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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (38 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Capítulo 58

 

Eran
bien pasadas las once de la mañana cuando Jessica se despertó. Abrió los
párpados lentamente pero pronto los volvió a cerrar, incomodada por la luz del
exterior que se filtraba a través de las cortinas caladas. Permaneció así con
los ojos cerrados apenas unos instantes más, recordando cada una de las razones
por las cuales había regresado a aquel lugar. El tiempo apremiaba jugando en su
contra.

Se
giró para darle la espalda a la ventana y entonces pudo abrirlos sin temor.
Miró el lado desocupado de la cama y suspiró. ¿Por qué todo le recordaba a él?
¿Por qué no podía borrarle de su mente? Deslizó la mano sobre las sábanas
arrugadas imaginando que él estaba allí y que era posible tocarle. Pero, ¿a
quién pretendía engañar? Nada iba a ser como antes, porque todo había cambiado.
¿Qué futuro podría ofrecerle a Gabriel?: Ninguno. Ella pronto partiría y él en
cambio merecía ser feliz aunque no fuese a su lado.

Tragó
saliva con amargo gusto de soledad. Quería borrar de su mente el recuerdo de
Gabriel, porque echarle de menos dolía demasiado. 

Se
tomó algo más de tiempo antes de levantarse de la cama y poco después salió de
la habitación de invitados poniendo rumbo a la planta de abajo.

Echó
un breve vistazo a su alrededor mientras cruzaba el largo pasillo tras bajar
las escaleras. Todo continuaba exactamente igual a como lo recordaba. Aquel par
de cuadros pintados a espátula de
 
Aleksey
Motorin
, el viejo reloj de pie apoyado en la pared junto a la alacena y
aquellas fotografías en blanco y negro con sus marcos hecho a mano por su
madre, de cuando ella no era más que una niña.

Apenas
se disponía a cruzar el umbral de la puerta cuando escuchó voces al otro lado.
Eran sus padres que estaban manteniendo una acalorada discusión.

—¡Tu
hija debe irse!¡No la quiero en mi casa! —aseveró John con el semblante
furioso. Mantenía la mandíbula apretada y todos los músculos de su cuerpo en
continua tensión.

—John,
no estás siendo justo. Sus razones tendrá para haber regresado después de casi
diez años sin saber nada de su vida, de lo que hacía, con quién estaba, si
estaba bien o si era feliz... —le miró a los ojos—, ¿Ni siquiera te vas a
dignar a escucharla? —esta vez le preguntó con los ojos tristes y cansados,
tratando de robarle un ápice de humanidad a ese resentimiento tan arraigado que
tenía en su maltrecho corazón.  

—Amanda,
mi hija murió el mismo día en que se marchó de esta casa para no volver nunca
más.

Ella negó
repetidas veces con la cabeza. Su hija y él eran tan parecidos, como dos gotas
de agua, tan testarudos y a la vez tan obstinados. Tendría que encontrar pronto
la manera de que ambos pudieran hablar y arreglar sus diferencias. Ahora ella
había regresado, ahora era el momento. Amanda suspiraba esperanzada de que
aquel penar remitiera de una vez por todas.  

John empuñó ambas manos y comenzó a andar para salir de la
cocina sin saber que su hija estaba tras la puerta. Al llegar hasta allí sus
miradas se cruzaron y el tiempo se congeló a su alrededor.

Ninguno de los dos abrió la boca, salvo John que lo hizo
para mascullar palabras sin sentido en el aire para después esquivar su mirada
y alejarse de su lado.

Jessica permaneció quieta y pensativa durante varios
segundos más antes de pasar a la cocina y reunirse con su madre. Se acercó por
la espalda, ella tras la conversación con John había vuelto a ocuparse de
la comida.

—Buenos días mamá —le dijo acercándose lo suficiente para
que tan solo al darse la vuelta pudieran abrazarse. Porque lo ansiaba como el
respirar. No soportaba la evidente indiferencia por parte de su padre.

Amanda dejó sus manos libres para fundirse con ella en un
efusivo y tierno abrazo.

—Te quiero mi niña... —estrechó más sus brazos alrededor
del cuello de su hija.

—Mamá... ya dejé de ser una niña hace mucho tiempo...

—Pero tú siempre lo serás, siempre serás mi niña...
—aseguró con un hilo de voz, las lágrimas y la emoción no le permitieron hablar
con mayor claridad—. ¿Cómo dejé que sufrieras tanto? ¿Cómo permití que te
separaran de ella?

Aquellas preguntas se quedaron suspendidas en el aire.
Ahora ya nada de eso importaba.

 

* * *

 

La guapa vecina aporreó la puerta con sus nudillos a la vez
que aguardaba sonriente con una botella de vino tinto en la otra mano. Mientras
esperaba en el pasillo hizo un breve balance mental de los acontecimientos de
los últimos tres meses. Su objetivo primordial fue huir de Philadelphia, huir
de su trabajo, huir de la vida pero sobretodo, huir de su marido Clive Wilson.
Y hasta ese momento, lo había logrado. Nadie, absolutamente nadie conocía su
verdadero paradero, ni siquiera su verdadera identidad: Noah Anderson. El día
que decidió desaparecer se prometió a sí misma que bajo ningún concepto
regresaría, porque preferiría mil veces la muerte antes que regresar de
nuevo a su lado.

Alguien que no esperaba, abrió la puerta con una dulce
sonrisa en sus labios. Noah se quedó observando a aquella preciosidad de niña.
Debía de tener unos ocho años a juzgar por la estatura y la apariencia, de
larga melena castaña con ligeros destellos en tono cobrizo y unos enormes ojos
turquesa tan expresivos que era del todo imposible no perderse en ellos.

Noah se inclinó ligeramente apoyando las manos en sus
muslos para estar a la misma altura que la niña y así facilitar la
conversación:

—¿Y tú quién eres? —le preguntó Noah divertida.

—Eso debería de preguntarte yo a ti ¿no? —le corrigió con
un bonito timbre de voz.

—Bueno. Ahí me has pillado, jovencita... —le sonrió
dulcemente. A Noah le encantaban los niños pero en especial las niñas
 
sabelotodo
 
como aquella—. Me llamo Kelly.

Noah le ofreció la mano para tratar de formalizar aquel
primer contacto pero la niña en cambio arrugó el entrecejo mientras meditaba lo
que pensaba hacer.

—¿Eres tú la vecina rarita?

Noah tras escuchar aquella pregunta, no pudo evitar abrir
los ojos como platos y empezar a reír sin parar. Se irguió llevándose las manos
sobre el vientre porque le dolía horrores de tanto reír. Aquella niña le había
levantado el ánimo sin lugar a dudas.

—Charlotte, ¿qué está pasando aquí? —se escuchó una voz
masculina y grave acercándose al umbral de la puerta. Al llegar junto a la
niña, se encontró con la divertida escena. Noah continuaba riendo y Charlotte
la miraba con cara de pocos amigos.

—Es la vecina rarita, papá... —le contestó.

Frank la miró anonadado unos segundos. ¿Por qué se reía
tanto?, desde luego el apodo de “rarita” se lo estaba ganando a pulso y sin
darse cuenta empezó a contagiarse también. Sin duda aquella joven tenía un
magnetismo especial porque ni él recordaba haberse reído tanto en toda su vida.

—Pues yo no le veo la gracia por ningún lado —murmuró la
niña cruzando los brazos enojada aún sin comprender—. Me marcho a la cocina,
voy a pintarme las uñas.

Charlotte se giró para entrar de nuevo al apartamento y
ambos se quedaron a solas. Prosiguieron las risas envolviéndoles unos minutos
más hasta que gradualmente aminoraron hasta convertirse en un par de
sonrisas dibujadas en sus caras.

Noah entonces alzó la vista hacia el joven de pelo castaño
y penetrantes ojos oscuros que la miraba con gran curiosidad. Gabriel le había
hablado de ella, poniéndole sobre aviso, así que afortunadamente jugaba con
bastante ventaja.

—Soy Frank, compañero de Gabriel —le tendió la mano—. Y tú
debes de ser Kelly, su vecina.

—Así es.

Noah le estrechó la mano educadamente sin dejar de mirarle
a los ojos. Frank era un chico apuesto y muy alto, de metro noventa de estatura
para ser exactos y de espalda ancha muy probablemente por la práctica de
algún deporte acuático. Y pese a tener unas manos enormes que podrían abarcar
casi dos del tamaño de ella, estas eran suaves al tacto.

—Encantado de conocerte.

—Lo mismo digo —le sonrió esta vez enseñando los dientes—.
Esto... ¿puedo pasar?

—Ehm... claro, perdona. Pasa, pasa...

Realizó un gesto con la mano invitándola a entrar.

—Toma —dijo Noah entregándole la botella de vino tinto—,
como no sé qué es lo que suele acompañar a una tortilla de patatas, pues... he
traído esto.

Frank giró la botella entre sus manos y acto seguido leyó
la etiqueta.

—Vaya —silbó—, un reserva Ribera del Duero...

—No vayas a pensar que entiendo de esas cosas —sonrió a
medias—, únicamente me he limitado a ir a la bodega de la calle 55 y les he
explicado que era para acompañar a una comida típica española.

—Pues desde luego han acertado —sonrió—. Sin duda quién te
lo ha vendido quería que no defraudaras.

Noah empezó a caminar sonriente hacia la cocina, seguida de
la atenta mirada de Frank. Gabriel que estaba concentrado cocinando se giró al
escuchar acercarse unos pasos tras de sí.

—¡Hombre, por fin estamos todos!... a no, que falta el
chucho —bromeó Gabriel dando la vuelta a la tortilla.

Noah puso los ojos en blanco.

—Dana, la perrita se llama Dana.

—Ya lo sé pelirroja —le guiñó un ojo y luego se acercó para
darle un beso en la mejilla—. No te enfades, no era más que una estúpida broma,
ya conoces mi humor irónico...

—Sí, ya lo conozco —añadió negando con la cabeza después de
sentarse en una de las sillas junto a Charlotte.

Gabriel miró a su compañero y luego a la niña que se
pintaba las uñas de color azul celeste.

—Supongo que me toca hacer las presentaciones pertinentes
—pronunció tras reservar la tortilla en un plato llano dejándolo sobre la
mesa—. Él es Frank, mi compañero de trabajo y mi amigo.

Gabriel le frotó el brazo en señal de aprecio y luego
prosiguió:

—Y esta monada de aquí es Charly, su hija.

—Hola de nuevo —añadió Noah sonriéndole.

La niña siquiera levantó la vista, siguió mascando su
chicle haciendo ruiditos. No tenía el más mínimo interés por ella y así mismo
se lo mostró.

—Charlotte, no seas maleducada —le regañó su padre
apartando la laca de uñas de su lado para que le prestara atención—. Estoy
esperando...

Ella bufó y luego chasqueó con la lengua.

—Hola —murmuró esta vez mirándole a la cara.

—¿Eso es todo? ¿Esos son los modales que te he enseñado?
Tienes ocho años, eres casi una señorita.

—No te preocupes... —intervino Noah para que aquello no
fuera a mayores—. Ya nos hemos presentado antes en el rellano, por eso ahora no
comprende por qué ha de hacerlo de nuevo.

Noah le guiñó un ojo a Charlotte y la niña relajó algo el
semblante. Frank por su contra dejó de insistir y se puso a hablar con Gabriel
de un proyecto muy importante que tenían entre manos. Jessica antes de
marcharse le había dado carta blanca para hacer y deshacer a su antojo,
confiaba en él y también en Gabriel, juntos desde un primer momento habían
formado un buen equipo de trabajo.

Noah suspiró.

Precisamente aquella no era la comida que tenía en mente.
Hubiera preferido estar a solas con Gabriel, porque con tanta gente sabiendo de
su existencia era un riesgo demasiado alto que correr, además de ser
muy peligroso.

Volvió a suspirar, esta vez algo más aliviada. Un padre y
su hija ¿qué mal podrían causarle?

«Deja de tener paranoias y relájate»
, pensó para sus adentros.

«Creo que voy a tener que volver a apuntarme a clases de
Taichí»

Capítulo 59

 

Al
llegar a los postres, Gabriel abrió una nueva botella, esta vez una bien fría
de cava
(1)
. Buscó tres
copas de cristal y las colocó una a cada uno de sus invitados y la otra junto a
su lado, encabezando la mesa.

Primero rellenó la
copa de Frank y después al querer hacerlo con la de Noah esta la tapó colocando
su mano encima.

—Gracias Gabriel,
pero creo que ya he bebido lo suficiente —dijo negando con la cabeza a modo de
disculpa.

—¿En serio no
quieres probar un poco?

—Me temo que no.
No estoy acostumbrada y los efectos que el alcohol suele provocarme, mejor no
los conozcas —sonrió sin separar los labios y luego miró a Frank quién estaba
sentado frente suya.

—Yo tampoco suelo
estar acostumbrado, de hecho hacía meses que no lo probaba, pero como Gabriel
se empeñó en celebrar mi ascenso, me he visto obligado a no hacerle un feo
—añadió notándose algo más achispado que hacía un momento.

—Tu merecido
ascenso —le rectificó— No lo olvides.

Frank sonrió solo
a medias. Sin duda jamás se había definido como una persona sedienta de poder,
siquiera ambiciosa, sino todo lo contrario. Pero la repentina marcha de Jessica
había supuesto para su carrera un atractivo reto. Cuando Jessica se lo propuso,
dudó en aceptar el cargo o no, de hecho la decisión final no se la comunicó
hasta horas antes de su partida.

Gabriel puso la
botella en el interior de la cubitera y tomó asiento. Frank le esperó para
brindar y ambos bebieron justo después.

—Hum... Está
delicioso —pronunció relamiendo sus labios.

—Sí, es sin duda
uno de los mejores cavas que he probado —aseguró Frank dejando la copa de nuevo
sobre la mesa.

Noah les observaba
sin dejar de preguntarse cómo era posible que dos personas tan diferentes
lograran alcanzar aquel nivel de complicidad manifiesto en el ambiente. Sin
dejar de procesar en su cabeza esa información se llevó un trozo de tarta de
chocolate a la boca y tentada por la curiosidad, tuvo que preguntarles:

—¿Hace mucho
tiempo que os conocéis?

—Lo cierto es que
no. Poco más de un mes.

Con asombro enarcó
sin darse cuenta una ceja. A juzgar por cómo se comportaban, habría jurado que
se conocían de toda la vida. Frank al notar el repentino cambio en sus gestos
faciales, quiso aclarar enseguida la respuesta tan escueta de Gabriel.

—Al principio
empezamos a trabajar en el proyecto Kramer y sin saber por qué enseguida hubo
buen
 
feeling
 
entre nosotros
 

le aclaró
—.
 
A día de hoy aún me sigo
sorprendiendo, porque jamás me había ocurrido con nadie.

—Es cierto. A mí me
pasó exactamente igual —insistió—. No necesito que pasen los años para saber
que es un buen amigo, me lo demostró con creces tras el fallecimiento de mi
padre.

La cara de Noah de
nuevo cambió, notando como un repentino nudo se le formaba en la garganta.

—Lo lamento,
Gabriel.

—No te preocupes,
Kelly —le regaló una sonrisa tranquilizadora—. Al principio cuesta asumirlo,
pero creo que por fin he empezado a hacerlo.

—La muerte de un
ser querido jamás se supera, llegas a convivir con el sufrimiento, tratas de
engañarte enmascarándolo, pero en el fondo sigue ahí.

Las palabras de
Noah calaron hondo en ambos, quienes continuaban escuchándola en completo
silencio.

—Mi madre falleció
hace tan solo tres meses —relató sin saber cómo ni por qué, aquellas palabras
se habían escapado de su boca—. Desde entonces no hay un solo día que al menos
uno de mis pensamientos no vaya destinado a ella.

—Te comprendo
—aseveró Gabriel colocando una mano sobre la suya que reposaba sobre la mesa.

Frank no sabía qué
decir, ni como debía comportarse. Afortunadamente aún no había llegado el
momento de experimentar aquel horrible sentimiento de pérdida de un ser tan
cercano y cruzó los dedos deseando que pasara mucho tiempo antes no lo
padeciera.

Gabriel dejó de
coger la mano de Noah y suspirando se levantó para recoger los platos y
acercarse hacia su iPod que reposaba junto la cartera de Frank y las llaves de
su coche.

—¿Qué os parece si
alegramos un poco el ambiente? —Preguntó y sin esperar respuesta, buscó una canción
en el menú— ¿Habéis escuchado algo del grupo “
El canto del loco”
?

Ambos negaron con
la cabeza. ¿Se trataba de un grupo español?

—Os voy a poner
una que Dani Martín cantó a dúo con Amaya Montero, y además os prometo que uno
de estos día si queréis os interpretaré con mi guitarra alguna de la
discografía —aseguró muy animado al tiempo que daba comienzo la canción
 
Puede ser.

“No sé si quedan amigos

y si existe el amor,

si puedo contar contigo

para hablar de dolor,

si existe alguien que escuche

cuando alzo la voz

y no sentirme sol”

(...)

Gabriel se acercó
a Noah y tendiéndole la mano le invitó a levantarse de su asiento.

—¿Me concedes el
primer baile? —le preguntó con una sonrisa arrebatadoramente sexy.

—Cómo negarme —le
devolvió la sonrisa al tiempo que rodeaba con los brazos sus hombros.

Él le estrechó su
cintura entre sus manos y empezaron a bailar siguiendo el ritmo de la música.

—¿Te gusta?

—Es bonita. No
entiendo mucho la letra pero suena bien.

—Es una especie de
Oda a la amistad, al amor y a la superación —le dijo cogiendo de una de sus
manos y tras suspender su brazo al aire, hizo que diera una vuelta sobre sí
misma.

—Me gusta. Mucho.

Frank que les
observaba desde el lugar que ocupaba en la mesa, se acabó el cava y
levantándose de la silla se acercó a ambos.

—Creo que le toca
el turno al homenajeado. Al
 
merecido
 homenajeado
—enfatizó.

Gabriel le miró
unos segundos y al poco después se separó de Noah para cederle el puesto.

—Toda tuya.

Y dicho esto salió
del salón y entró en la cocina para ir a buscar otra botella de cava a la
nevera.

Noah y Frank se
quedaron uno frente al otro, mirándose. Luego éste la cogió delicadamente de
sus muñecas y se las colocó sobre sus hombros e instantes después ella
entrelazó sus dedos uniéndolos tras su nuca. Frank era un hombre demasiado alto
en comparación con ella, teniendo en cuenta que ella media metro setenta y
calzaba unos zapatos de tacón plano. Las manos de él se deslizaron tímidamente
por las curvas de su cintura y ella aprovechó para apoyar la cabeza ligeramente
en su torso.

Frank por primera
vez pudo oler su delicado aroma a flor de azahar al mismo tiempo que sus pies
danzaban y su cuerpo se estrechaba al de ella.

—Bailas muy bien
para ser un hombre.

—¿Para ser un hombre?
—Le preguntó asombrado por su afirmación—. Lo tomaré como un cumplido, creo.

Ella sonrió
divertida separándose ligeramente para poder mirarle directamente a los ojos.

—Es un cumplido
—reafirmó.

Estuvieron
bailando hasta que la canción cesó, luego ella dejó de estar colgada de sus
hombros para caminar hacia el sofá de dos plazas y acomodarse en él.
Frank por contra permaneció unos segundos más anclado en el sitio,
pensativo. Muy pensativo. Siendo consciente de que su corazón, durante todo el
tiempo que estuvo bailando con ella, palpitaba a un ritmo más rápido de lo
normal.

—Venga chicos,
otra copita... —dijo Gabriel enseñando la botella que acababa de abrir.

Frank salió de su
ensimismamiento y se sentó junto a Noah en el pequeño sofá. Gabriel ofreció una
nueva copa de cava a cada uno. Frank aceptó pero Noah la rehusó por
segunda vez consecutiva.

—En otro momento,
gracias Gabriel —hizo una mueca al tiempo que negaba con el dedo.

Gabriel que
empezaba a tener la vista enturbiada por el efecto del alcohol, se dejó caer en
el sofá en medio de ambos.

—¿Qué haría yo sin
vosotros? —preguntó dejando la copa sobre la pequeña mesita que había junto a
sus pies y después los abrazó a la vez con gran efusividad.

En aquel preciso
instante hizo aparición Charlotte, todo ese tiempo había permanecido en la
habitación de Gabriel con el portátil. Se acercó hasta su padre y tiró de su
mano.

—Papi, vámonos a
casa, porfi... me aburro... —bufó ladeando la cabeza y poniendo morritos a
sabiendas que ese gesto nunca le fallaba, su padre era incapaz de negarle
absolutamente nada.

—Vale, cariño.
Dame dos minutos, mientras, ponte la cazadora.

La niña dibujó en
su cara una sonrisa triunfal y caminando dando saltitos atrapó la prenda del
perchero.

Frank se incorporó
y Noah le siguió.

—Yo también
debería irme. Gracias por la comida y por la compañía, Gabriel.

Éste fue el último
en levantarse del sofá y Noah se alzó de puntillas para darle dos besos. Poco
después se despidieron y salieron al rellano de la escalera.

—Gracias, nos
vemos mañana en la oficina —pronunció Frank algo aturdido aún por el efecto del
alcohol que acababa de ingerir.

Gabriel tras
sacudir el pelo de Charlotte y pellizcarle los carrillos, abrazó a Frank para
segundos después meterse de nuevo en su apartamento y dirigirse derechito a la
cama. Se desvistió a medias y luego se dejó caer sobre las sábanas. Apenas sin
darse cuenta en cuestión de minutos ya dormía. Le vendría bien, además de estar
agotado física y psicológicamente, volvía a estar bastante borracho.

 

Noah buscó las
llaves para abrir la puerta de su apartamento sin quitar el ojo de encima a
Frank y a su hija, Charlotte. Ambos estaban plantados frente al ascensor,
esperando a que este subiera a su encuentro. Pero justo cuando iba a anclar la
llave en el bombín de la cerradura y como venía siendo costumbre en ella, la
alarma de su conciencia le advirtió como si se tratara de una lucecita roja
insistente y parpadeante, que no debía dejar que Frank condujera si había
ingerido alcohol.

Entonces resopló
resignándose por lo que iba a hacer. Se dio media vuelta y con determinación
caminó hasta quedar junto a Frank.

—Dame las llaves
—le dijo enseñándole la palma de su mano.

—¿Perdona?

—Que me des las
llaves del coche —reiteró esta vez con mayor ímpetu.

La niña sacó la
cabeza del hueco entre su padre y la pared brindándole una mirada hostil.

—Kelly, ¿por quién
me has tomado? soy un padre responsable, nunca conduciría ebrio y menos
llevando a mi hija en la parte trasera de mi coche.

—No suelo hacer
juicios de valor y no dudo de tu sinceridad, pero he contado las copas que te
has tomado... y digamos que eran siete...

Frank no daba
crédito, ¿qué era una especie de alma de la guarda o más bien una toca pelotas?

—¿Siempre sueles
ser tan... controladora?

—Solo cuando debo serlo
y en este caso, así es —Noah no pensaba desistir, sabía que en aquel estado no
estaba en condiciones de llevar un coche y no iba a permitir que arriesgara ni
su vida ni la de Charlotte—. O me das las llaves o te pido un taxi, tú eliges
—reiteró enseñándole la palma de su mano una vez más.

Ambos se
sostuvieron las miradas durante bastante rato hasta que el sonido de la
campanilla del ascensor interrumpió aquel duelo de titanes.

—Me había dado la
sensación de que eras más consecuente, sobretodo por el hecho de tener una
hija, pero por lo visto me he equivocado de lleno.

Noah lanzó una vez
más la pelota de la moral hacia su bando.

Justo en ese
instante, la puerta del ascensor se abrió y Charlotte entró en su interior
dando un par de saltitos. Frank miró a su hija pensativo una vez más, bien
mirado quizás no era tan mala idea.

—Por favor
—insistió por última vez antes de que la puerta volviera a cerrarse.

—Está bien
—protestó a regañadientes mientras se llevaba la mano al bolsillo buscando las
llaves para luego dárselas.

Frank colocó el
pie delante del sensor para que la puerta no se cerrase y ella pudiera entrar y
de esta forma unirse a ellos en el interior del cubículo.

—Gracias.

 

El ascensor
descendió hasta la planta baja del edificio y todos salieron en silencio.

Ya en el exterior,
era de noche y la luna brillaba con fuerza bajo un manto de cielo oscuro. Un
aire frío azotó sus rostros y Frank arropó a su hija entre sus brazos.

Su vehículo no
estaba lejos, pero aún debían caminar un par de manzanas hasta el garaje
subterráneo donde estaba estacionado.

El silencio les
acompañó una vez más hasta las escaleras de acceso al subsuelo. Frank aprovechó
para acercarse a una de las máquinas de prepago y luego señaló a
Noah donde estaba aparcado su coche. Ésta no pudo evitar abrir los
ojos como platos al descubrir que el coche de Frank se trataba de un Maserati
Quattroporte de color negro. Impresionada, no por el lujo manifiesto del
vehículo sino porque no esperaba que Frank fuese tan vanidoso.

Noah pulsó el
botón del mando y las cuatro luces anaranjadas parpadearon a la vez.

—Kelly, antes de
que empieces a hacer conjeturas, he de confesarte que este coche no lo he
comprado yo, sino que se trata de un regalo que me vi obligado a aceptar. Yo
jamás compraría uno similar. No tengo necesidad de aparentar lo que no soy.
Porque lo que ves, es lo que soy —abrió los brazos mostrándose ante
ella.        

Noah sonrió. Le
creía, por supuesto que creía en sus palabras. Poco después Frank aprovechó
para abrirle la puerta primero a ella y después a su hija que jugaba con la
Nintendo DS.

 

Tras subir por la
rampa del garaje, Frank encendió el equipo de música sin recordar que al
hacerlo partiría desde la última de las canciones que habían sonado con
anterioridad. En este caso era la última de
 
Eminem
y Rhianna
 “
The Monster”:

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