Patriotas (43 page)

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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
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—Está bien —dijo Mike—, ahora que hemos despejado todas las casas, vamos a volver otra vez en grupos de dos para asegurarnos de que no nos hemos dejado a nadie. Quiero que registréis a fondo todas y cada una de las habitaciones. Podéis tardar el tiempo que haga falta. Aseguraos también de que estos «ángeles del infierno» a los que hemos disparado estén de verdad en el infierno. Los que parece que están más muertos son los que siempre se levantan y te pegan un tiro.

El proceso de revisión final fue relativamente tranquilo. Debajo de una cama descubrieron a un miembro de la banda que se había escondido. Cuando le ordenaron que saliese de su escondite, el motorista salió corriendo en dirección a la ventana. Kevin Lendel disparó su escopeta de corredera tres veces y el tipo cayó desplomado debajo del alféizar.

En la trastienda de una antigua tienda de tractores, T. K. y Lisa encontraron a un chico de diez años atrapado en una de las taquillas que había en la pared. Una percha doblada alrededor del pasador impedía que pudiese abrir la puerta. Era el único habitante del pueblo que había sobrevivido. Las manos del muchacho estaban cubiertas por trapos manchados de sangre. Al retirar los trapos, Lisa descubrió que le habían cortado los dos dedos meñiques.

—¿Quién te hizo esto? —le preguntó.

El muchacho murmuró algo imposible de entender.

Lisa repitió dos veces más la pregunta.

El chico fue finalmente capaz de contestar.

—Fue Greasy —dijo temblando—. Me prometió que me iría cortando un dedo cada día hasta que no me quedase ninguno.

—¿Por qué te hizo eso?

—Porque... porque no hacía lo que él quería. Quería que con mi boca le... —Después de decir eso el chico se echó a llorar.

Lisa se acercó para darle un abrazo, pero el chico le gruñó.

—Pobrecito. ¿Quieres un poco de agua? —preguntó Lisa.

—Sí, por favor, señora.

Lisa sacó la cantimplora de la bolsa y se la dio al chico, quien se la bebió prácticamente entera dando largos y sonoros tragos.

A ambos lados del pueblo, los templarios habían preparado sendas emboscadas en la carretera. En cada una de ellas, habían posicionado a tres hombres y habían colocado dos minas Claymore. Otros siete templarios habían dispuesto emboscadas individuales en senderos que pudiesen servir para salir del pueblo, colocando a su vez una mina Claymore cada uno.

Los motoristas cayeron en tan solo tres de las emboscadas que habían sido preparadas. En la primera, el estallido de una mina Claymore fue seguido de varios disparos de fusil. Cuatro miembros de la banda que intentaban huir con sus motos perdieron la vida.

La segunda emboscada la llevó a cabo una chica de catorce años. Dos hombres armados, uno de ellos desnudo, iban corriendo por un sendero que iba directamente hacia donde ella estaba. Cuando vio que entraban en la zona de efecto de la Claymore, la chica se agachó detrás de un árbol caído y conectó los cables WD-1 a la batería de 9 V. El sonido de la explosión la alteró bastante, nunca había escuchado nada igual. Cuando se asomó con su carabina AR-180, dispuesta a disparar a cualquier cosa que se moviera, comprobó que no quedaba nada con vida a lo que disparar.

El experto en comunicaciones de los templarios, un encargado de señales de la Marina retirado y de setenta y cuatro años de edad, fue el que realizó la tercera emboscada templaria, que estaba preparada en un cruce de dos senderos. Desde allí observó que se aproximaba corriendo un hombre con una cazadora de cuero negro y una escopeta de corredera Maverick de las baratas. Como no quería malgastar su mina Claymore, el templario apuntó cuidadosamente con su M1A y disparó dos veces desde una distancia de cincuenta metros.

Dos horas después de que acabase el tiroteo, los templarios, solos o en parejas, empezaron a entrar en el pueblo. La visión de los cadáveres en las calles, tanto los de los habitantes del pueblo como los de los motoristas que ahora estaban reuniendo en un montón los miembros de la Milicia del Noroeste, los dejó boquiabiertos.

Una de las mujeres templarías reconoció al chico que habían encontrado en la taquilla. Era el hijo de la mujer que le cortaba el pelo antes del colapso.

—¿Dónde están tu mamá y tu papá, Timmy? —le preguntó.

El muchacho se la quedó mirando con la mirada perdida.

—Cuando llegaron —dijo después de permanecer un rato callado— dispararon a mi papá. Mi madre también está muerta. Greasy la apuñaló. Yo lo vi.

—¿Quieres venir a vivir con nosotros? —le preguntó la mujer, con lágrimas en los ojos—. Vivimos cerca de aquí, en Troya. Es un lugar seguro. Allí no hay hombres malos.

—Sí, creo que sí —contestó con un tono todavía huraño—. Pero primero quiero ver a Greasy. Quiero verlo muerto. —Después de ir caminando por entre los cadáveres durante algunos minutos, Timmy señaló al motorista al que llamaban Greasy. A continuación, se acercó y escupió sobre él. Acto seguido, regresó junto a Molly.

—No te preocupes, Timmy —le dijo ella, cogiéndolo del brazo y alejándolo de donde estaban los cadáveres—. Ya ha pasado todo.

El chico levantó la cabeza y la miró con un duro gesto de incredulidad.

Tras establecer un perímetro de seguridad, Todd, Mike, Roger Dunlap y Ted Wallach mantuvieron una rápida reunión en la parte de atrás de la gasolinera. En primer lugar, compararon las anotaciones acerca del número de miembros de la banda que habían matado.

—Hemos matado a dieciséis. No hay ningún prisionero —expuso Todd con toda naturalidad.

—Nosotros acabamos con siete en las emboscadas —contestó Dunlap—. Eso hace un total de veintitrés, que encaja bastante bien con las cifras que Trasel facilitó en su informe de reconocimiento. Como mucho, quizá se nos puedan haber escapado uno o dos.

—Confío en que hayamos acabado con todos —dijo Todd con un ligero tono de urgencia—. De todas maneras, es imposible estar seguro. —El tema de la conversación derivó después hacia qué debía hacerse con los cuerpos y con el material requisado.

A lo largo de la tarde se llevó a cabo un registro todavía más exhaustivo de las casas, en el que se incluyó la revisión de sótanos, áticos y recovecos. Tanto los templarios como los milicianos del Noroeste colaboraron en esta tarea. A excepción de un cadáver putrefacto que encontraron en un sótano, no aparecieron más motoristas ni más vecinos. Todd dio la orden de reunir todo aquello que pudiese ser de utilidad, incluyendo los casquillos ya disparados. Llegados a este punto, los dos grupos enviaron patrullas reducidas para acercar al pueblo sus respectivos vehículos.

Todo el material requisado a la banda fue amontonado junto a la furgoneta de los motoristas. De hecho, la mayoría de los objetos más valiosos fueron encontrados en el interior de esta. Allí aparecieron unos dos mil cartuchos de munición de diverso calibre, un par de gafas de visión nocturna, cuatro cajones con doce botellas de alcohol cada uno, y quinientos cuarenta litros de gasolina. En los edificios y en las alforjas de las motos encontraron aún más munición, mapas de carretera, marihuana, ropa y un par de prismáticos. Al registrar los cuerpos de los motoristas y sus objetos personales, aparecieron también las llaves de la furgoneta y de las distintas motos.

El único hallazgo fuera de lo común fue el de una caja de cerca de un centenar de abrojos. Estos artilugios de siete centímetros de largo y tres de ancho eran piezas de metal cortadas con forma de pajarita. Todas ellas estaban dobladas 90° en el centro, de manera que daba igual en qué posición cayeran, una de las cuatro puntas del abrojo apuntaría siempre hacia arriba. Mike supuso que los motoristas los habían fabricado para tender emboscadas a vehículos o para evitar a posibles perseguidores.

Cuando llegó el momento de repartir el material requisado, lo único que Todd pidió fue quedarse con la M60 y la munición y accesorios de la ametralladora. El resto podían apropiárselo los templarios. Dunlap aceptó enseguida la propuesta. Todd ofreció también a los templarios que se quedaran con las cuatro minas Claymore que no habían utilizado. El jefe templario no se esperaba un regalo así y se mostró muy agradecido.

Todd y Jeff tomaron del montón cuatro cintas de balas de calibre 7,62 mm, una caja de munición de 20 mm, llena hasta el borde de enganches de metal para unir cintas adicionales, y una bolsa de nailon de color verde que contenía un cañón de recambio y un kit de limpieza.

Todd cogió a Dunlap del brazo y se alejó un poco del resto para explicarle cómo su grupo había requisado anteriormente cierto material a unos saqueadores y lo había guardado para que lo empleasen los refugiados o grupos de solidaridad. Dunlap asintió y estuvo de acuerdo con que era una buena forma de proceder. Con esa idea en la cabeza, Dunlap seleccionó seis de las mejores armas requisadas y las guardó para Timmy. Se trataba de un Mini-14, una carabina M-2, dos pistola automáticas XD Springfield de calibre.45, una escopeta de corredera Mossberg y un revólver Magnum Smith and Wesson modelo 629 de calibre.44. El líder de los templarios también apartó a un lado una cifra considerable de munición para cada una de las armas.

—Las limpiaremos —anunció Dunlap— y las guardaremos junto con la munición en una caja bien sellada que se llamará «Fondo fiduciario de Timmy». —A continuación, manifestó que guardarían el resto del equipo y de la comida para los refugiados o para los habitantes de la zona que se encontraran en situación de necesidad.

Los cadáveres de los motoristas fueron arrastrados hasta una casa de madera en el extremo norte del pueblo. Los de los habitantes del pueblo los colocaron en otra casa abandonada al otro lado de la calle. A continuación, por encima de los dos montones de cuerpos pusieron objetos que fuesen inflamables como periódicos, pedazos de madera, latas de aceite usado, muebles y la marihuana de los motoristas. Tom Kennedy ofició un funeral frente a la casa en la que estaban los cuerpos sin vida de los vecinos del pueblo. Aunque nadie lo pidió, Tom elevó también una oración por el alma de los miembros de la banda de motoristas.

Tras terminar las oraciones, Tom Kennedy encendió una bengala y le prendió fuego a las dos casas. En cuestión de minutos, las dos eran presa de las llamas. Media hora después, tras asegurarse de que no había peligro de que el fuego se contagiara al resto de las casas del pueblo, los dos grupos comenzaron a cargar sus vehículos. Tras intercambiar saludos y apretones de manos, los tres todoterrenos de los templarios, junto con la recién requisada furgoneta, abandonaron el pueblo. Según les dijeron, volverían unas horas más tarde con una camioneta con una caja más grande y con rampa para llevarse todas las motos, incluidas las cuatro dañadas por la explosión de la mina Claymore.

Mike reunió a los miembros de la Milicia en los dos vehículos e inmediatamente emprendieron el camino hacia su refugio. En la cabina del automóvil que encabezaba la marcha (la camioneta de Kevin Ford) iban Kevin, Lisa y Todd. Cuando ya habían recorrido unos cuantos kilómetros, Lisa se giró hacia Todd y le echó una mirada de reproche.

—Entiendo las razones para pedir la M60 —le dijo—. Desde el punto de vista táctico tiene el mismo valor que todo el resto de lo que había allí. Pero nos deberíamos haber quedado con las gafas de visión nocturna. Nos habrían venido muy bien en el POE.

—Había un problema, y es que esas gafas eran del modelo PVS-5 —contestó Todd—. Si no recuerdo mal, ese modelo precisa la corriente de una batería de 2,75 V, y ha habido casos en que esa batería ha explotado al intentar recargarla.

En el montón de cosas no he visto ninguna batería de repuesto, ¿tú has visto alguna?

—No —contestó Lisa con tono apesadumbrado. Luego suspiró y dijo—: Si es así, hiciste muy bien en invertir nuestro dinero en miras de tritio y en bengalas, tanto las normales como las de paracaidista, en vez de haberlo gastado en equipamiento de visión nocturna.

—No, no me malinterpretes —dijo Todd en tono conciliador—. No digo que el material de visión nocturna no sea bueno, solo digo que no sirve de nada si no se tienen las baterías adecuadas, y la mayoría son difíciles de conseguir, no se pueden recargar y tienen una vida de almacenaje limitada. Algunos de los modelos más recientes se construyeron para que funcionasen con baterías híbridas de níquel doble A y con recargables de 9 V como las que usamos nosotros con algunos de nuestros aparatos eléctricos. Alguno de esos podría haber sido una buena inversión, el problema radica en que eran extremadamente caros, especialmente todos lo que sacaron de tercera generación. En cuanto al material de fabricación rusa... Estaba tan mal hecho que ni siquiera me molesté. La calidad de imagen era muy pobre, las miras no acababan de calibrarse bien y los tubos intensificadores no tardaban en quemarse. Si hubiéramos tenido dinero suficiente, habría comprado algún producto de calidad fabricado en Estados Unidos...

—Si hubiéramos tenido dinero suficiente —interrumpió Kevin— habríamos comprado muchísimas cosas, como uno de esos equipos de detección de seísmos y de movimiento PSR-1 que estaba de saldo, o un transmisor-receptor de radioaficionado. No sé vosotros, pero a mí me frustra bastante estar ahí sentado con el receptor de onda corta escuchando a los radioaficionados y no poder participar en la conversación. Pensad en la cantidad de información de inteligencia que podríamos estar acumulando. Podríamos hablar con radioaficionados de toda la mitad occidental del país y enterarnos de cómo están las cosas en cada zona.

—Después de visto, todo el mundo es listo —repitió Todd una vez más, apoyando la barbilla en la palma de la mano.

16. Por una onza de oro

«El todopoderoso dólar, ese gran objeto de devoción universal en nuestra tierra, parece no tener verdaderos devotos en estas peculiares aldeas.»

Washington Irving, La aldea criolla

A principios de mayo del tercer año, justo cuando los trasplantes estaban listos para pasar del invernadero al huerto, el grupo recibió una agradable sorpresa. Una tarde, un joven montado a caballo con una escopeta tipo Bullpup High Standard Model 10-B colgada de la perilla de la silla de montar se detuvo frente al portón delantero. Kevin, que en esos momentos era el encargado de la vigilancia, escrutó al desconocido con los prismáticos. Reconoció al hombre como uno de los Templarios de Troya. Shona ladró tres veces desde lo alto de la colina. El visitante no esperó a que nadie saliera de la casa a recibirle. Se limitó a grapar una nota en el poste eléctrico más cercano a la puerta sin siquiera bajar del caballo y se marchó por donde había venido.

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