Politeísmos (19 page)

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Authors: Álvaro Naira

BOOK: Politeísmos
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—Joder —dijo al cabo de un rato, dejando caer la cabeza en el colchón—. No te estás esforzando nada, Verónica. ¿Tengo que dejarlo para que te concentres? Yo paro.

La apartó de encima de él de un azote, se echó para atrás hasta apoyar la espalda en el tabique y cruzó los brazos tras la nuca. Se puso a silbar la música mientras la chica se lo tragaba. Los vecinos seguían dando escobazos.

Álex se puso de pie. Verónica se incorporó y le besó hasta que él le apretó los hombros y la obligó a arrodillarse con un “acaba lo que empiezas”. Empezó a decirle guarradas a toda potencia, cogiéndola del pelo y llevándole el ritmo. Cuando se corrió, no le permitió que se quitara hasta que le pareció, pese a que estaba tosiendo.

—¡Joder! ¡Qué asco! —exclamó Verónica cuando pudo respirar. Él tenía una mueca de guasa en la cara.

—Tienes que mejorar la técnica, princesa.

—Que te jodan. Eres un cerdo. Voy a enjuagarme.

—Tampoco ha estado tan mal... —valoró él meditabundo, abrochándose—. Venga, Verónica. Te invito a comer para quitarte el sabor, que te lo has ganado. Pero no me pidas exquisiteces. Te doy a escoger entre un bocata en el bar de enfrente o una hamburguesa en el McDonalds de Montera.

—Pues al McDonalds...

—Mala elección —respondió—. Culpa mía por darte opciones.

La música retumbaba contra las paredes. Álex salió del cuarto y acabó de tender moviendo la cabeza al compás de la batería.

—Joder. ¿Cómo es que estás tan contento?

—Porque he cobrado, coño. Me han ingresado pelas de uno de mis curros de mierda. Llevaba una semana sobreviviendo al límite, y tampoco te creas que lo que me han metido me soluciona la vida, que casi me lo voy a pulir en tabaco: prefiero ayunar a dejar de fumar. Al menos ya me ha llegado un juego para traducir, aunque hasta que me lo paguen me toca seguir tirando del mantenimiento de páginas web para sobrevivir. De momento tengo cubierto alquiler y gastos, pero más me vale comprarme móvil con urgencia para poder dar clases de inglés otra vez, que planté carteles con el número y el mail y como con internet comunica todo el puto día no contestó ni un alma... —la observó con una sonrisa leve—. Pero, claro, lo de los problemas económicos tú no puedes entenderlo. La nena recibe paga semanal, ¿me equivoco?

—Eres imbécil. Claro que recibo paga semanal. Tú tienes veintiséis. Seguro que a ti también te la daban cuando tenías mi edad.

—Yo nunca he tenido diecisiete años, Verónica —se burló él.

La chica se puso la ropa interior. Salió del dormitorio.

—¿Qué andas haciendo? —le preguntó.

—La colada. ¿Nunca has visto una? Verás; se coge la ropa sucia del cesto o, en mi caso, del suelo, se mete en la lavadora, se pone detergente...

—Gilipollas —respondió. Contempló el tendedero, los pantalones, camisetas, camisas, calzoncillos y calcetines y le entró la risa—. Es genial. La hostia.

—¿Qué pasa?

—Tu colada. ¿Sólo tienes ropa negra?

—Sólo tengo lo que ves, princesa. Y no es cierto que todo sea negro. Mira las sábanas: son de color crema con florecitas. Un chollo en los chinos, ¿qué pasa? ¡Eh! Y la toalla también es blanca. Aunque si continúo lavándolo todo junto, como pienso seguir haciendo, pronto acabará igual de negro que lo demás.

Ella se estuvo riendo sin parar hasta que volvieron a sonar golpes del piso de abajo. Álex pateó el suelo el mismo número de veces que clavaban la escoba.

—Joder, baja un poco la música. Me atruena a mí...

—Que se jodan. Aquí las paredes son de papel y yo me escucho todos los días sus putos programas del corazón, la COPE a las doce de la noche y sus discusiones y sus platos rotos por la mañana a primera hora, así que lo mínimo es que ellos me oigan follar y se traguen mi música a la hora de la siesta.

—Van a acabar subiendo... —dijo Verónica al notar cómo se incrementaban los escobazos.

—Pierde cuidado, princesa. No suben nunca. Me tienen pánico. Además, es que son gilipollas. Si ya saben que en cuanto dejan de dar palos la bajo. Lo hago sólo por joder. Cualquier día voy a pasarme yo a preguntarles si tienen algún problema para aprender a usar la escoba en el suelo en lugar de en el techo, que yo les muestro el sistema gustosamente —chascó los nudillos y extendió una camisa al tiempo que hablaba, esforzándose en estirarla bien para que se le quitaran las arrugas al colgar y no tener que plancharla entera—. Yo pago religiosamente mi alquiler, no como ellos, y a la casera me la follo de cuando en cuando, así que no les va a hacer ni caso si se quejan.

Verónica sonrió escéptica.

—Estás de coña.

—Para nada. Está bastante buena. Aunque tendrá treinta y cinco; pero mira, mejor que aguantar niñatas...

Ella le lanzó un tebeo de la pila a la cabeza.

—¡Eh! ¡Que acabo de recoger!

Álex salió de la cocina-salón y cambió a la mitad la canción que sonaba en el ordenador. La chica se sentó en el suelo y tarareó la letra con los ojos cerrados, dejándose llevar por la música, hasta que él empezó a cantarla. Entonces se le quedó mirando anonadada.

—Joder...

Álex se calló en cuanto notó cómo le observaba. Se giró con una sonrisa cáustica.

—Princesa, no me mires así que me pongo y no hay condones.

—Joder, Álex —declaró ella—. Cantas de la hostia.

—Lo sé. Gracias. Y cambiemos de tema. ¿Qué tal tu viaje de ácido del viernes? Supongo que de puta madre porque no te he visto desde entonces. Y no me quejo, ¿eh?, que tenía curro y contigo deambulando es imposible.

Verónica enrojeció.

—En realidad venía a pedirte perdón. Siento la que te monté.

—Qué va, si fue la leche. Ahí retorciéndote como una zorra y diciéndome que dejara salir al lobo de su traje de carne humana. Joder. Qué pena que te diera un viento y te fueras, porque haber echado un polvo así habría sido la polla. Hasta me han entrado ganas a mí de comerme un tripi. A mi edad...

La chica torció la expresión algo confundida.

—Rebeca te puede pasar si quieres...

—Verónica —cortó él—. Estoy de coña. Era LSD, ¿verdad? —preguntó de repente—. ¿De dónde lo saca ésa? Porque no lo venden en el supermercado.

—Se lo pasa su ex...

—Qué bien. Así todo queda en familia. ¿Bajamos a comer ya? Tengo también que hacer la compra. Si te aburres te vas, pero yo advierto que te pierdes el polvo de por la tarde.

Cogió una mochila de la misma variedad de tono que la colada, cerró con llave y descendieron hasta el portal. Miró las cartas del buzón y les metió toda la propaganda a los de abajo, mientras Verónica se reía. Se recorrieron todo Fuencarral. La chica cruzó para mirar el escaparate del Alchemy.

—Por dios, Verónica —se quejó él, estirando las manos en los bolsillos del abrigo de cuero—. Deja de seguir el manual para ser gótico, princesa.

—Me gustan estas cosas. No veo qué tiene de malo.

—Salvo el precio, nada.

—Oye, Álex...

—No te voy a comprar esa macarrada de calaveras, Verónica. Ni aunque me lo pidas de rodillas y con mi polla en la boca.

—No quiero nada —replicó dándole un empujón con la cadera—. Eres un imbécil. No es eso. ¿Por qué no me hablas de tu... tu religión? Ya sabes.

Él se carcajeó ampliamente.

—Vaya. Así que al final te he evangelizado. Y sin quererlo. ¿Pues sabes lo que te digo? Que me niego a hacer proselitismo con el estómago vacío.

Empujaron la puerta del chaflán de la hamburguesería. Álex leyó los letreros con una ceja enarcada y acabó por decir: “un whopper, como se llame aquí”. Verónica pidió pijaditas de pollo y patatas fritas. Él bufó pero pagó y cogió la bolsa para llevar.

—¿Por qué no comemos aquí? —preguntó mientras salían.

—Paso, Verónica. Para comer esta mierda yo no les hago bulto y clientela. Además, mira lo que tardo en meterme esto —abrió el envoltorio y se tragó la hamburguesa en tres bocados—. Listo —dijo arrugando el papel, limpiándose con una servilleta y tendiéndole la bolsa—. Vamos tirando al supermercado, chinos, estanco y farmacia.

La chica se encogió de hombros y fue picoteando su comida mientras avanzaban.

—Ya tienes el estómago lleno, Álex —comentó con una sonrisa—. Evangelízame.

Él se rió.

—Verónica, no hay nada que evangelizar. Ya sabes lo que dicen, además: “No abras una puerta que no puedas cerrar”.

La chica meneó la cabeza.

—¿Eso no es de un juego de rol?

—Probablemente. Ya ves la altura y calidad de mis fuentes, sí.

—Así que no piensas hablar del tema. De puta madre. Pues bien que les contaste cosas a Mon y a Rebeca. Están flipadísimas y lo sabes.

—Culpa mía, claro —gruñó él—. Mira, no voy a volver a repetirlo porque no soy vuestro padre y porque además en el fondo me la sopla lo que hagáis, pero os aconsejo que dejéis de meteros LSD y tener viajes místicos —se encendió un cigarro—. Haced lo que os salga de las pelotas. No es asunto mío. Yo me destrozo con otras cosas; no soy quién para criticar. Aunque ya de paso,
y va en serio
, os sugiero que dejéis de hacer el gilipollas con las ouijas.

—¿Por qué? ¿Qué pasa con las ouijas? —respondió con embarazo, porque sentía de alguna manera que era cierto, que se estaban pasando.

—Porque es una chorrada, pero si os lo creéis puede dejar de serlo —Álex compró un cartón de tabaco y se lo guardó en la mochila—. A ver, Verónica. Sé sincera. ¿Cuántas ouijas habéis hecho? ¿Dos, tres? —al ver la expresión de la chica aumentó el número—. ¿Diez? —ella osciló las pupilas—. ¿Una al día? —Verónica seguía con el mismo gesto—. ¿Una cada vez que podéis? —Álex resopló—. ¿En el recreo, al salir de clase, al levantaros, por la noche? ¿Hasta en el baño?

—No eres quién para decir nada, Álex —murmuró ella violentada.

—Pues entonces no me preguntes mi opinión, Verónica —se pasó la mano por el pelo—. Lo que me intriga es qué os tiene tan enganchadas.

Verónica lo miró como si fuera de otro planeta.

—¿Tú qué crees, gilipollas? —barbotó—. Nos tiene enganchadas tu maldita religión, Álex, y como tú no abres el pico más que para soltar hachas, tenemos que buscarnos la vida por otro lado para que nos expliquen qué coño es toda la historia. Maldita sea, tú no has visto lo que yo. Tú no sabes qué tienes dentro y cómo está sufriendo. Hablas mucho y no tienes ni puta idea de nada, Álex.

—Verónica, estabas drogada. No me jodas. No dudo que tu viaje fuera la polla, pero...

—Me da igual. No te lo creas si no quieres. Aquí mucho de boca, pero en el fondo yo ni sé si te tomas en serio todo lo que dices.

Él se detuvo de golpe. Apretó los puños y los dientes.

—Verónica —dijo sin mirarla—. Última vez que te atreves a soltar eso. Eres tú la que no tienes ni puta idea de lo que hablas. Que porque te hayan escrito cuatro ja-jas en una hoja de cuaderno te crees que sabes de qué va esto.

—Lo sabría si me lo contaras, Álex.

—Cierro tema que me estoy cabreando de verdad, Verónica. Yo aviso una vez. Dos no.

Ella abrió la boca pero se lo pensó mejor al verle la expresión. Aguardó un rato. Compraron detergente, alcohol, pasta de dientes, gel de ducha y cuatro kilos de filetes de vaca. Después de pagar, se metió las dos bolsas apretadas en la mochila.

—En internet sólo hay chorradas —comentó Verónica como si tal cosa—. Le dijiste a Rebeca que buscara por internet, pero no hay nada.

—Eso es porque no sabéis buscar —respondió—. Vamos a la farmacia y para el piso.

Compró dos paquetes de doce preservativos y se planteó por un momento la posibilidad de decirle a Verónica que pusiera dinero. Acabó descartándolo y cambió el último billete de cinco mil. Subieron a su casa, metió la carne en el congelador y el resto lo dejó por el suelo. Follaron en silencio, algo enfadados, sin mucho entusiasmo. Verónica se acurrucó entre las sábanas cuando acabaron y se quedó frita, después de pedirle que la despertara a las siete y media, cuando se suponía que acababan sus clases particulares de inglés. Él no tuvo ganas ni de hacer el chiste de que no tenía ningún problema en follar en ese idioma para que no mintiera a sus padres, aunque se le pasó por la cabeza.

Álex se la quedó mirando un rato mientras dormía. Le apartó el rizo rojo que se mecía con el aliento. Luego se incorporó con cuidado para no despertarla. Se puso la ropa interior y los pantalones y sacó la cartera. Le habían quedado dos billetes de mil y unas setecientas pesetas en monedas. Suspiró echando la cabeza hacia atrás y rotando la silla. Guardó un billete en el cajón de los discos de la mesa del ordenador, como quien entierra un hueso para comérselo luego. Encendió el monitor. Abrió el IRC.

Start of #Politeismos buffer: Mon Feb 21 19:25:57 2000

[19:26] *** Now talking in #Politeismos

[19:26] *** CHaN sets mode: +o Haller

[19:26] : eh haller

[19:26] <^Atenea>: haller, q tal?

[19:26] <^Atenea>: cuánto tiempo sin leerte

[19:26] : saludos.

[19:26] : como te va

[19:26] : tirando.

[19:26] : el resto estan away, no?

Álex miró en la ventana secundaria quiénes estaban conectados. Levantó el labio.

[19:27] : eh.

[19:27] : un momento.

[19:27] : quien ha dejado entrar a ese gilipollas?

[19:27] : al satanico? lucien xDDD le ha quitado tu ban, dice que no va a impedir que nadie se exprese

[19:27] : dejale estar que no ha dicho nada

[19:27] : aun.

En pantalla apareció “Haller sets mode: +b”, seguido de la IP. Escribió el comando “/kick #Politeismos SaTaNiCo” y puso en motivo: “Por respirar”.

[19:27] *** SaTaNiCo was kicked by Haller (Por respirar)

El satánico salió inmediatamente expulsado del canal.

[19:27] : a tomar por culo.

[19:27] <^Atenea>: jejajajajaja

[19:27] : xDDDDDDDDDDD

[19:27] : a tocar las pelotas a otra parte.

Álex se puso a navegar al tiempo. En el canal seguían escribiendo.

[19:28] <^Atenea>: fue mejor la primera vez que entró

[19:28] <^Atenea>: se metió siguiendo a lilith desde el de siniestros, os acordáis?

[19:28] : como olvidarlo

[19:28] : duro dos segundos en el canal

[19:28] <^Atenea>: fue entrar y haller le kickeó. patada y fuera del canal.

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