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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (11 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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—¿Eso es todo? ¿Y qué propones que hagamos entretanto? —preguntó Francesca.

—Mira, no es asunto mío. —A Luce le resultaba tremendamente familiar esa voz —. Y, de hecho, no es mi estilo…

—Por favor —suplicó Francesca.

El despacho se quedó en silencio. El corazón de Luce latía con fuerza.

—Vale. Yo que vosotros lo prepararía todo por aquí. Estrechad el control sobre ellos y haced cuanto podáis para que estén preparados. Se supone que el fin del mundo no será un momento precisamente agradable.

El fin del mundo. Eso era lo que Arriane había dicho que ocurriría si Cam y su ejército vencían aquella noche en Espada & Cruz. Pero no vencieron. A menos que hubiera habido otro combate… Pero, en tal caso… ¿para qué tenían que estar preparados los nefilim?

El roce de las patas de una silla al arrastrarse en el suelo hicieron retroceder a Luce de un salto. Nadie debía descubrirla escuchando esa conversación, hablasen de lo que quiera que hablasen.

Y se alegró de la infinidad de recovecos misteriosos de la arquitectura de la Escuela de la Costa. Se escondió bajo el armazón decorativo de madera que había entre dos estanterías y se apretó contra el hueco de la pared.

Entonces se oyeron los pasos de alguien que salía del despacho y luego la puerta se cerró con fuerza. Luce contuvo el aliento y esperó a que la persona bajara la escalera.

Primero le vio los pies. Calzaba unas botas de piel marrón de media caña. A continuación, en cuanto tomó la curva por el pasamanos para bajar a la segunda planta del pabellón, vio unos vaqueros oscuros lavados a la piedra. Luego una camisa abotonada de rayas azules y blancas. Y, finalmente, su característica melena de rastas negras y doradas.

Roland Sparks estaba en la Escuela de la Costa.

Luce salió de su escondite. Podía sentirse intimidada ante Francesca y Steven, que eran personas sumamente atractivas, poderosas y maduras… además de ser sus profesores. Pero Roland había dejado de intimidarla, y si lo hacía en todo caso no era mucho. Por otra parte, él había estado más cerca de Daniel de lo que lo había estado ella en días.

Descendió por la escalera interior con el máximo sigilo posible, y luego salió a toda velocidad por la puerta del pabellón que daba a la terraza. Roland se dirigía tranquilamente hacia el océano en actitud despreocupada.

—¡Roland! —gritó ella bajando precipitadamente el último tramo de la escalera y echando a correr.

Él se encontraba de pie donde acababa el camino y el risco se abría en rocas empinadas y escarpadas.

Permaneció muy quieto mirando las aguas. A Luce le sorprendió sentir un cosquilleo en el estómago cuando él empezó a darse la vuelta muy lentamente.

—Vaya, vaya —dijo él sonriendo—. Lucinda Price ha descubierto el tinte.

—¡Oh! —Ella se tocó el pelo. ¡Qué estúpida debía de parecerle!

—No, no —dijo él aproximándose y ahuecándole el pelo con los dedos—. Te queda bien. Un cambio brusco para tiempos duros.

—¿Qué haces aquí?

—Matricularme. —Se encogió de hombros—. Acabo de recoger mi calendario de clases y de entrevistarme con los profesores. Este lugar es realmente encantador.

Llevaba una bolsa al hombro de la que sobresalía algo alargado, estrecho y plateado. Al seguir la vista de Luce, se cambió la bolsa de hombro y la cerró con un nudo.

—Roland —dijo ella con voz temblorosa—, ¿por qué te has ido de Espada & Cruz? ¿Qué haces aquí?

—Simplemente necesitaba un cambio de aires —replicó él de forma críptica.

Luce iba a preguntarle sobre los demás, sobre Arriane y Gabbe. incluso sobre Molly. Quería saber si alguien se había percatado o le había importado su partida. Pero al abrir la boca, le salió algo muy diferente.

—¿De qué hablabas con Francesca y Steven?

El rostro de Roland se endureció de pronto; parecía más mayor y menos despreocupado.

—¿Qué has oído?

—Era sobre Daniel. He oído que decías que él… No tienes que mentirme, Roland. ¿Cuánto falta para que regrese? Yo no me veo capaz…

—Vayamos a dar un paseo, Luce.

Si en Espada & Cruz a Luce le hubiera resultado incómodo que Roland Sparks posara un brazo en torno a sus hombros, en la Escuela de la Costa aquel gesto le pareció reconfortante. Nunca habían llegado a ser amigos, pero él formaba parte de su pasado, un vínculo al que no podía dejar de recurrir.

Anduvieron por el borde del acantilado, bordeando la zona ajardinada del desayuno y el lado oeste de la residencia; a continuación, pasaron por un jardín de rosas que Luce no había visto antes. Anochecía y a la derecha el agua parecía inundada de colores, reflejando las nubes de tonos rosados, anaranjados y violeta que se deslizaban lentamente ante el sol.

Roland la llevó hasta un banco con vistas al océano, prudentemente alejado de los edificios del campus. Al mirar hacia abajo, Luce vio una escalera tosca labrada en la roca que comenzaba justo debajo de donde ellos se encontraban sentados y que conducía hasta la playa.

—¿Qué cosas sabes que no me cuentas? —preguntó Luce cuando el silencio empezó a incomodarla.

—Que el agua solo está a diez grados —dijo Roland.

—No me refería al agua —replicó ella, mirándolo directamente a los ojos—. ¿Te ha enviado para vigilarme?

Roland se rascó la cabeza.

—Mira, Daniel está fuera atendiendo sus asuntos. —Hizo un gesto de revolotear hacia el cielo—. Entretanto… —A Luce le pareció que miraba hacia el bosque de detrás de la residencia— tú tienes otros asuntos que atender.

—Pero ¿qué dices? No tengo nada que hacer. Solo estoy aquí porque…

—Tonterías. —Él se echó a reír—. Todos tenemos nuestros secretos, Luce. El mío me ha traído a la Escuela de la Costa. El tuyo te ha llevado hacia esos bosques.

Luce se disponía a protestar, pero él, con esa mirada misteriosa suya, le hizo un gesto para que lo dejara.

—No pienso ponerte en un aprieto. De hecho, te estoy animando. —Apartó la mirada de ella para posarla en el mar—. Y a propósito del agua, está helada. ¿Te has bañado alguna vez? Sé que te gusta nadar.

Entonces Luce cayó en la cuenta de que, tras tres días en la Escuela de la Costa con el océano siempre omnipresente, el nido de las olas continuamente en los oídos, el aire salado impregnándolo todo, no había puesto un pie en la playa. Y ese colegio no era como Espada & Cruz, donde había una lista interminable de cosas prohibidas. No sabía por qué no se le había ocurrido.

Negó con la cabeza.

—Lo único que se puede hacer en una playa tan fría es encender una hoguera. —Roland la miró—. ¿Has hecho ya algún amigo?

Luce se encogió de hombros.

—Alguno.

—Tráelos esta noche en cuanto haya oscurecido. —Señaló una estrecha franja de arena situada al pie de la escalera de piedra—. Justo ahí.

Ella miró a Roland de soslayo.

—¿Qué pretendes exactamente?

Roland sonrió malicioso.

—No te preocupes. Será algo inocente. Pero ya sabes cómo funciona todo. Soy nuevo y me gustaría darme a conocer.

—Oye, tío, si vuelves a tropezar conmigo voy a tener que romperte el tobillo.

—Y tú, Shelby, si no acapararas toda la luz de la linterna, los demás podríamos ver dónde ponemos los pies.

Luce intentaba contener la risa mientras atravesaba el campus sumido en la oscuridad detrás de Shelby y de un Miles cada vez más enojado. Eran casi las once de la noche, y la Escuela de la Costa estaba totalmente a oscuras y en un silencio solo interrumpido por el grito de las lechuzas. La luna anaranjada y en cuarto creciente se encontraba muy baja en el cielo y oculta por un velo de niebla. Entre los tres solo habían logrado hacerse con una linterna (la de Shelby), de modo que solamente uno (Shelby) podía ver bien el camino que llevaba hasta la orilla. Para los otros dos, los jardines, que a la luz del día parecían exuberantes y bien cuidados, ahora eran una trampa mortal con pinos erizo derribados, helechos de enormes raíces y los talones de los pies de Shelby.

Cuando Roland le pidió traer a algunos amigos esa noche, Luce se había sentido profundamente abatida. En la Escuela de la Costa no había guardias en los pasillos, ni aterradoras cámaras de seguridad grabando cada movimiento de los estudiantes, así que no la inquietaba ser descubierta. De hecho, escabullirse de la residencia había resultado relativamente sencillo. El gran desafío para ella consistía en llevar a alguien.

Dawn y Jasmine parecían ser las mejores candidatas para una fiesta en la playa, pero cuando Luce subió a su habitación de la quinta planta, el pasillo estaba a oscuras y ninguna contestó a su llamada. De regreso a su habitación, se encontró a Shelby enredada en una especie de postura de yoga tántrico que a Luce le dolía con solo mirarla. No quiso romper la gran concentración de su compañera de habitación para invitarla a una especie de fiesta desconocida, pero un golpe fuerte en la puerta obligó a Shelby a abandonar de mala gana la postura.

Miles quería saber si a Luce le apetecía tomar un helado.

Luce miró a Miles y a Shelby, y dijo sonriendo:

—Tengo una idea mejor.

Diez minutos más tarde, pertrechados con una sudadera con capucha, una gorra de los Dodges colocada al revés (Miles), calcetines de lana con dedos para poder llevar chanclas (Shelby) y la inquietud creciente ante la perspectiva de mezclar a Roland con la gente de la Escuela de la Costa (Luce), se dirigían dificultosamente hacia un extremo del acantilado.

—A ver, repito, ¿quién es ese tipo? —preguntó Miles tras señalar una hondonada en el camino pedregoso antes de que Luce saliera despedida.

—Es un chico de mi otra escuela.

Luce pensó en una descripción mejor mientras los tres iniciaban el descenso por la escalera de roca. Roland no era exactamente un amigo. Y, aunque los alumnos de la Escuela de la Costa parecían bastante abiertos, no sabía si debía decirles a qué bando de los ángeles caídos pertenecía Roland.

—Era amigo de Daniel —dijo al final—. Seguramente será una pequeña fiesta. No creo que conozca a nadie más que yo aquí.

Antes de ver nada percibieron el olor: el humo delator del nogal de una gran hoguera. A continuación, al final de la empinada escalera, tomaron la curva de la roca y, tras rebasarla, se detuvieron asombrados por el chisporroteo de una enorme llamarada naranja.

En la playa parecía haber reunidas unas cien personas.

El viento rugía como un animal salvaje, pero nada comparable con el alboroto de los asistentes a la fiesta. A un lado, el más próximo a donde se encontraba Luce, un grupo de hippies barbudos con camisetas raídas había improvisado un círculo de tambores. Su cadencia proporcionaba a un grupo de chicos el son al que bailar. Al otro lado de la fiesta estaba la hoguera propiamente dicha; Luce se puso de puntillas y vio que en torno al fuego había muchos compañeros suyos de la Escuela de la Costa desafiando el frío. Todos sostenían una vara en el fuego, intentando encontrar el mejor lugar donde asar sus perritos calientes y sus nubes dulces y colocar sus recipientes de hierro forjado. Resultaba imposible saber cómo todos ellos habían tenido noticia de la fiesta, pero era evidente que todo el mundo se lo estaba pasando muy bien.

Y en el centro de todo, Roland, que se había cambiado la camisa abotonada y planchada y las caras botas de piel por una sudadera con capucha y unos vaqueros raídos, como los que llevaba todo el mundo. Estaba de pie sobre una roca, gesticulando exageradamente mientras explicaba una historia que Luce no lograba oír bien. Dawn y Jasmine se encontraban entre quienes lo escuchaban fascinados; el fuego iluminaba sus rostros realzando la belleza y vivacidad de ambas.

—¿Y esto es lo que tú entiendes por una pequeña fiesta? —preguntó Miles.

Luce clavó la vista en Roland y se preguntó qué estaría contando. Algo en su pose le recordó a Luce la habitación de Cam en la primera y única fiesta en la que había participado en Espada & Cruz. De pronto echó de menos a Arriane y, naturalmente, también a Penn, que al llegar a esa fiesta se había sentido nerviosa pero que al final fue la que mejor se lo había pasado. Y, claro está, echó de menos a Daniel, que entonces apenas le dirigía la palabra. ¡Qué distinto era todo ahora!

—Bueno, chicos, no sé vosotros —dijo Shelby, quitándose las chanclas y metiéndose en la arena con sus calcetines—, pero yo voy a buscar una bebida, un perrito caliente y quizá luego intente que me dé clases uno de los chicos del círculo de tambores.

—Yo igual —respondió Miles—, menos la parte del círculo de tambores, por si no ha quedado claro.

—Luce. —Roland la saludó desde la roca—. ¡Estás aquí!

Miles y Shelby se dirigieron hacia el puesto de perritos calientes, y Luce, tras rebasar una duna de arena fría y húmeda, se encaminó hacia Roland y los demás.

—Está claro que no bromeabas cuando has dicho que querías darte a conocer a todo el mundo. Roland, esto es grande.

Roland asintió con gracia.

—Grande, ¿eh? Pero ¿bueno o malo?

Parecía una pregunta tendenciosa. A Luce le hubiera gustado decir que ella eso no lo podía saber. Recordó la conversación airada que había oído en el despacho de su profesora y el tono crispado de esta. La línea entre lo bueno y lo malo parecía increíblemente difusa. Roland y Steven eran ángeles caídos que se habían pasado al otro bando. Demonios, ¿no? ¿Acaso ella podía saber qué significaba eso? Pero estaba también Cam y… ¿qué quería decir Roland con esa pregunta? Lo miró con los ojos entornados. Tal vez en realidad solo quería saber si Luce se lo estaba pasando bien.

Una multitud de invitados vestidos con colores muy vivos se arremolinaron en torno a ella, y sin embargo Luce sentía muy cerca las infinitas olas oscuras. La brisa del agua era fría, mientras que la hoguera le abrasaba la piel. En ese instante muchas cosas que parecían contrarias se revelaban ante ella de repente.

—¿Quién es toda esa gente, Roland?

—A ver… —Roland señaló a los hippies del círculo de tambores—. Gente del lugar. —Luego indicó a la derecha un grupo grande de chicos que intentaban impresionar a un grupo mucho más pequeño de chicas con unos pocos y ambiciosos pasos de baile bastante mal ejecutados—. Esos son marines con base en Fort Bragg. Tal como están disfrutando de la fiesta, espero que estén de permiso todo el fin de semana. —Jasmine y Dawn se acercaron en silencio, y Roland las rodeó con sus brazos—. Y a este par creo que ya las conoces.

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