Premio UPC 2000 (39 page)

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Authors: José Antonio Cotrina Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA 141

BOOK: Premio UPC 2000
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No traje en mi nave espacial nada que pudiera considerarse un pago a quien me encontrara, a cambio de mi protección. No me dejaron a las puertas de una casa, sino que me lanzaron a un río. Al mar del espacio, a merced de corrientes que podrían haberme dejado en cualquier punto de la Tierra. O tal vez no.

Mis padres terrestres me necesitaban desesperadamente. Tanto como yo los necesité a ellos. Una coincidencia afortunada. Demasiado.

Demasiada coincidencia y demasiado afortunada.

Los químicos en la pared probaban que el que yo estuviera en el caso de Farragut no era una coincidencia. Que fui
escogido.

Arreado por la falsa Bryson.

Y no tenía idea del porqué.

La única pista con la que contaba era yo.

¿Cuándo hicieron estudios científicos de mis poderes?

Que recordara, nunca. Pero… ¿quién recuerda todo lo que pasó en la niñez?

¿Mis padres acudieron a alguien? ¿Algún científico amigo suyo?

¿Y quién puede tener «científicos amigos suyos» en una granja?

Mientras pensaba en ello, Damon llegó con aspecto cansado y a la vez satisfecho. Se veía como si acabara de ganar un campeonato de polo, vencer en el tenis, llegar en primer lugar en su yate.

—¿Sabes que en tu asunto hay mucho dinero?

—¿Perdón?

—Los químicos son bastante caros, el equipo adosado a la placa. Si los datos de la supuesta Bryson tienen algo de verdad contrataron a un matón para asustar a un hombre. Y eso sin hablar de que nadie va a romper puertas de acero donde vive Larken sin que exista una excelente paga. Desconectaron un teléfono «por falta de pago», hace unas 78 horas ¿no? Aún no cobran lo del mes. Cuando inactivan números lo hacen siguiendo un programa de computadora conectado a su contabilidad. Todo en bloque. Eliminar un número en específico en una fecha determinada requiere dinero o muy buenos contactos. Además, habrás notado la coincidencia de que el teléfono dejó de funcionar el mismo día en que balearon la casa de Farragut. Eso sin contar que te pagaron por adelantado. Aunque, claro, cualquiera puede pagarte por adelantado… con lo que cobras. —No necesito mucho.

—Sólo respuestas. ¿Por qué ese repentino interés por ti? Has estado en tu oficina durante años. ¿Por qué alguien que suponemos obsesionado por tu persona (guarda una placa con un insulto por más de una década), entra repentinamente en acción?

—Porque algo ha cambiado.

—Exacto. ¿Has cambiado tú en algo?

—No.

—Entonces cambió él. Algo sucedió que lo puso en marcha. A él y a un montón de gente y dinero.

Damon se sentó frente a su computadora y se puso a juguetear con las teclas.

—El Evento Equis. ¿Qué es y cómo involucra a Farragut y Larken? —Y a mí.

—El problema es que no tenemos nada claro. Sabemos que existe alguien que miente: Bryson. Y que hubo un par de desapariciones. Pero ¿son verdaderas? ¿No es esto una trampa? Podríamos, como una mera hipótesis primaria, imaginar que hay dos grupos: quien atacó a Farragut, y Farragut mismo. ¿Cuál de los dos te contrató a ti? Incluso podría existir un tercer grupo. Tenemos pocos datos. Uno de los grupos tiene dinero. Otro, conocimientos de tus poderes. ¿A qué deducción podemos llegar con ello?

—¿A cuál?

—¿Y cómo demonios voy a saberlo?

Damon miró la pantalla donde no había escrito nada.

—Son necesarios más datos. De preferencia a «Bryson». Por cierto, las oficinas de
DeCe
están también en el asunto. Con tanta cámara, Flolienbeck no podía mentir sin el conocimiento tácito de la empresa. Por el momento
DeCe
es el único eslabón. Farragut trabajaba ahí. Y en la casa de Larken había un mensaje escrito con químicos sofisticados. ¿Y no es
DeCe
una empresa especializada en transformaciones químicas? No es posible pensar en una coincidencia. ¿Qué interés puedes tener tú para una empresa así? ¿Sabes si Eugene Larken trabajó para ellos?

—No.

—¿Sabes en
qué
trabaja Larken? —No tengo ningún dato de él.

—Tal vez tenga que ver algo con la química. Hay directorios de ex alumnos en las escuelas, sindicatos de químicos, revistas especializadas que sólo compran los profesionales del ramo. Si aparece el nombre de Eugene Larken ahí ya tienes una pista.

Damon miró a su alrededor, su casa elegante.

—DeCe
tiene dinero —dijo.

—¿Cuánto?

—Mucho. Suficiente para comprar todos los matones y asesinatos que gusten. Una empresa antigua, muy diversificada. Incluso tengo unos miles de acciones de ella por algún sitio. Buen negocio.

—¿A qué se dedica?

—A hacerse rica. A todo. Dinero atrae dinero, lo sabes. Y dinero atrae problemas. Una empresa demasiado grande. Hay mucho poder ahí.

—Entonces ¿me concentro en
DeCe?

—Por algún lugar se debe empezar. Pero también considera que alguien más podría haber comprado a Hollenbeck, ¿no crees? No sabía qué creer.

Cuando regresé a Rotwang no tenía más que una advertencia vaga de Damon.

—Tenemos presente que uno de esos grupos busca manipularte, de no ser así no habrían enviado a una falsa Bryson. Debes servirles para algo. El que entres a la búsqueda de Farragut y Larken debe tener un propósito. Y dado que no eres particularmente brillante en tu trabajo, ni cuentas con muchos contactos, esa necesidad de ti no se debe a tu profesión de detective. Seguramente les interesa lo que

eres: un extraterrestre invulnerable. Tal vez buscan utilizar tus habilidades para algún objetivo que desconocemos. Podemos confiar, al menos, que, al ver que no has avanzado en la investigación, traten de acelerar las cosas.

Damon, al despedirse no me dijo que me cuidara, ¿qué caso tiene? Yo tampoco le dije nada.

Pensé.

¿Entonces era cuestión de esperar que alguien hiciera el siguiente movimiento? ¿Y si no lo hacían? ¿Qué iba a hacer entonces?

No tuve que hacer nada. El siguiente movimiento me esperaba en mi oficina.

X

Una luz roja sobre mi escritorio, parpadeando en la contestadora telefónica de segunda.

Voz de mujer en la cinta magnética.

—Tenemos que vernos —dijo, antes de mencionar una dirección.

Era «Bryson».

Parecía tener miedo. Pero, para el caso, daba lo mismo. También parecía tenerlo cuando me contrató.

No podía negársele que actuaba muy bien: ese temblor en las sílabas, el apresuramiento en la última frase, casi era posible verla mirar sobre su hombro aferrando el auricular con una mano tensa, rodeada del estruendo de una calle anónima, perdida en medio de Rotwang.

¿Cuántas veces había dicho
«viene el lobo»?

¿Y si el lobo esta vez era real?

¿Cómo no acudir?

Aunque —claro— lo pensé.

¿Para qué seguir en un caso que, evidentemente, trataba de manipularme? ¿Cómo creer en alguien que lloró destrozada por un dolor falso?

Podía terminar con todo en ese mismo instante. Bastaba con apagar la contestadora, negarme a salir de nuevo a la lluvia, seguir con las rutinas diarias, apartar la vista de las paredes con mis viejos triunfos (¡LA ÚLTIMA HAZAÑA DEL HOMBRE DE OTRO MUNDO!).

Bastaba con olvidar que, durante el juicio, mi defensa tampoco me miró a mí, sino a las cámaras y a los reporteros. Que mis abogados suspiraban aliviados cada vez que me dejaban atrás, que ninguno de ellos quiso darme jamás la mano durante el saludo.

Tal vez yo fuera inocente, pensaban, pero no
limpio
de culpa: era distinto, e incluso a ellos las palabras de la fiscalía empezaban a afectarlos.

Diferente, extraño. Por ello
malo.

De nuevo un ilegal, como cuando niño.

Y esta vez no sabía cómo hacerles tragar su desprecio. Ya no bastaba con ser el hombre más fuerte del mundo.

En la noche, mirando la oscuridad de la celda escuchaba mis pensamientos con el rencoroso tono de alguien de seis años que no ha sido invitado a jugar:
les voy a demostrar, se lo voy a demostrar…

No sabía exactamente qué era lo que debía demostrar: tal vez que simplemente era un buen tipo.

O que podían confiar en mí.

Cosas así.

Que si alguien pedía mi ayuda acudiría.

Aunque —a fin de cuentas— me encontré tras las rejas porque acudí incluso cuando
no
me llamaban.

Fuera de la prisión se amontonaban las demandas: fuerza excesiva, vigilantismo, usurpación de deberes policíacos, atribución no autorizada de privilegios exclusivos de las fuerzas públicas.

Asesinato.

Todo porque le hice caso a ese niño de seis años que fui. Aun ahora, con sólo mi
scotch
como compañía, esas palabras tenían demasiado peso.

Voy a demostrarles…

Lo mejor que podía hacer era demostrarles que no podían engañarme dos veces. Irme.

Nada me retiene en ningún lugar, es más, ni siquiera necesito dinero para irme de viaje. ¿Qué más adecuado que dejar a todos los involucrados que se las arreglaran sin mí?

Farragut no pasaba de ser un nombre, ignoraba cómo eran Eugene Larken y la verdadera Bryson.

Fantasmas, palabras de otros.

Pero mi «Bryson»…

Tenía miedo, pedía mi ayuda.

Aún deseaba demostrar que era un buen chico.

«Bryson» me engañó, pero yo aún extrañaba esas épocas en que iba a luchar por la justicia antes de que la justicia decidiera que era ilegal que tratara de luchar por ella.

Pero ¿qué importa cuando una mujer dice con miedo
«tenemos que vernos»?

He tenido peores citas.

El lugar del encuentro: un buen sitio para esconderse si uno está dispuesto a afrontar los peligros de la zona.

Los restos de un desastre financiero, de las corrientes que determinaban el precio de los inmuebles en cualquier ciudad.

De pronto los edificios no valieron nada, los terrenos perdieron su plusvalía.

Fue más sencillo abandonarlo todo que derribarlo. Lugar para vagabundos, locos y pandillas, sitio perfecto para los desesperados que ya no tienen nada que perder.

Para «Bryson».

Para el hombre que maté.

Debió de salir de una de estas calles, dormir en alguno de esos quicios, pasar las horas en una de esas escaleras carcomidas hablando con su banda de atracos y fantasías.

Debió de morir por sobredosis o a cuchilladas, como la mayoría de sus conocidos.

¿Cómo demonios iba a pensar que la causa de su muerte vendría del otro lado de la galaxia?

«El Evento Equis», dijo Damon.

Algo que cambia, que modifica, que termina con lo normal y real. Yo lo fui para ese joven.

¿Qué lo fue para la mujer que me esperaba en uno de esos edificios?

«El Evento Equis»: lo que sea que haya pasado, lo que puso en marcha el mecanismo.

Algo.

Y «Bryson» debía de saber qué era, o a quiénes había afectado.

Por lo pronto a ella misma.

Un edificio oscuro, lleno de ventanas rotas: la dirección correcta.

¿Qué hacía «Bryson» en un lugar así?

El sitio apestaba a químicos.

«No veas.»

Había gente ahí. Los olores de la comida, del hacinamiento. Me vieron sin decir nada, sin saber qué es lo que buscaba ahí, si pretendía quitarles algo de lo poco.

¿Cuánta gente, en cuántos pisos?

¿No me dijo mi madre que no viniera a estos sitios?

Entonces escuché dos sonidos simultáneos.

Disparos: el seco golpe del gas en los silenciadores.

Y un rumor que inundó el lugar, un zumbido que bajó las escaleras a toda velocidad.

Fuego.

Alguien encendió los químicos.

Claro, Damon, uno es un detonador. Pero no es el
único
detonador.

Humo tóxico. Cientos de personas.

¿No había estado añorando los viejos tiempos en los que
«ayudaba a los desprotegidos»?

Inhalé con todas mis fuerzas. El aire puede comprimirse. Pensé guardar en mis pulmones el humo tóxico, incluyendo, a mi pesar, todo el oxígeno del lugar, pero ¿qué importaba? En cuanto guardara el veneno en mi interior, saldría a toda velocidad de ahí. Los habitantes de ese edificio podrían respirar de nuevo.

Buen plan, sólo que no resultó.

Las ropas, los objetos sueltos, la basura, el escombro del edificio, los vidrios rotos, saltaron hacia mi cara, mientras trataba de inhalar el humo. A veces podía quitarlos de un rápido manotazo, pero pronto mi boca se vio llena, tuve que detenerme a escupir todas esas cosas, y para entonces ya era tarde. El humo se acumulaba en todas partes. Exhalé. Un tornado salió de mi boca arrastrando todo lo que estuviera frente a mí. Si no podía guardarlo en mi interior lo mejor era intentar dispersarlo.

La gente no esperó a ver qué diablos iba a hacer para salvarla.

Salieron a toda velocidad de ahí, protegiéndose del viento que yo generaba, corriendo escaleras abajo. Saltando por las ventanas.

Pocos habían visto el fuego. Huyeron del tornado que soplaba dentro de su edificio, de las cosas sueltas que se incrustaron en las paredes como proyectiles.

Huyeron de mí.

Hicieron bien.

Yo mismo ignoraba
qué
estaba haciendo.

Cuando dejé de exhalar me quedé solo en medio de un territorio devastado. Algunas paredes continuaban ardiendo. Las apagué con las manos mientras subía las escaleras.

Si los atacantes (fueran los que fuesen) iban a incendiar el lugar, ¿a qué demonios le estaban disparando?

A «Bryson», por supuesto.

Seguí el rastro del fuego, las líneas trazadas en las paredes. Una señal clara que terminaba en un cuarto vacío.

Bueno, casi.

«Bryson» estaba ahí.

Y no tenía ningún disparo.

Estaba muerta, por supuesto, pero no tenía ningún disparo.

Ninguna de sus dos mitades.

Tal vez utilizaron un par de autos para lograrlo. Autos
lentos.
Hubo el tiempo suficiente para que la carne se desgarrara en tiras, para que los huesos y tendones sobresalieran aferrados a músculos destrozados.

Me quedé mirando el cuerpo, sintiéndome enfermo.

El efecto global era simple: parecía que alguien extremadamente fuerte la había partido en dos.

¿Y quién extremadamente fuerte estaba en el lugar de los hechos?

Estaba claro el porqué del fuego.

Con mi estúpido intento de salvarlos, había conseguido un montón de testigos que vieron a un hombre destrozar sus pocas pertenencias antes de subir las escaleras.

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