Por sendas estrelladas (23 page)

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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Por sendas estrelladas
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—¡Buena suerte, viejo!

Y después, otras bebidas, compradas o recibidas como obsequio, cogido en medio de una verdadera locura frenética de alegría propia de un «fin de siécle», la locura maníaca de un fin de milenio. Golpes en la espalda, saludos, gritos, apretones de manos a tontas y a locas. Poco a poco, la multitud fue disolviéndose en horas más tardías y al fin quedó reinando la noche, una noche en calma, fría, clara y hermosa.

Dando traspiés y alejándome hacia cualquier parte, sin rumbo fijo, bajando y subiendo por calles desconocidas, acabé atravesando el césped suave de lo que parecía un parque.

Sobre una piscina, un puente y bajo él, la extensión oscura de agua en calma como un espejo.

Me aproximé dando traspiés siempre hacia el puente y miré hacia abajo a las negras aguas del estanque, un agua negra y en calma, en donde ver claramente las estrellas reflejadas en la pulida superficie del tranquilo estanque. Un agua en donde la vida seguía desarrollándose, bullendo, multiplicándose, el agua de donde procedía toda la vida del planeta, que había crecido y evolucionado, saliendo para volar por los aires y arrastrarse por la tierra, provista de ojos que vieron las luminarias del cielo. Entonces, invadido por la embriaguez y por algún fatal hechizo, observé más y más cerca las luces del cielo brillando sobre la superficie líquida del estanque; eran las estrellas allí reflejadas.

Y caí entonces hacia el cielo, hacia las estrellas.

* * *

De nuevo una blanca habitación; pero esta vez no era ninguna pesadilla; era solamente un sueño. ¿O lo habría sido? Alguien estaba inclinándose sobre mí, una persona de cabellos castaños. Pero mis ojos y mi mente enfocaron aquella visión. No era Ellen. Era una enfermera uniformada de blanco, con los mismos cabellos castaños de Ellen; pero sin ser ella.

Su voz tampoco era la de Ellen y no me hablaba a mí.

—Creo que ha recobrado el conocimiento, Doctor Fell.

El Doctor Fell. Aquello me recordó de pronto, ¡una antigua canción que decía así: I do not like you, Dr. Fell / the reason why, I cannot tell / But this I know, and know right well / I do not like you Dr. Fell
[12]
.

La enfermera se había apartado y pude ver al médico. Un hombretón de cabellos gris acero y unos ojos claros, una hermosa faz de hombre que a no ser por la nariz rota, se habría parecido muchísimo al hombre del espacio que me recogió y me llevó al hotel.

¿Dispuesto a hablar? —me preguntó. Tenía una voz grave y resonante, la voz del hombre en quien uno puede confiar.

Creo que me gusta usted, Dr. Fell.

Me hizo una mueca simpática.

—Todos mis pacientes piensan inevitablemente en esa condenada copla de una u otra forma. Tendría que haber cambiado de nombre —y añadió por encima del hombro—. Puede usted retirarse, Miss Dean.

Y dirigiéndose a mí, me dijo:

—¿Qué tal se siente?

—Todavía no lo sé. ¿Me ocurre algo malo, aparte de…?

—Escándalo, desnutrición, pulmonía y delirium tremens. Creo que es bastante. ¿Recuerda lo que le ocurrió?

Recuerdo haberme caído a un estanque. Eso es todo. ¿Salí de allí por mí mismo?

Sí, consiguió usted salir arrastrándose. Sólo tenía un pie de profundidad. Pero se quedó usted casi helado, al borde de la ribera del estanque, mojado y casi congelado, por Dios sabe cuánto tiempo hasta que alguien le encontró. Pero le diré una cosa; de haber durado tal situación una hora más, jamás se hubiera visto aquí. Y otra cosa… otra sesión de borrachera como ésta, y será la última para usted, aunque no se caiga en ningún sitio. ¿Comprendido?

—Sí.

—Afortunadamente para usted, no es un alcohólico, por tanto no tengo que prohibirle contra un trago en vida social o de relaciones entre amigos… siempre, naturalmente, después de que haya salido de ésta. Pero ya lo sabe, otra borrachera continuada como ésta y…

—Comprendo Dr. Fell. ¿Cómo sabe usted que no soy un alcohólico?

—Lo sé por su hermano y un amigo suyo, Mr. Klockerman. Los dos estuvieron aquí a visitarle. Su hermano aun anda por ahí, volverá a las horas de visita de la tarde.

—¿Quiere usted decir que los dos vinieron desde la Costa del Pacífico a verme? O… espere; ¿estoy todavía en Washington?

—No, esto es Denver. Está usted en el Hospital Carey de Denver.

—¿Desde cuándo me encuentro aquí? ¿En qué fecha estamos?

—Lleva usted aquí once días. Fue traído a las cinco de la madrugada del día de Año Nuevo y hoy es el once de enero, un martes.

—¿De qué año? —deseé oírselo decir al doctor. Me miró de una forma extraña y por la forma de decírmelo, debió haber captado la idea.

—El 2000. El año 2000.

* * *

El nuevo milenio, pensé, cuando volví a encontrarme sólo. El siglo XXI, al comienzo del tercer milenio.

El futuro. Yo siempre había pensado en el año 2000 como el futuro. Cuando tenía diez u once años allá por el año 1950, me parecía un distante e inimaginable futuro, una fecha tan lejana que casi nada significaba para mí entonces.

Y aquí estaba. Estaba real y presente y yo en él.

Y allí y entonces, debería por todos los medios hacer las paces conmigo mismo si es que quería continuar viviendo. Tenía que encararme con la verdad, y hacerlo sin engañarme y sin amargura. Sin demasiada amargura, de todas formas.

Tenía que darme cuenta de que me hacía viejo, demasiado viejo como para no pensar jamás en ir al espacio, ni incluso al más próximo planeta de nuestro sistema solar, de que había tenido mi oportunidad y la perdí cuando era joven; que había tenido una segunda oportunidad realmente casi milagrosa —sin importar cuán débil fuese— en mis últimos años de la cincuentena y también la había perdido irremisiblemente. Ya tenía prácticamente sesenta años, y no podría existir ninguna nueva oportunidad. ¿Y qué? Muchísimas personas también habían sentido la pasión y la locura del espacio todas sus vidas y ni siquiera llegaron a aproximarse a la gran aventura. Y seguían viviendo…

Aceptado aquello, me dije a mí mismo, todo podría discurrir perfectamente en lo sucesivo. Nada realmente malo podría ocurrirme de nuevo, para sentir ninguna decepción. Tampoco volvería a amar a ninguna mujer como a Ellen; si nada tan maravilloso como su amor podía sucederme de nuevo, entonces tampoco podría ocurrirme nada tan espantoso como su muerte.

Debería recordar y nunca olvidarlo, que jamás podría abandonar la Tierra, y por tanto hacerme a la idea de desistir de mi eterna locura. Recordando esto, todos mis sufrimientos habrían terminado en su aspecto más doloroso.

Había esperado demasiado, de la vida. Más de lo que muchos hombres se habían atrevido a esperar. Esperaba del género humano que consiguiera en la duración de mi corta vida, más de lo que tenía derecho a imaginar. Pero los demás llegarían a las estrellas y en este mismo milenio en que me hallaba. ¿Dónde estaban los hombres de este mismo género humano a principios del milenio que acababa de terminar, en el año 1000? Combatiendo y luchando como fanáticos en guerras absurdas y cruzadas de locos, con espadas, lanzas, arcos y flechas. Y antes de ese mismo milenio, el hombre ya había abandonado la Tierra y llegado a los planetas más próximos…

¿Dónde llegaría al final de este milenio?

No, yo no lo vería. Pero formaba parte de él, era una partícula por pequeña que fuese, del género humano y podría ayudar a los demás; aportaría mi granito de arena, sería útil. Mientras viviera, podría ayudar a seguir adelante a las naves espaciales, ya que nunca podría pilotar una. Sí, yo podría ayudar: a que se construyesen los cohetes espaciales y a los hombres a que alcanzasen las estrellas.

* * *

La enfermera de cabellos castaños me trajo el almuerzo, y descubrí que me encontraba bastante débil, pero en condiciones de poder tomar algún alimento por mí mismo.

Cuando se llevó la bandeja, le pregunté por las horas de visita pensando si tal vez pudiera dormir algo, mientras llegase mi hermano Bill. Pero sólo quedaba una hora y media, y no lo hice.

Pensé en M’bassi. En Chang M’bassi.

¿Y si él tenía la verdadera idea, y no yo? Bien, todo era posible. Nada es imposible. ¿Quién es capaz de delimitar la mente humana, poniéndole fronteras a las cosas que un hombre puede hacer con aquel misterioso y sorprendente legado que en sí lleva en su mente?

¿Quién conoce la exacta relación existente entre la materia y el espíritu? Un hombre sólo es un trozo de materia, que tiene aprisionada en su interior una mente y cuando muere —según creo yo— su cuerpo, el otro componente, muere con él. Pero el cuerpo puede impulsar a la mente. ¿Quién era yo para poder decir entonces eventualmente, que el poder de la mente no pudiese arrastrar al cuerpo y con la velocidad del pensamiento? Si aquél era el camino verdadero y recto, M’bassi dispondría de más poder que cualquier otra clase de hombre y tal vez fuese el único capaz de hallar ese camino y emprender, al menos, los primeros pasos por él.

Pero aquello no era para mí. Me hubiera burlado de mí mismo, engañándome como un estúpido, si lo hubiera intentado. Los cohetes eran lo mío, mi pasión y mi solo conocimiento. Y preparado para hacer que progresaran, que mejoraran, que fueran más y más lejos por el espacio sin fronteras.

* * *

—Hola, Max —me dijo Bill—. Me alegro de que vuelvas con nosotros.

Le di un abrazo.

—Sí, vuelvo definitivamente —y mi hermano supo lo que con aquello quería significar, pudiendo dejar desde entonces de preocuparse por mí, si es que se estaba preocupando todavía.

Bill acercó una silla, y yo le pregunté:

—Dejemos terminados los detalles primero. ¿En qué situación financiera me encuentro? ¿Quién pagará esto?

—Bien, tienes razón. Klockerman consiguió todas tus cosas y además se ha preocupado de mirar en tu cuenta del Banco. Tienes suficiente dinero para pagar la factura del Hospital y volver a casa.

—¿Comprobó mi cuenta en el Banco para ver si…?

—Desde luego que sí. Tú habías telegrafiado al Banco dos veces pidiendo fondos y te los enviaron; pero eso ya se ha tenido en cuenta. Bah, para cuando vuelvas al trabajo puedes todavía contar con un par de cientos de dólares; no tienes nada de qué preocuparte.

—Está bien —dije a mi hermano—. Otra cosa. Hablé con el médico, el Dr. Fell, pero olvidé preguntarle cuánto tiempo tendré aún que estar aquí ¿Te lo ha dicho a ti?

—Sí, acabo de hablar con él cuando venía a verte. Dice que en unos diez días más estarás en condiciones de trabajar; pero que no podrás comenzar hasta pasado un mes, por lo menos. ¿Por qué no te vienes con nosotros a Seattle? Merlene y los niños están locos porque vuelvas con nosotros, yo igual.

—Yo… ¿es cosa que deba decidirla ahora Bill?

—Claro, que no. No quiero empujarte a que lo hagas. Además, debo decirte que tanto M’bassi y Rory tienen cosas para ti. No sabes que amigos tienes en ellos, Max.

—Y buenos parientes, Bill —me volví hacia él, para mirarle fijamente—. En caso de que decida ir a Seattle hay una cosa que quisiera hablar antes contigo y mientras estemos solos.

—Bien, adelante.

—Es respecto a Billy. ¿Te importaría si…? —había comenzado a decir si intento imbuir en él el gran Sueño pero aquél no era el lenguaje de mi hermano. Y así continué—. ¿Te importaría si hablo con él de cosas del espacio, intentando que él sea también otro loco de las estrellas?

—Merlene y yo ya hemos hablado de eso —repuso con calma—. Y la respuesta es no; no nos importa. Eso es cuestión de Billy, de lo que quiera hacer y ser —e hizo una mueca rápida—. A menos que cambie cuando crezca, no necesitará ningún empujón por parte tuya. Es igual que como tú solías ser, Max.

—Bien —repuse—. En tal caso, Bill, probablemente emplearé la mayor parte de ese mes de descanso con vosotros. No las dos primeras semanas, porque estaré… bien, las últimas semanas, cuando me encuentre más fuerte es cuando será mejor para mí el estar con los chiquillos. Son bastante terribles para un viejo, ¿no crees?

—Magnífico. Le diré a Merlene que vendrás las últimas dos semanas de ese período de reposo. Respecto a las otras dos, ¿sabes ya dónde piensas ir primero? Así lo sabríamos, y te ahorraríamos el escribir.

—No, aún no lo he decidido. Pero te lo agradeceré mucho Bill. Yo os telegrafiaré o bien llamaré por teléfono a los tres. ¿De acuerdo?

—Pues claro que sí.

—Ya me dirás cuánto gastas en todo eso, así como tu viaje hasta aquí para verme, hermano.

Bill se echó a reír.

—Está bien, las llamadas telefónicas sí; pero no seas tonto respecto al viaje. Es un descanso para mi familia, aparte de que yo siempre tuve deseo de venir a Denver. Max, esto solía ser una población de vaqueros creo que una de las más importantes. Tienen museos del Antiguo Oeste, y te apuesto a que no puedes imaginar dónde estoy alojado…

—¡Dios mío! —exclamé—. No me digas que todavía existen esos ranchos de leyenda…

Pues sí, existían y mi hermano estaba pasándolo en grande, mejor que en toda su vida. Probablemente lamentando casi que yo me hubiera repuesto, ya que ahora tendría que pensar en volver con su familia y dar por terminado su viaje.

Mi hermano menor, montando a caballo, jugando a ser vaquero, viviendo en el pasado. Mi maravilloso hermano menor…

* * *

Llegaron las cartas. Una de Merlene, diciéndome cuánto se alegraban ella y los chicos de poder verme pronto y de que Billy, especialmente, estaba ansioso esperando mi llegada.

Otra, de Bess Bursteder:

Te escribo porque Rory está excesivamente ocupado. Está cambiando de empleo, Max. No ha sido demasiado feliz en la Isla del Tesoro desde hace algún tiempo. Ha tenido dificultades con los directores por no estar de acuerdo con ellos en muchas cosas. Por tanto, ha aceptado otro nuevo empleo y nos iremos allá para fin de esta semana. Sigue siendo un empleo como jefe mecánico; pero en un espaciopuerto de cohetes más pequeño y no ganará tanto. Esto no importa mucho, si él se encuentra más a gusto en su trabajo, y creo que lo será, ya que le dan completa autoridad sobre las cuestiones mecánicas, sin restricciones en la contratación o el despido de su gente, ni en la forma en que lleve el trabajo. Este es el aspecto más importante de la cuestión para él, parece ser que la directiva desea que se hagan economías en el aeropuerto.

Sé que te alegrará de saber dónde vamos, porque se trata de Seattle. Desde ahora, podrás matar dos pájaros de un tiro, cada vez que vengas, ya que así te tendremos con nosotros y visitarás tu propia familia. Esperamos estrechar por nuestra parte, una mayor amistad con ellos también. Me gusta tu cuñada desde que la conocí en aquella fiesta en Los Ángeles, ciertamente me gustó muchísimo. ¿Lo recuerdas? Fue en la reunión que tuvimos para celebrar tu grado de ingeniero en cohetes.

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