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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Out
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Cogió el mapa para buscar el bloque de pisos donde vivía Kuniko, en el vecino barrio de Kodaira.

En la entrada del edificio había una hilera de buzones de madera llenos de pegatinas y carteles que prohibían que se dejaran folletos pornográficos. Las placas con los nombres de los inquilinos actuales se confundían con las de los anteriores, e incluso en algunos casos ni tan sólo se habían molestado en cambiarlas y simplemente habían escrito el nombre del nuevo inquilino encima del antiguo. Tras leer los nombres de los buzones, Masako supo que Kuniko vivía en el cuarto.

Entró en un ascensor tan desastrado como los buzones, subió hasta la cuarta planta y buscó el piso de Kuniko. Una vez ante la puerta, llamó al timbre pero no obtuvo respuesta. Había visto su Golf aparcado abajo, por lo que pensó que tal vez habría salido a comprar algo. Masako decidió esperarla y se quedó de pie en un rincón del pasillo. Se fijó en los insectos que se agolpaban en el débil fluorescente. De vez en cuando, uno de ellos se precipitaba contra el cristal y caía al suelo fulminado. Masako encendió un cigarrillo y se dedicó a contar los insectos muertos mientras esperaba a su compañera de trabajo.

Al cabo de veinte minutos, Kuniko salió del ascensor cargando con varias bolsas del supermercado. Pese al calor y a la humedad, iba vestida de negro y parecía muy animada, tarareando alegremente una canción mientras avanzaba por el pasillo. A Masako le recordó los cuervos del parque.

—¡Ah! ¡Vaya susto! —exclamó Kuniko al verla oculta en la penumbra.

—Tenemos que hablar.

—¿Ahora? ¿De qué?—preguntó Kuniko contrariada.

Masako cogió el periódico del buzón de la puerta del apartamento de Kuniko para ponérselo ante los ojos. Al sacarlo, tironeó de él con tanta fuerza que la pestaña emitió un fuerte ruido metálico que retumbó por todo el pasillo.

—¿Qué pasa?

—Léelo tú misma —susurró Masako.

Kuniko rebuscó la llave en su bolso, asustada por la manera en que la miraba Masako.

—El piso está desordenado, pero será mejor que pases. Éste no es sitio para hablar.

Masako entró en la vivienda y miró a su alrededor. No estaba tan desordenado como había dicho Kuniko, pero la decoración era una mezcla de objetos bastos y refinados, como si fuera un mero reflejo de su propietaria.

—Espero que no nos lleve demasiado tiempo —dijo Kuniko mientras encendía el aire acondicionado y se giraba para mirar nerviosamente a Masako.

—No te preocupes. Será un momento.

Masako abrió el periódico y le mostró el artículo breve de la página tres. Kuniko dejó las bolsas en el suelo y lo leyó a toda prisa. Le tembló la mejilla, cubierta por una gruesa capa de maquillaje.

—Son tus bolsas, ¿verdad?

—Creí que no las encontrarían...

—Estúpida. La limpieza en los parques es muy estricta. Por eso os dije que las tirarais en cualquier vecindario.

—Aun así, no tienes por qué llamarme estúpida —dijo Kuniko torciendo el gesto.

—¿Y qué calificativo quieres que emplee para alguien que comete una estupidez? Gracias a tu ineptitud, la policía ya se ha presentado en casa de Yayoi.

—¿Qué? ¿Ya? —exclamó con cara de sorpresa.

—Sí. Aún no han identificado el cadáver, pero es sólo cuestión de tiempo. Tal vez mañana, como mucho. Y si descubren que ha sido ella, estamos perdidas. —Kuniko se quedó mirando a Masako, como si el cerebro se le hubiera anquilosado—. Ya sabes lo que eso significa, ¿verdad? Aunque no nos descubran a nosotras, si detienen a Yayoi ya os podéis despedir del dinero. —Al oír esas palabras, Kuniko volvió en sí—. Y no sólo eso —prosiguió Masako—: también está el asunto de tu crédito. Además de ser cómplice por haber descuartizado a su marido, has intentado hacerle chantaje.

—¿Chantaje? —exclamó Kuniko—. ¡Eso no es verdad!

—¿Ah no? ¿Acaso no la obligaste?

—Sólo le pedí que me ayudara. No hay nada malo en que nos ayudemos las unas a las otras, ¿no? Después de lo que hice por ella... —farfulló Kuniko.

Unas gruesas gotas de sudor surcaron su rostro. Masako la miró con frialdad. Su principal preocupación era que la agencia de crédito de Kuniko no se enterara de que Yayoi, su avaladora, iba a cobrar una gran suma de dinero correspondiente al seguro de vida de su marido.

—¿Cómo que ayudarnos las unas a las otras? ¿Qué sabrás tú de ayudar? —Masako le tendió una mano—. ¿Dónde tienes el contrato? Dámelo.

—Acabo de entregarlo —dijo Kuniko echando un rápido vistazo a su reloj.

—¿Dónde?

—En la agencia, cerca de la estación. Se llama Million Consumers Center.

—Pues llámales en seguida y diles que quieres que te lo devuelvan.

Kuniko estaba a punto de echarse a llorar.

—Eso es imposible.

—Imposible o no, tienes que hacerlo. Mañana se sabrá todo y esos tipos correrán a buscarle las cosquillas a Yayoi.

—De acuerdo. —A regañadientes, Kuniko sacó una tarjeta de visita de su bolso y cogió el teléfono, cubierto de pegatinas al igual que los buzones del vestíbulo—. Soy Kuniko Jonouchi. ¿Podría recuperar el contrato que les entregué esta tarde?

Su interlocutor se negó. A pesar de la advertencia de Masako, Kuniko no estaba capacitada para manejar la situación.

—Pues diles que esperen, que ahora mismo vas para allí —dijo Masako alargando la mano para tapar el auricular.

Después de colgar, Kuniko se sentó en el suelo, como si estuviera exhausta.

—¿De veras tengo que ir?

—Claro.

—¿Por qué?

—Porque todo este lío es culpa tuya.

—¡Yo no lo descuarticé! —exclamó Kuniko.

—¡Cállate! —le gritó Masako reprimiendo las ganas de abofetearla.

Kuniko se echó a llorar.

—¿Cuánto les has pedido?

—Esta vez quinientos mil.

Masako sabía cómo funcionaba: ella habría intentado pedir menos, pero al estudiar los últimos pagos la debían de haber convencido para que pidiera un poco más. Imaginaba que Kuniko llevaba varios meses sin poder pagar los intereses de los préstamos que tenía que devolver.

—Normalmente no se necesita ningún avalador. Creo que te están tomando el pelo.

—Me dijeron que sin avalador tendría que devolverles a tocateja todo lo que les debo —se justificó Kuniko.

—¿Y tú te lo has creído?

Kuniko negó con la cabeza.

—No. Pero se trataba de un tipo muy educado y elegante. No era el típico con pinta de mafioso. Cuando le he entregado el contrato incluso me ha dado las gracias.

—Esa gente actúa según les conviene. Seguro que sabía que con eso te tranquilizaba —dijo Masako sin ocultar su desprecio.

—Pareces saber mucho.

—Y tú muy poco. Venga, vamos.

Masako se dirigió hacia el recibidor y se puso sus zapatillas gastadas. Kuniko la siguió de mala gana.

Las luces del Million Consumers Center estaban apagadas, pero Masako subió la escalera y llamó a la endeble puerta.

—Está abierto —dijo una voz masculina desde el interior.

Ambas abrieron la puerta y entraron. Había un chico repantigado en un sillón cerca de la ventana, fumando un cigarrillo. Sobre el sucio escritorio que tenía enfrente, había un periódico deportivo arrugado y un bote de café pringoso.

—Hola —las saludó poniéndose de pie—. ¿En qué puedo ayudarles?

Aunque el traje gris y la corbata granate con que iba ataviado eran demasiado elegantes para esa oficina, su pelo teñido de castaño claro estaba más en consonancia con el ambiente. A juzgar por su reacción, Masako supo que no esperaba ver a Kuniko.

—Señor Jumonji —dijo Kuniko—, la persona que se había ofrecido como avaladora ha cambiado de opinión y me ha pedido que le rescinda el contrato.

—¿Es usted? —quiso saber Jumonji mirando a Masako con cautela.

—No, soy una amiga. Está casada y no le interesa involucrarse en algo así. ¿Puede devolvérselo?

—Lo siento, pero es imposible.

—Entonces, déjeme verlo.

—De acuerdo.

Jumonji abrió un cajón de su escritorio y tendió una hoja a Masako, que la leyó por encima.

—No hay ninguna disposición legal que establezca la necesidad de un avalador a menos que figurara en el préstamo original. ¿Podría ver el primer contrato?

—Claro —dijo Jumonji adoptando una actitud seria. Sacó otra hoja de la carpeta y mostró un recuadro a Masako—. Aquí está: en caso de que se dé un cambio sustancial en la situación económica del cliente, estamos habilitados para requerir un avalador. El marido de la señora Jonouchi ha dejado el trabajo y ha desaparecido. ¿Eso no es un cambio sustancial?

—Considérelo como quiera —dijo Masako con una sonrisa—. Pero lo cierto es que sólo se ha retrasado una vez en el pago. Y sólo por un día. ¿No se está excediendo?

Jumonji no esperaba esa respuesta. Se quedó atónito, mirando a Masako. Kuniko echó un vistazo a su alrededor, como si temiera que alguien pudiera aparecer para atacarlas. Jumonji seguía con la vista clavada en Masako.

—¿Nos conocemos de algo? —preguntó finalmente.

—No —respondió Masako acompañando su monosílabo con un gesto de negación.

—Vaya... —dijo Jumonji inclinando ligeramente la cabeza—. Para serle franco —prosiguió, un poco más amable—, tenemos serias dudas sobre el pago de este préstamo...

—Lo devolverá, se lo aseguro —lo cortó Masako.

—Entonces, está dispuesta a ser su avaladora.

—No, pero me encargaré de que se lo devuelva. Aunque tenga que pedir otro crédito para hacerlo.

—Muy bien —dijo Jumonji cediendo un poco—. Pero me mantendré ojo avizor respecto a los pagos de la señora Jonouchi.

Volvió a sentarse en el sofá. Kuniko miró a Masako, sorprendida por lo poco que le había costado recuperar el contrato.

—Vamos —dijo Masako.

—¡Ya me acuerdo! —exclamó Jumonji mientras se dirigían a la puerta—. Usted es Masako Katori.

Masako se volvió, y de pronto recordó la imagen de un Jumonji más joven y agresivo. Había trabajado como cobrador de morosos para un subcontratista de la empresa donde ella había estado empleada. Desde entonces había cambiado mucho; incluso tenía un nuevo nombre, pero seguía teniendo los mismos ojos de lince.

—Ahora que lo dice... —admitió Masako—. Como se ha cambiado el nombre...

—Jamás hubiera imaginado verla por aquí... —dijo Jumonji con una sonrisa maliciosa.

—¿De qué lo conoces? —le preguntó Kuniko a medio tramo de escalera, incapaz de disimular su curiosidad.

—Solía venir por la empresa donde trabajaba.

—¿Y qué hacía?

—Algo relacionado con dinero.

—¿Cobraba a morosos?

Masako no respondió. Kuniko la miró un instante y decidió no hacerle más preguntas y echó a andar, como si tuviera prisa por dejar las calles tristes y oscuras de ese barrio.

A diferencia de Kuniko, Masako sintió el impulso de esconderse en esas sombrías callejuelas después de encontrarse con un fantasma del pasado. También tenía miedo. ¿Qué le esperaba? ¿Adónde podría escapar?

Capítulo 3

¿Por qué podía hablar con él en sueños si sabía que estaba muerto?

En duermevela, Masako vio a su padre de pie en el jardín, mirando la hierba que empezaba a despuntar. Vestía un yukata
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parecido a los que solía llevar en el hospital, donde había permanecido ingresado a causa de un tumor maligno en la mandíbula. El cielo estaba nublado. Al ver a Masako en la galería, su rostro, deformado por varias operaciones, pareció relajarse.

«¿Qué haces ahí?», le preguntó ella.

«Decidir si salgo a dar una vuelta o no.»

Pese a que era incapaz de hablar con claridad, en el sueño su padre pronunciaba las palabras perfectamente.

—«Las visitas están a punto de llegar», dijo ella.

No sabía de quién se trataba, pero había estado poniendo orden en la casa para las visitas. El jardín pertenecía a la casa de alquiler de Hachioji donde vivía su padre, pero, curiosamente, la vivienda en que se desarrollaba su sueño era la nueva que habían construido Yoshiki y ella. Nobuki, con la apariencia de un niño, se aferraba a la pernera de sus vaqueros.

«Entonces tendrás que limpiar el baño», dijo su padre preocupado.

Al oír esas palabras, Masako sintió un escalofrío, pues el baño estaba lleno de pelos de Kenji. Sin embargo, ¿cómo podía saberlo su padre? Debía de ser porque también él estaba muerto. Masako se libró de las pequeñas manos de Nobuki y empezó a buscar una excusa. Mientras trataba de inventarse una, el anciano se dirigió hacia ella caminando sobre sus delgadas piernas. Tenía el mismo aspecto, el semblante pálido y hundido, que el día que murió.

«Masako, mátame», le dijo al oído.

Masako se despertó sobresaltada. Ésas habían sido las últimas palabras que pronunció. El dolor le impedía hablar e incluso comer, pero fue capaz de articular esa única frase. Hasta entonces había permanecido oculta en su memoria, pero al recordarla tembló de miedo, como si acabara de ver a un fantasma.

—Eh, Masako.

Yoshiki estaba de pie, junto a la cama. Casi nunca entraba en el dormitorio cuando estaba ella. Aún absorta en su pesadilla, Masako alzó la vista y miró extrañada a su marido.

—Mira esto —le dijo él mostrándole un artículo del periódico—. ¿No los conoces?

Masako se incorporó y cogió el periódico que le tendía Yoshiki. El titular decía así: «Identificado el cadáver descuartizado hallado en el parque como el de un oficinista del barrio de Musashi Murayama». Tal como había supuesto, habían identificado a Kenji durante la noche. Sin embargo, al verlo en letras impresas le pareció más real. Preguntándose el porqué, Masako leyó el artículo.

«La noche en la que la víctima desapareció, su esposa, Yayoi, estaba trabajando en el turno de noche en una fábrica del barrio. La policía investiga los últimos movimientos de Yamamoto tras salir del trabajo.» No había nuevos datos, sólo lo que ya había informado el artículo anterior sobre los restos encontrados en el parque.

—Conoces a la mujer, ¿verdad?

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—A veces ha llamado una tal Yamamoto de la fábrica. Y tu fábrica es la única del barrio con turno de noche.

¿Acaso había oído la llamada de Yayoi esa noche? Masako le miró a los ojos, pero él desvió la mirada, avergonzado por haber mostrado tanto interés.

—Creí que querrías saberlo.

—Gracias.

—¿Por qué le habrán hecho algo así? Alguien debía de odiarlo.

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