—Si este planeta es exclusivo para sólo algunos miembros de tu raza, ¿cómo lograron que permaneciera limpio de polizones, de ilegales?
—Por la fuerza. Porque lo ocultaron. Porque nadie más que los miembros exclusivos conoce su existencia. Y si nadie conoce lo que sucede en este planeta, ¿por qué no usarlo para sus fines? ¿Por qué no usar este desierto como la gente del proyecto Manhattan usó los Álamos? Un lugar para experimentar sin interferencias. Entonces pasó el «Evento Equis».
—Larken descubrió el criptón modificado.
—No. Lo esperaban, trabajaron en ello durante años. El «Evento Equis» fue lo inconcebible: Larken huyó con los resultados de la investigación. Eso puso en marcha el mecanismo.
—Así que, en un principio, los dos grupos eran el mismo.
—DeCe.
Damon tomó un tanque de criptón. Tuve que contenerme para no huir de su lado.
—DeCe
buscaba un arma. Y no sabía si la había conseguido o no.
—Entonces fue momento de llamar al «títere». Al idiota que dejaron a la luz para ser destruido si aparecían enemigos. Fue el momento en que acudieron a mí.
Damon me miró a los ojos.
—¿Y para qué es necesario un arma si no es de utilidad? Y dime, ¿no es el propósito de toda nueva arma el ser usada contra alguien? ¿Y contra quién más que contra los suyos?
—Le sugiero que no se levante, su piel… —el mayordomo retrocedió.
—Se cae. Lo sabe. Te estás muriendo, amigo mío.
—¿Cuánto tiempo tengo?
—El suficiente para poner en orden sus cosas. ¿Llamo a un sacerdote, señor?
—El gas… —dije— dame el…
—¿Puedo recordarle que su religión considera el suicidio un pecado?
—Dale el gas —ordenó Damon.
Tomé los extintores. Tocarlos requirió todo mi valor. Todas mis fuerzas.
—¿Por qué se mató Larken?
—Creyó que lo habían atrapado. Confiaba demasiado en
Ellos.
Por eso estaba listo para morir desde que te mandó el acertijo. Llevaba una bomba. Pero no se perdió todo con él.
—No entiendo.
—Se voló a sí mismo para proteger a otros. A los suyos. Para hacer este gas es necesario una organización, para escapar de alguien con tantos recursos como
DeCe
se necesita toda una infraestructura.
—Una Resistencia.
—Sí. ¿Sabes que estaba trasmitiendo lo que decían en esa iglesia? ¿Que Larken mandó la señal de que el criptón era mortal? Es cuestión de averiguar dónde se encuentra su gente, de buscarlos. Debo ayudarlos a combatir la invasión. Y si es imposible encontrarlos, no importa. Tengo la fórmula. Armaré mi propia Resistencia. Es mejor así: mil humanos contra la invasión.
Miré a Damon.
—Es mi planeta, ¿sabes? —dijo—. Van a venir tiempos interesantes.
Que yo no iba a ver, por supuesto.
—Siempre sospechaste de mí, ¿verdad? Por eso llenaste de plomo tus árboles.
—Digamos que preferí concederte el beneficio de la duda.
—Gracias.
Él y su mayordomo me vieron marchar, sin decir nada más.
No me despedí de él, ¿qué caso tenía?
Con todo el esfuerzo del mundo empecé a volar.
El último vuelo…
Todas las respuestas.
Me dirigí al lugar que tenía todas las respuestas:
DeCe.
«Donde no eres nada.»
Dos grupos.
En las sombras.
«Eres un títere.»
Nos envenenaron nuestros sueños.
A Larken y a mí.
Alguien nos envenenó con ellos.
¿Qué caso tiene una investigación cuyos resultados no se utilizan?
DeCe.
Edificios
Supremo.
¿Cuántos edificios
Supremo
, cuántos símbolos enormes herrumbándose?
«Se dedica a todo. A hacerse rica.»
«El dinero no crea monstruos. Lo hace el poder.»
¿Y qué poder más grande que el poder secreto? Damon tenía razón, los dioses secretos son una obsesión de nuestra raza.
No. No de nuestra raza. De los humanos.
Mi raza es la que se oculta, la que lleva disfraces, la piel de cordero.
¿Para qué molestarse en enseñarme la placa de metal? ¿Por qué decirme que existían los químicos tóxicos?
Para que me alejara. Para que no viera a los «opacos». Para que no comprendiera que no era el único.
No el último.
Bryson-Modeski fue una manera de desacreditarme, por si acaso descubría algo inoportuno.
Y no la mataron por medio de un montaje. No usaron autos lentos.
Algo, alguien,
una máscara
, se enfrentó a ella.
La mujer le disparó a alguien como yo. Un hombre que no lo era, un humano falso la partió en dos.
Debió de disfrutar con ello.
Fui descendiendo. Aún lejos de Rotwang fui descendiendo. Me era imposible volar.
Miré mis manos. Había perdido más dedos. Las correas con las que sostenía los extintores trazaron profundas huellas en mis manos.
«La huella de la vida.»
No importaba.
Después de todo ya no era el último.
Empecé a caminar.
Cada movimiento sacudía las heridas.
El aire en Rotwang apestaba a cadáver. O tal vez era yo.
Tiempos interesantes.
¿Qué iba a pasar en esa guerra? ¿Qué armas poseían los habitantes de un «paraíso científico»?
Y qué armas, qué fuerza alimentaría al otro bando, qué fuego alimentando la ira de los no-elegidos.
Que arda, que incendie todo, que lleve el fuego a mi mundo. Mi mundo es éste.
Y el fuego estaba aquí, en mis heridas.
Fui a mi edificio.
SUPREMO.
Quise derribarlo. Pero no había tiempo.
Miré el cajón de todo aquello que perdí: el que guardaba la autopsia y los titulares calificándome de asesino. El traje azul. Una idea adolescente.
Orgullo.
El orgullo me perdió. Las mentiras de mi origen, mi educación. Pude no ser nadie extraordinario, vivir mi vida en el paraíso.
Pero usé el traje, las viejas ideas.
Ni siquiera podía decir que iba a luchar por la justicia. Ni siquiera Damon creyó en mí.
El único engañado fui yo.
La justicia quedaba en manos de la Resistencia.
De hombres como Larken.
La verdadera batalla y el heroísmo real estuvieron más allá de mi alcance. Sucedió en un laboratorio, entre personas que jamás prometieron luchar por la justicia.
Pudieron ser ricos, sacar provecho al asunto.
Pudieron pedir algo del poder de los extraños.
Y, sin embargo, huyeron. Ocultaron los resultados, trabajaron en las sombras. Construyeron la Resistencia.
¿Cuántas batallas secretas? ¿Cuántos muertos anónimos luchando por el mundo entero? ¿Cuántos sacrificios en las sombras para arrebatarles a los extraños el arma que deseaban?
Farragut, Larken, Danner, Bryson, tantos. Miles. Héroes sin rostro, sin traje azul, sin capas rojas remarcando su figura.
Yo no era nada, ni siquiera una ficha importante en el juego.
Yo iba por algo de venganza.
Las puertas de
DeCe
saltaron. Barrí el lugar con mi visión de calor. Todos huyeron. La gente salió corriendo del lugar.
Me veía fuerte y poderoso.
Yo y mi traje azul.
¿Por qué no?
La capa revoloteaba detrás de mí y un símbolo brillaba sobre mi pecho.
¿Cómo adivinar que me estaba licuando dentro de él?
No los señores de
DeCe.
No los seis hombres que esperaban.
No llevaban capas, ni ropa pegada: simples camisas blancas y corbatas estrechas.
Y se veían implacables.
«Los opacos.»
—No funcionó, señores —dije.
Ninguno se relajó. En cambio fueron rodeándome.
—Permítanme explicarles el «Evento Equis»: la investigación escapó de sus manos, ¿verdad? El desarrollo de su arma. Perdieron el control de sus propios experimentos.
—¿Qué fue de Larken?
Esa voz, sin ningún rastro de humana, no se molestaba ya en usar voces humanas.
Líquida
, densa. Si un pulpo hablara ésa sería su voz. —Está muerto. Se voló a sí mismo. Creyó que yo era ustedes. Uno se rió.
Tampoco era una risa humana.
Me llené de asco, aún más grande que el dolor.
—Sabía que eras un títere. Que no eras importante más que por una única causa: eres como nosotros. Por ello te llamó a su lado.
—Pero eso no es lo importante. Lo que en verdad cambió las cosas es que Larken comprendió que
él
era un títere. Que lo estaban manipulando. Sin que se dieran cuenta los descubrió a ustedes, supo que servía a los padres de las mentiras. Y los convirtió en sus títeres. Un
humano
, sin poderes, sin más que sus recursos los utilizó. Ustedes pagaron la investigación de su arma.
—Nos la robó —escupió uno de ellos—, el maldito insecto la
robó.
—¿Y para qué un arma?
—¿Para qué más, estúpido? Para Matar.
¿Cómo sería su mundo? ¿Qué clase de sociedad habían organizado allí? ¿Para ellos era ético jugar con otras razas, con otros planetas?
—Tienen problemas, ¿verdad? Por ello les urge un arma.
—Algo así —dijo otro, mientras se retorcía.
Se estaba quitando la máscara.
—Y Eugene Larken desapareció un buen día, ¿verdad?, y se dieron cuenta de que era demasiado tarde. Habían creado a un monstruo, a un hombre que supo de ustedes por deducción. Pagaron para ponerse en peligro. Se pasaron de listos. Se quedaron sólo con datos incompletos, con una pregunta vital. ¿Funcionaba o no el criptón modificado?
—Tardaste demasiado en descubrirlo —dijo una voz detrás de mí. La silueta que describía su sombra era indescriptible. No tuve valor para volverme.
No aún.
—Fue rápido, Larken pasó a la clandestinidad de inmediato. Pero ustedes también fueron veloces: atraparon a Farragut, a Danner y a Bryson. Creían tener en Ginter un traidor.
—Era
un traidor, por partida doble. Traidor de traidor. Los humanos son extraños.
Algo denso a mi izquierda, moviéndose, espasmódicamente.
«Un planeta con un campo gravitacional enorme, ¿qué formas lograría?»
Una pared se disolvió en el aire y me descubrí mirando un holograma de un planeta verde, con una gigantesca estrella roja palpitando a lo lejos.
Vi castillos y estandartes, y banderas ondeando en un cielo manufacturado. Las maravillas de un mundo científico que ha descubierto que ama la barbarie. Tecnología usada para la tortura, brazaletes computarizados que despliegan estiletes dentro de la carne. Sombras imprecisas navegando en el aire envenenado de gritos,
cosas
que se acercaban a lo moribundo y sorbían con deleite el dolor.
¿Qué Formas en ese mundo?
Sibaritas del dolor.
Y siempre dejando que otros se enfrentaran a los vengadores. Títeres que recibían a las hordas.
Vi ciudades en llamas, batallas que destruían lunas y satélites, fuego oscuro consumiendo ese mundo.
Los estandartes cayendo.
Las armas y las defensas equilibradas. La tecnología sirviendo a los bandos con igual eficacia.
El punto muerto.
Vi la
necesidad
de los Señores del Dolor por un arma que cambiara la balanza de la guerra.
El arma que pudiera destruir lo indestructible.
Vi las naves llegando a este mundo, y
seres
deslizándose en la oscuridad. Atisbando casas solitarias desde la noche. Ojos amarillos en las tinieblas.
Vi bebés humanos rotos y analizados, una nave falsa que cae desde la órbita.
Su seguro de Vida. El que se creía el último de su raza, el que —en caso de que llegaran las hordas de justicieros, que la sociedad humana desarrollara por su parte un arma— fuera el primero en recibir esa muerte.
Luego, nada. Sólo una pared normal y un hombre quitándose la cara.
Detrás del rostro, sólo era posible ver oscuridad, y dentro de la nada algo se agitaba, burlón.
Me toqué la cara. ¿Detrás era igual a ellos, carne adentro era como eso que se alzaba frente a mí?
Entonces era mejor disolverse.
—No intentes quitarte el rostro. Soldamos tu carne con la máscara. Títere. Juguete nuestro. Bufón.
—Insectos. Larken y los suyos merecían morir. Bestias. —Asesinos —grité. —Sí, eso sí.
—Asesinos, por supuesto.
Aprendimos
a serlo. Y de nueva cuenta, los hologramas. Activados de alguna manera por su mente.
Vi un rostro humano.
El, él, él.
—Asesinos.
Como tú.
Me lancé contra ellos, salté hacia sus rostros imprecisos. Gritaba y no sabía lo que estaba gritando.
Tal vez el nombre de mi víctima.
Los nombres de
sus
muertos.
Un buen grito para una batalla larga:
—¡Farragut, Danner, Bryson,
LARKEEEEENl
Pero no iba a ser una batalla que durara mucho.
La
cosa
que ataqué me rodeó con mil extremidades y me lanzó contra una pared, como quien arroja un cigarrillo consumido.
Atravesé el muro y destruí tres oficinas antes de que pudiera aferrarme a un soporte.
Un instante después estaba rodeado por ellos, sombras más veloces que yo, fugaz resto de garras y ojos. Algo trazó una delicada línea de sangre en mí. Pude ver cómo las heridas surgían de la nada, tan veloces que era imposible ver con
qué
tatuaban mi cuerpo.
Tal vez fuera mejor. Tal vez el no verlos salvara lo que quedaba de mi cordura.
De un salto alcancé el techo y lo derribé sobre ellos.
De entre los escombros surgió un ruido espantoso, sarcástico.
Algo salió de entre el polvo y el escombro y me lanzó un escritorio. El metal se incrustó en mi carne.
Eran más fuertes que yo.
Iban a jugar conmigo.
Lo que aferró mi pie era más horrible de ver que el pedazo que arrancaban de mí.
Oír los sonidos húmedos con los que sorbían la carne, arrancando su trofeo.
Escuché, puedo jurarlo, un suspiro satisfecho.
Qué buenas eran las viejas costumbres, qué agradable ceder a las rutinas.
Algo se aferró a mi hombro y tiró de él, buscando arrancarlo de golpe.
¿No acababa de terminar mi finalidad?
Había sido el blanco del arma y sobreviví a ello. Supe de su existencia y eso era un problema.
Pero iban a arreglarlo.
Con uñas y dientes.