requiere tiempo. Existen trillones de Anunciadoras, una prácticamente por todos y cada uno de los momentos de la historia. Es un campo infinito. La mayoría de nosotros ni siquiera sabemos por dónde empezar.
—¿Y por eso no lo habíais enseñado antes?
—Es una cuestión controvertida —dijo Steven—. Hay ángeles que no conceden ningún valor a las Anunciadoras. O que creen que lo malo que con frecuencia proclaman es superior a lo bueno. Consideran que quienes las defendemos, como un servidor, somos un hatajo de ratas de la historia, demasiado obsesionados con el pasado como para prestar atención a los pecados del presente.
—Pero eso es como decir que el pasado carece de valor.
Si eso fuera cierto, significaría que todas las vidas anteriores de Luce no habían servido para nada y que su historia con Daniel carecía también de importancia. Por lo tanto, lo único que ella debía tener en cuenta era lo que sabía de Daniel en esta vida. ¿Y eso era suficiente?
No. No lo era.
Tenía que creer que había algo más que lo que sentía por Daniel: una historia valiosa y secreta con algo más que unas cuantas noches de besos felices y otras de disputas. A fin de cuentas, si el pasado carecía de valor, eso era todo lo que tenían.
—Por la cara que pones —dijo Steven—, diría que ya tengo a otra partidaria.
—Espero que no andes llenando la cabeza de Luce con alguna de esas guarradas demoníacas tuyas. —Francesca estaba detrás de ellos con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Hasta que se echó a reír, Luce no supo si bromeaba.
—Hablábamos de las sombras… Bueno, quiero decir, de las Anunciadoras —explicó Luce—. Steven me decía que cree que hay trillones.
—Steven también cree que a él no le hace falta llamar al fontanero cuando el baño tiene un escape. —Francesca sonrió con calidez, pero en su voz había algo que incomodaba a Luce, como si hubiera hablado con demasiado atrevimiento—. ¿Tienes ganas de ver más escenas cruentas como la que vislumbramos en clase el otro día?
—No, no quería decir eso…
—Hay motivos por los que hay cosas que es mejor dejarlas en manos de los expertos. —Francesca miraba a Steven—. Igual que los escapes de agua en un baño… Me temo que las Anunciadoras, por tratarse de ventanas al pasado, son precisamente una de esas cosas.
—Por supuesto, entendemos por qué tú en particular estás tan interesada en ellas —añadió Steven, acaparando toda la atención de Luce.
Steven había dado en el blanco: sus vidas anteriores.
—Pero tienes que comprender —prosiguió Francesca— que vislumbrar sombras es tremendamente arriesgado sin el entrenamiento debido. Si te interesa, hay universidades y programas académicos rigurosos de los que me encantará hablarte en el momento oportuno. Pero por ahora, Luce, deberás disculpar el error de haberlas presentado prematuramente en una clase de instituto, así que tendrás que conformarte con cómo están las cosas.
Luce se sintió rara y escrutada; ambos mantenían la vista clavada en ella.
Al inclinarse un poco sobre la barandilla, vio a sus amigos debajo, en la cubierta principal del barco. Miles miraba por unos binoculares e intentaba señalarle algo a Shelby, que, pertrechada tras sus enormes gafas Ray-Ban, no le prestaba la menor atención. En la popa, Dawn y Jasmine estaban sentadas en un saliente con Amy Branshaw, todas ellas inclinadas sobre una carpeta y tomando notas a toda velocidad.
—Debería ir a ayudarlas con el discurso de bienvenida —dijo Luce, apartándose de Francesca y Steven. Mientras bajaba por la escalera de caracol sintió la mirada de ambos posada en su espalda. Una vez en la cubierta principal, pasó por debajo de una hilera de velas enrolladas y se abrió camino entre un grupo de estudiantes no nefilim que se encontraban de pie en un círculo aburrido en torno al señor Kramer, el delgado profesor de biología, que les explicaba algo acerca del frágil ecosistema que tenían justo a sus pies.
—¡Aquí estás! —Jasmine introdujo a Luce en el grupo—. Por fin el plan toma forma.
—¡Perfecto! ¿Qué puedo hacer para ayudaros?
—A las doce tocaremos la campana. —Dawn señaló una enorme campana de latón que colgaba de una polea en una vara blanca cerca de la proa del barco—. A continuación, daré la bienvenida a todo el mundo; luego Amy hablará de cómo surgió la idea del viaje, y Jasmine hará un repaso de los eventos sociales que van a celebrarse este semestre. Solo falta que alguien hable del medio ambiente.
Las tres dirigieron la mirada a Luce.
—¿El barco es un híbrido o algo parecido? —quiso saber Luce.
Amy se encogió de hombros y negó con la cabeza.
Dawn tuvo una idea y se le iluminó la cara.
—Podrías decir algo así como que estar aquí nos hace a todos más conscientes del medio ambiente, porque quien vive cerca de la naturaleza se comporta de acuerdo con ella.
—¿Sabes escribir poemas? —preguntó Jasmine—. Podrías hacer uno de risa.
A Luce, que se sentía culpable por no haber asumido ninguna responsabilidad real, le pareció necesario mostrarse conforme con la idea.
—Poesía medioambiental —dijo pensando que lo único que se le daba peor que la poesía y la biología marina era hablar en público—. De acuerdo, lo haré.
—¡Perfecto! ¡Uf! —Dawn se pasó la mano por la frente—. Bien, lo que yo he pensado es…