—Muy bien, entonces lo dejamos así —dijo Todd—. En cuanto a las comunicaciones tácticas a pequeña distancia, nuestros milicianos utilizan radios con auriculares modelo TRC-500. Pero será imposible que podamos establecer comunicación a través de ellas, porque usamos un dispositivo especial para sintonizar una frecuencia muy poco corriente. Si en alguna operación conjunta necesitamos comunicarnos entre varias patrullas, tendremos que usar equipos portátiles de emisoras de banda ciudadana y sintonizar el mismo canal. Normalmente, utilizaremos el número 7. Para operaciones puntuales acordaremos un canal distinto y una frecuencia alternativa.
—Me parece bien, tenemos dos equipos de banda ciudadana portátiles y un cargamento de pilas de níquel-cadmio y de níquel e hidruro de metal. A partir de ahora, todas las patrullas de seguridad portarán al menos un
walkie-talkie
de banda ciudadana.
A continuación, Lisa le preguntó a Dunlap si su grupo tenía alguna necesidad logística urgente, a lo que el líder de los templarios contestó que no. Acto seguido, Dunlap le hizo la misma pregunta a ella y la respuesta también fue negativa.
—Entonces seguiremos destinando todo aquello de lo que podamos prescindir a los refugiados y a los granjeros de la zona —dijo Dunlap. Tras esta aseveración, la conversación volvió a derivar hacia temas más triviales.
Tras pasar casi una hora más tomando té y compartiendo algunas de sus experiencias recientes, Teresa dijo:
—Bueno, será mejor que nos pongamos en marcha si queremos llegar a Bovill antes del anochecer.
Los cuatro se dieron unos muy cordiales apretones de manos. Tras quitar la nieve que se había acumulado en las sillas de los caballos, los Dunlap montaron, dieron la vuelta y se alejaron por la arboleda. A Todd le gustó el hecho de que no fueran por la carretera.
—Vamos a tener que conseguir unos caballos —comentó, y a continuación, mientras subían en la cabina de la camioneta, recordó las palabras de Doug Carlton—: Las carreteras están hechas para la gente a la que le gusta caer en una emboscada.
—Cuando estabais los dos hablando con el mapa delante —dijo Lisa mientras conducían de vuelta al refugio— no pude evitar acordarme de algo que leí acerca de la conferencia que tuvo lugar en Yalta al acabar la segunda guerra mundial. Según cuentan, Roosevelt, que estaba bastante enfermo, y Stalin, se sentaron con un mapa que había sido arrancado de un ejemplar del
National Geographic.
En ese lugar y en ese momento, con la ayuda de Churchill, que presentó algunas objeciones, decidieron qué forma tendría Europa del Este después de la guerra. Es una historia increíble. Dos hombres con un bolígrafo y un mapa decidieron el destino de millones de personas y de más de una docena de estados soberanos. Uno se queda atónito si piensa en las consecuencias de un simple hecho: la guerra fría, el puente aéreo de Berlín, el muro, la absorción de los estados de los Balcanes. No sé por qué los historiadores le han restado importancia a la conferencia de Yalta, yo creo que si se le prestara más atención a este suceso, Roosevelt no tendría tan buena reputación como presidente. Ese hijo de puta entregó media Europa al tío Pepe Stalin.
La expresión de Todd se tornó triste.
—Bueno... —dijo suspirando—, el pequeño tratado que hemos firmado hoy no afectará al destino de millones de personas, sino solo de unos cientos, y esperemos que para bien. Una cosa está clara: me siento mucho más seguro teniendo un gran parachoques de seguridad en el flanco oeste. No hay duda de que esa es seguramente la ruta por la que pueden venir las complicaciones. Así que a los malos les va a tocar vérselas primero con los templarios.
«No olvidemos nunca que el trabajo más importante que desempeña el hombre es el del cultivo de la tierra. Las demás artes no se iniciaron hasta después de que comenzara el de la labranza. Los granjeros, por consiguiente, son los fundadores de la civilización.»
Daniel Webster
Durante los tres meses previos al nacimiento del bebé, Mary leyó y releyó todo libro a su alcance que versara acerca del embarazo y el parto. El que estudió más a fondo fue
Corazón y manos,
una guía para matronas escrita por Elizabeth Davis. También hizo que Todd leyera todos los libros al menos dos veces. El embarazo transcurrió sin demasiados problemas. Mary se pesaba y se tomaba la tensión dos veces por semana. Gracias a sus lecturas sabía que lo mejor para que el bebé creciera sano era una dieta ejemplar y mucho ejercicio. Usando las tiras reactivas que venían con uno de los kits para asistir al parto que guardaban en el refugio, analizó su orina en busca de azúcar, indicador de una posible diabetes gestacional. También la analizó en busca de pérdidas de proteínas, que indicarían toxemia. Como sus pies y manos nunca habían mostrado ningún signo de hinchazón, la posibilidad de contraer una toxemia no era algo que le preocupara.
Le hubiera gustado no ser la primera mujer en dar a luz en el refugio, pues nadie había asistido nunca a un parto, aparte de ella misma durante los turnos de obstetricia cuando llevó a cabo su capacitación para enfermera. Margie había tenido a Della, pero aquel había sido un parto en un hospital y Margie había estado prácticamente inconsciente. También había visto y había ayudado a parir a animales de granja. Al parecer lo había pasado muy mal al tener a Della; en consecuencia, y conforme se acercaba el parto casero, lo que hacía era irradiar cada vez más nerviosismo a su alrededor, hasta el extremo de que Mary decidió que no quería a Margie presente cuando diera a luz, pese a que ella era la única que había pasado por una experiencia así.
Lisa Nelson, que tenía casi la misma edad que Mary, le dijo que le encantaría estar presente cuando el nacimiento tuviese lugar.
—Mary —le dijo—, es posible que no puedas asistir en cada parto que se produzca aquí. Creo que debería aprender de ti todo lo posible. Mike y yo algún día querremos formar una familia y quiero saber dónde me estoy metiendo.
Lisa fue una alumna disciplinada y dedicada, y Mary estaba contenta de poder contar con su ayuda durante el parto. No le preocupaba que el bebé pudiera necesitar alguna atención médica especial, pues la mayor parte de bebés hipotónicos lo son a causa de la anestesia. Lo que sí le preocupaba era un posible desgarramiento del perineo al expulsar la cabeza y los hombros. Lo último que quería era a Todd o a Lisa cosiendo sus partes más delicadas. Hubiera preferido hacerlo ella misma en caso de necesidad, pero sabía que eso era imposible.
La tarde del 24 de marzo del segundo año, Mary vio que había manchado. Esto era a causa del desprendimiento del tapón mucoso provocado por el inicio de la dilatación del cérvix. Mary, Todd y Lisa estaban muy emocionados, pues sabían que eso significaba que el parto era inminente. Aquella noche, Mary sintió contracciones irregulares durante tres horas. La tarde siguiente, las contracciones volvieron.
A la hora de la cena, ya se sucedían a intervalos de once minutos. Mary también iba a menudo al baño, y sus deposiciones eran sueltas, otro signo claro de la proximidad del parto. Sobre las siete de la tarde sufrió un ataque de náuseas y vomitó, pero fue consciente de que no debía preocuparse por ello. Durante esta fase, Mary llevó a cabo sus tareas diarias para apartar de su cabeza la molestia de las contracciones, pero procuró no hacer demasiados esfuerzos.
A las ocho de la tarde, Mary sintió que no podía controlar la tensión de su cuerpo, principalmente a causa de la fuerza de las contracciones. Durante esos momentos, la ayuda de Todd y Lisa fue incalculable. La tranquilizaron y la ayudaron a hacer ejercicios de respiración para soportar la intensidad de las contracciones y para distraer su atención. De repente, Mary sintió una presión tremenda y rompió aguas. Había líquido amniótico por todas partes. Todd y Lisa estaban impresionados de ver tanto líquido, y de ver a Mary agachada sobre las sábanas de la cama, examinándolo cuidadosamente.
—¡Bien, menudo alivio!
Todd y Lisa aún no salían de su asombro.
—¿No lo entendéis? ¡El flujo es claro! No hay ninguna señal de meconio. El meconio haría que fuera oscuro. Eso significa que el bebé probablemente no está sufriendo estrés fetal. —Los tres sonrieron.
—¿Qué se siente, Mary? —preguntó Lisa
—No se puede decir que las contracciones sean dolorosas. Pero son increíblemente intensas. Me cuesta mucho mantenerme relajada y que el cuerpo no se tense.
Las contracciones empezaron a ser cada vez más recurrentes. Todd le dio un masaje de espalda a Mary y aplicó presión en su zona lumbar. Mary comentó que eso le resultaba de especial ayuda; a continuación, empezó a sentir el deseo de empujar. Tras aplicar Betadine sobre la zona, Todd y Lisa comprobaron el nivel de dilatación. Todd estimó que era de unos diez centímetros. Lisa opinaba que Mary había alcanzado el nivel de dilatación máxima. No vieron que el cérvix impidiera el paso de la cabeza. Mary se acuclilló para que la fuerza de la gravedad le sirviese de ayuda y contribuyera a que el bebé bajara más rápido. Durante treinta y cinco minutos empujó con cada contracción. Finalmente empezaron a ver la coronilla del niño.
Mary pasó a una posición semisentada para que Lisa y Todd pudieran controlar la salida de la cabeza y así prevenir desgarros. Si se hubiera quedado en cuclillas, el bebé habría salido demasiado rápido. Lisa comprobó la presentación del bebé y dio un chillido:
—¡El bebé viene de cabeza y está en buena postura!
Lisa y Todd insistieron en que Mary respirara profundamente para que así el bebé saliera lo más despacio posible y evitar cualquier desgarro. Le pidieron que renunciara a empujar con fuerza durante las siguientes contracciones. Para facilitar la salida de la cabeza del bebé, aplicaron abundante aceite mineral. Tan pronto como salió la cabeza, Todd pasó su dedo por el cuello del bebé para comprobar que el cordón umbilical no se había enrollado a su alrededor. Suspiró aliviado al notar el cuello libre y al ver el sano color rosado de la cabeza del niño. Lisa se inclinó rápidamente para succionar la boca, la garganta y la nariz del bebé con una perilla aspiradora. Sabía que este era un paso importante, ya que cualquier rastro de mucosa debía ser eliminado antes de que el niño respirara por primera vez.
En la siguiente contracción, Todd sacó los hombros del bebé de uno en uno, de nuevo para prevenir desgarros. Una vez estaban fuera, el bebé prácticamente cayó en las manos de Todd, cubierto de líquidos que seguían saliendo a borbotones.
—¡Es un niño! —gritó.
Tras limpiarlo y secarlo lo envolvieron enseguida en unas mantas esterilizadas. Lisa esperó a que el cordón umbilical dejara de palpitar para entonces sujetarlo por dos sitios con un retractor esterilizado y unas pinzas umbilicales de plástico del kit de parto. Todd cortó entonces el cordón a unos cinco centímetros del ombligo. Lisa y Mary examinaron el bebé. Ambas estuvieron de acuerdo en que su respiración era rápida pero firme y en que tenía un color excepcional.
—Ha pasado con nota el test de Apgar, ¿eh? —dijo Lisa, dándole un suave codazo a Mary.
Mary estaba demasiado abrumada como para contestar.
—Gracias por darme un hijo, cariño —dijo Todd inclinándose para besarla. Luego, maravillado, tomó entre sus manos la manita de su hijo, tan diminuta que no parecía real.
—¡Es tan pequeño, tan pequeño!
Mary acercó al bebé a su pecho y enseguida empezó a mamar instintivamente, aunque sin demasiada habilidad.
—No te preocupes, ya aprenderá —dijo Todd.
La tercera fase del parto duró más que los veinte minutos que Todd y Lisa habían previsto. Mary estaba tan absorta mirando la cara de su hijo que casi no prestó atención al paso del tiempo. Lisa reparó en que el cordón umbilical que salía de Mary era más largo. Sabía lo que esto significaba: la placenta estaba separándose del útero.
—Vamos, Mary, necesitas ponerte en pie para que podamos extraer la placenta —ordenó Lisa.
Mary obedeció ayudada por Todd. Sus rodillas temblaban a causa de todo el esfuerzo realizado. Un solo empujón de Mary bastó para que la placenta saliese por sí sola.
Todd y Lisa la examinaron cuidadosamente para asegurarse de que estaba completa. Pese a que estaba algo desgarrada, no parecía que le faltara ningún trozo. Los dos se quedaron más tranquilos, pues sabían que esto reduciría las posibilidades de una infección uterina y el riesgo de hemorragias posparto.
A continuación, Lisa examinó el perineo de Mary en busca de algún desgarro, y se alegró de poder informarles de que no había ninguno lo suficientemente grande como para requerir puntos.
—Solo tienes alguna pequeña marca en el perineo, Mary. Así que nada de puntos —dijo riéndose entre dientes.
—Menos mal, porque la verdad es que no me fiaba un pelo de vosotros; en las prácticas siempre hacíais los puntos al revés —contestó Mary riendo.
Todd se encargó de limpiar la cama y de lavar a Mary. Las sábanas estaban empapadas, pero la sábana de goma que habían puesto debajo salvó de la ruina el resto de las sábanas y el colchón.
—Me parece que va a ser imposible sacar estas manchas —exclamó Todd sosteniendo la sábana empapada. Luego, hizo una bola con las sábanas y las toallas y las puso en remojo en un cubo de agua con jabón.
—Bueno, como es un niño supongo que lo llamaremos Jacob, tal y como habíamos decidido. ¿Te parece bien? —dijo Mary mirando a Todd. Todd caminó hasta la cama y tomó en brazos al bebé.
—Sí, definitivamente es un pequeño Jacob. Al fin y al cabo es un regalo de Dios, el mismo Dios de Abraham, Isaac y Jacob, así que Jacob es perfecto.
Jacob pesó al nacer casi cinco kilos. Al día siguiente, cuando todos lo vieron por primera vez, Mary declaró que era un bebé «muy sano».
El nombre completo del niño era Jacob Edward Samuel Gray. El nombre fue idea de Todd.
—A mí no me dieron ni siquiera un segundo nombre, así que no tuve elección. Siempre fui Todd. Quiero que el niño tenga libertad de elección. El pequeño Jacob podrá optar entre Jacob, Jalee, Edward, Ed, Eddie, Samuel o Sam. No le van a faltar opciones, no.
El primer verano tras la retirada al refugio, el grupo no prestó demasiada atención a las labores agrícolas. La máxima prioridad era la seguridad. Tenían tanta comida almacenada que no había necesidad de tener un gran huerto. Aquel verano tan solo cultivaron un cuarto del terreno disponible. Para cuando llegó la primavera del segundo año todos los miembros del grupo estaban hartos de la comida almacenada.