Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (27 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
10.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Tenía que haber un manojo de llaves de emergencia en algún sitio. Se acercó al escritorio que correspondía a Joan Dawson. El cajón superior no estaba cerrado. Había un llavero con más de dos docenas de llaves distintas. Pierre lo cogió y se dirigió al pasillo.

Tuvo que probar con varias de las llaves antes de encontrar la que abría, pero muy pronto estuvo en el interior del despacho de Klimus. Pierre fue directamente a esa segunda puerta que ya había notado en anteriores visitas. Estaba cerrada. Probó todas las llaves Ninguna abría. Se acercó al escritorio de Klimus y abrió elcajón superior, esperando encontrar allí otro llavero con llaves. Nada Sacó el billetero, extrajo la tarjeta de crédito de Macy's y la usó para hurgar en el hueco que estaba entre la puerta y su jamba, tal y como había visto en infinidad de películas en la televisión. Al final logró que el pequeño pestillo se hiciera a un lado. Abrió la puerta, entró en la otra habitación y buscó el interruptor de la luz.

En una de las estanterías había una pequeña nevera que parecía más adecuada para un horno microondas. Pegado en la puerta del frigorífico había un texto escrito con una impresora láser que decía: «especímenes biológicos. Alta caducidad. No desconecte o desenchufe esta unidad.»

Pierre abrió la puerta de la nevera. En su interior había tres estanterías de alambre, y cada una de ellas tenía diversos contenedores de vidrio sellados. En la puerta de la nevera había latas de Coca Cola. Todos los contenedores de vidrio tenían etiquetas y a Pierre sólo le tomó unos minutos encontrar el que estaba buscando. Tenía una etiqueta escrita a mano que ponía simplemente «Hanna».

Pierre tomo la muestra, cerró la puerta de la nevera, apagó la luz de la pequeña habitación, la del despacho de Klimus y cerró la puerta principal, pero no utilizó la llave. Fue a su propio laboratorio y utilizó enzimas de restricción para cortar algunos trozos de la muestra de ADN. Después lo preparó todo para obtener más duplicados con la PCR. Cuando volviera mañana, dispondría de millones de copias de esos fragmentos.

Volvió al despacho de Klimus, devolvió el contenedor a la nevera, cerró la puerta de la pequeña habitación y, esta vez, cerró con llave la puerta del despacho. Volvió a casa. La adrenalina fluía por sus venas.

A la noche siguiente, cuando Pierre llegó a la puerta principal de la casa, Molly salió corriendo para darle la bienvenida. La pequeña Amanda gateaba tras ella.

—¿Y bien? —preguntó Molly.

Pierre respiró profundamente, no demasiado seguro de cómo comunicar la noticia.

—Es un clon— dijo sencillamente.

Aunque era justo lo que Molly había sospechado desde el principio, abrió los ojos desmesuradamente.

—¡Ese hijo de puta! —dijo.

Pierre asintió.

Amanda había logrado llegar hasta donde se encontraba su padre, le miró con esos enormes ojos castañosyalzó los brazos hacia él.

Pierre miró hacia abajo.

Amanda.

Amanda Hélène Tardivel-Bond. O...

O la segunda Hanna la Desventurada.

Los brazos de Amanda seguían alzados hacia él. La niña parecía sorprendida de que todavía no le hubiera tomado en brazos.

No, mierda, pensó Pierre. No. Es Amanda... es mi hija.

Se inclinó y la levantó del suelo. La niña puso los brazos en torno al cuello de Pierre y se revolvió satisfecha. Pierre la sostenía con una mano y con la otra le acariciaba el cabello.

—¿Cómo estás? —le dijo—¿Cómo se encuentra la pequeñita de papá?

Amanda le sonrió. Pierre quería llevarla en brazos hasta la sala de estar, pero eso presentaba algún riesgo. En lugar de eso la puso de nuevo en el suelo y, tomándola de la mano, lograron cubrir ese largo paseo hasta la sala. Pierre se sentó y la puso en su regazo.

Molly entró también en la sala de estar y se acomodó en la silla que se encontraba delante del sofá.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? —preguntó.

—No lo sé. Ni siquiera sé si debemos hacer alguna cosa...

—¿Después de lo que Klimus ha hecho? —Molly abrió de nuevo los ojos de forma desmesurada.

Pierre alzó una mano como para detenerla.

—Lo sé. Lo sé. Ya sabes que yo siento lo mismo que tú. Dios mío, siento como si ese viejo hubiera violado a mi mujer... quisiera estrujarle el cuello,
matarle
con mis propias manos, pero...

—Pero ¿qué?

—Pero hay que pensar en Amanda. —Acarició la cabeza de la niña alisando el cabello que él mismo había despeinado poco antes—. Si nos enfrentamos a Klimus, se sabrá la verdad sobre Amanda.

Molly pensó en ello.

—Tenemos que echarle de nuestras vidas... No quiero que vuelva por aquí, que la convierta en un objeto de estudio. Mira, una vez se dé cuenta de que sabemos la verdad, dejará de molestarnos. Lo que hizo no es ético...

—Estoy de acuerdo.

—... y por lo tanto corre el peligro de perderlo todo si eso se sabe: su posición en el LBNL, los contratos de consultoría, todo —Pero ¿qué ocurrirá si la verdad de lo de Amanda se sabe> —preguntó Pierre.

—No lo sé. ¿No podemos marcharnos de aquí? ¿Irnos a Canadá y cambiar de nombres? Puedes volver a Canadá, ¿no es así> Pierre asintió con un gesto de la cabeza. —Sé que quisieras quedarte aquí, pero... Pierre hizo un gesto de negación con la cabeza. —Eso es algo secundario. Haré cualquier cosa por la niña... cualquier cosa— la apretó con fuerza contra su mejilla y la niña mostró su contento.

—Profesor Klimus —dijo Pierre con voz irritada. Había querido mostrarse tranquilo y razonable pero, sólo con ver al anciano, su sangre empezó a bullir.

Klimus alzó la mirada. Sus ojos castaños pasaron de Pierre a Molly. Después inclinó de nuevo la calva cabeza, y pasó una página de la revista que estaba extendida ante él en la mesa.

—Estoy muy ocupado. Si desean verme, deben concertar una cita con mi secretaria.

Molly cerró la puerta del despacho.

—¿Cómo pudo hacer eso? —preguntó Pierre.

Klimus cogió el teléfono de encima de la mesa.

—Creo que voy a llamar a seguridad.

Pierre se inclinó hacia adelante, arrebató el teléfono de la huesuda mano de Klimus y lo devolvió violentamente a su sitio.

—¡No va a llamar a nadie! —dijo Pierre con la voz temblorosa de rabia—. Le acabo de preguntar cómo pudo hacerlo.

—¿Hacer qué? —preguntó Klimus sin pretender parecer inocente. Utilizó la mano izquierda para frotarse la mano de la que Pierre le había arrebatado el teléfono.

—No quiera jugar con nosotros —dijo Pierre—. Conseguí una muestra del ADN de Hanna la Desventurada. Es el mismo que el de Amanda.

Klimus se inclinó hacia adelante.

—Sí, lo es. Pero, dígame, qué le hizo sospechar.

—¿Y eso qué coño importa?

—Es el problema central, ¿no? —dijo Klimus abriendo los brazos—. Algo hizo que se dieran cuenta de que el espécimen de niña no era un
Homo sapiens sapiens
. ¿Cómo lo supieron?

—«Espécimen de niña» —repitió Molly, con un escalofrío—. No la llame así.

—¿Cómo supo que no era hija suya? —preguntó Klimus.

—¡Maldito bestia! —dijo Pierre—. Mecag... —y empezó a soltar una retahíla de insultos y palabrotas, algunas en francés, incapaz de controlarse. Después continuó—: A la mierda con usted, que
se
joda... ¡sigue ahí sentado haciéndonos preguntas a
nosotros!
Debería partirle en dos, ¡viejo patético y asqueroso!

Klimus se encogió de hombros.

—Placer preguntas es el trabajo de los científicos.

—¿Científico?
—se mofó Pierre—. Usted no es un científico, usted es un monstruo.

Klimus se levantó.

—Usted, mocoso... Soy
Burian Klimus
—pronunció su propio nombre como si recitara una plegaria—. Hábleme con más respeto. No se atreva a insultarme. Puedo hacer que nunca más consiga trabajar en un laboratorio en ningún lugar del mundo.

El rostro de Molly se había puesto rojo y ella respiraba soltando bufidos.

—Burian... nosotros tuvimos confianza en usted.

—Quería un bebé y ya lo tiene. Quería una fertilización
in vitro
, un proceso que suele ser caro. Y le salió gratis.

Pierre abría y cerraba los puños.

—¡Hijo de puta! No siente ningún remordimiento por lo que hizo.

—Lo que hice fue algo
maravilloso
—dijo Klimus—. No ha habido un niño como ese espécimen desde la Edad de Piedra.

—¡No le llame «espécimen», maldito sea! —dijo Molly—. Es mi hija.

—Diga eso de nuevo —pidió Klimus.

—No lo intente de nuevo... Ni se le ocurra hacerlo una jodida vez más —dijo Pierre—. Sí, queremos a Amanda... eso no tiene nada que ver.

—Sí que tiene que ver, y mucho —dijo Klimus—. Y también tiene que ver con usted, doctor Tardivel. Ahora siéntese y calle.

—No pienso callarme —dijo Pierre—. Voy a contárselo al director del LBNL, y a la policía.

—No hará nada de eso. Tendría que explicar el porqué de esa queja... y eso le obligaría a explicar la verdadera naturaleza de la niña. —Se volvió hacia Molly—. ¿Realmente quiere que su hija se convierta en objeto de la atención del gran público, señora Bond? —La expresión de Klimus era de suficiencia.

—¿Cree que ése es el as del que dispone? ¿No es así? —le soltó Pierre—. Bueno, pues se equivoca. Estamos preparados para decir la verdad a cualquiera que pueda hacer que le encierren.

—Vamos a meterle en la cárcel —dijo Molly—, y después nos iremos al Canadá y cambiaremos de nombres.

—Les aconsejo que no hagan nada de eso. Si quieren lo mejor para el espécimen de niña...

—Ya he tenido bastante, ¡hijo de puta! —dijo Pierre. Cogió el teléfono y tecleó el número de la extensión del despacho del director del LBNL.

—Como quieran —dijo Klimus encogiéndose de hombros—

Por supuesto que pensé que querrían evitar todo ese follón del enfrentamiento por la custodia.

—Custod... —Los ojos de Molly casi se salieron de sus órbitas—. No puede hacerlo.

—La niña es un clon, doctora Bond. Usted se ha encargado de llevar a término el embarazo, pero usted no es la madre biológica. En realidad, la niña no tiene relación de sanguinidad con ninguno de ustedes.

—¿Diga? —preguntó una voz masculina al otro lado del teléfono.

—Usted decide, Tardivel —dijo Klimus—. Yo estoy preparado para luchar y enfrentarme a lo peor.

Pierre le miró fijamente, pero devolvió el teléfono a su sitio.

—Nunca podría vencer.

—¿Que no podría? La familiar más cercana de Amanda es Hanna la Desventurada, y los restos de Hanna están bajo la custodia legal del Instituto de los Orígenes del Hombre, de común acuerdo con el Gobierno de Israel. Usted, doctora Bond, no es más que una madre sustituta y, tradicionalmente, los jueces no suelen otorgar muchos derechos a ese tipo de personas.

Molly se dirigió a Pierre.

—No lo puede hacer, ¿verdad que no? ¿Puede llevarse a Amanda?

—¡Bastardo! —le dijo Pierre a Klimus.

—Yo no lo soy —dijo Klimus, con un breve encogimiento de hombros—. Si está en duda la familia de alguien, es la de Amanda. —Les miró a ambos, uno tras otro—. Bueno, creo que les he preguntado cómo supieron que la niña no era su hija. Estoy esperando la respuesta. —Alargó la mano hacia el teléfono—. O tal vez debo ser yo quien llame al director. Cuanto antes iniciemos esa batalla legal, antes terminará.

Pierre volvió a tirar del teléfono.

—Veo que prefieren mantener ese tema en secreto —dijo Klimus—. Muy bien. Díganme cómo descubrieron el pedigrí de Amanda.

Pierre se había ruborizado y sus puños se abrían y cerraban espasmódicamente. Molly no decía nada.

—Es una niña realmente muy fea, ya lo saben —dijo Klimus.

—¡Maldito sea!... Usted es un monstruo —dijo Molly—. Es bonita.

Klimus no pareció oírla. Habló en tono mesurado, mirando alternativamente a Molly y a Pierre.

—Sí, tenemos el ADN de un Neanderthal... pero siguen existiendo varias preguntas que no podemos responder. Por ejemplo, ¿podían hablar los hombres de Neanderthal? Hay un enorme debate entre la comunidad de antropólogos... deberían oír a Leakey y Johanson discutir sobre ese punto. Bueno, ahora lo sabemos. No pueden hablar en voz alta, posiblemente en lugar de ello desarrollaron un eficiente lenguaje de signos. Queremos ver si Amanda puede aprender el Ameslan, el lenguaje americano de signos, mas rápido de lo normal. Tal vez tiene una facilidad especial que nosotros no tenemos para comunicarse por medio de signos.

»Y la pregunta más importante: ¿son de nuestra misma especie? Es decir, ¿eran los hombres de Neanderthal un
Homo sapiens neanderthalensis
, es decir una subespecie capaz de tener descendencia fértil con los humanos modernos? O son algo muy distinto, un
Homo neanderthalensis
, una especie completamente diferente, que tal vez pueda ser capaz de tener descendencia estéril con los humanos modernos; de la misma forma que un caballo y una burra pueden producir un mulo, pero no pueden tener crías que puedan reproducirse. Bueno, tan pronto como Amanda llegue a la pubertad podremos saberlo.

—¡Que te jodan! —dijo Molly.

—Esa podría ser una opción —asintió Klimus.

Molly arremetió con los brazos disparados, quería matarle. Pierre se movió, cogió a su esposa y la retuvo.

—Podemos continuar con esa broma de que se trata de su hija —dijo Klimus, ni siquiera alterado—. Pero voy a ir a visitarla una vez por semana y anotar todos los detalles sobre su crecimiento y sobre su actividad intelectual. Cuando llegue el momento de que yo publique esa información, haré lo mismo que usted haría, doctora Bond, al publicar un caso psicológico: me referiré al «espécimen de niña» simplemente como la «Niña A». No emprenderán ninguna acción contra mí, si lo hacen voy a desencadenar una lucha legal por la custodia que va a hacer que la defensa de O. J. Simpson parezca la de unos novatos. —Se dirigió a Pierre—. Y usted, doctor Tardivel, nunca más se dirigirá a mí en ese tono. ¿Lo han comprendido?

Pierre, furioso, no dijo nada.

Molly miró a su marido.

—No dejes que se la lleve. Cuando... —Se detuvo de golpe pero a veces se pueden leer las mentes sin que haga falta esa especial peculiaridad genética:
Cuando hayas muerto, es lo único que me quedará.

—De acuerdo —dijo Pierre por fin, con los dientes apretados—

Vámonos, Molly.

—Pero...

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
10.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Secured Mail by Kate Pearce
The Primrose Path by Barbara Metzger
Imagine Me Gone by Adam Haslett
The One That Got Away by Rhianne Aile, Madeleine Urban
Her Secret Prince by Madeline Ash
The Silences of Home by Caitlin Sweet
A City of Strangers by Robert Barnard
Nights at the Alexandra by William Trevor