Le pidió a El Águila que colocara la plataforma directamente por encima de una de las grandes cúpulas verdes.
—¿El interior de este domo —preguntó— es similar a lo que era en la Ciudad Esmeralda?
—En realidad, no. La escala es por completo diferente… El territorio de las octoarañas en Rama era un microcosmos comprimido. Funciones que, en condiciones normales, en sus planetas estaban separadas por centenares de kilómetros de distancia, debido a limitaciones de espacio se veían forzadas a ubicarse en más o menos la misma superficie… En las colonias avanzadas del género octoaraña, por ejemplo, los alternativos no tienen una comunidad más que fuera de los portones de la ciudad. Viven en un planeta enteramente diferente.
Nicole sonrió.
Un planeta lleno de alternativos
, pensó,
ése sería un espectáculo digno de verse
.
—… Esta ciudad en especial es el hogar de más de dieciocho millones de octoarañas, si contamos todas las diferentes variaciones morfológicas —decía El Águila—. También es la capital administrativa de este planeta. Dentro de los portones de la ciudad viven cerca de diez mil millones de individuos que representan cerca de cinco mil especies… La superficie que ocupa la ciudad es equivalente,
grosso modo
, a Los Angeles o a cualquiera de las grandes zonas urbanas de tu Tierra…
El Águila continuó dándole datos y estadísticas sobre la ciudad octoarácnida que se veía debajo de la plataforma. Nicole, empero, estaba pensando en otra cosa.
—¿Archie vivió aquí? —preguntó, interrumpiendo el enciclopédico monólogo de su acompañante alienígena—. ¿O Doctora Azul o cualquiera de las octoarañas que conocimos?
—No. Ni siquiera vinieron de este planeta o de este sistema estelar. Las octoarañas de Rama provenían de lo que se conoce como “colonia de frontera”, una especialmente diseñada en el aspecto genético para la interacción con otras formas inteligentes de vida…
Nicole meneó la cabeza y sonrió.
Pero claro
, dijo para sus adentros.
Debí haber sospechado que eran especiales…
Estaba empezando a cansarse. Después de otros minutos más, le agradeció a El Águila y le dijo que ya había visto suficiente de la ciudad de las octoarañas. En un instante, las cúpulas, la estructura reticular marrón y el mar verde intenso desaparecieron. El Águila hizo volver la plataforma hasta lo alto de la gran cámara.
Por debajo de Nicole, la Vía Láctea estaba confinada a un pequeño espacio en el centro de la sala.
—El universo es una secuencia, que siempre se está ampliando, de vecindarios y vacíos —explicaba El Águila—. Mira qué vacío está alrededor de la Vía Láctea. Con la salvedad de las dos Nubes de Magallanes, que realmente no llegan a merecer el nombre de galaxias, la de Andrómeda es nuestro vecino galáctico más próximo, pero está muy lejos. La distancia transversal medida en la parte más grande de la Vía Láctea no es más que un vigésimo de la distancia que hay hasta Andrómeda.
Nicole no estaba pensando en Andrómeda. Estaba absorta en deliciosas meditaciones filosóficas sobre la vida en diferentes mundos, sobre ciudades y sobre la probable gama de seres constituidos por simples átomos que evolucionaron, sin la ayuda de seres superiores o con ella, hasta alcanzar el nivel de conciencia. Saboreó el momento, sabedora de que muy pronto no habría más de los vuelos de la imaginación que tanto le habían enriquecido la vida.
—Pasamos tanto tiempo en esa muestra —dijo El Águila después de haber terminado la revisión—, que creo que quizá debamos rever nuestra gira.
Estaban sentados uno al lado del otro, en el coche.
—¿Es ésta tu manera diplomática de decirme que mi corazón está fallando más rápido que lo esperado? —preguntó Nicole, forzando una sonrisa.
—No, realmente no. Pero, en realidad,
empleamos
casi el doble de tiempo que el que había planeado… Ni siquiera tomé en cuenta el sobrevuelo de Francia, por ejemplo, o la visita a la ciudad de las octoarañas…
—Esa parte fue maravillosa. Ojalá pudiera ir allá otra vez, con Doctora Azul como guía, y descubrir más sobre el modo en que viven…
—¿Así que te gustó más la ciudad octoarácnida que las espectaculares vistas de las estrellas?
—No diría eso. Todo fue fantástico… Lo que acabo de ver vuelve a confirmar que elegí el lugar correcto para… —No terminó la frase—. Me di cuenta, mientras estaba en la plataforma, de que la muerte no es sólo la terminación del pensar y del estar consciente, también es la terminación del sentir… No sé por qué eso no me fue obvio antes.
Se produjo un breve silencio.
—Así que, amigo mío, ¿adónde vamos después de aquí?
—Pensé que después podríamos ir a ingeniería, donde verás modelos de los Nodos,
Portaaviones
y otras espacionaves, y luego, si todavía tenemos tiempo, planeo llevarte a la sección de biología. Algunos de tus nietos
ex utero
están viviendo en esa región, en uno de nuestros mejores hábitats parecidos a la Tierra. En las cercanías hay otro complejo que alberga una comunidad de esas fascinantes anguilas o serpientes acuáticas con las que una vez nos encontramos en El Nodo. Y hay una exhibición taxonómica que hace comparaciones y establece diferencias, desde el punto de vista físico, entre todas las especies que alcanzaron el estadio de viajeras del espacio, y que se estudiaron en esta región…
—Todo eso suena fantástico —aprobó Nicole. De pronto, rió—. El cerebro humano es sorprendente… Ni te imaginas lo que se me acaba de ocurrir. El primer verso del poema de Andrew Marvell “A su esquiva dama”… «De contar nosotros con mundos de tiempo asaz infinito, esta esquivez femenina pues no sería delito»… Sea como fuere, iba a decir que dado que no tenemos tiempo para siempre, vayamos primero a la exhibición de
El Portaaviones
. Me gustaría conocer la espacionave en la que Patrick, Nai, Galileo y los demás van a vivir… Después, veremos cuánto tiempo queda.
El coche empezó a desplazarse. Nicole observó, para sus adentros, que El Águila nada había dicho sobre los resultados de su examen. El miedo regresó, más fuerte esta vez.
La sepultura es un lindo y privado lugar
, recordó,
pero no es sitio al que me apure en llegar
.
Estaban juntos sobre la superficie plana del modelo del
Portaaviones
.
—Este es un modelo en escala uno a sesenta y cuatro —dijo El Águila—, así tienes una idea de lo grande que
El Portaaviones
es realmente.
Desde su silla de ruedas, Nicole fijó la vista en la distancia.
—¡Por Dios!, este plano debe de tener casi un kilómetro de largo.
—Esa es una buena suposición. La parte de arriba de
El Portaaviones
verdadero tiene, más o menos, cuarenta kilómetros de largo y quince de ancho.
—¿Y cada una de estas burbujas encierra un ambiente diferente?
—Sí. A la atmósfera y otras condiciones las controlan el equipo que está aquí, en la superficie, así como sistemas adicionales de ingeniería situados bien abajo, en el volumen principal de la espacionave… Cada uno de estos hábitats tiene su propia velocidad de rotación, para crear la gravedad adecuada… Se puede agregar tabiques para especies separadas, de ser necesario, dentro de una de las burbujas. A los residentes de la estrella de mar se los ubicó en el mismo dominio, porque están cómodos más o menos en las mismas condiciones ambientales. Sin embargo, no tienen acceso alguno entre sí.
Iban por un sendero que pasaba entre los emplazamientos de los equipos y las burbujas.
—Algunos de estos hábitats —dijo Nicole, examinando una pequeña protuberancia oval que se elevaba no más que unos cinco metros por encima del plano— parecen ser demasiado pequeños y restringidos como para albergar más que unos pocos individuos…
—Existen algunos viajeros muy pequeños —aclaró El Águila—. Una de las especies, proveniente de un sistema estelar no demasiado alejado del de ustedes, no tiene más que alrededor de un milímetro de largo; sus espacionaves más grandes ni siquiera llegan a tener el tamaño de este coche.
Nicole trató de imaginar un grupo de hormigas o áfidos inteligentes, trabajando juntas para construir una nave espacial. Sonrió ante la imagen mental.
—¿Y todos estos
Portaaviones
simplemente viajan de un Nodo a otro? —preguntó, cambiando de tema.
—Es su actividad primordial. Cuando ya no quedan seres vivos en una burbuja dada, se reacondiciona el hábitat en uno de los Nodos.
—Al igual que Rama —apuntó Nicole.
—En cierto sentido —dijo El Águila—, pero con muchas diferencias importantes. Siempre estamos estudiando a propósito cualquier especie que esté a bordo de una espacionave clase Rama. Tratamos de poner a esa especie en un ambiente tan realista como sea posible, de modo de poder observarla en “condiciones naturales”. En cambio, no
necesitamos
más datos sobre los seres que se asignan a la flota de
Portaaviones
. Esa es la razón por la que no intercedemos en sus asuntos.
—Salvo para evitar la reproducción… A propósito, en la estructura de la ética de ustedes, ¿evitar la reproducción es una actitud más humanitaria, o cualquiera que sea la palabra equivalente que tienen ustedes, que exterminar a los seres directamente?
—Así lo creemos —repuso El Águila.
Habían llegado a un sitio en la parte de arriba del modelo del
Portaaviones
, en el que un sendero se bifurcaba hacia la izquierda, regresando a las rampas y pasillos del módulo de conocimientos.
—Creo que ya conseguí lo que quería aquí —dijo Nicole. Vaciló un instante—. Pero tengo un par de preguntas más.
—Adelante.
—Si se admite que la descripción que San Michael hizo del propósito de Rama, de El Nodo y de todo lo demás es correcta, ¿no están ustedes mismos perturbando y alterando el proceso en sí que quieren observar? Me da la impresión de que por el mero hecho de estar acá e interactuar…
—Tienes razón, claro. Nuestra presencia acá
sí
influye levemente sobre el curso de la evolución. Es una situación análoga a la del principio de incertidumbre de Heisenberg, en física. No podemos observar sin influir… De todos modos, a nuestras interacciones puede considerarlas el monitor primario y tomarlas en cuenta en la elaboración del modelo total del proceso. Y tenemos reglas para reducir al mínimo las maneras en que podemos perturbar la evolución natural…
—Ojalá Richard hubiera podido estar conmigo para oír la explicación de todo que dio San Michael. Habría quedado fascinado y, estoy segura, habría planteado algunas preguntas excelentes.
El Águila no respondió. Nicole suspiró.
—Así que, ¿qué hay de nuevo,
Monsieur le Tour Director
[21]
? preguntó sonriente.
—Almuerzo. En el coche hay un par de sándwiches, agua y una deliciosa porción de esa fruta octoarácnida que es tu favorita.
Nicole rió y giró la silla de ruedas en dirección del sendero.
—Piensas en todo —comentó.
—Richard no creía en el Paraíso —dijo Nicole, mientras El Águila completaba otro examen—, pero si hubiera podido construir su propia y perfecta vida en el más allá, indudablemente habría incluido un sitio como éste.
El Águila estaba estudiando los espectrales garabatos que aparecían en el monitor que tenía en la mano.
—Creo que sería buena idea —señaló, alzando la vista hacia Nicole— saltear parte de la gira… e ir directamente a las exposiciones más importantes que hay en el dominio siguiente.
—Tan mal, ¿eh? —apuntó Nicole. No estaba sorprendida. Los dolores ocasionales que había estado sintiendo en el pecho antes de las visitas a Francia y la ciudad de las octoarañas ahora se habían vuelto continuos.
El miedo era constante ahora también. Entre cada dos palabras, dos pensamientos, estaba agudamente consciente de que su muerte no estaba muy lejana.
Así que, ¿de qué tienes miedo?
, se preguntó.
¿Cómo puede ser tan mala la nada?
Así y todo, el miedo persistía.
El Águila explicó que no había suficiente tiempo para una orientación hacia el segundo dominio. Cruzaron los portones, entrando en la segunda de las esferas concéntricas, y viajaron durante unos diez minutos.
—El aspecto en el que se hace hincapié en este dominio —explicó El Águila mientras conducía— es en el modo en que todo cambia con el paso del tiempo. Hay una sección aparte para cada elemento concebible de la galaxia que se vea afectado por el total de su evolución o que afecte a ésta… Creí que te sentirías especialmente interesada por la primera exposición.
La sala era similar a aquella en la que vieron por primera vez la Vía Láctea, con la diferencia de que era considerablemente más chica. Una vez más, abordaron una plataforma móvil que les permitía desplazarse por la cámara a oscuras.
—Lo que vas a presenciar —aclaró El Águila— necesita cierta explicación. Es, en lo esencial, un resumen en función de lapsos, de la evolución de civilizaciones viajeras por el espacio existentes en una región galáctica que abarca tu Sol y alrededor de otros diez millones de sistemas estelares. Esto es, aproximadamente, un diezmilésimo de toda la galaxia, pero lo que vas a ver es representativo de la galaxia como un todo…
—En esta exhibición no vas a ver estrellas, planetas ni otras estructuras físicas, aunque al desarrollar el modelo se dan por supuestas sus respectivas ubicaciones. Lo que verás, una vez que comencemos, son luces, cada una representando un sistema estelar en el que una especie biológica se convirtió en viajera espacial al poner, por lo menos, una espacionave en órbita de su propio planeta… En tanto y en cuando el sistema estelar siga siendo un centro de morada de viajeros espaciales activos, la luz de ese sitio en especial permanecerá encendida…
—Iba a empezar la exposición unos diez mil millones de años atrás, poco después que lo que evolucionó hasta convertirse en la actual galaxia de la Vía Láctea se hubiera recién formado. Dado que hubo mucha inestabilidad y rápidos cambios al comienzo, ninguna especie viajera surgió durante largo tiempo. En consecuencia, durante los primeros cinco mil millones de años, o algo así, hasta la formación de tu Sistema Solar, haré pasar la exhibición con rapidez, a un ritmo de veinte millones de años por segundo… Para poder establecer una referencia, la Tierra empezará a incrementar su tamaño aproximadamente cuatro minutos después de comenzado este proceso. Detendré la exhibición en ese momento.