Por sendas estrelladas (20 page)

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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Por sendas estrelladas
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Whitlow afirmó con un gesto de cabeza.

—Eso parece interesante. De las ciudades que ha mencionado usted, Alburquerque tiene una ventaja sobre las otras. Tiene el mayor de los estratopuertos, con varios vuelos programados diariamente para Washington recíprocamente. Yo tendré que ir y venir con frecuencia, y esto supondría una considerable ventaja.

—Me parece muy bien —asentí yo—. Entonces, consideraremos a Alburquerque en primer lugar. Además el Gobierno, tiene propiedad sobre una considerable zona de terreno en sus alrededores, que podríamos utilizar sin comprarlo, aunque no suponga mucho el adquirirlo. Existe allá también una gran extensión de terreno árido y casi desértico donde apenas crecen algunos matojos silvestres, que pueden adquirirse por casi nada. Lo importante es establecer comunicación con una carretera de primer orden, lo que nos ahorrará el gasto de construir una autopista. Si usted quiere, yo puedo ocuparme de todo eso, mañana mismo y ver de encontrar el terreno más adecuado. Si lo consigo, es un problema importante menos que resolver respecto a la preocupación por el lugar de la construcción del cohete.

—Si quisiera ocuparse de eso, Mr. Andrews, se lo agradecería. Pero me temo que por ahora no podamos reembolsarle de los gastos que haga ahora.

—No se preocupe por eso. Aquello se encuentra en mi camino de vuelta a Los Ángeles y el detenerme allá no me proporcionará demasiados gastos extra para que constituya motivo de preocupación. De acuerdo, lo haré así y le comunicaré inmediatamente si encuentro algo. Y diré en el aeropuerto que lo dejaré para fin de año. ¿Hay algo más sobre lo que tengamos que hablar ahora?

No lo hubo. Toda aquella conversación pudo muy bien haberse hecho por teléfono y muchísimo más barato. Pero yo había deseado ver a Whitlow y sopesarle personalmente.

No me sentí impresionado en absoluto por su presencia; y me sentí complacido. No era el tipo de individuo que pudiera producirme problemas.

Volé hacia Alburquerque y llegué al oscurecer. Me instalé en un hotel que disponía de servicio de helitaxis y un pequeño aeropuerto en el techo y dispuse el alquiler de uno de ellos para el día siguiente.

* * *

Era casi al mediodía cuando lo hallé. A simple vista, descubrí que era perfecto. Volaba hacia el sur a lo largo de la autopista 85 a unas veinticinco millas al sur de Albuquerque, a más o menos cinco millas al norte de Belén.

Se hallaba a la izquierda de la autopista 85 y no lejos de ella. Una zona plana y desierta como un paisaje lunar, de casi un cuarto de milla cuadrada, rodeada por todas partes por unas bajas colinas que la procuraban un refugio de los vientos cargados de arena.

Un camino de segundo orden y dos senderos antiguos conducían a la zona desde la autopista, y al fin del camino en la parte más próxima de la planicie, existía un grupo de media docena de edificios de los más diversos estilos. Daban la impresión de estar deshabitados, aunque no en ruinas. Parecía demasiado bueno el lugar si se conseguía su adquisición, aunque fuesen precisas algunas reparaciones y pequeñas obras de mejora.

Volé bajo sobre la zona y di una vuelta completa al perímetro. Estaba vallado, precisamente con una valla de metal de gran altura, como si en realidad fuese una zona de aterrizaje de cohetes. Pero no había sido nunca tal cosa, ni existían pistas de aterrizaje.

Aquellos edificios, daban el aspecto de ser una especie de graneros o almacenes y uno parecía haber sido una pequeña central generadora de energía eléctrica. Aterricé cerca de aquel edificio y me dirigí hacia él. El conjunto de edificaciones no se hallaba en tan buen estado como había parecido desde el aire; pero tampoco estaban mal, sólo costaría una fracción del dinero que pudiera haberse empleado de tener que edificarlos nuevos.

¿Para qué habría servido aquel lugar?

De repente, me vino a la memoria. Lo recordé en el acto. ¡La estación G!

¿Recordáis? Si sois lo suficientemente mayores como para acordarse de los años 1970, os vendrá a la memoria los planes de la Estación G y la amplia publicidad que se le dio por entonces.

Una estación en órbita espacial de setecientas millas de recorrido, llevada a cabo por los sindicatos más potentes del juego, una fantástica sociedad para millonarios a quienes no les importaba un bledo gastarse mil dólares, sólo por los gastos de una noche de recreo.

Los jugadores habían invertido unos cuantos millones de dólares en el proyecto, adquiriendo aquel lugar y construyendo aquellos edificios para construir los cohetes enlace que pusieran a la estación espacial en órbita, pieza a pieza y que después quedaron convertidos en los eslabones que unían la Tierra con la estación G, llevando hasta las alturas a los clientes.

Apenas habían comenzado a construir el primer cohete cuando se produjo la bancarrota, al publicarse el edicto Harris-Fenlow, disolviendo los sindicatos de juego, lo que de paso arruinó a muchos de los grandes jugadores del país. El proyecto, pues, quedó reducido a cenizas antes de que el primer cohete hubiera quedado concluido.

¡Qué fantástico lugar para el Proyecto Júpiter! ¿Cómo es que no había pensado en aquello? ¿Por qué alguien no lo había recordado tampoco? Aquello representaba para nosotros un ahorro de unos dos millones de dólares, para no mencionar el ahorro de tiempo en localizar el área, la valla y los edificios construidos ya, que sólo precisaban de algunas reparaciones de no gran importancia.

También era cosa segura que el gobierno del Estado de Nuevo México ni siquiera cobrase impuestos por aquello. Había mil posibilidades contra una a que no se hubiesen percibido impuestos por la base en veinte años. Era una auténtica suerte para el Proyecto Júpiter.

Pasé un par de horas deambulando por la zona, escudriñándolo todo en todas direcciones. Los edificios estaban cerrados y las ventanas y puertas clavadas; pero me pude hacer una idea desde el exterior que cada vez me gustó más al ir pensándolo.

Volví por vía aérea a Alburquerque y aparqué mi helitaxi sobre el techo del hotel. Enseguida fui a mi habitación y llamé por teléfono. Un operador amable de larga distancia, consiguió ponerme al habla casi al momento con el gobernador Romero, en su propio hogar al norte de Santa Fe, en Tesuque. Me dijo, que en efecto, el estado era propietario de la antigua estación G., y que con gusto charlaría conmigo sobre el particular.

Le prometí visitarle inmediatamente y me informó de que existía un pequeño aeropuerto junto a su casa, donde un helicóptero podría muy bien tomar tierra, dándome además instrucciones para hallarlo Media hora más tarde me hallaba hablando con él en persona y tras otra hora y media, estaba de vuelta en el hotel y tenía a Whitlow al teléfono cambiando impresiones sobre el asunto.

—El gobernador Romero cree que es una idea maravillosa —le dije—. Hará un acta legal, que constituya una promesa definitiva, de la legislatura del Estado; pero me dice que está seguro de que podremos disponer de esos terrenos libremente, totalmente gratis, o con una renta puramente nominal, tanto tiempo como nos sean necesarios. El Proyecto Júpiter empleará sin duda varios millones en el Estado si se hace así, habiéndole hecho notar por mi parte, que de no ser así, probablemente nos iríamos a otro que estábamos considerando en Arizona, cerca de Phoenix.

—Un buen tanto a su favor, Mr. Andrews. Muy bueno, realmente. Le felicito. Puede usted recordarle, que la propiedad, cuando les sea devuelta, una, vez terminado el Proyecto, tendrá un valor considerablemente mayor que ahora, a causa de las reparaciones que se efectuarán, las renovaciones y las construcciones adicionales que en esos terrenos se hagan.

—Ya se lo dije. En realidad, la sola nueva construcción que deberemos hacer, será la plataforma de lanzamiento y tal vez una o dos grúas. Desde luego contamos con todo el espacio necesario.

—Eso suena de forma realmente atractiva, Mr. Andrews —me dijo Whitlow al teléfono—. Iré a verlo. Cualquier día del próximo mes iré en avión hasta allá y haré una inspección personal. Estando las cosas como usted dice, tendré una entrevista personal con el gobernador Romero y haré una solicitud formal de arrendamiento.

—¿Por qué no hacerlo ahora que la cosa está en caliente? Escríbale mañana por correo aéreo y haga la petición formal, al objeto de que vaya a la legislatura del estado, ahora que se siente personalmente entusiasmado. La renta nominal sería de un dólar por año. Si dejamos el arrendamiento para cuando usted haga su inspección personal, tal vez cambiaran las cosas. Haciéndolo antes, yo mismo podría encargarme de hacer un arrendamiento provisional y pagar ese dólar simbólico. ¿Qué tendría usted que perder con eso?

—Quizás tenga razón en eso, puesto que habrá de transcurrir al menos un mes hasta que haga personalmente una inspección de los terrenos. Sin embargo, prefiero esperar a escribir al gobernador, hasta tener un informe completo y la descripción de esa propiedad que le ruego me envíe usted mismo, de su puño y letra. ¿Sería tan amable de enviarme ese informe antes de volver a Los Ángeles?

Se lo prometí así; pero hice algo aún mejor.

Quedaban todavía varias horas del día. Primero, hice que el director del hotel me recomendase a un buen detective privado y que procurase tenerme al corriente de las llamadas telefónicas que se me hicieran. Le di instrucciones en el sentido de que deseaba una descripción legal de aquella propiedad, inmediatamente. Ya conocía lo bastante a Whitlow para tener la certeza de que no movería un dedo hasta no tener sobre la mesa de su despacho la descripción legal de la propiedad. Le encargué que era misión suya y no mía, advirtiéndole que lo consiguiera por los medios que fuesen. La necesitaba para el domingo en la tarde a toda costa.

Después alquilé una magnífica cámara Instaprint y volví al terreno de la futura base en helicóptero y tomé una enorme cantidad de fotografías desde todos los ángulos posibles y alturas diferentes. Fotografié los edificios, la carretera de segundo orden los otros dos accesos, la valla y los terrenos en general.

Estaba ya anocheciendo cuando estaba de vuelta en el hotel. El detective ya estaba esperándome. Había hecho algo mejor que copiar los asientos legales del Registro de la Propiedad; había tomado una colección completa de fotocopias de todos los documentos. Me trajo además un mapa plano con la propiedad perfectamente delimitada y unos terrenos extra que rodeaban la futura base del Proyecto, incluyendo casi una milla de lindero con la autopista. Y lo mejor de todo, fue el haber conseguido los planos de los edificios, con el equipo interior de cada uno. Mis fotografías no habían sido en realidad precisas, dado el excelente trabajo del investigador privado.

Un buen hombre, aquel detective. No solamente, pagué sus honorarios, sino que le invité a cenar, ya que con la excitación había olvidado el almuerzo, tomándolo con un hambre canina. Tras haber cenado, hice llamar a un taquígrafo mecanógrafo y le dicté un informe amplio y completo, incluyendo los detalles de mi conversación con el gobernador Romero, para seguir con los documentos y las fotografías. Comprobé las salidas aéreas para Washington, mientras el taquígrafo trabajaba y cuando terminó y había hecho con todo ello un impresionante paquete aéreo postal, fui al aeropuerto a tiempo para depositarlo en el correo y que saliera en el estratorreactor de las nueve cuarenta, previo su franqueo urgente y de entrega especial, dirigido al domicilio personal de Whitlow.

Me imaginé qué pensaría Whitlow de todo aquel documentado informe, cuando tuviesen que despertarle a medianoche para llevárselo en entrega especial urgente, sólo unas horas después de habérselo sugerido por teléfono y que naturalmente él pensaría que lo haría buenamente a mi gusto, tras mi retorno a Los Ángeles. Bien, ahora no habría excusa para que él escribiese a Romero, como primera providencia, en la misma mañana siguiente.

Yo había perdido el último reactor para Los Ángeles; pero no. importaba. El primero de la mañana siguiente me haría llegar a tiempo para incorporarme al trabajo en vez de irme a casa. Antes de volver al hotel y a la cama, me tomé un trago; creo que me lo había ganado en aquella ocasión.

El Proyecto Júpiter iba cobrando vida. A menos que Whitlow no echara a perder las cosas, y no veía razón en tal sentido, el Proyecto Júpiter ya tenía su sitio, y para mí, otro sitio en donde empezar.

* * *

M’bassi vivía en los barrios humildes de Hollywood, en uno de esos horribles edificios de doce pisos del Sunset Boulevard y en un pequeño apartamento. Oscuro, con pasillos sórdidos, a media luz y utilizando el viejo tipo de ascensor renqueante en lugar de los modernos tubos. La totalidad del tercer piso, con dieciséis habitaciones independientes ahora, había sido en tiempos una residencia fastuosa. Ahora lo tenía en alquiler una extraña mujer cuya abuela había sido una estrella de cine y que vivía inmersa en las glorias del pasado, cuando Hollywood fue un lugar de maravilla en vez de un barrio cualquiera de diversiones de una gran ciudad. Pero una vez dentro del edificio y de una de las cuatro habitaciones conectadas una con otra, al final de las cuales vivía M’bassi y que aquella mujer había alquilado, se olvidaba uno del lugar en que se hallaba.

La gran habitación era completamente oriental, bellamente ornamentada con objetos y cosas que M’bassi se había traído de sus diversos viajes por la China. Era una habitación tan exótica, como utilitario su estudio, una habitación de mediano tamaño, completa en sus cuatro paredes por libros alineados sobre estantes, desde el suelo al techo. Además, sólo contenía una silla y una mesa de estudio. Otra habitación combinaba las funciones de cocina y cuarto de baño. La última, diminuta, no tenía la menor ornamentación ni mobiliario, ni siquiera una alfombra en el suelo. Era la celda monástica donde M’bassi pensaba y hacía sus meditaciones.

Teniendo como suave música de fondo unas grabaciones de Scriabin, que M’bassi gustaba de oír mientras hablábamos, mi amigo respondía a mis preguntas o al menos lo intentaba.

—¿Cómo puede uno teleportarse a sí mismo? Max, Max, si lo supiera, ¿crees tú que estaría aquí?

—Pero diablos, M’bassi, estás intentando aprenderlo, al menos sabrás como conseguirlo, o intentar hacerlo, al menos.

—Hay mil caminos distintos. Todo resulta difícil de explicar a cualquiera que no ha estudiado la materia. ¿Podrías tú explicar a una persona que no tuviese la menor idea de la Física, cómo funciona un cohete espacial?

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