Authors: Agatha Christie
Hastings, el fiel amigo de Hércules Poirot, relata una serie de casos felizmente resueltos por el famoso detective belga que, convencido de la infalibilidad de su método deductivo, es capaz de aprovechar cualquier incidente trivial, sin aparente relación con el caso investigado, para descubrir siempre la verdad. El secreto de su éxito reside, según confiesa con orgullo el propio Poirot, en la calidad de las células grises de su privilegiado cerebro.
Agatha Christie
Poirot Investiga
ePUB v1.0
Ormi01.10.11
Título original:
Poirot Investigates
Traducción: C. Peraire del Molino
Agatha Christie, 1924
Edición 1985 - Editorial Molino - 240 páginas
ISBN: 84-272-0160-5
Me encontraba ante una de las ventanas de la residencia de Hércules Poirot, contemplando la calle.
—Es sumamente curioso —dije de pronto, conteniendo el aliento.
—¿El qué,
mon ami
? —preguntó Poirot, plácidamente desde las profundidades de su cómoda butaca.
—¡Dedúzcalo usted de los hechos siguientes! Aquí viene una joven elegantemente vestida... sombrero de última moda y magníficas pieles. Se acerca lentamente mirando todas las casas al pasar. Sin que ella se dé cuenta, la van siguiendo tres hombres y una mujer de mediana edad. En este momento acaba de unirse a ellos un chico de esos que hacen recados, que la señala con el dedo al mismo tiempo que gesticula. ¿Qué drama están tramando? ¿Acaso ella es una delincuente y sus seguidores unos detectives dispuestos a detenerla? ¿O son unos canallas a punto de atacar a una víctima inocente? ¿Qué dice nuestro detective?
—El gran detective,
mon ami
, escoge como siempre el camino más fácil. Verlo por sí mismo —y mi amigo vino a reunirse conmigo junto a la ventana.
Al cabo de un minuto reía regocijado.
—Como de costumbre, se ha dejado usted llevar de su incurable romanticismo. Ésa es la señorita Mary Marvell, la estrella de cine, a quien sigue un enjambre de admiradores que la han reconocido. Y
en passant
, mi querido Hastings, ¡ella se da perfecta cuenta de ello!
Me eché a reír.
—¡De modo que todo queda explicado! Pero no tiene pruebas de ello, Poirot. Ha sido sólo resultado de la identificación de la «estrella».
—
En verité!
¿Y cuántas veces ha visto usted a Mary Marvell en la pantalla,
mon cher
?
Reflexioné.
—Una media docena de veces.
—¡Yo... una! No obstante, a simple vista la reconozco, y usted no.
—Está tan cambiada... —repliqué con voz débil.
—¡Ah!
Sacré
! —exclamó Poirot—. ¿Es que esperaba verla paseando por las calles de Londres con sombrero de
cowboy
, o descalza y con muchos tirabuzones, como una colegiala irlandesa? ¡Hay que fijarse siempre en lo esencial! Recuerdo el caso de la bailarina Valerie Saintclair.
Yo me encogí de hombros, ligeramente molesto.
—Pero consuélese,
mon ami
—dijo Poirot calmándose—. ¡Todos no pueden como Hércules Poirot! Lo sé muy bien.—¡La verdad es que no conozco otra persona que tenga mejor opinión de sí misma! —repliqué entre divertido y contrariado.
—¿Y por qué no? ¡Cuando uno es único, lo sabe! Y otros comparten esta opinión... incluso la señorita Mary Marvell, si no me equivoco.
—¿Qué?
—Sin duda alguna. Viene hacia aquí.
—¿Cómo lo sabe?
—Es muy sencillo. ¡Esta calle no es aristocrática,
mon ami
! No hay en ella ni médicos ni dentistas... y mucho menos un peluquero de fama. Pero sí un detective de última moda.
Oui
, amigo mío, es cierto... estoy de moda, soy
le dernier cri
! Unos dicen a otros:
Comment
? ¿Has perdido tu pluma de oro? Debes acudir al belga. ¡Es maravilloso! Todo el mundo recurre a él.
Courez
! ¡Y vienen! ¡A manadas,
mon ami
! ¡Con los problemas más tontos! —sonó el timbre—. ¿Qué le he dicho? Ésa es la señorita Marvell.
Y como de costumbre, Poirot tenía razón. Tras un corto intervalo, la estrella del cine americano fue introducida en la habitación y los dos nos pusimos en pie.
Mary Marvell era sin duda alguna una popular artista de la pantalla. Había llegado hacía poco a Inglaterra acompañada de su esposo, Gregory R. Rolf, también artista de cine. Su matrimonio se efectuó un año atrás en los Estados Unidos y aquélla era su primera visita a Inglaterra. Le ofrecieron una gran recepción. Todo el mundo se volvió loco por Mary Marvell, sus maravillosos trajes, sus pieles, sus joyas, y entre todas éstas, por un gran diamante apodado para hacer juego con su poseedora «Estrella del Oeste». Mucho se había escrito acerca de esta joya... cierto y falso... y se decía que estaba asegurada por la enorme cifra de cincuenta mil libras.
Miss Marvell era menuda y esbelta, muy rubia y aniñada, con unos ojos azules grandes e inocentes.
Poirot le acercó una silla y ella comenzó a hablar en seguida.
—Es probable que me considere usted muy tonta, monsieur Poirot, pero lord Cronshaw me decía ayer noche lo maravillosamente que aclaró el misterio de la muerte de su sobrino, y quise conocer su opinión. Tal vez sea una broma tonta.... etc., dice Gregory.... pero me tiene muy preocupada.
Hizo una pausa para tomar aliento y Poirot la animó a proseguir.
—Continúe, madame. Comprenda, aún no sé de qué se trata.
—Pues de esas cartas —Mary Marvell abrió su bolso, del que extrajo tres sobres que entregó a Poirot, y que éste estudió cuidadosamente.
—Papel barato... el nombre y la dirección cuidadosamente escrito con letra de imprenta. Veamos la carta —y abrió el sobre.
«El gran diamante, que es el ojo izquierdo del dios, debe ser devuelto al lugar de donde vino.»
La segunda carta estaba redactada exactamente en los mismos términos, pero la tercera era más explícita.
«Ya ha sido advertida y no ha obedecido. Ahora el diamante le será arrebatado. Cuando llegue el plenilunio, los dos diamantes, que son los ojos derecho e izquierdo del dios, deberán ser devueltos. Así está escrito.»
—La primera carta la consideré una broma —explicó Mary Marvell—. Pero cuando recibí la segunda empecé a preocuparme. La tercera llegó ayer, y me pareció que, después de todo, aquello podía ser más serio de lo que yo había imaginado.
—Veo que no llegaron por correo.
—No; fueron traídas a mano... por un chino. Eso es lo que me asusta.
—¿Por qué?
—Porque Gregory compró esa piedra a un chino hará unos tres años, encontrándose en San Francisco.
—Veo, madame, que el diamante a que hacen referencia es...
—El «Estrella del Oeste» —dijo miss Marvell—. Eso es. Gregory recuerda que existía cierta historia relacionada con esa piedra, pero el chino no quiso darnos ninguna información. Gregory dice que parecía muy asustado, y con una prisa enorme por deshacerse de él. Sólo pidió la décima parte de su valor. Fue el regalo de boda que me hizo Gregory Poirot asintió pensativo.
—Esa historia refleja un romanticismo casi increíble. Y no obstante.... ¿quién sabe? Por favor, Hastings, deme mi almanaque.
Yo obedecí.
—
Voyons!
—dijo Poirot volviendo las hojas—. ¿Cuándo hay luna llena? Ah, el próximo viernes. Es decir, dentro de tres días.
Eh bien
, madame, usted me pide consejo... y voy a dárselo. Esta
belle histoire
puede ser una broma... o puede que no. Por consiguiente le aconsejo que deje el diamante bajo mi custodia hasta después del próximo viernes. Entonces podremos dar los pasos oportunos.
Una ligera nube ensombreció el rostro de la actriz al replicar contrariada:
—Me temo que sea imposible.
—¿Lo lleva consigo...
bien
? —Poirot la observaba fijamente.
La joven vaciló un momento, y al fin introdujo su mano por el escote de su vestido y sacó una larga cadena. Inclinóse hacia delante abriendo la mano, y en su palma brilló una piedra de fuego blanco, exquisitamente montada en platino.
Poirot contuvo el aliento y lanzó un prolongado silbido.
—
Epatant
—murmuró—. ¿Me permite, madame? —y tomando la joya en su mano la observó cuidadosamente, y al cabo la devolvió con una ligera reverencia—. Una piedra magnífica... sin un defecto. ¡Ah,
cent tonnerres
! ¡Y usted la lleva
comme ça
!
—No, no, en realidad tengo mucho cuidado, monsieur Poirot. Por lo general lo tengo encerrado en mi joyero, que guardo en la caja fuerte del hotel. Nos hospedamos en el
Magnificent
, ¿sabe? Lo he traído sólo para que usted lo viera.
—¿Y lo dejará bajo mi custodia,
n'est-ce-pas
? ¿Seguirá el consejo de Papá Poirot?
—Pues, verá usted, ocurre lo siguiente, monsieur Poirot. El viernes vamos a ir a Yardly Chase para pasar unos días con lord y lady Yardly.
Sus palabras despertaron un vago eco de recuerdos en mi memoria. Ciertos comentarios... ¿Cuáles fueron? Unos años atrás, lord y lady Yardly habían ido a los Estados Unidos y su Señoría estuvo derrochando dinero con ayuda de varias «amiguitas». Pero hubo algo más... más chismes relacionados con lady Yardly y un artista de cine en California... ¡Vaya! El nombre acudió a mi mente con la velocidad del rayo... claro... si no fue otro que Gregory R. Rolf.
—Voy a comunicarle un pequeño secreto, monsieur Poirot —continuó Mary Marvell—. Estamos en tratos con lord Yardly. Hay cierta posibilidad de que nos deje filmar una película en el castillo de sus antepasados.
—¿En Yardly Chase? —exclamé interesado—. Vaya, es uno de los lugares más bonitos de Inglaterra.
Miss Marvell asintió:
—Supongo que es el auténtico castillo feudal que necesitamos. Pero exige un precio muy elevado y, claro, no sé todavía si llegaremos a un acuerdo, por más que a Greg y a mí siempre nos gusta combinar los negocios con el placer.
—Pero... le ruego que me perdone si le parezco pesado... sin duda alguna es posible ir a Yardly Chase sin necesidad de que lleve consigo el diamante.
Una mirada astuta y dura veló los ojos de la señorita Marvell haciendo desaparecer su aire infantil. De pronto pareció mucho mayor.
—Quiero lucirlo allí.
—Cierto que hay joyas muy famosas en la colección de los Yardly —dije yo de pronto—. ¿No hay también entre ellas un gran diamante?
—Eso es —replicó Mary Marvell.
Oí que Poirot murmuraba entre dientes:
—Ah,
c'est comme ça
! —luego dijo en voz alta con su acostumbrada habilidad y ojo crítico (que él llamaba psicología)—: Entonces sin duda alguna usted ya conocerá a lady Yardly, ¿o tal vez su esposo la conoce?
—Gregory la conoció hace tres años, cuando estuvo en el Este —dijo Mary Marvell, y tras vacilar un momento agregó—: ¿Algunos de ustedes han leído alguna vez la revista
Comentarios Sociales
? Lo digo porque en el número de esta semana aparece un artículo sobre joyas famosas, y en realidad es bastante curioso... —se interrumpió.
Yo me puse en pie y acercándome a la mesa que había al otro lado de la estancia volví con la revista en cuestión. Ella buscó el artículo, que empezó a leer en voz alta: