Por sendas estrelladas (24 page)

Read Por sendas estrelladas Online

Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Por sendas estrelladas
4.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

No compraremos ninguna casa en Seattle hasta que lo hayamos mirado bien; pero ambos fuimos en avión la semana pasada y alquilamos un apartamento para vivir mientras tanto. En él hay un cuarto para ti, Max. Nos iremos el sábado próximo y el domingo ya estaremos colocados y dispuestos a recibirte cuando quieras venir. Tienes que venir, no discutas sobre el particular. Espera un momento: Rory que me está mirando por encima del hombro me dice que quiere añadir algo a esta carta. Le dejo a él. Tuya, amiga. Bess.

La enérgica escritura de Rory continuaba en la carta:

Encantado de que de nuevo estés entre nosotros, Max, supongo que volverás a tu antiguo empleo en Los Ángeles; pero si no quieres hacerlo, tendrás trabajo conmigo en Seattle desde el momento que quieras. Ya habrás leído lo que te dice Bess respecto a mis facultades para emplear o despedir gente. Un abrazo y ánimo. Tu afectísimo: Rory Bursteder.

Sí, aquello me levantó el ánimo, era bueno recibir una carta como aquélla. Decidí ir a Seattle.

Otra carta recibida al día siguiente, volvió a producirme indecisión. Procedía de M’bassi. Era muy breve, y estaba casi garrapateada con dificultad. Un párrafo apenas, donde me expresaba que debería ir con él por todos los medios y permanecer en su compañía mientras yo convaleciese, y después:

Max, pienso… espero… que estoy al borde mismo del éxito. Necesito tu ayuda. Por favor, ven aquí.

Aquello puso un aspecto diferente en las cosas.

¿Qué querría decir, al expresar que se hallaba al borde mismo del éxito…? ¿Qué podría teleportarse el mismo o que pensaba poder hacerlo pronto?

¿Y, cómo diablos podría yo ayudarle?

¡Oh!, condenada fuese su negra piel, ¿sería sólo un acicate para que fuese a verle por reavivar mi curiosidad?

Pero, Jesús, ¿y si…?

Resultaba difícil decidir, hasta dos días después, en que recibí una carta de Klockerman:

Max —«me decía en ella»—, estoy terriblemente preocupado por lo que le sucede a M’bassi. Está fuera de sí con sus experimentos místicos. Ha estado ayunando y tomando drogas y esto resulta una combinación infernal. Está tan delgado, que su cuerpo apenas si tiene sombra, y se niega a oír nada que tenga sentido cuando trato de hablar con él. No podrá seguir así por mucho tiempo.

Si te encuentras ya bien para decidirte a ir a verle —y no te reprocharé que no lo hicieras— creo que deberías tomar en cuenta su invitación, aunque solo fuese por ver si te hace caso a ti. Está como loco intentando hacer algo, sea lo que fuere. Si no se deja morir de hambre, acabará por ser un adicto a las drogas, aunque para esto supongo que tiene demasiada voluntad. Pero lo que está poniendo en practica es peligroso, así y todo.

Dios sabe por qué, pero tú tienes mucha influencia sobre él, más que cualquier otro, excepto Buda, y creo que de veras te necesita. Si te decides a permanecer con él, dime cuándo regresas, para ir a recogerte en mi helicóptero y así poder charlar un rato antes de dejarte con M’bassi. Un abrazo.

Klocky.

Aquello sí tuvo la virtud de hacerme tomar una decisión inmediata. También hizo que pudiera abandonar el hospital tres días antes de lo predicho por el Dr. FeIl. Es posible que yo exagerase lo bien que me encontraba ya; pero pude abandonar el hospital.

* * *

Klocky estaba igual que la última vez que le había visto. No sé por qué tendría que sorprenderme de semejante cosa, sólo después de dos meses; fue así. Tal vez porque aquellos dos meses habían significado para mí como dos veces muchos años.

Me apretó la mano hasta hacerme daño.

—Cuánto me alegro de que hayas vuelto, Max. Te he echado mucho de menos. Vayamos a la cafetería unos cuantos minutos y hablaremos algo antes de tomar mi helicóptero.

Recordé que Klocky nunca hablaba mientras pilotaba, incluso aunque condujese cualquier vehículo de superficie. Estuve de acuerdo con un gesto. Mientras tomábamos una taza de café, le pregunté por M’bassi.

—Nada nuevo sobre lo que ya conoces. No lo he visto desde hace dos días… pero escucha, antes de hablar sobre M’bassi, hablemos un momento sobre ti. ¿Vendrás a trabajar en tu antiguo empleo conmigo, ¿verdad?

—Pues yo… no lo sé, Klocky, no lo creo.

—Está dispuesto para ti. Anoté para ti una ausencia indefinida. Pero te necesito aquí, Max.

Le hice un guiño amistoso.

—Esto no es lo que dijiste el día en que me marché. Pero seriamente, necesito trabajar en la mecánica de los cohetes de nuevo. Es lo que me hace falta… al menos por una temporada, de todas formas. Grasa, aceite y mugre en las manos. Trabajo físico.

—Max, no eres ya tan joven. No puedes ser un mecánico toda tu vida.

—Creo que puedo aún durante algunos años. Después… ya veré. Pero no conserves ese trabajo dispuesto para mí, Klocky.

Klockerman se encogió de hombros.

—Eso es asunto tuyo. Lo tendré aún vacante para ti, durante algún tiempo, en caso de que cambies de opinión. Te proporcionaré otro trabajo en mecánica mientras tanto, pero… ¡maldita sea…!

Sacudí la cabeza.

—No en Los Ángeles, Klocky. Sería muy embarazoso para los dos, el que tuvieras a tu antiguo ayudante trabajando con un mono grasiento. Sé donde voy a trabajar —y le conté lo del cambio de empleo de Rory y la oferta que me había hecho.

—De acuerdo, Max, si eso es lo que deseas —pude darme cuenta de que se sentía aliviado de que no volviese a trabajar en cosas mecánicas en el aeropuerto de Los Ángeles.

—Klocky —le dije—, no he leído los periódicos mucho. ¿Se ha publicado ya el nombramiento?

El sabía a qué nombramiento me refería. Asintió con la cabeza.

—Sí, Kreager, Charlie Kreager.

El nombre aquel no me sonaba; pero aparentemente Klocky sabía quién era.

—¿Es bueno? —pregunté.

—Muy bueno, Max.

Aquello era lo que deseaba saber y oír. No quise ya saber más respecto a detalles del asunto, ni lo que pudo haber ocurrido para tal estado de cosas. Dejamos de lado la cuestión; pero interiormente me preocupó el saber que un buen elemento tuviese que supervisar la construcción del cohete que iría al planeta Júpiter.

—Bien, ahora hablemos de M’bassi —le dije.

—La verdad es que no hay mucho que yo pueda decirte. Lo sabrás todo desde el momento en que le veas. Mejor será que no te diga nada más.

—Entonces, estamos perdiendo el tiempo, querido Klocky. Vamos.

* * *

Nadie respondió a nuestra llamada en la puerta. Una esquina de color rosa salía fuera de la puerta, en el suelo, de un sobre allí depositado por alguien. Lo saqué y abrí el sobre rosado. Era el telegrama que le había enviado el día de antes diciéndole a M’bassi que iba a verle. Tuvo que haber sido entregado y dejado allí, al menos veinticuatro horas antes.

La puerta no estaba cerrada y entramos. Sabiendo, los dos, que ya sería demasiado tarde, teniendo una idea aproximada de lo que debía haber ocurrido.

En el interior, una ligera capa de polvo sobre las relucientes superficies de su apartamento. La puerta que daba a la pequeña habitación, el cuarto sin ornamento alguno, la celda, estaba cerrada por dentro. Llamé con los nudillos sólo una vez, después lo hizo Klocky y nos miramos después el uno al otro, con un mutuo asentimiento. Klockerman era cincuenta libras más pesado que yo. Reculó dos pasos y dejó ir su poderosa fuerza cargando con el hombro. El cerrojo saltó hecho pedazos.

M’bassi sonreía, yaciendo en el suelo.

Estaba yacente sobre un trozo de lona, vistiendo solamente un sencillo pantalón corto. Su caja torácica tenía el aspecto de una jaula de pájaros. Los ojos, totalmente abiertos, miraban fijamente a través de sus pupilas a un punto lejano en las alturas.

Hicimos las comprobaciones de rutina, antes de hacer las oportunas llamadas telefónicas. Pero ya sabíamos, desde el momento en que nuestra llamada a la puerta exterior no obtuvo respuesta, que sería demasiado tarde.

M’bassi no estaba allí, Su cuerpo estaba presente, pero, ¿M’bassi? Deseé poder creer que M’bassi hubiera ido a alguna parte, y no que M’bassi había terminado.

* * *

Deseé no haber creído en la muerte, sino en la reencarnación o en la inmortalidad individual; deseé poder creer el vivir de nuevo en otro cuerpo, o Dios me ayude, incluso observar algo desde el borde de una nube en los Cielos o fuera, a través de la sucia abertura de una ventana de cualquier casa encantada, o por los ojos de un escarabajo, o en cualquier otra situación. De cualquier forma, sí, quisiera estar observando algo, quiero estar allí, quiero estar en su proximidad, cuando lleguemos a las estrellas, cuando conquistemos el Universo o los Universos, cuando nos convirtamos en el Dios en que no creo todavía, porque no creo que exista aún, ni que existirá hasta que nos hagamos como El..

Pero he estado equivocado, por tanto, puedo estarlo. Haz que esté equivocado, Tú, muéstrame que estoy en un error, muéstrame qué es lo que M’bassi tenía en su sonrisa.

Muéstrate a Ti mismo, Dios… haz que yo vea que estoy equivocado.

Quinta Parte: Año 2001

—Lo veremos mejor desde aquí, Billy —dije.

Aparqué el helicóptero tras la colina y subimos hasta la cima, en una de aquellas bajas colinas que rodeaban el lugar del Proyecto Júpiter. Eran las cinco en punto de una clara tarde de octubre, y el sol ya estaba casi en el ocaso. Tres horas antes del lanzamiento del cohete hacia Júpiter; pero ya había otras muchas más personas llegadas antes que nosotros, tratando de hallar un buen lugar de observación en las colinas de los alrededores. Para las ocho y tres minutos, momento del despegue, aquellas colinas estarían repletas de gente.

—¿Estás seguro, tío Max, que allá abajo junto a la valla…?

—No tan cerca, puedes creerme, hijo —dije a mi sobrino—. Sé que quieres estar más cerca; pero no te preocupes, estarás más cerca de los cohetes espaciales de lo que estarías cerca de ése, aunque estuvieses ahora en el mismo borde de la plataforma de lanzamiento.

Erecto y con sus cuarenta y tres pies de altura. Bellísimo. ¡Dios, qué hermoso era! Brillante y esbelto, pulido, reluciente, ¡oh, Dios! no hay palabras para un cohete del espacio, un nuevo modelo para un sólo tripulante que iría a donde jamás aún, ningún otro cohete había llegado, dirigido hacia otro mundo, lejos, mucho más lejos.

Vi la decepción en los ojos de mi sobrino. Y le dije:

—De acuerdo, muchacho, queda mucho tiempo aún. Ve hasta la valla y míralo desde allí; pero vuelve después. El lanzamiento, se verá mejor desde aquí.

Le observé mientras corría colina abajo. Diez años tenía ya Billy. Dios, con qué rapidez habían transcurrido aquellos cuatro años, desde la primera vez que oí hablar de aquel cohete, desde que supe la primera noticia de Ellen Gallagher. Dios, qué rápidos pasan los años cuando se acerca el fin. «Pronto estaré contigo, Ellen» —pensé—, «tanto si es dentro de dos o de treinta años; pasarán como un relámpago». ¿La velocidad de la luz? No es nada contra la velocidad del paso del tiempo.

Extendí una manta y me senté en ella, observando el cohete y esperando a Billy. Aparecía de pie en aquel momento, como fascinado, junto a la valla de acero, aplastando su carita contra los barrotes, como si quiera estar aún más cerca.

Me vi a mí mismo a los diez años, aunque entonces no existían cohetes interplanetarios a que mirar. Allá por el año 1950. Pero lo habría mirado igual, de haber existido.

Ahora miraba a uno de ellos y deseaba llorar porque no estaría allí dentro de su cabina de pilotaje y subir, subir por los cielos, hasta llegar a Júpiter. Pero sesenta y un años, es una edad ya demasiado avanzada para llorar o gritar. «Ya eres duro, muchacho», me dije a mí mismo.

El sol continuaba descendiendo en el crepúsculo. Aquel hijo subía ya en mi busca, aunque no era mío propio; era lo más cercano a uno biológicamente mío, dando traspiés para reunirse conmigo, con los ojos brillantes y encendidos con la locura de las estrellas. Se sentó en la manta junto a mí.

En sus ojos advertía la mirada lejana, perdida en los espacios infinitos y propia de un hombre del espacio que se encuentra ligado, atado a la Tierra. La mirada enjaulada de un hombre con sed de infinito.

La oscuridad mortecina del crepúsculo avanzando y más gentes por todas partes. La mayor parte de ellas, silenciosas. Casi todos estábamos silenciosos. Silenciosos ante la maravilla que iba a producirse.

La oscuridad a poco después, y de repente, los brillantes torrentes de luz allá abajo, allí donde algo comenzaría a suceder pronto, donde un hombre con la luz en sus ojos, como la luz de los ojos de Billy, se disponía a abandonar la Tierra, a escapar de esta pobre superficie bidimensional sobre la cual se arrastran unos seres tridimensionales.

Evadirse, escapar… ¡Dios, cómo necesitamos todos escapar de este diminuto mundo en que vivimos! La necesidad de escapar ha sido motivada porque en todas las cosas, el hombre siempre sólo ha ido en una u otra dirección, a la satisfacción de sus apetitos físicos; conduciéndole después a lo largo de fantásticos y maravillosos senderos, llevándole hacia el arte, la religión, el ascetismo o la astrología, a la danza y a la bebida, a la poesía y la locura. Todas esas evasiones se han ido produciendo, porque el Hombre sabe desde sólo muy recientemente, la verdadera dirección del escape hacia fuera, hacia el infinito y la eternidad, lejos, muy lejos de esta llana superficie pequeña y miserable, donde hemos nacido y hemos de morir. En esta mota del sistema solar, este átomo de la Galaxia.

Pensé en el distante futuro y en las cosas que tendríamos después, y descarté mis fantásticas suposiciones por inadecuadas. ¿La inmortalidad? Un concepto logrado en un siglo o en un milenio y descartado otros después por innecesario. ¿Hacer retrogradar la entropía para volver a poner en marcha el Universo? Se quedaría pasado de moda por el descubrimiento del nolanismo y el concurrente cognado en el cuadrado decal. ¿Parece esto fantástico? ¿Qué le habría parecido a un hombre de Neanderthal la palabra quantum o el concepto de la transformación de materia en energía? Somos hombres de Neanderthal, para nuestros descendientes de cien mil años en el futuro. Sería inconcebible suponer qué harán y qué tendrán entonces.

¿Las estrellas? ¡Diablos, sí! Ellos conquistarán las estrellas.

* * *

Ya era de noche.

—¿Qué hora es, tío Max?

—Faltan cuatro minutos, Billy.

Se apagaron aquellos torrentes de luz. Se produjo un sordo rumor al contener todo el mundo la respiración. Miles de personas, con el ánimo en suspenso.

Other books

Royce by Kathi S. Barton
Three Times Dead by Grant, D C
The Tooth by Des Hunt
New Order by Helen Harper
Jess Michaels by Taboo
The Alabaster Staff by Edward Bolme
Firestorm by Rachel Caine
One Dance with a Duke by Tessa Dare