Rebelarse vende. El negocio de la contracultura (28 page)

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Authors: Joseph Heath y Andrew Potter

BOOK: Rebelarse vende. El negocio de la contracultura
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Según Gladwell, su naturaleza escurridiza demuestra lo abstracto que es el concepto. «El truco es localizar primero las personas
cooly
luego los productos
cool
, pero nunca al revés. Como la moda cambia continuamente, uno nunca sabe muy bien qué buscar», Las personas
cool
son como los sabuesos de la moda. Para Lasn, la eterna metamorfosis de lo que se considera actual es una prueba más de la perversidad capitalista. Una cosa «arrasa» durante un mes y al siguiente lo sustituye algo nuevo, pero no importa mientras el público consumista siga comprando de todo sin parar.

En realidad, lo
cool
no es tan inefable, ni tan siniestro. Sencillamente, constituye el elemento diferenciador, la jerarquía social urbana contemporánea. Y, como sucede con los componentes tradicionales del estatus (como la «clase» o el «estilo»), lo
cool
constituye un bien intrínsecamente posicional. Igual que no todos podemos pertenecer a la clase alta ni tener buen gusto, no todos podemos ser
cool
. Esto no significa que se pueda «nacer con ello», porque en última instancia es un símbolo de distinción. La filosofía de la esencia
cool no
es muy distinta de lo que Pierre Bourdieu denominó «la ideología del gusto natural».

*

Como sucede con todos los bienes posicionales, el valor de lo
coole
s básicamente comparativo. Si hay personas
cooles
porque los demás —casi todos— no lo son (más concretamente, para que ciertas cosas lo sean, otras tienen que ser asquerosas). Sin embargo, frente a la jerarquía social tradicional, que tiene muy en cuenta la continuidad y la tradición, lo
cool es
una implacable cruzada inconformista. El filósofo de la cultura Jeff Rice lo define como «la defensa universal de la individualidad», ya que el individuo no se define en términos de «ser quien es, digan lo que digan los demás», sino en términos de «ser lo que no son los demás». La persona
cool
se ha apartado deliberadamente de las grandes masas. Es un rebelde, es decir, el héroe inconformista prototípico del cine, la música y la novela estadounidense.

Establecido este punto, conviene dejar claro que
cool
se usa mayoritariamente para definir una actitud cultural que podría definirse como vanguardista, alternativa y estilosa. Y aunque el término suele aplicarse a personajes y objetos «culturales» (actores, escritores, músicos; zapatos, ropa, aparatos electrónicos), los partidarios de lo
cool
siempre han catalogado su propia conducta como un acto profundamente político. Tener «ese algo» consiste en poner en práctica una serie de actitudes para librar al individuo de las garras de la sociedad de masas.

Norman Mailer abordó claramente el asunto en su ensayo
El negro blanco
. Su descripción de
hipster
, escrita en 1957, sigue sonando bien: «Si el destino del hombre del siglo XX es vivir con la muerte desde la adolescencia hasta la prematura senectud, entonces para seguir viviendo tenemos que aceptar las condiciones que nos impone la muerte, convivir con ella como un peligro inminente, divorciarnos de la sociedad, vivir sin raíces, emprender ese farragoso viaje hacia la rebeldía imperativa de nuestro ser. En resumen, se trata de sacar al psicópata que llevamos dentro. Se puede ser un Auténtico o un Carca; se puede ser un rebelde o un conformista». Y dado que la sociedad de masas es «la cárcel del sistema nervioso», los individuos verdaderamente auténticos no se lo pensarán dos veces a la hora de elegir.

Es esa naturaleza de «conmigo o sin mí» lo que confiere poder al elemento
cool
, y su implantación como principio jerárquico del sistema contracultural representa el triunfo a gran escala de una mentalidad propia de un estudiante de bachillerato. Mailer supo verlo y por eso calificó acertadamente al
hipster como
la fusión del bohemio inconformista, el delincuente juvenil antisocial y el voluptuoso negro marginado. Claro que, en realidad, parece un autorretrato más que otra cosa. A poco que nos esforcemos, le vislumbramos fumándose un cigarro entre bastidores.

Una de las grandes virtudes de la naturaleza binaria de lo
cool
es que nos permite situar prácticamente todos los elementos de nuestra vida social a uno u otro lado de la línea divisoria. Esta técnica la sigue la escuela de crítica cinematográfica de Siskel y Ebert con su sistema de calificación de aprobado/suspenso, y la escuela de crítica musical de Beavis y Butthead con su correspondiente «gusta/no gusta». También ha cristalizado en el inagotable desfile de listas de al alza/en baja que inauguró Mailer en 1959 con su lista de lo Auténtico y lo Carca.

Además de una serie de componentes tan previsiblemente auténticos como «salvaje», «romántico» y «espontáneo» (frente a «práctico», «clásico» y «ordenado»), lo auténtico también está personificado en el modelo atómico de Schrödinger (el de Bohr es carca), el sistema de medidas británico (el métrico es carca) y la formación en T del fútbol americano (formar en una sola banda es carca). Es curioso que aunque los detractores de lo
cool
suelan criticar lo transitorio y efímero que es, parece difícil rebatir muchas de las clasificaciones que hizo Mailer hace casi cincuenta años:

Y así sucesivamente. Los aspectos externos de la moda podrán cambiar, pero la profunda rebeldía inconformista de lo
cool
nos proporciona una serie de pautas sorprendentemente estables y duraderas. Lo
cool
, aparentemente, se ha convertido en una institución social.

*

Lo auténtico (es decir, lo
cool
o alternativo) no fue siempre tan importante en nuestrajerarquía social. Hubo un tiempo —hace mucho, mucho tiempo— en que a los estadounidenses les interesaba más el rango social que cualquier otra distinción.

Ésta es una insinuación que puede sonar ofensiva, o al menos totalmente descaminada, al estadounidense medio. Como república basada en la igualdad de todos sus ciudadanos, Estados Unidos no tiene ese sistema de clases oficial ni esa aristocracia hereditaria tan admirada en Gran Bretaña y otros países europeos. Sin embargo, Estados Unidos jamás ha sido esa sociedad sin clases que muchos creyeron que era, o esperaban que llegara a ser. Los partidarios de la inexistencia de un sistema de clases siempre han coexistido con los estudiosos de la fecunda estructura social estadounidense.

La mayoría de las jerarquías sociales tradicionales son similares a una aristocracia cuyo estatus procede de una propiedad «otorgada», tal como el linaje familiar. La nobleza británica, por ejemplo, era una clase social hereditaria basada en la propiedad de una tierra que no podía comprarse ni venderse (aunque algunos de los títulos nobiliarios menores sí fueran adquiribles). Gran parte de este trasfondo elitista se transportó a las colonias británicas en los años previos a la revolución republicana. En Estados Unidos siempre se mantuvo la creencia popular de que, con el desarrollo económico, todo vestigio de unajerarquía social se iría debilitando hasta acabar por morir (esto se enuncia muy claramente en el libro de Vanee Packard de 1957
The Status Seekers
[31]
). La senda del progreso sería también una senda hacia la igualdad, conforme el país se convirtiera en una gigantesca clase media. Por mucho que esto pudiera encajar con el autorretrato democrático que había pintado Estados Unidos de sí mismo, Packard argumentaba que no era una visión realista. Las divisiones sociales más bien parecían estar acentuándose, al tiempo que se intensificaba el arribismo.

Un cuarto de siglo después, Paul Fussell comenzaba su análisis de la sociedad estadounidense con un capítulo titulado «Un asunto delicado», donde aseguraba que para indignar a un estadounidense sólo había que mencionar la palabra
clase
, «exactamente igual que hace un siglo, tomando té en un jardín cuajado de lirios, uno podía silenciar a toda la concurrencia haciendo una mención demasiado explícita del sexo». Igual que Packard, Fussell mantenía que el supuesto igualitarismo de la sociedad estadounidense había servido para consolidar lajerarquía social, no para suprimirla. Al fin y al cabo, en una sociedad comprometida con la igualdad formal de toda la población, «uno de los grandes motivos de ansiedad va a ser la lucha constante por lograr una dignidad individual basada en la aprobación social». En un interesante paralelismo, tanto Packard como Fussell comentan que los sujetos de sus experimentos, tras negar categóricamente que existieran las clases sociales en Estados Unidos, iniciaron una charla amena y bien documentada sobre las obvias estructuras sociales de su ciudad.

El sistema de clases estadounidense que se creó en torno a las primeras élites protestantes estaba arraigado en los valores burgueses de riqueza material, labor productiva, estabilidad social y respetabilidad. Hasta cierto punto, este cogollo burgués era una imitación de la aristocracia británica y la riqueza sustituía a la tierra como primer símbolo de estatus social. El sociólogo que mejor ha analizado el papel de la riqueza en la estructura social estadounidense sigue siendo Thorstein Veblen. En su
Teoría de la dase ociosa
, acuñó una gran parte de los términos que seguimos usando para describir el arribismo social: el consumo conspicuo, el ocio vicario, la emulación pecuniaria, la comparación odiosa. En opinión de Veblen, las distinciones de clase surgirán inevitablemente en toda sociedad que tenga un sistema de propiedad. Su afirmación más polémica es que cuando una sociedad supera el nivel de subsistencia básico, se aspirará a obtener una mayor riqueza sólo por la «distinción odiosa» que la acompaña.

En la sociedad industrial burguesa, la posesión y acumulación de riqueza son primordiales para obtener el respeto y la admiración de los demás. Quien quiera ocupar un puesto de relevancia en la sociedad debe tener un cierto nivel económico. Quien supere esta cota mínima contará con una mayor admiración (por estar en la «clase alta»), y quien no alcance el mínimo recibirá un menor respeto (por estar en la «clase baja»). El gran problema que surge en una sociedad capitalista es que esta simple jerarquía social basada en la riqueza se transforma en algo tremendamente fluido, pues cada vez hay más personas capaces de ganar (y perder) grandes cantidades de dinero de la noche a la mañana. Los sociólogos pueden no estar de acuerdo en cuanto al número exacto de clases sociales que hay en Estados Unidos (la mayoría considera que son cinco, aunque Fussell habla de nueve), pero todos coinciden en considerar que la riqueza
per
se no sirve para definir y consolidar una élite social en una sociedad semejante. También es importante saber la procedencia del dinero {es mejor heredar que tener que ganarse la vida), y si no queda más remedio que trabajar, más vale usar el cerebro que las manos.

Para defenderse de la riqueza de nuevo cuño en una sociedad capitalista e igualitaria, las élites estadounidenses han concebido un sistema algo barroco de barreras sociales basadas no sólo en la riqueza, sino también en la educación, el poder político y el buen gusto. En casi todos los casos, el elemento crucial es el tiempo: el dinero viejo es mejor que el nuevo, las universidades de la rancia Ivy League son mejores que las demás, las sagas políticas de varias generaciones son mejores que las jóvenes familias arribistas y así sucesivamente. En este orden de cosas, si se trata de posesiones es mejor no comprar nada. Más vale heredarlo todo, desde los coches hasta la ropa, y por supuesto las telas naturales, las antigüedades y las joyas familiares puntúan más alto que las prendas de nailon y poliéster, los productos de consumo o las joyas compradas en una tienda. Cuando Carmela Soprano (personaje de la serie
Los Soprano
) anuncia orgullosamente que en su casa no hay antigüedades, sino sólo muebles «antiguos», ya nos ha dicho claramente a qué clase social pertenece.

La preferencia por lo antiguo frente a lo nuevo surge de un intento deliberado de imitar el carácter hereditario, casi feudal, de la antigua aristocracia británica. Esta jerarquización burguesa ha dominado la vida social estadounidense durante los dos siglos prácticamente enteros de su existencia como país. Paralelamente, existía un sistema de valores contrapuestos que solía catalogarse como «bohemio». Si la burguesía valoraba el trabajo individual y la labor pública de las grandes instituciones del país, la mentalidad bohemia era hedonista, individualista y sensual. Valoraba la experiencia, la exploración y la capacidad de expresión, en oposición al conformismo. En resumen, éste es más o menos el conjunto de valores (inflado con la peligrosa rebeldía del delincuente juvenil) que Mailer identificaba como «auténtico».

Por una parte, la contraposición «auténtico/carca» de Mailer es sólo una variación del clásico antagonismo de lo bohemio frente a lo burgués. Ambos bandos están plenamente convencidos de que este enfrentamiento no consiste sólo en dos grupos disociados de valores, sino que impregna todo el campo donde se libra una batalla estética, pero también política y económica Parecía umversalmente obvio que criticar los valores burgueses era criticar los mismísimos cimientos del sistema capitalista. Esto era, sin duda, lo que opinaba Mailer.

Sin embargo, en un momento dado se produjo una gigantesca transformación cultural. La filosofía bohemia —es decir, lo
cool
— venció al rango social en la jerarquía estadounidense. Daniel Bell ya argumentaba en 1976 (en
Las contradicciones culturales del capitalismo) que
el capitalismo se había rendido precisamente ante el credo bohemio que había sido su peor amenaza: «Los protagonistas de la cultura rival, por el efecto subversivo que han tenido históricamente sobre los valores burgueses tradicionales, determinan sustancialmente (por no decir que lo dominan) el mundo cultural de hoy: las editoriales, los museos y las galerías de arte; la prensa cultural, con las correspondientes revistas y suplementos semanales y mensuales; el teatro, el cine y las universidades». Es más, «lo que sorprende hoy en día es que la mayor parte de la burguesía carezca de una cultura propia intelectualmente respetable —sin grandes nombres en la literatura, la pintura y la poesía— que pueda contraponerse a la cultura rival. En este sentido, la cultura burguesa ha quedado hecha trizas».

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