Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (42 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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Corr.
> Yo... Me faltan palabras, señor C

D. C.
> Sería la primera vez... Encárgate de cerrar el sistema, si eres tan amable. Ah, y llámame Dick. Hasta luego.

Corr.
> ...

30/12/10 - 10:10 h.

MENSAJE POR CANAL INTERNO BQ-BQ

CLAVE TIPO DOBLE ALFA. ACCESO ADMITIDO

Mercen.
> ¡Hola, amigo mío! ¿Cómo marchan las cosas por Hlanith?

Corr.
> Me alegro mucho de verte, Mercenario. Los virus te han respetado, ¿eh?

Mercen.
> Ni siquiera en tareas de infiltración contra el Imperio me he topado con adversarios tan poderosos como aquel Sapo Cancionero vuestro. Parece que al final se arreglaron las cosas, según he oído.

Corr.
> Aquí me tienes, hecho un programa con todas las de la ley. Dick también registró a todos los demás compañeros del ordenador, en plan pecador arrepentido.

Mercen.
> Pues le ha debido de costar un pastón...

Corr.
> Puede permitírselo. Ahora escribe para un montón de revistas de todo el Ekumen. Entre Dick, Ruth y yo diseñamos los artículos, y no se nos da mal. La sátira social es un género muy agradecido.

Mercen.
> Me alegro mucho. Y a ellos, ¿qué tal les va?

Corr.
> Disfrutando como dos cosacos de su luna de miel. Ayer me enviaron un mensaje desde la Vieja Tierra, contando maravillas de lo a gusto que se lo están pasando en el crucero por el Nilo y cuán fascinantes son las pirámides.

Mercen.
> Ha sido un noviazgo rápido, caramba, pero no me extraña. En el fondo, estaban hechos el uno para el otro.

Corr.
> Por aquí el asunto ha levantado un gran revuelo. Si las uniones matrimoniales clásicas son raras, imagínate una boda entre una shaddaíta y un gentil. Es la primera de la que se tiene noticia, pero a ellos les importa un bledo el qué dirán.

Mercen.
> Me alegro. Al señor Collins se le olvidaron sus devaneos con estudiantes, supongo.

Corr.
> Como por arte de magia. Ahora que tiene todas las oportunidades del mundo... En fin, están locos estos humanos.

Mercen.
> Y que lo digas, amigo. Bueno, encantado de haberte saludado, y a ver cuándo echamos otro ratito de charla.

Corr.
> A tu disposición. Salud, y que los virus te sean leves.

Mercen.
> Salud, y que las erratas no se te atraganten.

CANAL INTERNO BQ-BQ CERRADO

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CENA RECALENTADA

Jordi Miró y Rafael Besolí

1

Publicidad, publicidad, más publicidad, unas cartas del banco y... ¡estupendo!, el último número de
Actualidad Virtual.
Ricardo se sentó a la mesa y comenzó a hojear la revista, aunque no había mucho que ver: la mayor parte de su contenido eran coloristas ofertas de redes que ofrecían todo tipo de diversión. En mundos remotos que aún se podían explorar, en ciudades brillantes donde reinaba la diversión, en espectáculos perversos subidos de tono. En las realidades que uno desease.

Virtual Cognition Ltd presentaba su último logro en las páginas centrales: la realidad virtual sensorial. Leyó las grandes letras que se recortaban en un fondo realmente prometedor: «Disfrutar con los cinco sentidos de la realidad virtual ya no es imposible. Una sencilla operación quirúrgica y el abono a nuestra red le abrirán las puertas a las sensaciones más insospechadas. Las sensaciones que sólo puede ofrecerle Virtual Cognition Ltd.» Todo ello por tan sólo medio millón de créditos, según indicaban unas letras bastante más pequeñas y, desde luego, menos atractivas.

«Veamos —empezó a soñar Ricardo—, podría trabajar un par de horas extras al día durante los próximos dos meses... Eso son seiscientos cincuenta mil créditos, más o menos. Lo suficiente para la operación y el pago de la conexión. La cuota de mantenimiento de conexión es igual a la mía, o sea que no tendré que hacer ningún esfuerzo complementario. Sólo dos meses...»

Y tendría suficiente para abrir la puerta de la realidad más pura e increíble, para entrar en «Virtual Cognition: la realidad física palidece ante nosotros». Justo lo que cualquier persona viva, que trabaja y soporta una ciudad agobiante, necesita para librarse de... la alarma del microondas. El tintineo del electrodoméstico le devolvió a la diminuta y sucia cocina y a la realidad de cada día a esa misma hora: tenía el estómago vacío.

Sacó la bandeja del horno y acercó la nariz. Olía bastante bien aunque era incapaz de asociar aquel aroma a algún tipo de comida y menos aún al plato que prometía la fotografía del envoltorio. Nunca sabía exactamente lo que comía, y tampoco era algo que le preocupase demasiado. Lo realmente importante ahora era encontrar un tenedor; el cajón de los cubiertos estaba vacío y tampoco había nada en el fregadero, así que emprendió un minucioso registro por la destartalada cocina. Finalmente, encontró el cubierto en el cubo de la basura, dentro del recipiente de aluminio especial para microondas que había utilizado la noche anterior.

Acabó pronto con la comida, arrugó el envoltorio metálico y sin darse cuenta volvió a tirar el tenedor a la bolsa de basura. Se dirigió al dormitorio, caracterizado por un desorden que comenzaba a ser preocupante, y se desnudó por completo. Colgado cuidadosamente de la puerta le esperaba el traje sensor.

Era un mono negro de una sola pieza que incluía una capucha para la cabeza. La tela era elástica y sobre ella se entrecruzaban un gran número de hilos algo más gruesos que detectarían el más leve movimiento para enviarlo a la computadora. Comenzó a colocárselo con sumo cuidado, vigilando que cada uno de los terminales sensores se ajustara a la perfección con el músculo que debía controlar; un error de colocación podía ser fatal no sólo por las dificultades que causaría durante la Estancia, sino también por la pobre impresión que daría a los demás. Lo primero que uno aprende es que un traje mal colocado consigue que tu yo virtual se mueva como un monigote, y eso hace que nadie quiera acercarse a ti. En un mundo de perfección, un patoso no tiene ningún futuro.

Cuando acabó de colocarse el traje, conectó al ordenador el cable que salía a la altura de la cintura, encendió la pantalla y apareció su imagen virtual. Era él. Bueno, era él en el mundo virtual, tal y como siempre quiso ser: medía metro noventa en lugar de metro sesenta, tenía unos vivos ojos azules en vez de su mirada ojerosa y marrón, el pelo era abundante y rubio y el cuerpo atlético y bien proporcionado. Era El, en lugar de ser él.

Realizó todos los movimientos necesarios para comprobar que ninguno resultaba irreal en la pantalla. Cada músculo era detectado por separado de forma perfecta, pero puso especial atención en las expresiones simuladas de su cara. Esta era la parte más difícil de ajustar y de cuyo perfecto funcionamiento dependía una Estancia satisfactoria. Podía recordar una infinidad de relaciones frustrantes provocadas por expresiones deformadas que evidenciaban posturas ensayadas hasta la saciedad frente al espejo. Pero las experiencias de ese tipo eran inevitables e incluso necesarias. A fuerza de fracasos anteriores, Ricardo había conseguido ahora que en muy pocos segundos todo estuviese en orden para entrar en su parcela de cielo. No obstante, nunca dejaba nada al azar: pasaba religiosamente por la fase de chequeo en su propio ordenador, por mucho que supiese que se había puesto correctamente el traje.

Desconectó el cable y su imagen virtual desapareció de la pantalla. Ahora, ese mismo cable sería su cordón umbilical con la Máquina que ocupaba una esquina del comedor. Allí se dirigió, se subió a la plataforma deslizante que le permitiría moverse por el mundo virtual sin tener que hacerlo por la pequeña habitación y se sentó en el sillón anatómico. Tomó el casco que había en el reposacabezas, conectó el traje a la toma de la Máquina y se ajustó el visor, los auriculares y un pequeño micrófono, que constituían las únicas formas de comunicación que tendría a partir de ahora.

A tientas manipuló el teclado para iniciar la conexión. Ante sus ojos apareció la carátula del servicio de red «Intercom» y una agradable voz femenina le dio la bienvenida al servicio.

—Buenas noches, le deseamos una feliz estancia en el mundo Intercom. Por favor, dígame su clave de acceso.

—ARJ772/Richard —dijo Ricardo rutinariamente.

Unos segundos de silencio y...

—Verificación de clave y voz correctas. Disfruta de tu estancia, Richard.

«Desde luego», pensó mientras se preparaba para sacar todo el partido posible de su cama de niebla, los cristales de agua de colores y el techo de diamantes finamente tallados que dejaban pasar la luz de constelaciones situadas a años luz de su mundo.

2

—¡Qué horterada! Cada vez que pienso en la posibilidad de tener que programar esos diseños me pongo enfermo. —Álex apuró su cuarto vaso de whisky doble mientras hablaba con Tomás, que cabeceaba incapaz de acabar con su segunda copa. Todavía no habían cenado y los efectos del alcohol eran patentes.

—No te preocupes. El Arcade Virtual es un agujero del que no saldrás nunca. Los diseñadores de Estancias Virtuales no dejan sus puestos así como así —razonó Tomás con notable esfuerzo desde su nube etílica.

Ante una aseveración tan aplastante, los dos se quedaron mirando el fondo de sus vasos respectivos durante un buen rato, resignados.

—¿Te gusta este trabajo? —dijo repentinamente Álex—. O sea ¿no crees que ayudamos a que la gente se aísle cada vez más? Les damos mundos donde pelear para desquitarse de su vida aburrida.

—Sí, me gusta este trabajo —respondió tajantementeTomás, que no estaba dispuesto a entrar en discusiones filosóficas con un borracho—. Además, si no quieren luchar también hay ciudades en las que la gente puede vivir.

—A eso me refería antes. ¿Tú las has visto? Parece que te hayas tomado un alucinógeno, todo muy kitsch, con muchos colorines y lucecitas, y muebles que no puedes utilizar. Como sacado de una de esas películas de serie B de los años cincuenta: que si cristalitos, que si columnas de agua... realmente vomitivo. —Álex no pudo contener un eructo.

—Hay mucha gente que se siente sola. Ya sabes, desde que los precios se hicieron populares la gran mayoría sólo se relaciona con aquellas personas que hay en el mundo virtual. No lo veo tan mal.

—Mira, Tomás. Puedo entender que la gente necesite evasión, pero lo que no soporto es el mal gusto. Y eso de que no es tan malo no lo tengo muy claro. Por ejemplo, yo no soy tan feo, pero no podré competir nunca con cualquier cuerpo que me proporcione el ordenador; me será imposible encontrar a alguien con quien poder compartir mi vida. La gente está alucinada con los cuerpos perfectos. Y los pueden conseguir con sólo pedirlos al operador.

«¿Y qué hay de malo en eso?», farfulló Tomás, incapaz ya de verbalizar sus pensamientos. Las cosas cambian, es ley de vida. El fondo de la cuestión es justamente el contrario: a la gente ya no le importa su físico. Simplemente eligen uno. Así son felices. Y ser feliz es una aspiración muy legítima.

Álex seguía con su monólogo, que ahora adquiría tintes sindicalistas:

—... Y todos al paro. Si tú hubieras trabajado en una casa de estética o te ganases la vida vendiendo productos para adelgazar seguro que no serías tan complaciente con todo esto...

Tomás bostezó y pensó en Laura. No podía imaginarse de lo que se había librado rechazando la oferta para salir con ellos.

—... porque ¿sabes la cantidad de gente que está muriendo de hambre en el mundo?, ¿sabes que los países de Occidente no pueden dar ni una limosna por culpa de la caída de todo el sistema que tenían montado? Estamos en plena decadencia, y los países pobres
no
tardarán en explotar y atacarnos.

Alex sudaba y Tomás se le quedó mirando, como si no creyese lo que acababa de oír. Pidió dos copas más: la paranoia etílica sólo se soluciona con más alcohol.

—¿Realmente qué es lo que te preocupa? —preguntó con indisimulada guasa Tomás—. ¿La gente que muere de hambre, o que toda esa gente venga aquí a invadirnos?

—¿No te importa nada de lo que ocurre a tu alrededor? —fue la cortante réplica a su pregunta—. Porque, a ver, ¿a qué aspiras tú en esta vida?

Esto ya era demasiado. Ahora sí que Tomás no pudo contener la risa pero, ante la ruda mirada de su compañero, decidió simular cierta seriedad.

—¿Que a qué aspiro? Pues a ser un poco feliz, a ganar todo el dinero que pueda y gastármelo en lo que me apetezca antes de estirar la pata. Es mucho más pragmático que intentar salvar el mundo.

Y dicho esto, apoyó su cabeza en el respaldo del sillón y se quedó mirando a la cutre bola de espejitos que daba vueltas en el techo del bar. Realmente, algo sí que se había perdido con las Estancias Virtuales: salir por la noche era un suplicio. Los locales eran viejos y la música estaba pasada de moda. Desde luego la vida había cambiado mucho. La mayoría de los bares habían cerrado porque la gente prefería divertirse en mundos imposibles en vez de ir a charlar con los amigos ante una copa... de verdad.

Álex no se dio por vencido y continuó con su perorata revolucionaria, cada vez más entrecortada e ininteligible:

—Todo se reduce a una cuestión de buen gusto, ¿entiendes? La gente se muere de hambre, y los que malviven prefieren hacerlo rodeados de pijadas. El ínfimo nivel de la evasión, su superficialidad, son una muestra más de la decadencia de Occidente.

«Tocado y hundido», pensó Tomás.

3

Richard salió de la habitación traspasando la puerta de coral viviente, que se deformó con la irreal corriente de agua que su cuerpo produjo al atravesarla. El centro de la sala principal lo ocupaba una gran cascada de oro fundido que desprendía una cálida luz y se reflejaba infinitamente en las fuentes de mercurio que la rodeaban. Toda la habitación quedaba bañada por los reflejos dorados. Excepto la pantalla de comunicación, que se iluminó mostrando el menú de servicios que podía ofrecer.

—Muéstrame los mensajes —dijo claramente Richard.

Al momento comenzaron a animarse un sinfín de caras en la pantalla. Acercó su dedo índice a la cara de Sara y su proyección tridimensional apareció en la estancia, invadiéndola con su cuerpo escultural y un traje metálico que reflejaba los aleatorios movimientos producidos por el conjunto de fuentes. Durante unos segundos recreó su vista con el cuerpo de la joven sin escuchar el mensaje.

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