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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

Otra aventura de los Cinco (2 page)

BOOK: Otra aventura de los Cinco
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Las dos chicas dirigieron su vista al mar, donde se destacaba la isla y su castillo, recordando la formidable aventura que habían corrido allí el último verano.

Por fin llegaron a la casa.

—¡Quintín! —llamó la madre de
Jorge
—. ¡Quintín! ¡Las chicas ya están aquí!

Tío Quintín salió de su despacho y se dirigió al vestíbulo. A Ana le pareció todavía más alto y sombrío que de costumbre.

«¡Está más ceñudo que nunca!», se dijo a sí misma.

Tío Quintín podía ser muy inteligente; pero ella prefería a hombres alegres y festivos como su propio padre. Le dio cortésmente la mano a su tío y vio como
Jorge
le daba un beso.

—Bueno —dijo tío Quintín dirigiéndose a Ana—. Como sabéis, os vamos a traer un preceptor para estas vacaciones. Supongo que estaréis dispuestas a comportaros con él como es debido.

Lo había dicho en tono más bien jocoso, pero Ana y
Jorge
no estaban contentas. Las personas con las cuales había que comportarse con toda corrección y respeto solían ser serias, severas y fastidiosas. Las chicas se alegraron cuando el padre de
Jorge
volvió a su despacho.

—Tu padre ha estado trabajando últimamente una enormidad —dijo a
Jorge
su madre—. Está un poco agotado. Menos mal que ya está a punto de terminar el libro. Él tenía la idea de acabarlo antes de las Navidades y pasar las fiestas con nosotros para descansar, pero ahora dice que no podrá ser.

—¡Qué lástima! —dijo Ana para quedar bien, pero en su fuero interno se había llevado una gran alegría.

No hubiera sido muy distraído para ella pasar las Navidades oyendo hablar de cosas científicas, a las que era muy aficionado su tío.

—¡Oh, tía Fanny, estoy deseando volver a ver a Julián y a Dick! ¡Estoy segura de que ellos también están ansiosos por ver a
Jorge
y a
Tim
! Tía Fanny: en el colegio nadie llamaba Jorgina a
Jorge
, ni siquiera la profesora. Yo tenía ganas de que alguien la llamase Jorgina: me hubiera gustado ver cómo reaccionaba.
Jorge
: ¿verdad que lo has pasado bien en el colegio?

—Sí —contesto
Jorge
—. Es cierto. Yo había creído que lo iba a pasar muy molesto entre tantas chicas, pero, a pesar de todo, me ha gustado. Mamá: estoy asustada pensando en lo que vas a decir cuando leas mis notas. Ten en cuenta que me faltan todavía muchas cosas que aprender.

—Sí, ya sé que es la primera vez que vas a un colegio —dijo su madre—. Se lo explicaré así a tu padre para que no se enfade. En fin, será mejor que nos vayamos ya a tomar el té. Es tarde. Debéis de estar hambrientas.

Un rato después, las chicas subían por la escalera que conducía al piso donde estaba su dormitorio.

—¡Qué contenta estoy de no pasar sola las vacaciones! —exclamó
Jorge
—. Desde que vinisteis este verano me he aficionado a tener compañía. ¡Eh,
Tim
! ¿Dónde te has metido?

—Seguro que se ha ido a olfatear todos los rincones para convencerse de que ésta es su casa —dijo Ana riendo—. Querrá comprobar que la cocina sigue oliendo igual, lo mismo que el cuarto de baño y su perrera. La emoción de volver a casa le ha afectado tanto como a nosotras.

Ana tenía razón.
Timoteo
estaba embargado por la emoción del regreso. Empezó a dar vueltas en torno de la madre de
Jorge
, olisqueándole las piernas amistosamente, encantado de volverla a ver. Luego corrió a la cocina, pero no tardó en volver, abatido. Había allí alguien nuevo: Juana, la cocinera, una obesa y jadeante señora, que le había lanzado una mirada llena de desconfianza.

—Podrás entrar en la cocina sólo una vez al día, para comer —dijo Juana—. Pero nada más. No estoy dispuesta a que empiecen a desaparecerme ante mis narices la carne, los pollos o las salchichas. Te conozco: sé qué clase de perro eres.

Timoteo
, en vista del inadecuado recibimiento, echó a correr hacia el fregadero y, una vez en él, empezó a olfatearlo al detalle. Luego se dirigió al comedor y después al gabinete, quedando muy satisfecho al comprobar que todo olía igual que antes de su partida. Aplicó las narices a la puerta del despacho donde estaba trabajando el padre de
Jorge
, pero esta vez olisqueó con cierta cautela. No tenía la menor intención de introducirse allí.
Timoteo
adoptaba con el padre de
Jorge
las mismas precauciones que los chicos. Estaba tan escarmentado como ellos.

Después corrió escaleras arriba hasta el dormitorio de las chicas. ¿Dónde estaba su cesta? Ah, allí bajo la ventana. ¡Estupendo! Eso quería decir que él dormiría, como siempre, en el dormitorio de las muchachas.

Se metió en la cesta, enroscándose con toda comodidad, mientras movía expresivamente el rabo.

¡Qué magnífico estar de vuelta! ¡Era estupendo!

CAPÍTULO II

Todos juntos otra vez

Los chicos llegaron al día siguiente. Ana,
Jorge
y
Tim
fueron a esperarlos a la estación.
Jorge
conducía la tartana con
Timoteo
sentado tras ella. Cuando llegó el tren, Ana no tuvo paciencia para esperar a que se parase del todo. Echó a correr por el andén, buscando a Julián y a Dick por todos los vagones que pasaban ante su vista.

Por fin los vio. Estaban asomados a una ventanilla del último vagón, gritando y gesticulando.

—¡Ana, Ana! ¡Estamos aquí! ¡Hola,
Jorge
! ¡Oh, fíjate, allí está
Tim
!

—¡Julián! ¡Dick! —gritó Ana.

Timoteo
empezó a ladrar y a dar saltos. Estaba muy emocionado.

—¡Oh, Julián, qué alegría volveros a ver a los dos! —dijo Ana dando un abrazo a cada uno.

Timoteo
, de un salto, se abalanzó sobre los chicos y empezó a lamerlos. Estaba enormemente satisfecho. Ahora iba a disfrutar de la compañía de todos ellos, y esto era lo que más le gustaba. Los tres chicos hablaban alborozadamente mientras un empleado iba sacando el equipaje. Ana se acordó de pronto de
Jorge
. No la veía por ningún sitio, aun cuando la había acompañado hasta el andén.

—¿Dónde está
Jorge
? —preguntó Julián—. Cuando el tren iba parando la vi aquí desde la ventanilla.

—Habrá vuelto a la tartana —dijo Ana—. Dile al empleado que se apresure en sacar el equipaje, Julián. ¡Vámonos ya! Quiero ir a ver qué está naciendo
Jorge
.

Jorge
estaba quieta, de pie, con el codo apoyado en el caballito de la tartana y la mano en la frente. Tenía cierto aire de melancolía, según pensó Ana. Los chicos se le acercaron.

—¡Hola,
Jorge
, vieja amiga! —gritó Julián dándole un abrazo. Dick hizo lo mismo.

—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Ana, al ver que
Jorge
no pronunciaba palabra.

—¡Parece que está muy enfadada! —dijo Julián haciendo una mueca burlona—. ¡Animo, Jorgina!

—¡No me llames Jorgina! —dijo la muchachita fieramente. Los chicos se echaron a reír.

—Ah, estupendo, está hecha la misma fierecilla de siempre —dijo Dick dando a su prima un amistoso palmetazo en el hombro—. Oh,
Jorge
, qué alegría volverte a ver. ¿Te acuerdas de las maravillosas aventuras de este verano?

Jorge
empezó a pensar que se había portado un poco ariscamente. Cierto que se había enfadado un poquitín al ver la magnífica bienvenida que Julián y Dick habían dispensado a su hermanita, pero los enfados no podían durar mucho con sus simpáticos primos. Con ellos nadie podía nunca sentirse ofendido o resentido.

Los cuatro chicos montaron en la tartana. El empleado de la estación había metido allí las dos maletas. Apenas quedaba sitio para ellos.
Timoteo
se sentó encima del equipaje, moviendo el rabo a gran velocidad y con la lengua fuera, pues estaba jadeando de felicidad.

—Chicas, sí que tenéis suerte al poder llevaros a
Timoteo
al colegio —dijo Dick dándole al enorme can unas cariñosas palmaditas—. En el nuestro no nos dejarían hacerlo. Hay que ver lo mal que lo pasan mis compañeros cuando se llevan al colegio animalitos de los que no quieren separarse.

—El hijo del señor Thompson tenía una rata blanca —dijo Julián—. Y una vez se le escapó y echó a correr por el pasillo hasta topar con una profesora. Ella salió huyendo dando enormes gritos.

Las chicas se echaron a reír. Los chicos tenían siempre cosas divertidas que contar cuando volvían a casa.

—Y Kennedy se llevó caracoles al colegio —dijo Dick—. Ya sabéis que los caracoles duermen durante todo el invierno, porque hace mucho frío. Pero Kennedy les procuró una caja muy calentita, y, una vez, empezaron a subir por los bordes y se escaparon unos cuantos. No os podéis imaginar cómo nos reíamos cuando Thompson, el profesor de Geografía, nos indicó con el puntero dónde estaba la Ciudad del Cabo, en el mapa, y vimos que en el mismo sitio se había instalado uno de los caracoles de Kennedy.

Todos volvieron a reír. Era delicioso estar juntos otra vez. Tenían una edad parecida: Julián, doce años;
Jorge
y Dick, once, y Ana, diez. La perspectiva de pasar juntos las vacaciones navideñas era maravillosa. ¡No era extraño que se rieran por cualquier cosa, aun por el chiste o la broma más simple!

—Qué bien que mamá esté ya casi curada, ¿verdad? —dijo Dick mientras el caballito que tiraba de la tartana emprendía un alegre trote por el camino—. Me disgusté mucho cuando me enteré de que no podíamos ir a casa, quiero decir, de que no podría ver a Aladino y su lámpara, ni ir al circo y otros sitios, pero, de todos modos, estoy muy contento de volver a «Villa Kirrin». No sabéis las ganas que tengo de que nos ocurran nuevas aventuras. Pero supongo que esta vez no será como el verano. No creo que pase nada de particular.

—Estas vacaciones tendremos un molesto obstáculo para pasarlo bien —dijo Julián—. Me refiero al preceptor. Por lo que he oído, nos lo pondrán a causa de que Dick y yo hemos faltado bastante al colegio durante lo que va de curso y tenemos que estar hechos unos perfectos sabihondos cuando nos examinemos este verano.

—Sí —dijo Ana—. Me pregunto cómo será el preceptor. Tengo la esperanza de que resulte simpático. Tío Quintín ha ido hoy a contratarlo.

Dick y Julián se miraron el uno al otro. Ambos estaban convencidos de que ningún preceptor escogido por tío Quintín habría de tener nada de simpático. La idea que tenía tío Quintín de los preceptores era que éstos debían ser severos, ceñudos y antipáticos.

Pero ¿por qué preocuparse? Todavía tardaría en venir un día o dos. Y siempre cabía la posibilidad de que resultara simpático y agradable. Los chicos se reanimaron en seguida y empezaron a frotar animosamente el espeso pelo de la piel de
Tim
. Éste aparentaba estar muy enfadado ante la perspectiva del preceptor y parecía prometer que le iba a morder en cuanto lo viera. Pero ¡dichoso
Tim
! El can nunca había padecido hasta entonces las furias de un profesor.

Por fin llegaron a «Villa Kirrin». Los chicos se pusieron muy contentos de volver a ver a su tía y se sintieron bastante aliviados cuando ella dijo que el tío no había regresado todavía.

—Ha ido a hablar con dos o tres señores que han contestado a nuestro anuncio de que precisábamos un preceptor —dijo—. No creo que tarde en volver.

—Mamá, supongo que no tendremos que estudiar ni dar clases durante estas vacaciones, ¿verdad? —preguntó
Jorge
. Hasta entonces nadie le había dicho con seguridad que esto iba a ocurrir, y estaba ansiosa de enterarse.

—Oh, sí,
Jorge
—dijo su madre—. Tu padre ha visto las notas que te han dado en el colegio, y, aunque no son del todo malas (no esperábamos de ningún modo que fueran excelentes), demuestran, sin embargo, que a tu edad estás todavía un poco retrasada. Unos estudios extras te pondrán pronto al corriente.

A
Jorge
se le ensombreció el rostro. Claro que había esperado que le dijeran una cosa parecida, pero, de todos modos, era fastidioso.

—Ana es la única que no tendrá que dar clases —dijo.

—Algunas sí que daré —prometió Ana—. Quizá no todas,
Jorge
, sobre todo cuando haga buen tiempo, pero a menudo sí, aunque no sea más que para hacerte compañía.

—Gracias —dijo
Jorge
—. Pero no te preocupes, no te necesitaré. Estará conmigo
Tim
.

La madre de
Jorge
no parecía muy convencida de esto último.

—Primero tendremos que saber qué es lo que opina el preceptor sobre eso —dijo.

—¡Mamá! ¡Si el preceptor no deja que
Tim
me acompañe durante las clases, no daré una sola estas vacaciones! —dijo
Jorge
, hecha una fiera.

Su madre se echó a reír.

—Caramba, caramba, ¡la misma fierecilla de siempre! —dijo—. Bueno, chicos —añadió—. Id a lavaros las manos y a peinaros un poco. Dais la impresión de que toda la tizne del tren se os ha pegado.

Los chicos y
Timoteo
empezaron a subir la escalera. Era maravilloso estar los cinco reunidos. Ellos, por supuesto, consideraban a
Timoteo
como uno más de la pandilla. Siempre los acompañaba en todas las aventuras y parecía entender todas las cosas que entre ellos se decían.

—Me gustaría saber qué especie de preceptor ha escogido tío Quintín —dijo Dick mientras se limpiaba las uñas en el lavabo—. Con tal que nos traiga uno bueno, que sea alegre y simpático y que se haga cargo de que las clases en tiempo de vacaciones tienen que ser molestas a la fuerza y procure que durante ellas lo pasemos lo mejor posible... Porque supongo que tendremos clases todas las mañanas.

—Bueno, rápido. Quiero tomar el té ya —dijo Julián— Vámonos abajo, Dick. No te preocupes, que muy pronto vamos a saber cómo es el preceptor.

Bajaron todos y se sentaron alrededor de la mesa del comedor. Juana, la cocinera, había preparado una buena porción de dulces riquísimos y un gran pastel. ¡Apenas quedaba nada cuando los chicos terminaron de merendar!

Justamente entonces llegó tío Quintín. Parecía muy satisfecho de sí mismo. Estrechó las manos a los dos chicos y les preguntó si lo habían pasado bien en el colegio.

—¿Has encontrado ya al preceptor, tío Quintín? —preguntó Ana, que había notado que los demás iban a estallar de ganas de preguntar lo mismo.

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