Premio UPC 2000 (18 page)

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Authors: José Antonio Cotrina Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA 141

BOOK: Premio UPC 2000
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El sujeto, Alvaro Carreño, presenta un buen estado de salud física. Sus condiciones intelectuales no parecen haber sufrido detrimento alguno, y su Cl se estima al menos en 180. Sin embargo, su pensamiento aparece afectado por una serie de trastornos; la génesis de algunos de ellos parece simultánea o posterior al homicidio cometido en la persona de su mujer, mientras que otros parecen haberse desarrollado con anterioridad.

En primer lugar, el sujeto presenta un trastorno obsesivo-compulsivo relacionado con el uso del aparato inhibidor del sueño REM conocido como Anóneiros, que se manifiesta en la imposibilidad de hacerle separarse de él aunque se le razone por todos los medios que en estados de vigilia con un alto grado de atención no puede declararse la narcolepsia de Pisani. El sujeto sufre crisis nerviosas cuando se le intenta despojar del Anóneiros. Este trastorno parece haberse manifestado a la vez o inmediatamente después del homicidio cometido en la persona de su mujer.

En segundo lugar, antes de dicho homicidio el sujeto desarrolló todo un complejo de juicios deliroides que llegaron a encronizarse en una personalidad de tipo paranoide. Según la interpretación del abajo firmante, la secuencia de los hechos fue la siguiente:

1. El sujeto se vio sometido a una intensa vivencia de aislamiento durante su prolongado retiro en la mina abandonada de Highwater. Como quiera que durante este tiempo sus experimentos no obtuvieron el éxito deseado, el sujeto empezó a albergar sentimientos de inseguridad, resentimiento e incluso dudas sobre el propio yo.

2. Estos sentimientos crecieron en intensidad hasta convertirse en los principales agentes de la vida psíquica del sujeto, desplazando a un segundo plano a la razón y las asociaciones conceptuales lógicas. En estos momentos, el centro del resentimiento del sujeto se focalizó en su esposa, con la que no mantenía unas buenas relaciones y a la que, primero inconsciente y luego conscientemente, culpó de la situación actual, que interpretaba como negativa, pese a que la víctima hizo reiterados esfuerzos por arreglar su matrimonio. (Consúltese la página 3, líneas 15-21 de la transcripción del diario de Alvaro Carreño.)

3. A partir de este momento, el sujeto empezó a construir un entramado de juicios deliroides, notoriamente erráticos e inverosímiles, relacionados con sus estudios sobre la materia oscura. A saber, que la vida de todos los seres humanos del planeta, a lo largo de la historia, ha estado dominada por unas potencias sombrías, residentes en una realidad alternativa a la nuestra y que son responsables, también, de la narcolepsia de Pisani.

4. Convencido, en una idea de autorreferencia, de que tenía una misión especial que cumplir, el sujeto decidió cometer un acto ilegal y dormir desconectado del Anóneiros durante cierto número de noches. (Consúltense páginas 4 y 5 de la transcripción del diario.) El sujeto no contrajo la narcolepsia, aunque se puso en serio peligro de caer en esta enfermedad.

5. A raíz de su experiencia, el sujeto desarrolló un delirio de sosias, centrado en la persona a la que juzgaba responsable de sus problemas: la víctima, su propia mujer, a la que empezó a percibir como una persona diferente, a la que él denominaba Néfele y atribuía intenciones malignas relacionadas con aquel mundo alternativo del que antes hacíamos mención.

6. Como resultado de esa idea delirante, el sujeto consideró que la prescripción legal y moral del «No matarás» quedaba suspendida e incluso abolida en el caso de su esposa y actuó de forma violenta contra ella, quitándole la vida brutalmente con un hacha que sustrajo de la mina donde trabajaba.

El trastorno obsesivo-compulsivo que antes mencionábamos, relacionado con el Anóneiros, parece una respuesta de transferencia ante los sentimientos de culpa originados por el crimen.

Nuestra conclusión final es que, aunque no puede decirse que la personalidad del sujeto sea claramente psicótica, ya que no se ha producido una rotura total de su continuidad biográfica, sí que existen en su caso circunstancias atenuantes del homicidio cometido, ya que los juicios deliroides desarrollados a lo largo del tiempo deformaron en cierta medida su percepción de la realidad y enturbiaron su capacidad de discernir el bien del mal.

Como conclusión personal, sin querer suplantar a los tribunales de justicia del estado de Dakota del Sur, recomendamos la conmutación de la pena capital por motivos psiquiátricos y, sobre todo, humanitarios.

Pedro Rojo de las Heras,

psiquiatra

Durante unos segundos su dedo índice quedó colgado encima del botón ENVIAR. Aquel informe era una infamia desde cualquier punto de vista, ya fuera ético o profesional. Cualquier psiquiatra medianamente competente lo rompería y se lo arrojaría a la cara; pero, sin duda, al gobernador del estado le encantaría aquella mezcla de medias verdades y medias mentiras que le decían lo que quería escuchar.

Rojo apartó el dedo índice y lo utilizó para sacar un cigarro de la cajetilla que acababa de abrir. Lo encendió, aspiró la primera calada y se quedó mirando a la pared mientras el humo ascendía con pereza.

Ya no la volverás a ver, Carreño, se dijo. Tú no te la mereces.

Y el dedo pulsó el botón de envío.

INFORME DEL COMITÉ DE ASESORAMIENTO

JURÍDICO-PSICOLÓGICO DEL GOBERNADOR DEL ESTADO

En relación con la solicitud de conmutación de la pena de muerte para el súbdito español Alvaro Carreño, presentada por la Embajada de España y apoyada en un informe del eminente psiquiatra Pedro Rojo, que desde hace años trabaja en nuestro país, hemos de concluir lo siguiente:

Aunque valoramos la calidad profesional del doctor Rojo, el rigor impecable de su estudio y el encomiable interés que ha volcado en este caso, consideramos que el desorden mental sufrido por Alvaro Carreño no justifica en ningún caso el asesinato de una ciudadana norteamericana inocente. Pensamos que la justicia debe ser siempre ejemplar y que debe transmitir a los ciudadanos la noción de que las autoridades por ellos elegidas anteponen su derecho a la vida a cualquier otra consideración. En consecuencia, desaconsejamos la conmutación de la pena de muerte de Alvaro Carreño.

EE.UU.

E
JECUTADO EL ESPAÑOL
A
LVARO
C
ARREÑO

PESE A LAS PRESIONES DEL
G
OBIERNO

Carlos Carballo

Corresponsal

A las 22:00 hora local, el físico español Alvaro Carreño Santos ha recibido la inyección letal en la prisión de St. Ambroise, del estado de Dakota del Sur. De nada han servido las presiones del Gobierno y la Embajada de España, a pesar de contar con el apoyo de un informe presentado por el conocido psiquiatra Pedro Rojo, ni tampoco los ruegos presentados por diversas asociaciones humanitarias. Por voluntad expresa, Alvaro Carreño ha sido ejecutado con el Anóneiros conectado. Durante la ejecución, en las afueras de la prisión se han producido diversos enfrentamientos entre partidarios y detractores de la pena de muerte…

Aquella misma noche, en su apartamento de Washington, Rojo se bebió media botella de whisky a la salud del condenado. Después se levantó del sillón y se dirigió a la cocina tambaleándose. Mientras maldecía la torpeza de sus dedos, fue colocando sobre la encimera todo el instrumental quirúrgico que necesitaba: la tabla de madera sobre la que cortaba la carne, un martillo y el Anóneiros.

—Hay que quemar las naves —dijo en voz alta.

El primer martillazo falló, pero los cuatro siguientes cayeron con furia sobre la Corona. La batería salió disparada por un lado y el chip de control cayó al fregadero. Rojo lo cogió, lo volvió a poner sobre la tabla y terminó de machacarlo.

—Alea jacta est
—sentenció.

Después, se sentó otra vez en el sillón, sintonizó un canal deportivo y terminó de beberse la media botella que le faltaba. No necesitó irse a la cama para quedarse dormido.

Soñó. En el mismo momento en que se dormía supo que empezaba a soñar, y sintió perfectamente cómo se hundía en la negrura y desaparecía del mundo conocido para precipitarse por un túnel inacabable.

De
pronto se encontró paseando por una playa. Se descalzó y se quitó la camisa. Sentía la arena y los guijarros duros y reales bajo sus pies, y el viento cristalino sobre su piel desnuda. Miró a la derecha: allí estaba el mar, espeso y oscuro, como la sombra condensada del vacío.

Paseó bajo un cielo oscuro en el que no había luna ni estrellas. Al cabo de un tiempo sintió frío en la mejilla, y al mirar hacia el mar vio que por el horizonte empezaba a despuntar un sol negro de gélidos rayos.

Entonces la vio venir, desde lejos. Era el momento que había esperado, y él no iba a refrenar el paso, así que corrió hacia ella como el viento sobre la arena, sintiendo la espuma helada en los pies. Ella se detuvo para esperarle. Vestía una túnica casi transparente, y bajo ella los rayos negros del sol cortaban con sombras las formas de su cuerpo.

En verdad, la imagen de la Cámara no era más que un reflejo miserable. Rojo la miró a los ojos y sintió su amor. En ese momento inefable, supo que había llegado a su hogar y cayó de rodillas ante ella.

—¿Qué me darás a cambio de mi amor?

—preguntó Néfele.

—Te entregaré el mundo.

Ella sonrió. Jamás había existido una mujer más bella.

—Sé que lo harás, mi amado. No dejes de soñar conmigo.

Plasencia, septiembre de 2000

SALIR DE FASE

Antonio Cotrina Gómez

uNo

La salida de fase es corta y brutal, se supone que debería estar acostumbrado después de tantos
changes
, pero sufro como si se tratara de la primera vez. La toma de conexión es una tormenta sinestésica que, aunque apenas dura unos segundos, me deja trastornado, al borde siempre de la náusea. Durante ese tiempo los sentidos se me revelan y todo pierde significado, es como si la realidad entera se desintegrara y volviera a integrarse ante mis ojos siguiendo una pauta azarosa, siempre nueva y siempre desconcertante; los místicos aseguran que es en ese preciso instante cuando se produce la transmigración del alma del viejo cuerpo al nuevo, pero para mí, agnóstico impenitente, es un simple efecto colateral del
change.

Me encuentro tumbado sobre una camilla de plástico frío en el amplio salón en el que Scaramouche trafica con cuerpos ilegales. Las sombras del techo son sabores suaves que toman al asalto mi paladar. El aire acondicionado del apartamento me acaricia con una lenta orlada melodía. La sorda y polvorienta estridencia de la música con la que Scaramouche trata de crear un ambiente acogedor traza intrincados arabescos en el aire perfumado. Intento centrarme, anclarme en la realidad que se me escapa de los dedos convertida en una confusa maraña sensorial y, para lograrlo, busco un punto en el que centrar mi atención: el techo, el techo debería servir. Contemplo abstraído la sucesión de paneles huecos que forma el cielo raso del apartamento de Scaramouche; fijo en ellos toda mi atención esperando que la tormenta sinestésica se atenúe y de pronto, de la nada, me llega una repentina oleada de angustia y miseria que me sacude como un trapo al viento. Me siento vacío, perdido y vacío. Una lágrima pendulea en mi ojo izquierdo y se deja caer trazando una delicada curva en torno a mi nueva mejilla. No es tristeza lo que me abruma sino una fría sensación de fatalidad que, aunque no llego a entender, se me ha hecho ya tan familiar como el salir de fase. Estoy tan cansado.

—¿Qué tal? —pregunta Scaramouche, entrando en mi campo de visión. Hace una semana, cuando llegamos al acuerdo definitivo sobre el precio de mi nuevo cuerpo, era un hombretón enorme y musculoso, hoy es una bella muchacha de pelo rojo que, en estos tiempos en que la edad no es nada más que moda y capricho, apenas aparenta dieciocho años.

—No lo sé todavía… —contesto, mi nueva voz me sorprende, es mucho menos grave de lo que pensaba, casi aniñada. No parece estar en consonancia con la rotunda fuerza del cuerpo—. Dame un minuto para hacer las comprobaciones, ¿quieres?…

—De acuerdo… —acepta ella, y se aleja unos pasos. Casi puedo ver el fugaz brillo de su perfume ondeando tras ella en el aire. Las secuelas sinestésicas tardarán unos minutos en desaparecer por completo, así que me preparo para seguir enfrentándome, durante ese tiempo, con olores convertidos en música o con la errática escala de colores del tacto.

Sacudo mi nueva cabeza para intentar librarme de las confusas telarañas de la sinestesia y hago una exhaustiva comprobación de las capacidades de mi nuevo cuerpo; exteriormente tiene la apariencia de un último modelo generación Cénit, pero en su interior ha sufrido tantas modificaciones que si los diseñadores del Cénit le echaran un vistazo no serían capaces de reconocerlo. Todas las terminaciones funcionan correctamente, mis órganos internos no han tenido ningún problema para ponerse en marcha en cuanto mi disco de identidad entró en conexión con la médula espinal. Busco enlaces a redes y, como pedí, no hallo ninguno instalado; bien, en eso Scaramouche ha cumplido. Noto y pongo a prueba la potencia aumentada de mis músculos, compruebo todos y cada uno de los sensores de seguridad que rodean la batería atómica que está instalada en mi talón izquierdo, lo suficientemente lejos de mi disco de identidad —o lo que es lo mismo, lo suficientemente lejos de mi persona real— como para que no me inquiete su presencia. No es, ni de lejos, mi primer cuerpo ilegal pero si es, sin la menor duda, el cuerpo con mayor potencial de devastación que he ocupado nunca. Prosigo con las comprobaciones de sistema, analizando mis nuevas capacidades. El nivel de seguridad entre la conexión del sistema nervioso con mi disco de identidad es del noventa por ciento. Un porcentaje más que aceptable, no tendré problemas en equilibrar el posible retardo con la espectacular velocidad de reacción de mí nuevo cuerpo. Por último hago un listado y disposición exacta del armamento que se oculta en mi interior; tardo un minuto en comprobar que todo está en su lugar y en óptimo estado.

—Perfecto… —a una simple orden mental mía surgen cinco diminutos espolones láser de las uñas de mi mano izquierda. Las retraigo, me incorporo muy despacio hasta quedar sentado al borde de la camilla, y miro a Scaramouche, complacido—. Es sencillamente perfecto… —repito, la admiración que reflejan mis palabras no es ni una décima parte de la admiración que de verdad siento.

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