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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (31 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Shelby, con una risita burlona, se puso tres tubos pequeños de crema de leche en el café.

—¡El fin del mundo! ¿De verdad os creéis esa chorrada? Decidme, ¿cuántos milenios llevamos esperándolo? ¡Y los humanos se creen pacientes y apenas llevan dos mil años! ¡Ja! Como si fuera a cambiar alguna cosa.

Arriane tenía cara de estar a punto de poner a Shelby en su sitio, pero entonces dejó el café en la mesa.

—¡Qué maleducada por no haberme presentado a tus amigos, Luce!

—Hummm. Ya sabemos quién eres —dijo Shelby.

—Sí. Había todo un capítulo dedicado a ti en mi libro de historia de los ángeles de octavo —añadió Miles.

Arriane dio unas palmaditas.

—¡Y pensar que me dijeron que ese libro había sido prohibido!

—¿En serio? ¿Apareces en un libro de texto? —Se rió Luce.

—¿De qué te sorprendes? ¿No te parezco histórica? —Arriane se volvió hacia Shelby y Miles—. Bueno, habladme de vosotros. Necesito saber con quién anda mi chica.

—Con una nefilim incrédula no practicante. —Shelby levantó la mano.

Miles tenía la mirada clavada en su comida.

—El inútil ta-ta-taranieto en octavo grado de un ángel.

—No es cierto. —Luce dio una palmadita en el hombro de Miles—. Arriane, deberías haber visto cómo nos ha ayudado esta noche a pasar a través de la sombra. Ha estado fabuloso. Por eso estamos aquí, porque leyó ese libro y además él podía…

—Sí, eso me preguntaba yo —repuso Arriane con tono sarcástico—. Pero lo que más me preocupa es esta chica. —Hizo un gesto en dirección a Shelby. El rostro de Arriane adoptó una expresión más grave de la que Luce estaba acostumbrada a ver en ella. Incluso sus frenéticos ojos de color azul claro parecieron aquietarse—. No son estos buenos tiempos para ser una no practicante de lo que sea. Todo está cambiando constantemente, pero al final se pasarán cuentas. Y no tendrás más remedio que optar por uno u otro bando. —Arriane miró fijamente a Shelby de forma deliberada—. Todos tenemos que saber dónde estamos.

Antes de que alguien pudiera responder, la camarera reapareció con una gran bandeja de plástico de color marrón con comida.

—Bueno, ¿qué os parece un servicio tan rápido? —preguntó—. A ver, ¿quién de vosotros quería las salchichas…?

—¡Yo! —Shelby sorprendió a la camarera con su rapidez para alcanzar el plato.

—¿Alguien querrá ketchup?

Negaron con la cabeza.

—¿Extra de mantequilla?

Luce señaló la bola helada de mantequilla de sus tortitas:

—Estamos servidos. Gracias.

—Si necesitamos algo —respondió Arriane con la mirada clavada en la cara feliz que había dibujada con nata en su plato—, pegaremos un grito.

—Oh, seguro que lo haréis. —La camarera soltó una risita tímida mientras se colocaba la bandeja debajo del brazo—. Gritaréis como si el mundo se fuera a acabar, que lo hará.

En cuanto se marchó, Arriane fue la única que se puso a comer. Cogió un arándano que había en la nariz de la tortita, se lo echó a la boca y se relamió los dedos con placer. Luego miró la mesa en su conjunto.

—¡Al ataque! —dijo—. Un bistec o unos huevos fríos no valen nada. —Suspiró—. Vamos, chicos, habéis leído libros de historia. Ya sabéis lo que se dice…

—Yo no —replicó Luce—. Yo no sé nada.

Arriane chupó reflexivamente su tenedor.

—Es cierto. En tal caso, permíteme que te presente mi versión, que, de hecho, es mucho más divertida que la que ofrecen los libros de historia, porque no voy a censurar las grandes peleas, las palabras malsonantes ni las escenas de sexo. Mi versión tiene de todo excepto que no está en 3D, aunque esto último, en mi opinión, está sobrevalorado. ¿Habéis visto esa película de…? —Entonces advirtió la perplejidad de sus caras—. ¡Oh, bueno, no importa! De acuerdo, empezó hace milenios atrás. A ver, ¿es preciso que te ponga al día sobre Satanás?

—Fue el primero en enfrentarse a Dios. —La voz de Miles era monótona, como si repitiera una lección de tercero mientras pinchaba un trozo de bistec con su tenedor.

—Pero antes habían estado superunidos —añadió Shelby mientras rebañaba el sirope con un bollo—. Quiero decir que Dios llamaba a Satanás su «lucero de la mañana». Por lo tanto, no es que Satanás no fuera apreciado o querido.

—Pero prefirió reinar en el Infierno que servir al Cielo —intervino Luce. Ella no había leído las historias de los nefilim, pero sí
El Paraíso perdido
, o, por lo menos, CliffNotes.

—¡Es muy bonito! —Arriane sonrió inclinándose hacia Luce—. ¿Sabes? En otro tiempo Gabbe era muy buena amiga de las hijas de Milton. Le gusta atribuirse el mérito de esa frase, y yo siempre le digo que si no le basta con el número de admiradores que tiene. Pero bueno. —Arriane pasó a atacar con el tenedor los huevos de Luce—. Caramba, ¡qué ricos! ¿Nos podríais traer un poco de salsa picante? —gritó en dirección a la cocina—. Muy bien, ¿dónde nos habíamos quedado?

—En Satanás —dijo Shelby con la boca llena de tortita.

—Exacto. En fin, se pueden decir muchas cosas del Diablo Grande, pero en cierto modo él… —Arriane sacudió la cabeza— fue quien introdujo la idea del libre albedrío entre los ángeles. Quiero decir que realmente nos dio a los demás algo en que pensar. ¿Hacia qué bando te inclinas? Puestos a escoger, un buen número de ángeles cayeron.

—¿Cuántos? —preguntó Miles.

—¿Ángeles caídos? Los suficientes como para provocar un empate. —Arriane adoptó una actitud reflexiva por un instante, luego hizo una mueca y gritó a la camarera—: ¡Salsa picante! ¿Acaso no hay en este maldito local?

—¿Y los ángeles que cayeron pero que no se aliaron con…?

Luce se interrumpió al pensar en Daniel. Se dio cuenta de que hablaba entre susurros, pero le parecía que aquella era una conversación realmente importante como para tratarla en una cafetería, aunque fuera el establecimiento más vacío de la noche.

Arriane también bajó el tono de voz.

—Bueno, hay muchos ángeles que cayeron pero que técnicamente siguen estando aliados con Dios. Pero están también los que se aliaron con Satanás. A estos los llamamos demonios, aunque en realidad no son más que ángeles caídos que realmente tomaron una mala decisión.

»Yo no digo que haya sido fácil para nadie. Desde la Caída, los ángeles y los demonios han ido empatados, codo a codo, a la par. —Untó la mantequilla en la nariz de la tortita—. Pero todo eso puede estar a punto de cambiar.

Luce bajó la mirada hacia los huevos, incapaz de comer.

—Antes has dado a entender que mi postura tenía algo que ver con todo esto, ¿verdad? —Shelby parecía menos vacilante de lo normal.

—No la tuya exactamente. —Arriane negó con la cabeza—. Sé que parece que todos estamos pendientes de un hilo. Pero al final un ángel poderoso tomará partido por un bando. Cuando esto ocurra, la balanza se inclinará hacia un lado. Y entonces importará mucho en qué bando te encuentras.

Las palabras de Arriane recordaron a Luce que cuando estuvo encerrada en el callejón que conducía a la pequeña capilla con la señorita Sophia esta no dejaba de decir que el destino del universo tenía algo que ver con ella y Daniel. Aquellas palabras de un ser maligno como la señorita Sophia en ese momento le habían parecido totalmente descabelladas. Aunque Luce no estaba muy segura sobre qué hablaba exactamente, sabía que tenía que ver con el regreso de Daniel.

—Es Daniel —musitó ella—. El ángel capaz de inclinar la balanza es Daniel.

Aquello explicaba su continuo pesar, que acarreaba como si fuera una maleta de dos toneladas. Explicaba por qué llevaba apartado de ella tanto tiempo. Lo único que no aclaraba era por qué parecía que la mente de Arriane albergase algunas reservas sobre el bando por el que se inclinaría la balanza. El bando que ganaría la guerra.

Arriane se dispuso a contestar, pero en lugar de hacerlo volvió a atacar el plato de Luce.

—¡Eh, camarera! ¿Me harás el favor de traer la salsa picante de una vez? —gritó.

Una sombra se desplomó sobre su mesa.

—Yo te daré algo realmente picante.

Luce se volvió y se estremeció ante lo que vio: un chico muy alto vestido con una gabardina marrón y larga desabrochada tras la que se veía el destello de algo plateado metido en el cinturón. Llevaba la cabeza rapada, tenía la nariz fina y recta, y lucía unos dientes perfectos.

Y sus ojos eran blancos. Unos ojos completamente vacíos de color. Sin iris, sin pupilas. Nada.

Su expresión extraña y vacua le recordó a la Proscrita. Entonces Luce no había podido ver bien a la chica y observar qué le pasaba en los ojos, pero ahora se podía hacer una idea bastante aproximada de ello.

Shelby miró al chico, tragó saliva con fuerza y se concentró en su desayuno.

—Yo no he sido —farfulló.

—Ya no hace falta —dijo Arriane al chico—. Te la podrás poner en el primer bocadillo que te serviré.

Luce observó con los ojos como platos cómo la figura diminuta de Arriane se ponía de pie y se restregaba las manos en los vaqueros.

—Ahora mismo vuelvo, chicos. ¡Oh, Luce! Recuérdame que te riña cuando regrese.

Antes de que Luce pudiera preguntar qué tenía que ver ese chico con ella, Arriane lo había cogido por la oreja, se la había retorcido con fuerza y le había golpeado la cabeza contra el mostrador de cristal junto a la barra.

El ruido rompió la tranquilidad nocturna del restaurante. El chico gritaba como un niño mientras Arriane le retorcía la oreja en la otra dirección y se le subía encima. Aullando de dolor, empezó a doblar su cuerpo enclenque hasta que se desembarazó con fuerza de Arriane y la arrojó contra una vitrina de cristal.

Ella rodó en todo lo largo y se detuvo al final dando contra un enorme pastel de merengue de limón; luego se incorporó apoyándose en la barra. Dio una voltereta hacia atrás en dirección hacia él y lo atrapó con una llave de cabeza con las piernas. A continuación, empezó a golpear la cabeza del chico con sus puños pequeños.

—¡Arriane! —gritó la camarera—. ¡No me toquéis los pasteles! ¡Intento ser tolerante, pero tengo que ganarme la vida!

—¡Vale, está bien! —gritó Arriane—. Ya continuaremos en la cocina.

Soltó al chico, bajó al suelo y le dio un puntapié con su zapato de plataforma. Él tropezó torpemente contra la puerta que llevaba a la cocina del restaurante.

—Vosotros tres, venid —les dijo a los de la mesa—. A lo mejor incluso aprendéis algo.

Miles y Shelby arrojaron sus servilletas de un modo que a Luce le recordó a los alumnos de Dover cuando arrojaban todas las cosas y salían corriendo al pasillo al grito de «¡Pelea! ¡Pelea!» en cada ocasión que se producía el mínimo indicio de pelea.

Luce los siguió un poco más vacilante. Si Arriane insinuaba que ese tipo había aparecido por culpa de Luce, eso le planteaba muchas otras preguntas espeluznantes. ¿Y la gente que se había llevado a Dawn? ¿Y aquella Proscrita que arrojaba flechas a la que había matado Cam en Noyo Point?

En el interior de la cocina se oyó un golpe fuerte, y tres hombres ataviados con delantales sucios se apresuraron a salir de ella presas del miedo. Cuando Luce pasó junto a ellos por la puerta batiente, Arriane tenía inmovilizado al muchacho con un pie en la cabeza mientras Miles y Shelby le ataban con el cordel de cocina. Él tenía los ojos vacíos dirigidos hacia Luce, pero parecía mirar a través de ella.

Lo amordazaron con un trapo de cocina, por lo que, cuando Arriane se mofó preguntándole «¿Querrás refrescarte un poco? ¿Qué tal en la sala de refrigeración de la carne?», no pudo más que gruñir. Había dejado de oponer resistencia.

Arriane lo agarró por el cuello, lo arrastró por el suelo, lo llevó a la sala refrigerada, le propinó un par de patadas por si acaso y luego cerró la puerta tranquilamente. Se restregó las manos como queriendo desempolvarlas y se volvió hacia Luce con expresión de enojo.

—¿Quién me persigue, Arriane? —Luce tenía la voz temblorosa.

—Mucha gente, pequeña.

—¿Ese era … —Luce recordó su encuentro con Cam— un Proscrito?

Arriane carraspeó. Shelby tosió.

—Daniel me dijo que no podía estar conmigo porque llamaba demasiado la atención. Me dijo que estaría a salvo en la Escuela de la Costa, pero ellos también fueron allí…

—Solo porque te interceptaron saliendo del campus. Tú también llamas la atención, Luce. Y cuando sales al mundo colándote en casinos y cosas parecidas nosotros lo notamos, y también los malos. Por eso, principalmente, es por lo que estás en la escuela.

—¿Qué? —Era Shelby—. ¿La escondéis con nosotros? ¿Y qué hay de nuestra seguridad? ¿Qué pasaría si los Proscritos aparecieran en el campus?

Miles no decía nada, solo miraba alarmado alternativamente a Luce y a Arriane.

—¿No entiendes que los nefilim te camuflan? —preguntó Arriane—. ¿Acaso Daniel no te habló de su… coloración protectora?

La mente de Luce retrocedió hasta la noche en que Daniel la había dejado en la Escuela de la Costa.

—Tal vez dijo algo sobre un escudo, pero… —Aquella noche le habían pasado tantas cosas por la cabeza… Había tenido bastante intentando asimilar que Daniel la abandonaba. Ahora sintió una nauseabunda sensación de culpa—. No lo entendí. Él no entró en detalles, se limitó a decir que tenía que permanecer en el campus. Yo pensé que estaba siendo demasiado protector.

—Por lo general, Daniel sabe lo que se hace. —Arriane se encogió de hombros y sacó la lengua a un lado de la boca en actitud reflexiva—. Bueno, a veces. De vez en cuando.

—¿Estás diciendo que quien sea que la persigue no la puede ver si está con un grupo de nefilim? —Esta vez era Miles, que parecía haber recuperado el habla.

—En realidad, los Proscritos no ven nada en absoluto —explicó Arriane—. Se volvieron ciegos durante la Revuelta. Ahora iba a hablar sobre esa parte de la historia. ¡Es muy buena! Lo de la extracción de los ojos y todo ese rollo edípico. —Suspiró—. ¡Oh, vaya! Sí, los Proscritos. Ellos ven la llama del alma, lo cual resulta más difícil de ver si te hallas en un grupo de nefilim.

Los ojos de Miles se agrandaron. Shelby se mordía las uñas con nerviosismo.

—Así que por eso confundieron a Dawn conmigo.

—Y por eso te ha encontrado el chico del refrigerador esta noche —aclaró Arriane—. ¡Y qué caramba! También es así como te he podido encontrar yo. Aquí eres como una vela en una cueva oscura. —Cogió un frasco de nata montada de la encimera y se echó un chorro directamente en la boca—. Me gusta tomar reconstituyente vegetariano tras una pelea. —Bostezó, y eso hizo que Luce consultara la hora en el reloj digital verde que había en la encimera. Eran las 2.30 de la mañana.

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