Authors: Jan Guillou
Así de razonables eran las cosas durante el reinado del rey Knut. Pero nadie podía estar completamente seguro, puesto que nadie podía predecir el futuro.
—¿Cómo de fuerte debe ser la fortaleza de Arnäs? —preguntó al acabar su largo recorrido de pensamiento.
—Lo bastante fuerte como para ser inexpugnable —respondió Arn como si fuese lo más obvio—. Podremos hacer que Arnäs sea tan fuerte para que un millar de Folkung y su servidumbre puedan vivir dentro de los muros durante más de un año. Ni el ejército más potente puede resistir un asedio tan largo fuera de los muros. Piensa en el frío del invierno, la lluvia en otoño y el aguanieve y el barro durante la primavera.
—Pero ¿qué comeríamos y beberíamos durante tanto tiempo? —exclamó Eskil con el semblante tan asustado que provocó una amplia sonrisa en Arn.
—Me temo que la cerveza se acabaría al cabo de un mes y al final tal vez tendríamos que subsistir con pan y agua como si fuéramos penitentes en un monasterio —repuso Arn—. Pero habrá agua dentro de los muros si construimos unos pozos nuevos. La ventaja de la cebada y el trigo, al igual que la del pescado en salazón y la carne ahumada, es que se pueden conservar durante mucho tiempo y en grandes cantidades. Pero para ello tendremos que construir un nuevo tipo de graneros de piedra que los aislen de la humedad. Es tan importante edificar esos almacenes como construir muros resistentes. Si además llevamos una buena contabilidad de lo que hay y de lo que falta, tal vez sea posible incluso producir más cerveza.
Eskil se sintió en seguida aliviado por las palabras de Arn acerca de la cerveza. Su recelo estaba convirtiéndose en admiración y se interesó cada vez más sobre el manejo de la guerra en el reino franco, en Tierra Santa y Sajonia y otros países con más población y mayores riquezas que en el Norte. Las respuestas de Arn lo llevaron a un mundo totalmente desconocido, en el que los ejércitos se componían casi exclusivamente de jinetes y en donde se lanzaban bloques de piedra contra muros que doblaban en grosor y altura los muros de Arnäs. Al final Eskil insistió tanto en sus preguntas que desmontaron para descansar. Arn limpió de hojas y ramitas la tierra cerca del tronco grueso de una haya y la alisó con su calzado reforzado de acero. Invitó a Eskil a sentarse encima de una de las fuertes raíces del árbol y llamó al monje, que se acercó en silencio, se inclinó ante Eskil y se sentó a su lado.
—Mi hermano es un comerciante que quiere crear la paz con la plata. Ahora le vamos a contar cómo se hace lo mismo con acero y piedra —explicó Arn, desenvainó el puñal y empezó a dibujar una fortaleza en la alisada tierra negra.
La fortaleza que estaba dibujando se llamaba Beaufort y se encontraba en el Líbano, la parte septentrional del reino de Jerusalén. La habían asediado más de veinte veces durante corto o largo tiempo y algunas veces bajo el mando del general más temido de los sarracenos. Pero nadie había logrado conquistarla, ni siquiera el gran Nur al-Din, quien una vez llevó a diez mil combatientes y resistieron durante un año y medio. Tanto Arn como el monje se habían encontrado en esa fortaleza y la recordaban bien. Entre los dos rememoraban todo detalle mientras Arn dibujaba con su puñal.
Lo explicaron todo empezando por lo más importante: la ubicación, o bien encima de una montaña como Beaufort o bien en medio del agua como Arnäs. Pero por excelente que fuera la ubicación siempre se necesitaba tener acceso al agua desde dentro de las murallas, no una corriente fuera de ellas que pudiese ser detectada y cortada por el enemigo.
Después del agua y una buena situación venía la capacidad de mantener un almacén lo bastante grande para los alimentos, principalmente cereales y forraje para los caballos. Sólo después empezaría a pensarse en la construcción de los muros y los fosos, que evitarían que el enemigo levantase torres de asedio o acercase catapultas para arrojar piedras u otros objetos a la fortaleza. Y lo más importante después de eso era la colocación de las torres y el parapeto para que con el mínimo de tiradores se cubriesen todos los ángulos a lo largo de los muros.
Arn dibujaba torres en todas las esquinas en el lado exterior de los muros y explicaba cómo desde allí podría dispararse a lo largo de la muralla y no solamente hacia afuera. De esa manera podría disminuirse el grupo de tiradores encima de la muralla a unos cuantos, lo cual suponía una gran ventaja. Mejor ángulo de tiro y menos tiradores, eso era importante.
Aquí Eskil lo interrumpió, aunque dudando un poco por si demostraba su ignorancia al no comprender la ventaja de tener menos tiradores, cosa que para Arn y el monje parecía muy obvia. ¿Qué se ganaría con tener pocos hombres encima de los muros?
Resistencia, le explicó Arn. Un asedio no era como una fiesta de tres días. Se trataba de aguantar y no dejar que el cansancio minase la vigilancia. Los asediantes finalmente tomarían la fortaleza por asalto si no lo lograban negociando. Elegirían cualquier hora, después de un día, una semana o un mes. Al amanecer, por la noche o en plena tarde. De repente colocarían escaleras contra los muros y atacarían desde todas las direcciones a la vez, y si habían sido diligentes en ocultar sus planes, los defensores se veían totalmente sorprendidos.
Sería el momento decisivo. Entonces sería importante que el tercio de los defensores que se encontraba encima de los muros sólo hubiese trabajado unas pocas horas, y que dos tercios durmiesen o descansasen.
Cuando doblase la campana de alarma, todos los descansados no tardarían más que un momento en colocarse en los puestos de defensa de la fortaleza. Si se practicase unas cuantas veces la defensa, crecería de un tercio a la fuerza completa en el mismo tiempo que tardarían los atacantes en colocar sus escaleras de ataque. Dormir era, por tanto, una parte fundamental de la defensa. Con ese arreglo también se ahorrarían muchos camastros, ya que un tercio de los defensores siempre se encontraría encima de los muros. En retribución, tendrían una cama caliente al bajar de sus puestos.
Pero volviendo a la fortaleza de Beaufort, naturalmente era una de las más fuertes del mundo, pero también se encontraba en un país en el que había que defenderse contra los ejércitos más poderosos del mundo. Tardarían diez años en construir una fortaleza de ese tipo en Arnäs y sería mucho trabajo en vano. O bien, aclaró Arn con una mirada significativa a Eskil, gastar mucha plata. No llegaría a Arnäs una guerra como la de Tierra Santa, con aquellos ejércitos.
Con el pie, Arn borró la imagen de Beaufort y empezó a dibujar cómo sería Arnäs, con un muro delimitando un territorio el doble de grande que el actual. Se fortificaría toda la parte ulterior del cabo y donde se convertía en pantano se construiría un nuevo portal, aunque en lo alto de la muralla. Pero también habría que construir una entrada de piedra y tierra igual de alta con un foso entre la muralla y el puente del otro lado. De esa manera, nadie podría acercar arietes a la puerta, que sería más débil que la muralla por muy resistente que fuese. Una puerta a la altura del suelo, como la que había ahora, sería como invitar al enemigo a celebrar un rápido festín de victoria.
Si todo esto se hiciese correctamente, defendería Arnäs contra cualquier ejército norteño con menos de doscientos hombres dentro de la muralla, aseguró Arn.
Entonces Eskil preguntó por el peligro de los incendios y tanto el monje como Arn asintieron con la cabeza a la inteligente pregunta. De nuevo Arn dibujaba y describía cómo el suelo de los patios dentro de la muralla sería empedrado y toda la turba de los tejados se cambiaría por pizarra. Todo lo combustible sería cambiado por piedra o protegido por cueros de buey permanentemente mojados.
Eso era solamente el lado
defensive
del asunto, prosiguió Arn, ansioso al ver que realmente había captado el interés de Eskil. Puesto que su hermano no entendió la palabra, tuvo que interrumpirse y comentar el vocablo un momento con el monje; acordaron decir que era la parte de la defensa que se quedaba quieta, en la que uno sólo se defendía.
La otra parte era atacar uno mismo. Sería preferible hacerlo con jinetes y mucho antes de que el enemigo llegase al asedio, puesto que era una empresa grande y lenta arrastrar todo un ejército de asedio hasta Arnäs. En el camino serían atacados constantemente los almacenes del enemigo por jinetes más rápidos que los suyos y eso reduciría tanto su fuerza como sus ganas de luchar. Y a la semana de asedio, cuando hubiese disminuido la atención del enemigo, de repente se abrirían las puertas de la fortaleza y saldrían atacando los jinetes completamente armados, arrebatando muchas más vidas de las que perderían. Arn dibujó unas líneas vigorosas en el suelo con el puñal.
Eskil se perdía cada vez más en la narración de cómo se llevaban a cabo las guerras en otros países en comparación con el Norte. Seguía los pensamientos de Arn, en cuanto a que lo que ya existía en el mundo, tarde o temprano llegaría a Götaland Occidental. Por tanto, sería mejor aprender lo nuevo antes que el enemigo y hacerse con la fuerza. Pero ¿cómo se lograría además de con todas esas construcciones?
El conocimiento es un factor muy importante, y tanto él como muchos de sus invitados viajeros lo poseían, replicó Arn.
El otro factor era la plata. Tal y como se montaban las guerras en el gran mundo, el que más plata tenía era el más fuerte. Un ejército no vivía del aire o de la fe, aunque ambos eran necesarios, sino de alimentos y armas que tenían que comprarse. La guerra en estos tiempos nuevos era más un negocio que la voluntad de defender la vida y las propiedades de familiares y amigos. Detrás de cada hombre armado y ataviado con una cota de malla había cien hombres que cultivaban cereales, conducían los carros de bueyes, preparaban el carbón para las herrerías, forjaban armas y armaduras, las transportaban por los mares, construían las naves y las hacían navegar, herraban los caballos y los alimentaban, y detrás de todo ello estaba la plata.
La guerra ya no consistía en dos linajes de campesinos que se disputaban el honor o el derecho a llamarse rey o canciller. Era puro negocio y el más grande que existía.
Quien manejaba ese negocio con sentido común, plata y conocimientos suficientes podría comprar la victoria en caso de guerra. O mejor aún, comprar la paz, puesto que quien se hubiese fortalecido no sería atacado.
Eskil enmudeció cuando de repente comprendió que él mismo y sus negocios podrían significar mucho más para la paz y la guerra que todos sus guardias juntos. Tal vez el monje y Arn interpretaron mal su silencio pensando que se había cansado de tantas preguntas y se prepararon para montar de nuevo.
Ese día visitaron tres canteras antes de que Arn y el monje encontraran lo que buscaban en la cuarta, una que era de piedra arenisca y donde recientemente habían empezado a excavar. Había pocos canteros, pero en cambio tenían todo un almacén de bloques de piedra que aún no se habían vendido.
Con eso se ganaría mucho tiempo, explicó Arn. La piedra arenisca en ocasiones podía ser demasiado blanda, especialmente para las paredes, que podían ser atacadas con pesados arietes. Pero en Arnäs no hacía falta prepararse para ese tipo de ataque, ya que la fuerte pendiente del cabo acababa cerca de la muralla y allí no podían colocar los arietes. Y en el este, hacia la fosa y el puente, la tierra era demasiado blanda y pantanosa. La piedra arenisca, por tanto, sería suficiente.
Además, existía la ventaja de que esa piedra se cortaba y se pulía mucho más de prisa que la piedra caliza, por no hablar del granito, y ya había una buena cantidad que podían usar para construir sin demora. Eso era bueno. La elección de la piedra correcta podría significar una diferencia de más de un año de trabajo, o sea, que sopesándolo todo, seguro que ésa era la mejor piedra.
Eskil no tuvo nada que objetar, y a Arn su hermano le pareció inesperadamente dócil cuando asintió a todas las decisiones acerca de los trabajos que se harían la semana siguiente y de dónde y cómo buscarían nuevos canteros.
Sin embargo, se quejaba de tener una sed terrible y miró extrañado al hermano Guilbert cuando éste le entregó la bota de cuero con agua tibia.
El siguiente viaje no era mucho más largo, sólo a dos días de Arnäs hasta Näs, en la isla de Visingsö, en el lago Vättern. Para Arn, sin embargo, éste era el viaje más largo de su vida. O bien, según él lo veía, el fin del viaje que había durado casi toda su vida.
A ella le había formulado el juramento sagrado de que mientras respirase y mientras su corazón latiese, él volvería. Incluso había jurado por su espada templaría recién consagrada un juramento que jamás podría romperse.
Ciertamente sonreía cuando intentaba imaginarse a sí mismo por aquel entonces, con diecisiete años y sin una sola cicatriz de guerra en el cuerpo ni en el alma. Había sido un loco como sólo lo son los ignorantes. También podría reírse con sentimientos contradictorios al pensar que un joven —un Perceval, como lo llamaba el hermano Guilbert— con la mirada ardiente hubiese jurado sobrevivir los veinte años de guerra en Outremer. Y siendo un templario. Era un sueño imposible.
Pero en este instante no se sonreía ante el pensamiento del sueño imposible, puesto que se estaba cumpliendo.
Durante esos veinte años había rezado todos los días, bueno, tal vez no todos los días, durante las campañas o las largas batallas cuando la espada estaba antes que la oración, pero casi todas las noches había suplicado a la Virgen que mantuviera su mano protectora sobre Cecilia y el hijo para él desconocido. Lo había hecho, y sin duda lo había hecho con alguna intención.
Mirándolo de ese modo, cosa que sería de lo más lógico por mucho que se estrujara los sesos, ya no tendría que temer por nada en el mundo. Era Su santa voluntad volverlos a unir. Ya estaba ocurriendo así, pues entonces ¿de qué preocuparse?
De muchas cosas, pensó al obligarse a reflexionar acerca de cómo sería. Amaba a una doncella de diecisiete años llamada Cecilia Algotsdotter y entonces como ahora, en boca de un Folkung, la expresión amar a una persona resultaba inapropiada y además constituía casi una burla del amor a Dios. También ella había amado a un joven de diecisiete años que era otro Arn Magnusson distinto del de ahora.
Pero ¿quiénes eran ahora? Había pasado por muchas vicisitudes durante más de veinte años de guerra. Y algo parecido le habría ocurrido a ella durante los veinte años de penitencia que había pasado en el convento de Gudhem bajo las órdenes de una abadesa detestable, según decían.