Por qué fracasan los países (5 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

BOOK: Por qué fracasan los países
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Uno de los intentos más ambiciosos empezó poco después del cambio de estrategia de la Virginia Company. En 1632, diez millones de acres de tierra de la parte alta de la bahía de Chesapeake fueron concedidos por el rey inglés Carlos I a Cecilius Calvert, lord Baltimore. La Carta de Maryland daba a lord Baltimore libertad absoluta para crear un gobierno siguiendo sus deseos, y la cláusula VII establecía que Baltimore tenía «por el buen y feliz gobierno de dicha provincia, la libre, total y absoluta potestad, de acuerdo con las presentes cláusulas, para ordenar, hacer y decretar leyes de cualquier tipo».

Lord Baltimore elaboró un plan detallado para crear una sociedad señorial, la variante norteamericana de una versión idealizada de la Inglaterra rural del siglo
XVII
. Esto implicaba dividir la tierra en parcelas de miles de acres que serían dirigidas por lores, quienes contratarían a arrendatarios que trabajarían la tierra y pagarían alquileres a la élite privilegiada que controlaba la tierra. Otro intento similar se hizo posteriormente, en 1663, con la fundación de Carolina por ocho propietarios, entre los que se incluía sir Anthony Ashley-Cooper, quien, junto con su secretario, el gran filósofo inglés John Locke, redactó las Constituciones Fundamentales de Carolina. Este documento, al igual que la Carta de Maryland elaborada anteriormente, proporcionaba un esquema para una sociedad elitista y jerárquica basada en el control por parte de una élite terrateniente. En el preámbulo, se observaba que «el gobierno de esta provincia puede ser de lo más agradable para la monarquía en la que vivimos y de la que esta provincia forma parte y podemos evitar establecer una democracia numerosa».

Los artículos de las Constituciones Fundamentales fijaban una rígida estructura social. En la parte inferior estaban los
leet-men
. El artículo 23 apuntaba: «Todos los hijos de
leet-men
serán
leet-men
y así todas las generaciones». Por encima de los
leet-men
, que no tenían poder político, estaban los
landgraves
y los caciques, que formarían la aristocracia. Se asignaría 48.000 acres de tierra a cada
landgrave
y 24.000 acres a cada cacique. Habría un parlamento, en el que estarían representados
landgraves
y caciques, pero sólo se permitiría debatir las medidas que hubieran aprobado los ocho propietarios previamente.

Igual que el intento de imponer un gobierno draconiano en Virginia, también fracasaron los planes para establecer el mismo tipo de instituciones en Maryland y Carolina. Y por razones similares. En todos los casos, fue imposible imponer a los colonos una rígida sociedad jerárquica porque sencillamente tenían demasiadas opciones en el Nuevo Mundo. Lo que se debía hacer era darles incentivos para que quisieran trabajar. Y pronto exigieron mayor libertad económica y más derechos políticos. En Maryland, los colonos también insistieron en conseguir más libertad y derechos, y obligaron a lord Baltimore a crear una asamblea. En 1691, la asamblea hizo que el rey declarara a Maryland colonia de la Corona, por lo que se eliminaban los privilegios políticos de lord Baltimore y sus grandes lores. En las dos Carolinas se produjo una larga lucha en la que volvieron a perder los propietarios. Carolina del Sur se convirtió en colonia real en 1729.

A partir de 1720, las trece colonias de lo que llegaría a ser Estados Unidos tendrían estructuras de gobierno similares. En todos los casos había un gobernador y una asamblea basada en el derecho a voto de los propietarios masculinos. No eran democracias, puesto que las mujeres, los esclavos y las personas sin propiedad no podían votar. Sin embargo, los derechos políticos eran muy amplios comparados con los de las sociedades contemporáneas de otros lugares. Fueron aquellas asambleas y sus líderes los que se unieron para formar el Primer Congreso Continental en 1774, el preludio de la independencia de Estados Unidos. Las asambleas creían que tenían el derecho de determinar quiénes serían sus miembros y el derecho a cobrar impuestos. Como sabemos, esto creó problemas para el gobierno colonial inglés.

 

 

Historia de dos constituciones

 

Llegados a este punto, debería ser evidente que no es casualidad que fuera en Estados Unidos, y no en México, donde se adoptó y entró en vigor una constitución que incluía principios democráticos, creaba límites al uso del poder político y repartía dicho poder ampliamente entre la sociedad. El documento que los delegados se sentaron a redactar en Filadelfia en mayo de 1787 fue el resultado de un largo proceso iniciado por la formación de la Asamblea General de Jamestown en 1619.

El contraste entre el proceso constitucional que tuvo lugar en la época de la independencia de Estados Unidos y el que sucedió poco después en México es evidente. En febrero de 1808, el ejército francés de Napoleón Bonaparte invadió España. En mayo tomó la capital, Madrid, y en setiembre, el rey español, Fernando VII, fue capturado y abdicó. Una junta nacional, la Junta Central, ocupó su lugar, tomando el testigo en la lucha contra los franceses. La Junta se reunió por primera vez en Aranjuez, pero se retiró al sur para hacer frente al ejército francés. Finalmente, llegó al puerto de Cádiz, que, a pesar de estar sitiado por fuerzas napoleónicas, resistía. Allí, la Junta formó un parlamento, denominado las Cortes. En 1812, las Cortes elaboraron lo que se llegó a conocer como la Constitución de Cádiz, que exigía la introducción de una monarquía constitucional basada en ideas de soberanía popular, así como el fin de los privilegios especiales y la introducción de la igualdad de las personas ante la ley. Todas estas demandas resultaban abominables para las élites de Sudamérica, que todavía gobernaban en un entorno institucional formado por la encomienda, el trabajo forzoso, el Estado colonial y el poder absoluto que se les otorgaba.

El hundimiento del Estado español con la invasión napoleónica creó una crisis constitucional en toda la América Latina colonial. Había mucha controversia sobre si reconocer la autoridad de la Junta Central y, en respuesta, muchos latinoamericanos empezaron a formar sus propias juntas. Era solamente cuestión de tiempo que empezaran a considerar la posibilidad de llegar a ser realmente independientes de España. La primera declaración de independencia tuvo lugar en La Paz (Bolivia), en 1809, aunque fue rápidamente aplastada por las tropas españolas enviadas desde Perú. En México, las actitudes políticas de la élite habían sido perfiladas por la Revuelta de Hidalgo de 1810, dirigida por el sacerdote fray Miguel Hidalgo. Cuando el ejército de Hidalgo saqueó Guanajuato el 23 de setiembre, mataron al intendente, el oficial colonial superior y, después, asesinaron a gente blanca indiscriminadamente. Era más una guerra étnica o de clases que un movimiento de independencia y unía a todas las élites de la oposición. Si la independencia permitía la participación popular en política, las élites locales, no solamente los españoles, estaban en contra de ésta. En consecuencia, las élites mexicanas vieron la Constitución de Cádiz, que abría la puerta a la participación popular, con un gran escepticismo; nunca reconocerían su legitimidad.

En 1815, mientras se hundía el Imperio europeo de Napoleón, el rey Fernando VII volvió al poder y la Constitución de Cádiz fue derogada. Cuando la Corona española empezó a intentar reclamar sus colonias americanas, no tuvo problemas con el leal México. Sin embargo, en 1820, el ejército español que se había reunido en Cádiz para zarpar hacia América para ayudar a restaurar la autoridad española se amotinó contra Fernando VII. Pronto se les unieron unidades del ejército de todo el país, y Fernando VII fue obligado a restaurar la Constitución de Cádiz y convocar a las Cortes. Aquellas Cortes eran mucho más radicales que las que habían redactado la Constitución de Cádiz y propusieron abolir todas las formas de coacción al trabajo. También atacaban los privilegios especiales, por ejemplo, el derecho de los militares a ser juzgados por delitos en sus propios tribunales. Finalmente, las élites de México, ante la imposición de este documento en el país, decidieron que era mejor ir por su cuenta y declarar la independencia.

Este movimiento independentista fue dirigido por Agustín de Iturbide, que había sido oficial del ejército español. El 24 de febrero de 1821 publicó el Plan de Iguala, su visión de un México independiente, que presentaba una monarquía constitucional con un emperador mexicano y eliminaba las disposiciones de la Constitución de Cádiz que las élites mexicanas consideraban tan amenazadoras para su estatus y privilegios. Recibió un apoyo instantáneo y España rápidamente se dio cuenta de que no podía detener lo inevitable. No obstante, Iturbide no organizó solamente la secesión mexicana. Reconoció el vacío de poder, y rápidamente se aprovechó de su respaldo militar para ser declarado emperador, el puesto que el gran líder de la independencia sudamericana, Simón Bolívar, describió como «emperador por la gracia de Dios y de las bayonetas». Iturbide no estaba limitado por las mismas instituciones políticas que limitaban a los presidentes de Estados Unidos; se convirtió rápidamente en dictador y, en octubre de 1822, había anulado el congreso aprobado constitucionalmente y lo había sustituido con una junta de su elección. Iturbide no duró mucho tiempo, pero este modelo que se desarrollaba siguiendo unas mismas pautas se repetiría una y otra vez en el México del siglo
XIX
.

La Constitución de Estados Unidos no creó una democracia de acuerdo con criterios modernos. Cada estado determinaba quién podía votar en las elecciones. Mientras los estados del norte rápidamente concedieron el voto a todos los hombres blancos independientemente de sus ingresos o sus propiedades, los estados del Sur lo concedieron solamente de forma gradual. Ningún estado concedió el derecho de voto a las mujeres ni a los esclavos y, como se eliminaron las restricciones de propiedad y riqueza para los hombres blancos, se introdujeron sufragios raciales que privaron de voto explícitamente a los hombres negros. Evidentemente, la esclavitud se consideraba constitucional cuando se redactó la Constitución de Estados Unidos en Filadelfia y la negociación más sórdida era la división de los escaños en la Cámara de Representantes entre los estados. Éstos fueron asignados en función de la población de un estado, sin embargo, los representantes en el Congreso de los estados del Sur exigieron que se contara a los esclavos. Los representantes del norte objetaron. El acuerdo fue que, al asignar escaños a la Cámara de Representantes, un esclavo contara como tres quintas partes de una persona libre. Los conflictos entre el norte y el sur de Estados Unidos fueron reprimidos durante el proceso constitucional mientras se elaboraba la regla de las tres quintas partes y otros acuerdos. Con el tiempo, se añadieron nuevos pactos, por ejemplo, el Acuerdo de Misuri, por el que un estado proesclavista y uno antiesclavista siempre se añadían a la unión juntos, para mantener el equilibrio en el Senado entre los que estaban a favor y en contra de la esclavitud. Como se eludieron ciertas cuestiones, lograron mantener las instituciones políticas de Estados Unidos en un funcionamiento pacífico hasta que la guerra civil finalmente resolvió los conflictos a favor del norte.

La guerra civil fue sangrienta y destructiva. Sin embargo, antes y después de ésta, hubo muchas oportunidades económicas para gran parte de la población, sobre todo en Estados Unidos del norte y el oeste. En México, la situación era muy distinta. Si Estados Unidos experimentó cinco años de inestabilidad política entre 1860 y 1865, México experimentó una inestabilidad prácticamente constante durante sus primeros cincuenta años de independencia. El mejor ejemplo de esta situación fue la carrera profesional de Antonio López de Santa Ana.

Antonio López de Santa Ana, hijo de un oficial colonial de Veracruz, destacó como soldado luchando para los españoles en las guerras de independencia. En 1821, cambió de bando con Iturbide y nunca miró atrás. Se convirtió en presidente de México por primera vez en mayo de 1833, aunque ejerció el poder durante menos de un mes, y prefirió dejar que Valentín Gómez Farías hiciera de presidente. La presidencia de Gómez Farías duró quince días y, después, Santa Ana retomó el poder. Sin embargo, fue tan breve como su primer período y a principios de julio lo sustituyó de nuevo Gómez Farías. Santa Ana y Gómez Farías continuaron este baile hasta mediados de 1835, cuando Santa Ana fue reemplazado por Miguel Barragán. Pero Santa Ana no se rendía fácilmente. Volvió a ser presidente en 1839, 1841, 1844, 1847 y, por último, entre 1853 y 1855. En total, fue presidente once veces, durante las cuales presidió la pérdida de El Álamo y Texas, y la desastrosa guerra méxico-estadounidense, que condujo a la pérdida de lo que se llegaría a conocer como Nuevo México y Arizona. Entre 1824 y 1867, hubo 52 presidentes en México, pocos de los cuales asumieron el poder de acuerdo con algún procedimiento aprobado constitucionalmente.

Las consecuencias de esta inestabilidad política sin precedentes para los incentivos y las instituciones económicas deberían ser evidentes. Aquella inestabilidad condujo a derechos de propiedad muy inseguros. Asimismo, produjo un debilitamiento grave del Estado mexicano, que pasó a tener poca autoridad y capacidad para aumentar los impuestos o proporcionar servicios públicos. De hecho, aunque Santa Ana fue presidente de México, grandes zonas del país no estaban bajo su control, lo que permitió la anexión de Texas por parte de Estados Unidos. Además, como acabamos de ver, la motivación para la declaración de independencia de México fue proteger el conjunto de instituciones económicas desarrolladas durante el período colonial, que había hecho de México, en palabras del gran explorador y geógrafo alemán de Latinoamérica, Alexander von Humbolt, «el país de la desigualdad». Aquellas instituciones, que basaban la sociedad en la explotación de los pueblos indígenas y la creación de monopolios, bloquearon los incentivos y las iniciativas de la gran masa de la población. Mientras Estados Unidos empezaba a experimentar la revolución industrial en la primera mitad del siglo
XIX
, México se hacía cada vez más pobre.

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