Acelerar era sencillo. Cuestión de apretar las puños, poner en tensión el cuerpo, haciendo el equivalente de un ejercicio fisiculturista enfrentando mis músculos contra ellos mismos. Trabajo corporal que eleva mi temperatura.
No sudo, pero hay un violento escape de calor de mi cuerpo a través de espalda, planta de los pies y sobacos. El principio de la propulsión a chorro.
Tardé mucho tiempo en saber la cantidad de esfuerzo a realizar, la posición exacta para un vuelo cómodo, pero ahora es un movimiento casi inconsciente, como lo es cambiar las velocidades de un auto.
Una de las cosas que amo y que más problemas me han dado.
Debo volar bajo, lejos de las rutas aéreas, cuidando, al mismo tiempo, de no chocar contra alambradas y construcciones altas.
Cuando llego al campo puedo relajarme y disfrutar del vuelo, sobre los sembradíos que no son más que manchas verdes y amarillas bajo mi cuerpo.
Una cosa estaba clara. Si alguien sabía qué era el «Evento Equis», y entendía qué pasaba, el nombre de los
Ellos
y su propósito, era Eugene Larken.
Larken estaba solo, acostado en una banca. Junto a él había una tienda de campaña, incongruente bajo techo.
—Sabía que usarías la puerta —dijo.
Se puso de pie, mirándome.
—Tus padres debieron enseñarte que es de mala educación entrar en una iglesia por el techo.
Era un hombre alto, delgado, con aspecto cansado.
—¿Qué más lógico que ellos te inculcaran su religión? ¿Y qué es lo primero que enseña la Iglesia en lugares que dependen tanto del clima para su supervivencia, en sitios que ven cosechas morir de sed y pastizales arrasados por el granizo? ¿Qué es lo primero que dejan bien claro cuando hablan de los incomprensibles
«designios del Señor»?
Prendió una máquina dentro de la tienda de campaña, sonaba como un compresor de aire. El sonido despertaba ecos en toda la construcción.
—«Polvo eres y en polvo te convertirás», «todo es vanidad de vanidades».
No preguntes por qué el Señor acaba vidas casi por capricho. Cállate y sé una buena oveja porque no hay nada tan infinito como el poder de Dios. Aquí, en la iglesia que te trajeron cuando eras niño, bajo los ojos y designios de un Dios que creó el universo en siete días
no eres nada.
Abarcó la iglesia de mi pueblo natal con un gesto, a gusto con la idea de mi insignificancia.
—Es un buen lugar para un encuentro,
asesino.
—Yo no maté a Modeski.
—No importa. A fin de cuentas no importa lo que hayas hecho. Lo importante es lo que
eres.
—Dijiste que me dirías el verdadero nombre de mi padre.
Sonrió. No me gustó su sonrisa. Desnudó sus dientes en un gesto de mono homicida.
—¿No lo sabes?
—No sé lo que significa.
Sé
el nombre de mis padres.
—No. No lo sabes.
Se sentó en una banca, satisfecho. Tardó un poco en borrar su sonrisa, pero lo logró, puso cara de profesor.
—¿Cómo te gustaría ser recordado?, ¿eh? Si fuera posible poder moldear a tu gusto lo que pensarían en el futuro de ti.
—No lo sé. ¿Qué importa…?
—Importa.
Importa si quieres descubrir la verdad… ¿quieres descubrirla, no? Deseas un par de respuestas… viniste solo. Sabía que eras tan estúpido como para venir solo. Y aquí estás.
Me miró como si no pudiera creer su buena suerte.
—No has contestado a mi pregunta —me señaló con un dedo—. ¿Cómo te gustaría ser recordado?
—Como alguien justo.
—Sí, claro, buenos pensamientos, muy sanos. Alguien justo. ¿Cuan justo?
—Sólo justo.
—Para que importe que seas justo debe existir alguien injusto, si no, ¿qué importancia tiene el matiz? Siempre queremos que recuerden nuestras virtudes, ¿no es así?
—Sí.
—¿Y si no tenemos virtudes? ¿Si no tenemos nada que valga la pena que recuerden de nosotros, entonces qué?
—Mentimos.
—¡Exacto! No eres tan obtuso. Mentimos, pero alguien puede saber que es una mentira, ¿no es así?
—¿Y qué importancia tiene…?
—Si le mentimos a los que se quedan vivos es para que
dure
esa mentira, tonto, si no, ¿para qué molestarse? Y para que dure debe ser, paradójicamente, una mentira
verosímil.
Pero ¿y si no queda nadie que nos descubra? ¿Si los únicos sobrevivientes son
desconocidos?
—La mentira ya no debe ser tan verosímil.
—Exacto.
Queda entonces demostrado.
No le pregunté qué quedaba demostrado porque iba a decírmelo. —Tu padre fue el más grande científico de su planeta, ¿no? —susurró.
—¿Eso es
todo
lo que ibas a decirme?
—No. Hay más.
—Mira, a mí me contrataron para…
Movió la mano, con impaciencia, como si mis palabras fueran moscas.
—Sé
para qué te contrataron. No fue para encontrar a Farragut y a su esposa. Están muertos. Estaban muertos cuando todo empezó. Los mataron, como a Josafhat Danner, buscándome. Te utilizaron para que me localizaras. Para que habláramos frente a frente. Quienes te contrataron querían que sucediera lo que está sucediendo en este momento.
—Pero Ginter…
—Me traicionó —suspiró—. Confiaba tanto en mí que aceptó traicionarme. A nadie más le hubiera dado esa orden. Modeski se vendió, pero eso lo supimos desde que la recluíamos. ¿No te explicaron nada?
Me vio fijamente, como para recordarse a sí mismo que yo era un títere.
—No —dijo—. No te explicaron. ¿Para qué? Bueno, después de todo ¿qué importa?
—A mí me importa.
—Yo también quiero ser recordado como alguien justo. Por eso te estoy hablando.
Dio una rápida mirada a su tienda, el gesto de impaciencia en su rostro afirmaba que me hablaba para hacer tiempo. Ambos teníamos tiempo de sobra.
—Te admiraba, ¿sabes? —dijo Larken—. No por lo que hacías, qué estupidez, sino por lo que eras.
Se puso de pie y se acercó a mí. Con un gesto absurdamente tierno me acarició el pecho.
—No tienes que poner esa cara, moralista. No te
deseo.
Ya
no.
Ahora, como Farragut, te odio. Por fin comprendí su punto de vista. Tuvieron que partirlo por la mitad para que sucediera, pero al menos sirvió de algo.
Se apartó de mí, e hizo un gesto grandilocuente con la mano.
—¿Viens tu du ciel profond ou sors tu de l’abime,
O
Beauté?
, ¿eh? ¿De dónde vienes, del cielo profundo o surges del abismo, Oh, Belleza? Eres lo que
todo
hombre desea, qué diablos, lo que toda raza debería ser. ¿Para qué necesitamos un Paraíso si podemos metabolizar la luz solar? ¿Qué podemos desear aparte de estar más allá del dolor y la enfermedad? ¿Quieres respuestas? Haces bien, nosotros también las deseamos. Éramos jóvenes. Tú, yo, Farragut, Danner… No importa que hable de Danner. Lo mataron antes que Farragut. Le arrancaron un brazo. Quedo yo.
Sonrió, y sin saber lo que estaba haciendo señaló su tienda de campaña.
—Y nuestro trabajo. Algo es algo. Es
todo.
Algún día no tendrán que mentir en mi epitafio. Ni en el tuyo, por cierto.
Dentro de la tienda no había más que una compresora, y un montón de envases de acero y plomo. Algo se agitaba dentro de ellos, pero era imposible saber qué.
—Haces bien en observar. Yo quise hacer lo mismo contigo. Eres impenetrable a los rayos equis, ¿sabías? Completamente opaco a todos nuestros instrumentos de medición. Sospechoso, ¿no crees? Queríamos datos de ti. Pero los únicos datos disponibles eran los que tú dabas. Y no te creímos. Yo sí, yo quería creerte, pero Danner tenía razón: éramos científicos. Entonces sí. Debíamos comprobarlo todo. Y tus datos eran inverosímiles. El eterno
«¿Por qué…?».
—Tienes forma humana, muy conveniente en este planeta, por cierto. Pero muy raro. Tus ojos pueden generar un rayo de luz coherente y, al mismo tiempo, ser sensibles a los rayos equis, a todo el espectro. También son azules. Pensamos mucho tiempo en ese azul… ¿era mejor para recibir ciertas longitudes de onda, podía ser el color adecuado para una luz coherente? Tardamos bastante en darnos cuenta de lo evidente. No eran azules para ayudar a tus poderes. Lo son porque el azul es normal. Como tu piel. Parece ser celular. Pero puede resistir balas disparadas a quemarropa, fuego, velocidades supersónicas. Tantas cosas. ¿Y por qué eres tan
típico
de este lugar? ¿Por qué, extraterrestre, eres idéntico en apariencia a los habitantes de este país? En Malasia serías un bicho raro. En la mayor parte de este mundo. Y de nuevo debimos preguntarnos: ¿Por qué…?
«La máscara perfecta debería ser orgánica»,
había dicho Damon.
«Ojalá pudiéramos cambiar tus características físicas: sería el disfraz ideal.»
—¡Porque es un engaño! ¡Por eso! Tu silueta humana, tus músculos perfectos, tu pelo rizado, ese aspecto tan inocente es una mentira: condiciones diferentes dan evoluciones diferentes. Si una cosa hubiera sido distinta en nuestra propia historia podríamos ser ahora reptiles inteligentes, orangutanes cerebrales, hasta delfines… No, delfines no. ¿Sabes por qué no hay civilizaciones en el mar? Porque es un medio demasiado benigno… Tú, que absorbes energía por la piel, no podrías venir de un ambiente técnico. No si tu estructura celular es tan densa, si estás tan bien protegido. ¿Para qué demonios necesitarías una civilización? Una civilización es lo que construyes para adaptarte a un medio hostil. Deberías ser un vegetal, con problemas vegetales. Pero
vienes
de un medio técnico. Llegaste aquí, ¿no? Para ello es necesario un vehículo, un medio de transporte. Entonces detrás de ti hay una civilización que no puede existir si comparte contigo las mismas características de invulnerabilidad y absorción de energía. A menos que…
Me vio, sonriendo.
—Esta era una de las partes favoritas de Farragut: a menos que ustedes mismos se hubieran modificado. ¿Por qué no? Ingeniería genética
in situ.
Entonces sería lógico que fueras tan perfecto. Te construyeron perfecto. Entonces sería completamente lógico que te parecieras a lo que quisieras, a cualquier cosa. Entonces podrías ser un bípedo, caucásico, un WASP perfecto.
«El parásito perfecto»,
dijo Damon.
—Pero todos somos chauvinistas. —Larken señaló a su alrededor—. Nuestros
dioses
se parecen a nosotros, los autómatas que construimos les damos nuestra silueta a pesar de que eso brinda mil problemas estructurales. ¿Por qué no tienes un solo rasgo
propio?
Los humanos bípedos de veinte dedos sólo son originarios de la Tierra. Quienes te modificaron ¿cómo eran? ¿No recordaron sus viejas épocas?
—Tú vienes del mono. ¿Tienes imágenes de monos en tu casa?
—Soy
un mono. Me
gusta
ser un mono desnudo. He aprendido, socialmente, qué es lo hermoso y qué no. ¿Qué es lo hermoso para ti? ¡No! No me lo digas. Lo sé: una mujer decente. Viniste de niño, te hemos improntado nuestras costumbres. Demasiado bien.
«Demasiado. Demasiada coincidencia, y demasiado afortunada.»
« Una máscara, para que sea efectiva, debe mostrar expresiones.»
—¿Sabes? Danner lo dedujo. No fue sencillo, es una de esas deducciones paradójicas que contestan y no a la pregunta: tu apariencia no es casual, no es por gusto. Te pareces tanto a nosotros porque se desea que pases desapercibido. Genial, ¿verdad? Pero pasas tan desapercibido que eso fue un problema. De quererlo serías tan invisible, tan…
normal
que nunca habrías llamado la atención de nadie. Pero tu educación te enseñó que debías ser el mejor, vivir en este país te dijo de mil maneras que los mejores sobresalen. Y tú quisiste sobresalir. La respuesta es ésta: eres tan parecido a los humanos porque
eres
diferente.
Sonrió enfermizamente, pero para sí, como mirando la locura que podía esconderse en sus palabras.
—No es raro que nadie nos creyera.
Larken revisó su máquina, impaciente. Estaba comprimiendo aire en los recipientes metálicos. Parecían extinguidores de fuego. Advirtió que miraba fijamente en esa dirección.
—¿Quieres saber qué son? Nuestro trabajo. El de Farragut, Danner, el de muchos. Dieciséis años de trabajo. Es la confirmación de un dicho: No debes confiar en nadie. Ni siquiera en la buena suerte, ni siquiera en la que tú mismo has forjado. Se opusieron a la investigación por mucho tiempo, dándonos migajas sin saber que lo que deseaban era envenenarnos con el pastel completo. ¿Sabes cuánto dinero hay invertido aquí? Ni siquiera yo lo sé. Millones. Miles de millones. Nunca hubiéramos podido juntarlos. Nuestra obsesión habría sido empírica siempre, un mero juego intelectual. Eras nuestra conversación favorita, la roca sobre la cual edificaríamos nuestra fama de científicos. Hicimos nuestras tesis sobre ti. A duras penas pasamos nuestros cursos con ellas, pero alguien se fijó en nosotros. Nos ofrecieron empleos modestos y nos permitieron seguir soñando. Perfecto, ¿no? Lo que cualquiera desea. Y ahora todos están muertos, hasta los que no soñaron con nosotros. Deberías guardar un minuto de silencio por Jana Bryson. Pero, si a eso vamos, deberías guardar silencio por todos. Horas,
días
de silencio.
DeCe
compró nuestras almas y nunca lo supimos. Nos daban libertad creadora. Y un día nos ofrecieron una muestra celular de ti. Fantástico, ¿no crees? Increíble. Dijeron que cooperabas con ellos. Tardamos mucho, mucho tiempo en preguntarnos
cómo
te sacaron una muestra celular. ¿Por qué habríamos de preguntar? Era lo que siempre quisimos, el fin de las preguntas hipotéticas.
—Nunca me sacaron…
—Una muestra. Lo
sé.
Pero era invulnerable, resistía el calor, se alimentaba de nuestro viejo Sol. ¿No has pensado que tu complicada máscara no tiene sentido si únicamente quisieras ocultarte de los terrícolas? ¿Qué podríamos hacerte? ¿Dañarte?
«La ira de los no-elegidos.»
—Te
admiraba
—masculló Larken, acusándome—. Eras un dios en la tierra. Un gigante caminando en nuestro mundo. La respuesta. Deseábamos ser como tú. Darle al mundo lo que tú eres.
Apagó la máquina.
—Tuvimos un
dossier
de ti. Incompleto al principio, muy detallado al final. Celebras tu cumpleaños en junio. Tantos datos… Podrías haber sido un hombre normal, aun con tus poderes. Tu anonimato a salvo. Pero eras el último de tu raza. El hijo del científico. Aterrizaste en este país. Te enseñaron que los mejores siempre sobresalen, aunque esto sea falso. Volaste vestido de azul por…