Panteón (126 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—¡¡A cubierto!! —gritó—. ¡¡Todos a cubierto!!

Y cundió el pánico. La gente empezó a chillar y salió en desbandada, algunos hacia la puerta principal del castillo, en dirección a la ciudad; otros, hacia el pórtico de acceso al edificio. Nadie entendía qué estaba sucediendo ni sabían qué era aquella extraña tormenta, pero su simple presencia llenaba sus corazones de una angustia que jamás habían experimentado y que no sabían explicar.

Jack entendía el por qué de esa sensación: el horror ante lo grandioso, lo inconmensurable, la terrorífica fascinación de saberse, de pronto, nada más que una mota de polvo en un universo demasiado grande como para ser consciente de tu existencia.

«Pero incluso las motas de polvo tienen derecho a existir», se dijo el joven, con firmeza. Trató de coger a Victoria de la mano para llevársela de allí, pero no pudo tocarla; la muchacha se había cargado de energía de forma tan rápida y brutal que su mirada parecía una galaxia de estrellas en miniatura. De nuevo, un manto de chispas centelleaba a su alrededor.

—¡El báculo! —gritó Jack—. ¿Dónde tienes el báculo?

—¡No pretenderías que cargara con él el día de mi boda! —pudo decir ella.

—¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? —gritó Alsan, que acababa de llegar junto a ellos.

—¡Hay que llevar a todo el mundo bajo tierra! —dijo Jack—. ¡A un sótano, a las mazmorras, a donde sea!

—¡Pero hay que tratar de detenerlo!

—¡No se puede detener a Yohavir, es un dios! ¡Lo que hay que hacer es ponerse a cubierto!

Alsan los miró un momento, aturdido.

—¡Pero no puedes salir huyendo! —le reprochó—. ¡Tenemos que sacar a todo el mundo de aquí!

Jack resopló, exasperado.

—¡Mira cómo está Victoria! ¡Tengo que acompañarla a buscar el báculo, es lo único que puede ayudarla ahora!

—Yo iré con ella —dijo entonces la voz de Qaydar, junto a ellos—. Ya sé por experiencia que mi magia no resultará muy útil contra eso —añadió, señalando el torbellino que se estaba formando sobre sus cabezas.

—Pero... —empezó Jack; Alsan lo interrumpió tirando de él y llevándoselo a rastras.

—No hay más que hablar. La dejo en vuestras manos, Archimago.

A Victoria no se le escapó la mirada de entendimiento que habían cruzado Alsan y Qaydar, pero no tuvo tiempo de decir nada. Una ráfaga de viento la obligó a taparse el rostro con un brazo y, cuando pudo volver a mirar, Alsan y Jack ya se alejaban de nuevo hacia el centro del patio, desafiando al vendaval.

—¡Vámonos! —gritó Qaydar, y entró en el castillo.

Victoria no podía entretenerse más. Lo siguió, mientras sentía que su corazón palpitaba a toda velocidad, bombeando energía a cada célula de su cuerpo. Sabía que estaba a punto de estallar y que no aguantaría mucho más. Y temía que su bebé no lo resistiera tampoco.

Los dos subieron a toda velocidad por la escalera de caracol hasta la habitación de Victoria. La joven se precipitó sobre el báculo de Ayshel y, en cuanto lo tomó en sus manos, sintió que el objeto absorbía aquella energía, descargándola y aliviándola inmensamente.

—Hazte a un lado, Qaydar —murmuró, estremeciéndose al ver que el extremo del báculo comenzaba a brillar intensamente.

El Archimago obedeció. Contempló, fascinado, cómo ella se arrastraba hasta la ventana y se quedaba allí, un momento, mientras la energía fluía a través de ella hasta el báculo y se acumulaba en la piedra que lo remataba. Finalmente, Victoria liberó toda aquella energía, y un poderoso rayo brotó del báculo y salió disparado por la ventana, perdiéndose en el firmamento.

La joven se dejó resbalar hasta el suelo, agotada, pero aún aferrada al báculo. Qaydar se inclinó junto a ella.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, con amabilidad.

—Creo... creo que sí —jadeó Victoria—. Pero estoy muy cansada, y...

Deslizó una mano hasta su vientre, inquieta. Esperaba que el bebé estuviese bien.

Cuando alzó la cabeza de nuevo, le sorprendió ver el rostro del Archimago muy cerca de ella. Y la miraba de una forma extraña.

—¿Qaydar...?

—Lo siento, Victoria —murmuró él.

Alzó una mano y la alargó hacia ella. Victoria, alarmada, vio que su palma relucía con un siniestro resplandor azulado, y retrocedió, pero el Archimago fue más rápido. En cuanto la mano de él tocó su frente, Victoria sintió que se le apagaba la conciencia de pronto, como quien extingue una vela de un soplido.

Christian había asistido a la ceremonia de unión desde su escondite, en lo alto de las murallas, pero se había apresurado a refugiarse en una de las torres nada más iniciarse el huracán. Ahora observaba desde una ventana a la gente del patio, corriendo de un lado para otro, como pequeños insectos huyendo de una tempestad. El cono del tornado descendía lentamente hacia tierra, y Christian vio cómo succionaba a los que no habían podido agarrarse a nada todavía, levantándolos del suelo y arrastrándolos por el aire, en medio de un caos de alaridos y pataleos. Él mismo, a pesar de estar protegido tras la gruesa pared de piedra, sentía que la presión le dificultaba la respiración. Se aferró con todas sus fuerzas al marco de la ventana antes de atreverse a mirar de nuevo.

Descubrió abajo a Alsan y a Jack; vio a Shail tratando de poner a cubierto a Zaisei y a los Venerables; pero no vio a Victoria, y eso no le pareció una buena señal. La sintió, no obstante, al otro lado del anillo, y dejo que su percepción lo guiase por los corredores del castillo, ahora desiertos. A través de una ventana vio el rayo de energía descargado por el báculo, y apretó el paso.

Pero cuando llegó a la habitación de Jack y Victoria la encontró vacía; solo el báculo permanecía allí, en el suelo, abandonado de cualquier manera.

Jack trató de abrirse paso a través de la marea humana que avanzaba por los sótanos del castillo. Estiraba el cuello en busca de Alsan, pero no lo vio por ninguna parte. Se topó con Shail en la puerta.

—¿Has visto a Alsan? —le preguntó.

—No —repuso este—. Puede que esté al fondo, con los primeros que han entrado. ¿Por qué no vas a ver?

—Estoy esperando a Victoria y a Qaydar —dijo Jack, y no pudo evitar que a su tono de voz aflorase la preocupación que sentía—. Ya deberían haber bajado.

En aquel momento, Ha-Din y Zaisei se reunieron con ellos.

—¿Alguien ha visto a la Madre Venerable? —preguntó Ha-Din, preocupado.

Ambos negaron con la cabeza.

—Ven, te ayudaré a buscarla —se ofreció Shail, tomando de la mano a Zaisei.

—Yo voy a recoger a Victoria —anunció Jack—. Tenemos a Yohavir justo encima, debería estar ya resguardada, como los demás.

Ha-Din lo retuvo cuando ya se iba.

—Ten cuidado, Jack —le dijo—. Puede que Yohavir no sea lo único peligroso hoy aquí.

El joven lo miró un momento, asintió y salió disparado hacia las escaleras.

Subió los escalones de dos en dos, sorteando a los últimos rezagados que bajaban a los sótanos del castillo, huyendo del monstruoso tornado que gemía y rugía sobre sus cabezas. Jack ya había pasado por ello tiempo atrás; entonces, su situación había sido mucho más precaria, porque la Torre de Kazlunn se alzaba junto a un acantilado, y no solo habían tenido que hacer frente a la furia del viento, sino también a la de las aguas. El castillo de Alsan, no obstante, parecía más sólido... y, lo más importante, no tenía todo un océano de olas rugientes a sus pies.

Sin embargo, Jack no pudo evitar sentirse inquieto. Sabía que los balcones podían hundirse y que los tejados podían salir volando. Sabía que pasar junto a una ventana abierta sería todo un desafío. Por todo ello, caminó con cuidado por los corredores de la morada de los reyes de Vanissar, pegado a las paredes, agradeciendo que su habitación no estuviese en un piso superior.

Cuando llegó, no obstante, no encontró allí ni a Victoria ni a Qaydar. Corrió al interior de la habitación y estuvo a punto de recoger el báculo caído; pero se detuvo a tiempo, recordando que él ya no era un semimago, sino un mago completo, y que el artefacto absorbería su energía, en lugar de permitir que lo sostuviese.

Dejó el báculo donde estaba y recogió a Domivat del lugar donde la había guardado, preguntándose, otra vez, por qué diablos confiaba tanto en aquella espada, que de ninguna manera lograría protegerlo de un dios. Recordó las palabras de Ha-Din, sacudió la cabeza y se la ajustó a la espalda, por si acaso.

Y de pronto su instinto lo avisó de que había alguien tras él, y se volvió con rapidez, llevándose la mano al pomo de la espada. Se topó con los ojos azules de Christian.

—¿Dónde está Victoria? —fue lo primero que le dijo, en cuanto logró controlar el impulso de extraer a Domivat de la vaina.

—Yo iba a hacerte la misma pregunta —repuso él.

A pesar de su aparente calma, Jack se dio cuenta de que estaba muy preocupado. Trató de tranquilizarse y de pensar con frialdad.

—Vino a buscar el báculo —dijo.

Christian frunció el ceño.

—Lo utilizó para descargarse de energía hace solo unos momentos —dijo—. Pero ya no estaba cuando llegué. No lo habría abandonado en estas circunstancias, ¿verdad? —Jack negó con la cabeza—, ¿Sabes si había alguien con ella?

—Qaydar —dijo Jack—, pero él sabía que les estaríamos esperando ab...

—¿El Archimago? —cortó Christian, y la arruga de su frente se hizo más profunda—. ¿La has dejado a solas con él?

Jack detectó la alarma subyacente en sus palabras.

—¡No veía motivos para desconfiar de él! Nos acogió en la Torre durante meses, cuidó de Victoria cuando estaba enferma...

—Victoria es un unicornio, Jack —interrumpió Christian, con impaciencia—. El último que queda. Ya deberías haber aprendido que hay mucha gente dispuesta a utilizarla y a obligarla a que entregue sus dones. Y deberías haber sospechado que, en cuando Qaydar se diese cuenta de que ella no va a seguir sus normas, dejaría de ser amable.

Jack respiró hondo para tranquilizarse. No era el mejor momento para empezar a discutir.

—Hablaremos después de sus motivaciones. Si Qaydar se la ha llevado, quiero saber a dónde ha ido. ¿Puedes percibirla al otro lado del anillo?

—Sí —respondió él—. No está muy lejos... todavía.

—Entonces, ¿a qué estamos esperando?

«Bebe».

Victoria abrió un poco la boca, aturdida, pero volvió a cerrarla.

«Bebe», insistió la voz de su cabeza.

Victoria entreabrió los labios y sintió algo frío apoyándose en ellos y un líquido deslizándose en su boca. Sacudió la cabeza con un gemido y tosió violentamente, pero ya era tarde: el brebaje descendía por su garganta. Tosió más todavía hasta que se despejó del todo y abrió los ojos. La luz hirió sus pupilas y la hizo parpadear.

Distinguió tres figuras inclinadas sobre ella. Tardó unos instantes en reconocer a Alsan, Qaydar y Gaedalu. Trató de incorporarse, pero descubrió que unos grilletes la mantenían encadenada a la pared.

—¿Qué me habéis hecho? —pudo decir, con una nota de pánico en su voz; notó que tenía la boca pastosa. Una agotadora debilidad se iba apoderando de su cuerpo, y la obligó a dejar caer la cabeza, porque le pesaba demasiado.

«Asegurarnos de que no puedes moverte», dijo Gaedalu. «Tratándose de una criatura como tú, nunca se sabe».

Victoria cerró los ojos un instante y trató de pensar. Cuando los abrió de nuevo, clavó una mirada acusadora en Alsan.

—¿Qué... significa esto? —se esforzó por decir.

El rey de Vanissar inclinó la cabeza, con un suspiro pesaroso.

—Los dioses saben que confiaba en ti, que te quería como a una hermana —dijo—. Pero el honor y el deber han de estar por encima de los sentimientos. Es la única lección que nunca aprendiste... la más importante.

Victoria lo miró sin entender. Acababa de demostrar al mundo que sus sentimientos por Jack eran sinceros. ¿No era eso lo que había querido Alsan desde el principio?

Gaedalu no pudo ocultárselo por más tiempo.

«Has tenido la osadía de hacer que bendijesen tu abominable unión con un shek. Con el hijo de Ashran. Tú, quien además admites creer que Ashran era el Séptimo dios. Tu alma ha sido corrompida por él y sus criaturas, y por eso los dioses han venido a buscarte hoy».

Victoria esbozó una amarga sonrisa.

—No... somos... tan importantes —logró decir—. No ha venido... por mí... sino... por Irial.

«Mientes. Todos hemos visto cómo te afectaba la presencia del sagrado Yohavir...»

—Soy... un... unicornio —cortó ella—. Absorbo... energía.

—Puede que hayas absorbido energías... poco apropiadas —replicó Alsan, con frialdad—. Pero es tarde para arrepentirse. Has tenido ocasiones de sobra para dar marcha atrás.

Se acercó más a ella. Victoria trató de retroceder.

—¿Qué... vas a hacer? Mi... hijo...

Alsan esbozó una sonrisa siniestra. Alargó hacia ella su mano izquierda, su mano de tres dedos, y le hizo alzar la barbilla.

—No he venido por tu hijo hoy, Victoria. Pero puedes estar segura de que, como sea una serpiente, el día en que nazca le clavaré a Sumlaris en su frío corazón.

Victoria palideció. Sacudió la cabeza para liberarse del contacto de Alsan.

—Es... un bebé —susurró.

—Pero yo no puedo permitir que el último unicornio dé a luz un engendro. Deberías haberlo sabido antes de permitir que Kirtash te tocara.

Hablaba con un desprecio tan profundo que hirió a Victoria en lo más hondo. No dijo nada, sin embargo. Se limitó a levantar la cabeza y a clavar en Alsan una mirada desafiante.

—No deberíamos perder más tiempo —intervino Qaydar, con impaciencia.

Alsan asintió. Gaedalu se aproximó a Victoria llevando en la mano un fragmento de roca que ella reconoció inmediatamente. Retrocedió, inquieta. Alsan sonrió, y tomó la roca de la mano de Gaedalu.

—¿Tanto hay de serpiente en ti, que temes lo que la piedra de los dioses puede hacerte? Comprobémoslo —añadió, con una sonrisa, y acercó la roca al vientre de Victoria.

La joven gritó y trató de apartarse, pero no le quedaban fuerzas.

—¡Maldita sea... Alsan! —exclamó, y su voz tenía un tono de urgencia y desesperación que detuvo la mano del rey y le hizo alzar la cabeza hacia ella—. ¿Te has... vuelto loco? ¡Estoy embarazada! ¿Por qué... es más importante la identidad del padre... de mi hijo... que el hecho de que yo... sea su madre?

Alsan entornó los ojos, sin saber a dónde quería ir a parar.

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