Una voz cristalina lo saludó, y Laurana salió de las sombras del corredor y entró en el cuarto. Parecía indecisa, lo que no era habitual en ella, pero sí tal vez comprensible habida cuenta de la escasa vestimenta del semielfo. La única iluminación en el cuarto era la que proporcionaba una lámpara que había sobre el escritorio y la luz de la luna que penetraba por el ventanal, que se reflejó en las hebras metálicas de la bata plateada de la joven.
—Tanis...
Él guardó silencio, confiando en que la conversación no se prolongara mucho. Estaba tan cansado que sus ojos apenas podían enfocar con claridad a la princesa elfa.
—Yo... —balbuceó Laurana—. Padre me ha contado la conversación que tuvisteis esta mañana.
La joven pasó a su lado y se detuvo en la alfombra donde minutos antes Flint había estado. Tanis sacudió la cabeza, y se quedó junto a la puerta. ¿Había sido esta mañana cuando se reunió con Solostaran en el despacho de la Torre? ¿Hacía de ello sólo unas horas? Oh, cómo necesitaba el descanso de un buen sueño. Se tambaleó y buscó apoyo en el umbral de piedra.
—Me dijo que no me quieres —continuó Laurana—. No del modo que yo esperaba que lo hicieras.
Aunque la muchacha mantenía erguida la cabeza, su nerviosismo se hacía patente por el modo en que alisaba una y otra vez los puños de encaje de la bata.
Tanis fue consciente de lo mucho que debía costarle a la joven mantener esta conversación. Deseó ponerle punto final de un modo conciso y honrado.
—Eres mi hermana —murmuró con ternura.
—¡Eso no es cierto! —protestó Laurana—. El que nos hayan criado como tal no nos hace hermanos. Puedo amarte. Y te amo.
Se acercó a él y enlazó sus delicados dedos en los del joven. Tanis gimió para sus adentros, aunque en el fondo de su ser sabía que Laurana tenía razón. Eran primos a través de un matrimonio, y aun ese lazo era muy lejano. Desde luego, no era su hermano. ¿Pero había deseado él alguna vez que no fuera así? Sacudió la cabeza al recordar el anillo de oro que había guardado en una bolsita de cuero.
—Laurana, por favor, compréndelo —dijo con cansancio—. Te quiero. Pero te quiero como a...
—¿... a una hermana? —finalizó ella la frase con acritud. Se apartó de él con brusquedad—. Eso es lo que dijiste a padre esta mañana, ¿no es cierto? «La quiero como a una hermana.»
Sobrevino un silencio en el que sólo se escuchaba la agitada respiración de Laurana. Cuando habló de nuevo, su voz tenía un deje de amargura.
—He sido una estúpida, ¿verdad? No volveré a molestarte, Tanthalas,
hermano
mío. En realidad, debería darte gracias por hacerme ver la verdad.
Su expresión era tan fría como el cuarzo de las paredes del cuarto, pero, a la luz de Solinari, Tanis vio el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—¡Aprenderé a odiarte, Tanis! —gritó, y salió corriendo al corredor, seguida por la mirada del semielfo. Justo antes de desaparecer por una esquina, se detuvo y se volvió a mirarlo—. Deshazte del anillo, Tanthalas. —Su voz casi había recobrado la normalidad. Acto seguido se marchó.
Tanis se recriminó con dureza, pensando que se merecía una patada en el trasero. Debería haber encontrado otro modo de manejar esta situación. Sacudió la cabeza, suspiró y cerró la puerta del cuarto.
El medallón
AÑO 308 D.C
PRINCIPIOS DE VERANO,
Las semanas transcurrieron sin que se volviera a hablar sobre la controversia suscitada por la muerte de lord Xenoth. Dos días después del fallecimiento, se celebró un sencillo funeral por el hombre que durante tanto tiempo había ocupado el puesto de consejero. A decir verdad, pocas personas en la corte echaron de menos al irascible anciano, y más de un elfo suspiró con alivio para sus adentros al no tener que volver a entablar batallas dialécticas con él.
El funeral de Xenoth no impidió que la población en general organizara festejos para celebrar la muerte del tylor. La presencia de la bestia había originado una inhibición del comercio, en el que estaba cada vez más fundamentada la economía de Qualinesti. La cabeza estada de la criatura se exhibió durante un tiempo en la torre de vigía del sudoeste, y se formaron largas filas de elfos, muchos de ellos con niños a cuestas, para contemplar el trofeo.
Tanis se encontró con que, de pronto, se había convertido en el foco de las miradas admirativas de los elfos corrientes del Gran Mercado, y de las recelosas de los cortesanos en la Torre y en palacio. Tanto las unas como las otras lo hacían sentirse incómodo. Además, Laurana lo evitaba y, cuando ello no era posible, lo trataba con una estudiada frialdad.
Por consiguiente, el semielfo pasaba más tiempo que nunca en el taller de Flint observando al enano mientras éste realizaba diversos diseños para el medallón del
Kentom men
de Porthios.
—El Orador nombró ayer al sustituto de lord Xenoth —anunció Tanis una mañana mientras contemplaba cómo las manos del enano se movían veloces sobre un pergamino con un trozo de carboncillo.
—¿A quién? —preguntó Flint.
—A Litanas, por supuesto.
—Supongo que eso ha cerrado el compromiso de Litanas con Selena —apuntó con sorna el enano.
—Sí. Ulthen deambula por palacio como un alma en pena, suspirando y mirando a Selena como un... —Tanis se estrujó el cerebro en busca de un símil adecuado. De pronto, el golpeteo de unos cascos lo sacó de sus reflexiones, y Pies Ligeros apareció en el umbral del taller con un brillo afectivo en sus límpidos ojos marrones—... como un mulo al que han dado plantón.
Farfullando un juramento entre dientes, Flint soltó el carboncillo y se interpuso en el camino de la mula cuando el animal ya plantaba la pezuña en el interior del taller. La condujo de vuelta al cobertizo mientras la regañaba.
Cuando los rezongos del enano se perdieron en la distancia, Tanis se levantó de la silla y se acercó a la mesa. Sobre el tablero se esparcía más de una docena de dibujos en los que aparecía un medallón en diferentes perspectivas. Flint trabajaba con varias combinaciones de símbolos elfos; hojas de álamo, por supuesto, y otros elementos del bosque. Incluso había esbozado una caricatura de Porthios en la que se reflejaba su carácter terco y firme, pero quedaba demasiado enfatizado por el permanente ceño del noble elfo; Flint había tachado con una gran «X» el dibujo. Tanis eligió el diseño de un medallón en el que se entrelazaban hojas de álamo, roble y hiedra. Era el que más le gustaba de todos.
Flint regresó al taller y cerró la puerta con un sonoro golpe, impidiendo de manera inadvertida el paso de la agradable brisa que aliviaba el calor del estío. Con la llegada de las temperaturas altas, el enano se había despojado de su habitual túnica, y vestía unos pantalones de tejido ligero de color crema, y una camisola amplia, con un tono semejante al del huevo de un petirrojo; llevaba los faldones metidos en el pantalón de cualquier manera, y las mangas remangadas.
—Condenada mula —gruñó el enano—. He hecho cuatro pestillos diferentes para su cuadra, y se ha buscado las mañas para abrirlos todos.
—Te adora, Flint. El amor lo puede todo, ya lo sabes —comentó Tanis disimulando una sonrisa.
—Mi madre solía decir: «Con amor y una moneda de cobre tendrás un bocadillo de queso y pan duro en el mercado del sábado» —apuntó el enano, que de nuevo había volcado toda su atención en el dibujo.
Tanis abrió la boca para hacer un comentario sobre los diseños, pero la cerró de golpe sin haber articulado una palabra. Miró a Flint con desconcierto.
—¿Y bien? —preguntó por último.
—¿Y bien, qué? —repitió el enano, arqueando las espesas cejas.
—¿Que qué significa eso? —inquirió Tanis.
—Sólo Reorx lo sabe —respondió Flint mientras cogía el carboncillo otra vez—. No es más que un refrán que decía mi madre.
—Ah...
El enano dio la vuelta a los dibujos para mostrárselos a Tanis.
—¿Cuál te gusta más? —inquirió.
—Éste. —El semielfo señaló el de las hojas entrelazadas—. Pero me parece demasiado simple.
—Eso mismo pensé yo —dijo Flint estudiando el dibujo—. El problema está en que no sé si emplear metal o madera para hacer el medallón.
Tanis le dirigió una mirada interrogante.
—En apariencia —explicó el enano—, la madera sería una buena elección, pues mostraría la conexión entre los elfos y la naturaleza. Pero un medallón tallado en madera recordaría uno de esos discos de abedul que los niños emplean como monedas para jugar. —Flint dio otra vez la vuelta a los dibujos—. Y ésa no es precisamente la imagen más adecuada para conmemorar la mayoría de edad del heredero del Orador.
—¿Y qué tal en acero? —sugirió Tanis.
—Bueno, es un metal precioso —musitó Flint con expresión abstraída—. Pero cualquier obra realizada en acero da la impresión de frialdad y rigidez. Pongamos por caso el colgante de tu madre. —Tanis acarició la guarda de la espada que siempre llevaba consigo, fuera a donde fuera—. Es precioso, pero... de algún modo, distante. Hermoso y muy significativo para ti, su hijo..., pero no es cálido.
Taras contempló en silencio al enano, que se acodó en la mesa y apoyó la frente en las manos.
—No me queda mucho tiempo —se quejó Flint—. El
Kentommen
se celebra dentro de dos semanas, y todavía he de presentar los diseños al Orador para que les dé su visto bueno.
El semielfo no hizo comentario alguno. Flint se frotó los ojos, se levantó de la silla y cruzó la habitación hacia un aparador de roble en el que había una bandeja con frambuesas. Con un cucharón llenó dos cuencos de barro con las bayas.
—¿Otro regalo de tía Ailea? ¿Como esa camisa que luces hoy? Estas de punta en blanco —comentó Tanis con retintín.
Flint le dirigió una mirada suspicaz.
—¿Qué es exactamente lo que quieres decir con ese comentario?
—Oh, nada, nada —respondió el semielfo, a la vez que alzaba las manos en un burlón gesto de rendición.
—Ailea es una buena amiga —dijo Flint, apuntando con el cucharón a Tanis—. Y he de añadir que tú mismo has pasado mucho tiempo con ella en las últimas semanas, muchacho.
—¿Quieres que traiga la crema para echarla en las frambuesas? —preguntó el semielfo mientras cogía una baya y se la metía en la boca. El enano conservaba frescas sus provisiones, incluidas la leche y la crema, metidas en tarros de cerámica sellados que sumergía en un manantial que había en el patio trasero de la casa.
Flint se llevó a la boca un buen puñado de frambuesas, cerró los ojos y masticó despacio.
—Así están estupendas —musitó. Abrió los ojos y miró a Tanis de hito en hito—. En cualquier caso, le pago a Ailea con juguetes. Éstos no son regalos.
El enano cogió el cuenco y regresó a la mesa para seguir examinando los dibujos. Tanis pensó que más valía cambiar de tema.
—Si no acabas de decidirte por la madera o el acero, ¿por qué no haces una combinación de ambos? —masculló, pues tenía la boca llena de frambuesas.
Flint asintió con gesto ausente. Entonces se volvió hacia el semielfo.
—¿Qué has dicho? —inquirió.
—Que por qué no combinas...
Pero Flint ya no le hacía caso; había cogido otra hoja de papel y dibujaba trazos con entusiasmo. Farfulló algo para sí mismo, pero Tanis no entendió lo que decía. El semielfo suspiró. ¿Qué más daba? Hacía tanto calor que estaba amodorrado; no le vendría mal una siesta. Cinco minutos más tarde, el semielfo, hecho un ovillo sobre el catre del enano, se había quedado dormido.
* * *
Ya había transcurrido buena parte de la tarde cuando por fin Flint levantó la vista del dibujo en el que trabajaba.
—Echa un vistazo a esto, muchacho. Necesito que me des tu opinión. —Se volvió hacia Tanis, pero el joven seguía adormilado y no le hizo caso—. ¡Vaya!
Flint lanzó otra fugaz ojeada al dibujo, enrolló la hoja, la metió en un cilindro, y salió del taller cerrando la puerta sin hacer ruido. Media hora después, el enano desenrollaba el pergamino sobre el escritorio del Orador, en el despacho de la Torre. Solostaran se inclinó sobre el diseño del enano para examinarlo.
—He decidido combinar oro, plata, acero, cuerno, coral rojo y malaquita —dijo Flint con excitación—. Y madera de álamo.
El dibujo mostraba un medallón de un tamaño aproximado al puño de un niño. En el disco se representaba un paisaje, con un álamo al fondo y un sendero que discurría entre abetos y conducía a una colina. Tras la colina asomaban dos lunas.
—Haré la medalla uniendo una lámina posterior de acero con otra anterior de oro. En la de oro esculpiré las figuras de los árboles, las lunas y el camino.
Solostaran asintió en silencio. Era una idea brillante.
—¿Y qué me dices del coral y la malaquita? —preguntó—. ¿En dónde encajan?
—La pieza llevará incrustaciones —explicó Flint—. Una vez que haya unido las dos láminas, rellenaré el contorno de los árboles; malaquita para las hojas y las ramas, y cuerno marrón para los troncos. El camino lo haré con cuerno y acero. Una de las lunas, Lunitari, será de coral rojo. La otra, Solinari, será de plata.
—Es precioso, pero tiene mucho trabajo. ¿Crees que podrás terminarlo en sólo dos semanas? —Solostaran parecía dudoso.
Flint le guiñó un ojo a la vez que cogía un puñado de higos secos y almendras confitadas del cuenco de plata que había sobre el escritorio. El cuenco siempre estaba lleno cuando Flint visitaba al Orador, pero el enano nunca se planteó el significado de aquello; se limitaba a felicitarse por su buena suerte de tener un amigo cuyos gustos coincidían con los suyos.
—La parte difícil es discurrir una idea. El resto resulta sencillo. ¿Está bien el diseño? —preguntó Flint con seguridad, consciente de que al Orador le gustaba, pero deseoso de escucharlo de sus labios.
—Es perfecto —aseguró Solostaran.
Una amplia sonrisa iluminó el rostro del enano.
—Estupendo. Entonces me pondré manos a la obra ahora mismo. —Alargó la mano para recoger el dibujo.
—Maestro Fireforge. Flint —lo interrumpió Solostaran. El enano miró a su amigo—. ¿Qué comentarios corren acerca de la muerte de lord Xenoth?
La mano de Flint permaneció inmóvil, suspendida sobre el dibujo unos segundos. Después, cogió la hoja y la enrolló con calma.
—Bueno, ya sabéis que no tengo mucho trato con los cortesanos ahora.
—«Sobre todo desde que me puse de parte de Tanis en la cacería del tylor»,
pudo haber añadido, aunque se guardó el comentario para sí mismo.