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Authors: Álvaro Naira

Politeísmos (41 page)

BOOK: Politeísmos
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—¿Te marchas? —musitó Sara, sentada en el pedestal del caballo encabritado. Se abrazaba las piernas con los brazos ceñidos por la labor de puntilla y caían los tules sobre el zócalo; la lechuza reunía todos los matices del blanco en su cuerpo, desde el hueso sucio al charol reluciente y sideral. Cristina ahogó un chillido. Sintió un terror irracional de la sonrisa flexible y los ojos azules, de la chica nívea y lunar que parecía estarla esperando. Bajó a toda carrera y dio un traspié, huyendo de Atenea. Se incorporó jadeando. Iba a coger las otras escaleras cuando, al pasar por delante de Lázaro, éste abrió los ojos.

—¿Algún problema, Cristina? —preguntó Lucien tranquilamente, como si la hubiera pillado bostezando.

La chica dio un paso atrás. Todos la miraban ahora. Con las luces tenues del jardín, tuvo la impresión veloz de que estaba rodeada, realmente, por una bandada de cuervos de narices largas y aguzadas, ojos brillantes como escarabajos, larguísimas plumas negras que se sacudían y garras cortas y rapaceras.

—Yo... —empezó ella, pestañeando muy fuerte para alejar la imagen e intentando mantener el control—. Me parece que yo no... no... Verás, creía que esto era otra cosa.

—¿Qué cosa?


Otra cosa
.

La bandada contuvo unas risas altivas de desdén. Lucien tenía una expresión plácida, encantadora, en la cara. Parecía realmente interesado en las palabras de la neófita.

—Guarden silencio —dijo—. Dejen que se exprese Cristina. ¿Qué cosa creías que era
esto
?

—Sara me contó que...

—No dudo que Atenea te relataría la cuestión sin apartarse un punto de la verdad. ¿Cuál es el problema?

—Lo estás disfrutando, ¿eh, Lucien? —le murmuró al oído el que llevaba el alias de Nevermore.

Lázaro no varió el gesto.

—Oye, yo... —titubeaba Cristina—. Me parece que me voy a marchar. Encantada de conoceros, pero a mí esto no me va nada.

—¿Qué es lo que no te
va
nada? —repitió Lucien con amabilidad—. Tal vez necesites un tiempo para adaptarte. Puede que no comprendas lo que se habla acá. Quedate tranquila, te juntás con Jackdaw a tomar un café y él te va a explicar todo con calma. Tené paciencia.

—¿Lo que se habla? —la chica soltó una carcajada alterada—. Mira, quiero pirarme de aquí. ¿Dónde está el vigilante? Me voy.

—Me temo que no, querida —respondió, sin perder la sonrisa cortés.

Cristina se apretó las manos. Tragó saliva.

—¿Qué has dicho?

—Me escuchaste a la perfección —dijo Lucien con un tono pacífico.

La secta formaba a su alrededor un coro de risas finas, encubiertas. Los muchachos sentados daban botes inquietos, impacientes, sobre el bordillo, al igual que pájaros que se desplazan sobre el tendido eléctrico. Uno de los hombres —Corvuscorax, de pie junto a Lázaro— se frotaba detenidamente las manos con una lentitud algo asquerosa, como si se estuviera lavando suciedad adherida de años en una palangana con agua.

—Cristina. Sentate con tus compañeros —pidió Lucien volviendo a sonreírle con simpatía, como si la invitara a tomar asiento retirándole la silla—. Si no tenés más que agregar, te ruego que no vuelvas a interrumpir.

—¡He dicho que me voy! —aulló la chica, recibiendo carcajadas, ahora sin disimulo, por parte de todo el parlamento de los cuervos, excepto de Lucien, Ángeles, Atenea y Corvuscorax. El último tenía una mueca despectiva en la cara.

—Acá seguimos un orden —continuó Lázaro con sosiego, como si no la hubiera escuchado—. Primero hablan los ancianos, después los jóvenes, más tarde los polluelos. Los huevos, Cristina,
no hablan
.

—¡Yo no quiero hablar, joder! ¿Es que no lo entiendes? Bah, para qué discutir. Me piro.

—Vos sos la que no entiende, querida —replicó amistosamente—.
No podés marcharte
.

—¿Qué?

—Cristina. Entraste y te vas a quedar hasta que termine. Y el próximo sábado vas a venir otra vez, como tus compañeros.

La cara de Lucien —todo sonrisas, gestos blandos y templados—, desencajaba con la situación. Su expresión serena le resultó, por un segundo, violentamente cínica, como si se le superpusieran dos capas; la del hombre afable y
otra
: un bulto repugnante, alquitranado, con los ojos relucientes y un pico inmenso que chascó como el entrechocar de unas tijeras. A la chica le tabletearon las rodillas. La lechuza, desde arriba, los miraba con un vacío engañoso, como si estuviera en otro lugar.

Cris movió nerviosamente el pie contra el suelo. Cambió el peso de una pierna a otra. A su alrededor, los cuervos se carcajeaban sin tapujos, con risotadas fuertes. El rostro de Lucien, mientras le decía que no podía marcharse aunque quisiera, era la viva estampa de la cordialidad. Cristina cerró los puños.

—Oye, si esto es una broma no tiene gracia. Quiero irme, ¿de acuerdo? Yo aquí no pinto una mierda.

—Vos sí
pintas
, Cristina. Lo mismo que el resto. Sentate e intenta escuchar. Tal vez aprendas algo.

La chica puso los músculos en tensión. Parecía dispuesta a echar a correr, atravesar el parque y saltar la verja. Lucien, entonces, cerró la mirada.

—Querida... —susurró—. Quieta.

Sin poder evitarlo, se quedó prendida de los ojos pardos, líquidos, hondos. Lucien empezó a respirar profunda, espaciadamente. Tenía las pupilas hundidas con intensidad en las de la neófita. No pestañeaba. Pasó un minuto. Pasaron dos minutos. Pasaron cinco. Pasaron diez. La bandada no hacía un ruido. Contenía el aliento. Cristina empezó a tiritar.

—¿Qué me estás contando? —dijo el gato montés—. ¿Peligrosos?

—Sí, joder —respondió Álex—. Peligrosos. Según se vea, claro. Igual podría decirte que Lucien es una gran persona que sólo se preocupa por los demás, y tampoco te mentiría. Pero están muy flipados. Ya sabes. Se huele la secta a distancia —el lobo dio una calada—. A mí ese rollo no me va ni pizca, pero a Lucien le pone un huevo. Vamos, que espero que te la hayas follado bien y a gusto, porque a ésa no le vuelves a ver el pelo. Buscará gente con alas. Se colgará por Lucien, como todas las putas niñatas de su club. Carisma dieciocho, el cabrón; no sé qué coño le verán al abuelo... —añadió, mientras los chicos se sonreían ante la expresión rolera del numeral—. Joder, que pasará los treinta, y largos, pero están todas las crías de quince años mojando las bragas por él —Álex mordió el filtro del pitillo y se acercó el cenicero— y a lo tonto, que el cuervo es furiosamente monógamo, desde hace la tira de vidas, como él dice...

—No me parecieron peligrosos, la verdad.

—Peor para ti. Bueno, ¿qué? ¿Tienes alguna otra duda existencial o puedo seguir leyendo?

—Me parecieron un montón de zumbados —comentó Iván.

—Lo son —Álex sonrió de forma ladeada—. Hasta el culo de drogas. De las tradicionales, no creas. En plan viaje chamánico. Son de los que se patean la página de esquelas del periódico y se van al tanatorio en cuadrilla a guiar a los que se mueren para que se reencarnen en otro cuerpo. Cosas de cuervos. Está en su naturaleza rondar los cadáveres. Si les hace felices, me parece de puta madre. Todo sea por la causa —el lobo chascó los nudillos—. Pero a ti sus movidas místicas no te sirven. Que les follen a los pajaritos. “Vos sos un cuadrúpedo” —susurró imitando el acento argentino—. ¿No te lo dijo el cuervo? Cuatro patas sobre el suelo.

—Oye, ¿y yo? —intervino el otro chico.

—Tú me la soplas, enano. Si quieres un consejo, tírate por una ventana. Y deja hablar a los que tienen algo que decir —Álex tiró la ceniza y no le prestó más atención—. Pues eso es todo, gatito. Bienvenido al politeísmo.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo. ¿Qué más quieres? Tienes a tu dios dentro y sabes cuál es. Procura mantenerte fiel a su forma de vida y te sentirás de puta madre. Cazar, comer y follar. Si traicionas lo que eres, vence esa alma humana que tu colega tiene ahí solita y aburrida, sin animal que se la devore a dentelladas. Y si gana tu hombre, se acabó lo que se daba. A tomar por culo. Fundido en negro.

Iván dio una calada. Iba a levantarse, pero decidió esperar con la excusa de acabarse el cigarro. En realidad se moría de ganas de seguir hablando del tema. El lobo parecía tranquilo, relajado, hasta un poco divertido.

—Oye, una cosa —le interpeló el gato—. ¿Cómo coño lo ves? ¿Hay que entrenarse o algo?

Él lo pensó unos segundos.

—Se ve. Sin más. Nublas la vista. Miras ahí, miras más allá y, de repente, te salta hacia fuera. De golpe. Como un estereograma.

—¿Pero cómo?

—Como el puto Ojo Mágico, joder. ¿Nunca has jugado a ver las imágenes en 3D? Cuando sale la figura, lo que te sorprende es no haberla visto antes. Siempre ha estado allí; sólo tenías que usar los ojos adecuados. Esto, lo mismo.

Iván asintió.

—¿Y hay mucha gente dentro? ¿De qué va la cosa? ¿Es una secta o algo así? ¿Tú eres un gurú?

Álex estalló en risas.

—Sectas para Lucien, tú. No, esto no es una jodida iglesia. No tienes que pasar por un ritual en el que te tiren a una piscina llena de sangre, te dejen en bolas atado a un campanario o te den de latigazos hasta que pierdas el conocimiento.
Tú ya estás dentro
. Tienes o no tienes dios. Sabes o no sabes cuál es. No necesitas más. Y sí, hay un huevo de gente en esto. Si te aburres, te metes en el IRC en #Politeismos y te das un paseo. Búscate un alias lo suficientemente elocuente y estúpido para que la peña no te sacuda a preguntas de cuál es tu animal. Yo qué sé: Garfield, por ejemplo. O Hello Kitty. Eso sí, te informo de que el canal lo fundó el cuervo y está llenito de pájaros y cuando no estoy yo para imponer orden no paran de hablar de magias y de wicca. Ah, y respecto a si soy o no un gurú, te advierto que le he partido la boca a más de uno por llamarme así.

—Entonces a ti te metió Lucien, ¿no? —aventuró Iván—. Él es el gurú.

Álex desmesuró los ojos. Le entró la risa floja. Balanceó la banqueta con las sacudidas.

—¿Que Lucien me evangelizó a mí? ¿A mí? ¡Y UNA POLLA! Venga, hombre. A mí no me evangeliza ni Cristo si decide bajarse de la nube en este milenio. Hostia puta. Ya le gustaría a Lucien, joder. Y tenerme comiendo de su mano. No —pronunció con una mueca—. A mí no me metió nadie, enano. Algunos
sabemos
. Sin más. Verás, yo con once años me planté ante mi madre, y le dije: Hey, mummy! I’m a big grey wolf, and you are a beautiful swallow! Y cuando ella me tomó la temperatura con la mano...

—¿Qué coño has dicho?

—¿No sabes inglés? Así no vas a llegar a ninguna parte, chaval.

Iván enarcó una ceja. Le pareció una macarrada enorme que su interlocutor se pusiera a soltar chorradas en otro idioma, pero se calló la boca. Álex le dio un tiro al pitillo y lo dejó sobre el cenicero. Se quitó el abrigo de cuero y lo echó sobre la tumba decorativa de la barra.

—Haller... —le riñó el camarero.

—No te quejes que no he tirado la maceta de geranios que tenéis encima.

—¿Qué tienes contra la lápida?

—¿Quieres que te lo enumere? —replicó Álex.

Volvió a sentarse. Recogió el cigarro del cristal.

—Como te iba diciendo, gatito, algunos jugamos en primera división. Lucien es también de ésos. Y pocos más conozco que
supieran
desde siempre. El resto necesitáis lazarillo.

—Lucien —Iván golpeteó el filtro—. Joder, a mí me dio mazo de mala espina ése. Estoy preocupado por Cris.

—Haces bien. La bandada... hace lo que hacen los cuervos; todos juntos, chillando, como una orquesta de bocinas. Dan ganas de tirarles un zapato. Se dedican a reunirse a hablar de chorradas y luego se callan y se ponen a meditar en comuna para cerrar la mente del hombre y graznar con el pajarito, ya ves tú qué juerga para la noche del sábado. Sin embargo... —el lobo se mordió el labio—. Mierda, no son un montón de gilipollas de la Nueva Era metiéndose enteógenos y haciendo viajes astrales. Bueno, eso también. Pero joder, Lucien tiene
poder
. Yo le he visto hacer cosas que no te creerías; cosas que yo no puedo hacer —Álex sonrió—. Aunque tampoco es que lo haya intentado, para qué mentir. A mí la wicca de lejos. Todo lo que huela a incienso me da alergia y ganas de estornudar. Tú hazme caso y olvídate de la chica, que ya la has perdido. El parlamento de los cuervos oirá su historia, y si no les mola se la cargarán a picotazos. ¿Conoces el cómic?

—¿Cuál?

—No importa. ¿Sabes cómo se dice “conjunto de cuervos” en inglés?

Iván pestañeó.

—Ni idea. ¿Bandada? Como se diga.

—¿
Flock
? No.

—¿Pues cómo?


Murder
. El conjunto de cuervos se llama asesinato.

Lucien seguía mirando a la neófita sin parpadear. Ésta no conseguía apartar la vista de los ojos hipnóticos. Se le doblaban las rodillas. Notó cómo le castañeteaban los dientes. Le dolía el pecho, como si se estuviera quedando sin aire. Sintió una punzada aguda. Tenía náuseas y una sensación de vértigo. Sudaba. Sara tragó saliva. No se perdía detalle de las manipulaciones del gran cuervo. Los miembros del parlamento daban saltitos, crotoreaban con los picos, imitaban el sonido de la risa humana.

Lucien la miraba. Cristina temblaba. Lucien seguía mirándola. Cristina tiritaba con violencia. Lucien no dejaba de mirarla. Cristina se desplomó.

La chica cayó como un títere al que le hubieran cortado los hilos. Parecía una muñeca de trapo, sin huesos; se había desmoronado en una postura complicada, con las piernas y los brazos doblados.

—Está hecho —sentenció el argentino después de aspirar una gran bocanada de aire—. Fue fastidioso y difícil; tenía el cuervo muy enredado, muy profundo.

La lechuza se percató de que llevaba quince minutos mordiéndose la boca con tal fuerza que se había hecho sangre. Cuando soltó el hálito, le salió en un silbido. Se oía el pulso vertiginoso en el pecho y en las sienes. Se pasó el envés de la mano por los ojos: los tenía húmedos. Estaba brutalmente impresionada. Se sentía incapaz de hablar. Había escuchado el crujido del espíritu de Lázaro cuando se rasgaba para permitir la salida del inmenso cuervo negro hecho de sombras, de aliento, de fuerza; había visto cómo el colosal espectro alado del color de la brea se desprendía sin dificultad alguna de su figura arrastrando una cuerda chorreante de humores —pedazos del fantasma fluido del hombre con el que compartía cuerpo, que Lucien picoteaba sin prisas— y, tras un enérgico batir de alas que produjo una corriente helada que llegó a despeinarla, divisó cómo el cuervo se lanzaba flechado sobre la neófita. Sara había contemplado cómo Lucien, con un graznido áspero y potente, se metía en el interior de Cristina, se sumergía en el gelatinoso cuerpo sutil de la chica, hincaba el pico robusto y ganchudo, lo separaba hasta dislocarlo y abría canales en la masa amorfa, inconsistente, inmaterial; clavaba los dedos prensiles rematados en uñas poderosas, desgarrando rabiosamente la sustancia humana que se cerraba tras cada herida y le rodeaba con el mismo comportamiento del agua. El carroñero había dado un grito bronco y, desmesurando el pico, había comenzado a engullir el espectro, abriéndose camino deglutiendo andrajos elásticos, incorpóreos, pegajosos, del espíritu de la niña, llenándose el buche con los trozos livianos y coleteantes del ánima. La lechuza se lamió los labios; pudo imaginar, sentir casi, el sabor ácido y desabrido de los despojos etéreos. El cuervo revoloteaba con furia, erguía la cabeza erizada, estiraba el gaznate, sacudía la cuña de la cola, arrastraba las plumas rectrices, desplegaba sus alas grandiosas e incrustaba el pico hasta cegarse los ojos, hasta que las duras cerdas negras de las fosas nasales se empaparon del relente del fantasma, rebuscando entre los jirones vaporosos el huevo de color verde, con manchas pardas y grises, que anidaba en el fondo del alma. Cuando lo hubo localizado, Sara escuchó el martilleo atroz y sin contemplaciones de la gran ave, el crujido de la cáscara, el pío del pollo, el sonido de las alas descomunales del córvido mientras envolvía a la cría como con una extensa manta, empollándola, obligándola a crecer, a mudar, a estirar los alerones. Lucien había desencajado el pico azabache y, atrapando la cabeza entera del joven pájaro entre las dos vainas negras como si fuera a tragárselo, lo había sacado fuera; primero del caldo gaseoso y después de la carne, y lo había lanzado al viento, para regresar, con un movimiento fácil y elegante de las alas, a su propio nido. En el pecho de Lázaro, el cuervo graznó, chasqueó su toc-toc-toc repetido y burlón y se acicaló las plumas remeras, limpiándolas de los restos pringosos del ánima.

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