Patriotas (39 page)

Read Patriotas Online

Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
8.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

Las bucólicas tareas de aquel verano se vieron interrumpidas el 15 de septiembre, cuando Margie se lesionó el antebrazo. Ocurrió una mañana, temprano, mientras cortaba algo de leña para el hornillo de cocina que serviría para preparar el envasado del día. Trabajaba con un hacha de mango corto para partir la madera cuando el chirriante sonido del teléfono del puesto de mando la distrajo. Desvió la vista de su tarea durante un breve instante y bajó el hacha en un mal ángulo, de manera que esta rebotó contra el pedazo de madera que estaba tratando de partir. La hoja penetró el interior de su antebrazo izquierdo y le produjo un profundo tajo que tenía muy mal aspecto. Dejó escapar un grito, pero esperó a que quedara claro que la llamada en el TA-1 era una comprobación rutinaria. Entonces, aplicando presión directamente sobre la herida, llamó pidiendo ayuda.

Al principio el corte sangraba muy poco y Margie no estaba muy asustada. Unos minutos después, cuando Mary estaba examinándolo, el sangrado capilar ya era abundante. Mary comprobó horrorizada que Margie casi se había seccionado dos tendones.

Aplicó rápidamente una venda a la herida e hizo que Margie se trasladara a la cocina. Mary se enfundó en su uniforme de enfermera verde claro y se puso la mascarilla. Después se lavó a conciencia las manos y los antebrazos con Phisioderm y se puso también un par de guantes quirúrgicos. Mientras tanto, Rose lavó con alcohol la mesa de la cocina. Margie esperó pacientemente con el brazo levantado sobre la cabeza para controlar la hemorragia. Para cuando Mary había acabado de prepararse, la venda estaba empapada y un estrecho reguero de sangre empezaba a descender por la axila.

—Mary, cariño, por favor, date prisa —dijo Margie.

Tras seleccionar unos cuantos instrumentos quirúrgicos de su bolsa y de los paquetes esterilizados, Mary estaba preparada. Volvió a parar para lavarse las manos una vez más.

—Empieza a dolerme mucho y de manera punzante —gruñó Margie.

Mary hizo que se tumbara y que levantara sus pies y el brazo herido para reducir el riesgo de shock.

—No te preocupes. Voy a darte algo para el dolor —dijo con voz tranquilizadora.

Tomó una jeringa hipodérmica de veinte centímetros cúbicos y la llenó con lidocaína H. C. L. Tras darle unos ligeros toques a los lados y presionar el émbolo para sacar las burbujas de aire, Mary insertó la aguja en tres lugares distintos alrededor de la herida.

—El dolor empezará a remitir en unos minutos. Ten algo de paciencia, querida paciente. —Mirando a Rose, que también llevaba una mascarilla, dijo—: Voy a necesitar más luz. Trae la lámpara de lectura del salón y ponía en el extremo de la mesa. Ahí mismo hay un enchufe.

Un minuto después, Rose volvió con la lámpara.

—No, no, no la acerques tanto, esa cosa está sin esterilizar. Apóyala al otro lado de la mesa e inclina la pantalla de manera que me ilumine. Ahí, eso es.

Mary cortó la empapada venda con un par de tijeras de mango negro. Con una sonda de punta roma, comprobó la profundidad de la herida. Para que Margie y Rose, que observaba por encima del hombro de Mary, supieran cuál era la situación, dijo:

—El corte tiene unos diez o doce centímetros de profundidad. Hay una cantidad considerable de hemorragia capilar y cuatro pequeñas arterias sangrando. Esa de color azulado es una vena, no una arteria. Es bastante grande, y afortunadamente está intacta. Si estuviera dañada, ahora habría un charco de sangre, en eso has tenido suerte. Las malas noticias son que hay dos tendones casi seccionados por completo, y otro que tiene un rasguño.

Cuatro miembros de la milicia rondaban por el otro lado de la cocina observando la escena y murmurando para sí.

—Podríais ser de ayuda si uno de vosotros se acercara al taller y trajera el soldador pequeño —les dijo Mary.

Lon salió disparado en dirección al taller.

—¿Para qué necesita el soldador? —le susurró Della al oído a Doug, que estaba a su lado. Doug se inclinó hasta que su boca prácticamente tocaba la oreja de Della y murmuró:

—Para cauterizar la herida, creo. No necesitas quedarte a verlo si no quieres. Puede ser bastante desagradable.

—No, quiero quedarme. No me asusta. Además, esto es bastante interesante. Puede que algún día tenga que hacerlo —contestó Della.

Doug asintió con la cabeza.

Mary siguió con su monólogo.

—Voy a empezar a coser, o a intentar coser, estas cuatro arterias pequeñitas. Me temo que son del mismo tamaño que las que me dieron problemas cuando traté tu herida de bala, Rose. Voy a usar el material de sutura absorbible más pequeño que tenga. Si uso algo más grande, acabaré con la arteria cosida, pero agujereada como un colador.

Justo entonces, Lon volvió con el soldador. Mary señaló con la cabeza hacia la lámpara:

—Enchúfalo ahí mismo.

—¿No deberíamos esterilizarlo? —pregunto él.

—No necesitamos preocuparnos por la punta, ya que se esteriliza a sí misma al calentarse tanto. Lo que me preocupa es el mango. Haré toda la cauterización de una sola vez y luego me cambiaré los guantes.

Mary pasó los siguientes veinticinco minutos suturando las cuatro diminutas arterias y maldiciendo de vez en cuando. Era un trabajo minucioso y muy frustrante. Para controlar el sangrado en esta fase de la operación, hizo que Rose colocara un esfigmomanómetro en el brazo superior de Margie y que aumentara poco a poco la presión. Una vez que la hemorragia se ralentizó hasta el punto de permitir ver su tarea, Mary le dijo a Rose que parara de bombear. Mary tuvo que cerrar una de las arterias porque estaba demasiado dañada. Consiguió unir con éxito las otras tres. Una vez acabó con la sutura, Mary le dijo a Rose que aflojara la presión del tensiómetro por miedo a cortar el flujo sanguíneo durante demasiado tiempo.

Margie mantuvo la calma a lo largo de la operación. De vez en cuando Mary le preguntaba si sentía algún dolor. Siempre respondía negativamente. Margie no se atrevió a observar la operación, así que mientras duró todo el proceso mantuvo su mirada fija en la pared.

Cuando restauraron el flujo sanguíneo, las arterias suturadas no dieron señales de fuga alguna, pero el sangrado capilar volvió a ambos lados de la herida.

—Lon, Rose, voy a necesitar vuestra ayuda —dijo Mary dirigiéndose a la puerta.

Los dos se acercaron expectantes.

—Voy a necesitar que mantengáis quieto el brazo de Margie. Tras explicarles cómo quería que lo sostuvieran, Mary tomó el soldador. Le dijo a Margie:

—Esto va a doler, incluso con la lidocaína, así que trata de mantener quieto el brazo.

Mary pasó la punta del soldador por los puntos de la carne que mostraban el mayor desangrado. Durante el proceso, el soldador emitió un sonido sibilante. Margie dijo que no sintió nada, pero que no le gustaba el olor. «Huele a barbacoa» fueron sus palabras exactas.

Una vez acabó con el cauterizado, Mary se cambió de guantes y echó otro vistazo a los tendones dañados.

—No sé ni por dónde empezar con esos tendones, así que esperemos que se curen por sí solos. Lo mejor que podemos hacer es inmovilizar tu mano, muñeca y brazo inferior durante dos meses para darles la oportunidad de sanar solos.

Mary procedió entonces a cerrar la herida con puntos de sutura no absorbibles.

Cuando por fin acabó, Mary embadurnó el área de la herida con Betadine. Luego, envolvió con cuidado el antebrazo de Margie con gasa estéril de cinco centímetros de ancho y se quitó la máscara. Tras unos minutos de consulta con Lon decidieron hacer una tablilla. Lon volvió del taller cinco minutos después con un par de alicates y dos metros y medio de cable de verja rígida de veinte centímetros de diámetro. Lon colocó el cable directamente sobre el brazo de su mujer para calcular a ojo la medida de la tablilla. Luego, con la ayuda de los alicates, empezó a doblar el rígido cable. Tras tomar unas cuantas medidas más, acabó de dar forma a la tablilla en unos pocos minutos. Lon estaba empapado en sudor a causa del esfuerzo.

Una vez finalizada, la tablilla cubría ambos lados del brazo de Margie. Giraba 90° a la altura del codo y tenía dos agarres cruzados en los dos extremos. Para acolcharla, Mary usó algo de relleno de un enorme excedente de vendas de defensa civil. Una vez que el relleno estaba en su sitio, adherido mediante esparadrapo al armazón de la tablilla, Mary hizo descender con cuidado el brazo de Margie dentro de los confines de la tablilla. A continuación, usó casi por completo un rollo de gasa de siete centímetros de ancho, fijando el brazo en el interior de la tablilla.

Cuando completó el trabajo, le preguntó a Margie si notaba si el vendaje estaba demasiado apretado en algún punto.

—Aún no puedo contestar. Mi brazo sigue bastante insensible.

—Muy bien, Margie. No dejes de avisarme si sientes alguna molestia. Ahora viene la parte divertida. Tendrás que mantener el brazo en alto durante la mayor parte del tiempo las dos próximas semanas. También tendrás que recordarte a ti misma continuamente que no debes flexionar la muñeca o los dedos. Sé que va a ser duro, pero si queremos que esos tendones se curen bien, debes evitar someterlos a estrés. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —contestó Mary. Dirigiendo la mirada a su brazo lleno de vendas, dijo—: ¡Ay joroba! ¿Por qué tenía que pasarme esto justo ahora? Hoy íbamos a preparar sesenta tarrinas de mermelada de manzana.

Aquel día, más tarde, Mary probó su suministro de tetraciclina. Utilizó el test estándar aprobado por la OMS de título de anticuerpos que consistía en disolver una cápsula en agua clara. Sabía que si la disolución era turbia o precipitaba sería un indicador de que las cápsulas no eran seguras y debían desecharse. Comprobó con alegría que el resultado de la prueba fue una solución clara. Como la tetraciclina era vieja, le dio a Margie una dosis considerablemente mayor de lo normal. En un año o dos, Mary cayó en la cuenta de que tendría que empezar a valorar el estado de todos los suministros de medicinas y vitaminas del refugio.

14. La Milicia del Noroeste

«Las armas... disuaden e intimidan al invasor y al saqueador, y preservan así tanto el orden como la propiedad... Privar de su uso a los que respetan la ley solo puede traer un perjuicio espantoso.»

Thomas Paine

En junio del segundo año, una Patrulla de Reconocimiento de Largo Recorrido (PRLR) se encontró con un granjero extremadamente alterado y nervioso.

—Me alegro mucho de veros —les dijo—. Hace cuatro días que no consigo dormir. No tengo banda ciudadana, y tenía miedo de dejar solos a mis hijos pequeños y a mi mujer para ir a pedir ayuda. Un grupo de motoristas se ha hecho con el control de Princeton, a menos de un kilómetro y medio de aquí. Temo que en cuanto acaben de saquear esas casas, vengan en esta dirección. Han hecho cosas espantosas. Han matado a casi todos los hombres y han violado a las mujeres que seguían con vida. También me han contado que han torturado a los niños. Le han prendido fuego a dos casas. Son gente sin escrúpulos.

«Vosotros tenéis armas como las de los militares —siguió diciendo el hombre mientras miraba a Carlton con gesto suplicante— y estáis bien organizados, ¿no podríais hacer algo?

—¿Sabes cuántos son y de qué armas disponen? —preguntó Doug Carlton, que era el que estaba al mando de la patrulla.

—Me han dicho que esa gentuza son más de veinte, quizá lleguen a treinta. Corre el rumor de que tienen una ametralladora.

—¿Qué clase de ametralladora?

—Una de esas grandes que se cargan con cintas y que llevan un trípode para apoyarse. Las preguntas siguieron durante algunos minutos, pero no revelaron casi nada más, todo eran cosas que le habían contado.

Siguiendo las pautas que había recibido en los cursos del CAOR (Cuerpo de Adiestramiento de Oficiales de la Reserva), Carlton decidió coger al toro por los cuernos. En primer lugar, ordenó que la patrulla se desplazara a una densa arboleda que había a trescientos cincuenta metros de la casa. Una vez allí, consultó con el resto de los miembros de la patrulla.

—Muy bien, el asunto es el siguiente. Evidentemente, una patrulla de siete hombres no son efectivos suficientes como para enfrentarse a este problema. Lo que voy a hacer es dividir en dos la patrulla. Tres efectivos irán a Princeton a reconocer el terreno, mientras que los otros cuatro regresarán al refugio. La patrulla de reconocimiento estará formada por Jeff, Lisa y Kevin. Los demás volveremos al refugio lo más rápido posible e informaremos de lo que se nos ha contado.

»Jeff —dijo Doug mirando fijamente a Trasel—, estarás al mando de la patrulla de reconocimiento; tú tienes mucha más experiencia que yo en ese terreno. Haz lo necesario para regresar al refugio antes de pasado mañana al amanecer. Vuestra tarea consiste en observar e informar después. Nada más. Haced todo lo humanamente posible para evitar ser detectados, pero intentad aproximaros lo suficiente como para poder ver con todo detalle qué es lo que está sucediendo. Concretamente, tenemos que saber cuántos son y con qué armas cuentan, qué edificio o edificios han ocupado, y si han establecido algún tipo de seguridad. Si es así, es fundamental saber dónde están los puestos de guardia o qué rutas siguen si lo que hacen es desplazarse durante las guardias. También tenemos que saber si se van turnando regularmente. Tomad nota de todo, necesitamos apuntes lo más exactos posible de toda la situación. Eso es todo. ¿Alguna pregunta?

Jeff se quedó pensando durante un momento.

—No hay preguntas, pero necesitaremos dos juegos de prismáticos y uno de
walkie-talkies
de 5 V. También, y teniendo en cuenta que vosotros ya volvéis y que nosotros nos quedamos veinticuatro horas más de lo planeado, nos vendría bien que nos dierais toda la comida que lleváis encima.

—Está bien, que tengáis suerte —contentó Doug, tras hacer un gesto de aprobación con el dedo pulgar.

Después de redistribuir las cosas que llevaban en las mochilas, Carlton, Rose, Lon y Dan Fong emprendieron el regreso hacia el refugio. Sin levantar apenas la voz, Jeff empezó a informar a Lisa y a Kevin de cómo llevarían a cabo la tarea de reconocimiento.

En cuanto regresaron a la granja de los Gray, Mike y Todd escucharon el informe de la patrulla. A continuación, y con la ayuda del tablero con el mapa, Todd hizo una descripción de la zona alrededor de Princeton.

—Se trata de un pueblo pequeño situado a unos veinticinco kilómetros al oeste de Bovill, un poco más al norte. Por lo que recuerdo, el pueblo está compuesto por una veintena de casas, repartidas a ambos lados de esta carretera de aquí, que va de este a oeste. En la afueras del pueblo hay un aserradero, y en medio, una gasolinera. Aparte de eso, el resto de los edificios son de tipo residencial. La mayor parte de los alrededores están poblados de árboles. Si de verdad hay más de veinte tipos ahí, no nos va a resultar fácil acabar con ellos.

Other books

The Unsung Hero by Samantha James
Devil's Demise by Lee Cockburn
Savior by Eli Harlow
UNBREATHABLE by Hafsah Laziaf
Too Damn Rich by Gould, Judith
The Cobra by Richard Laymon
Can't Buy Your Love by Lockwood, Tressie
Seduced by Chocolate by Celia Kyle, Lizzie Lynn Lee