Renacer (10 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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«Siempre quisimos saber por qué cazaba espectros —me dije—. Creo que pronto lo averiguaremos».

Me deslicé por la torre norte, investigando conforme me iba desplazando. Vi sobre todo a vampiros que holgazaneaban en sus habitaciones, saboreaban sangre y fanfarroneaban sobre el sexo que habían tenido durante las vacaciones de verano, y algunas habitaciones en las que eran humanos los que holgazaneaban, saboreaban patatas fritas y fanfarroneaban, con menos éxito, del sexo que habían tenido durante las vacaciones de verano. De haber tenido cuerpo, se me habrían quedado los ojos como platos.

Entonces llegué a una habitación donde los dos moradores estaban sentados a ambos lados de un tablero de ajedrez. Sonreí.

—El peón ahora es la reina, pequeño —dijo Vic—. ¡Toma ya!

—Tu espíritu es tan malo como tus estrategias. —Ranulf frunció el entrecejo mientras pensaba qué pieza mover a continuación.

Me hice presente con solo desear adoptar una forma visible. Tanto Vic como Ranulf dieron un brinco, pero luego sonrieron ambos.

—¡Hola, doña espectro!

Vic se levantó de su asiento, como un caballero de los de antes.

—¿Cómo va todo?

—No es para tirar cohetes —admití—. ¿Y qué tal vosotros?

—Estamos compitiendo por la apetecible litera más alejada de las ventanas, la que tendrá menos corriente de aire en invierno —dijo Ranulf—. Además, el iPad de Vic se empleará para ver la película que elija el ganador. Hay mucho en juego.

—En otras palabras, todo va bien. —Vic se interrumpió—. Por lo menos en esta habitación. En la sexta planta encontrarás a dos tipos que se lo están pasando de lo lindo.

—¿La señora Bethany ha permitido que compartan habitación?

Balthazar había dicho que se lo propondría, y, dada la actitud de los otros vampiros hacia Lucas, resultaba lógico que la señorita Bethany hubiera accedido. De todos modos, me tranquilizó verlo confirmado.

—Bueno, en todo caso, algo es algo.

Por unos segundos, Vic permaneció anormalmente callado. Evitó mi mirada y se dedicó a escrutar el póster anticuado y
kitsch
de Elvis Presley que había colgado en la pared. Luego dijo:

—Debería haberme presentado voluntario para compartir habitación con Lucas. Necesita tener a sus amigos a su lado, lo sé, pero es que…

—No, Vic, tranquilo. Lucas debe estar con Balthazar porque le surgirán muchas dudas que solo un vampiro con más experiencia puede resolver.

Había otros motivos por los que Vic no necesitaba compartir habitación con Lucas en ese momento, pero recordárselos no hacía bien a nadie.

—No es eso lo que quiero decir. Quiero que Lucas sepa que creo en él, ¿sabes?

—Lo sé, pero dale tiempo. No te precipites.

Vic asintió y no dijo nada más. La situación parecía a punto de volverse incómoda cuando Ranulf deslizó triunfalmente su reina por el tablero.

—Creo que la litera de arriba será mía.

—¡Oh, no, tío!

Vic hizo una mueca y tuve que sonreír a pesar de mi estado. Tras despedirme con un gesto, me volví a desvanecer y subí más arriba, a la sexta planta. Después de mirar por unas cuantas habitaciones, encontré la de Lucas y Balthazar. Los dos dormían ya.

No era raro que estuvieran ya en la cama: aquel día había tenido que ser agotador y traumático para ambos. No creí que hubieran abierto siquiera su equipaje. El lado de Lucas era tan espartano como siempre, y Balthazar parecía haber dejado de instalarse en el momento en que había colocado una cajetilla de cigarrillos y un mechero en el alféizar de la ventana. Balthazar, casi demasiado corpulento y alto para caber en la litera, estaba hecho un ovillo de cara a la pared. Lucas, siempre en actitud de lucha, dormía boca arriba, con las manos grandes y cubiertas de cicatrices encima del edredón, para poder asir el arma al instante en caso necesario. Las únicas veces en que dejaba de lado esa costumbre eran las noches en que dormía abrazado a mí.

Pese a que sabía que necesitaban descansar, me sentí mal por no haber podido ver de nuevo a Lucas, aunque solo fuera para decirle buenas noches.

Luego me acordé de algo que Maxie me había enseñado antes de la muerte de Lucas y sonreí. Tal vez le podría dar las buenas noches a fin y al cabo.

Me concentré en el cuerpo dormido de Lucas con la esperanza de que estuviera soñando. Si no lo recordaba mal, era como zambullirse en una piscina: meterse hacia abajo, hacia dentro, toda yo convertida en una sola línea compacta.

Al instante me encontré sumida en el sueño de Lucas.

El entorno me resultaba familiar: era la habitación de los archivos situada en lo alto de la torre norte. Algunas telarañas rotas nublaban los rincones de la estancia, y había unas páginas de color sepia diseminadas de un lado a otro. La señora Bethany solo la usaba para archivar aquello que ya no necesitaba, cuadernos de notas de 1853 y cosas por el estilo.

Sin embargo, en los últimos años, habían ocurrido muchas cosas en ese lugar. Allí Lucas había luchado y matado a Erich, el vampiro que acechaba a Raquel. Allí Balthazar y yo habíamos buscado pistas sobre el plan final de la señora Bethany. Y era allí donde Lucas y yo nos habíamos reconciliado después de que él se hubiera enterado de que yo era hija de vampiros. Él me había aceptado tal como era, del mismo modo que yo lo había aceptado a él.

«Algo bueno —me dije—. Sobre todo considerando la de cosas que han cambiado desde entonces».

Lucas permanecía de pie junto a la ventana mirando el cielo nocturno. Llevaba el cabello un poco más largo, como cuando nos conocimos. Sonreí al darme cuenta de que yo ahora tenía cuerpo, o lo que fuera que uno tenía en el mundo de los sueños. Eso significaba que podía tomar a Lucas en mis brazos, y que podíamos compartir todo aquello de lo que nos veíamos privados en nuestras horas de vigilia. En sueños, podríamos estar solos y a salvo.

En cuanto me aproximé a él, observé que llevaba una estaca en la mano. «Qué raro», me dije. Entonces se abrió la puerta que teníamos detrás.

«Toc, toc».

Para mi asombro, Erich entró por la puerta.

—¿Raquel? Gracias por la invitación. Sabía que no podías esperar para verme.

Su expresión anhelante cedió al enojo cuando vio a Lucas en la ventana. No sabría decir si a mí me veía o no.

—¿Qué diantre pintas tú aquí?

—Esperando a ver si he imitado lo bastante bien la letra de Raquel para hacerte subir hasta aquí —dijo Lucas.

Pasó a través de mí sin dirigirme una sola mirada. Por lo visto, yo no intervenía en el sueño.

—Y parece que así ha sido.

—¿Así que me has gastado una especie de broma estúpida? ¿Acaso eres maricón o algo así?

—Si lo fuera, sería tu día de suerte. —Lucas rodeó a Eric con todo el cuerpo tenso y dispuesto. En cuanto estuvo entre él y la puerta, dejó que Erich viera la estaca—. Pero no es tu día de suerte.

—La Cruz Negra —masculló Erich.

—Vampiro —dijo Lucas con una rabia tan intensa que parecía reverberar en sus huesos.

Arremetieron el uno contra el otro, presa y cazador. Grité cuando cayeron al suelo mientras las manos de Erich se cerraban en torno a la garganta de Lucas. Jamás había dudado de que Lucas había hecho lo que tenía que hacer, pero nunca me había dado cuenta del peligro al que se había expuesto. ¡Qué temor debía de haber sentido para seguir teniendo pesadillas!

Mientras Lucas y Erich forcejeaban, la pulsera de cuero rojo de Raquel cayó al suelo. Seguramente estaba en el bolsillo de Erich. Lucas echó bruscamente a un lado a Erich y dijo con voz entrecortada:

—¿Así que ahora te llevas recuerdos? ¿Marcas a la presa?

—Raquel será mía —replicó Erich. Los colmillos desplegados le deformaban la sonrisa—. Hace semanas que la tendría si esa estúpida novia tuya no se hubiera entrometido.

—Entonces, llego justo a tiempo.

Lucas le propinó una patada a una de las altas pilas de cajas viejas que se desplomaron sobre Erich. Sin embargo, este, como cualquier monstruo de pesadilla, de pronto aparecía en otro lugar y atacaba a Lucas desde otra dirección.

—¿No sabes que tu novia también es una de nosotros? —le provocó Erich mientras asía a Lucas por la garganta—. ¿O eres tan estúpido como para no darte cuenta de que te estás tirando a un vampiro?

—¡Deja a Bianca fuera de todo esto! —exclamó Lucas con voz ahogada mientras se apartaba de él.

Erich se limitó a sonreír.

—No pienso dejarla fuera. De todo lo que yo te haga aquí arriba, ella recibirá el doble. Antes de que termine, tú estarás muerto, y ella, peor que muerta. Mucho peor.

Aquello hizo perder los estribos a Lucas; su concentración en la lucha flaqueó al dejarse llevar por la ira.

—Nunca permitiré que le hagas daño.

Arremetió contra Erich con un golpe salvaje. Este se zafó con la velocidad extraordinaria de las pesadillas.

«Es un sueño —me obligué a recordar—. Puedes aparecerte en los sueños de Lucas. Entra y cámbialo. Elimina este sueño, hazlo por los dos».

—¿Lucas? —exclamé mientras me atrevía a entrometerme en la pelea. No parecía que Erich pudiera herirme—. Lucas, soy Bianca. Mírame. ¡Mírame!

—Yo diría que está ocupado —dijo Charity.

Me volví y me la encontré sentada sobre otro montón de cajas, con un vestido de color grisáceo y el cabello revuelto y enmarañado. Tal como estaba, podría haber pasado por una de las gárgolas, la más monstruosa posible. Charity me sonrió; los ojos le brillaban en la oscuridad como si fuera un gato.

Lucas, claro está, también soñaba con ella. Ella lo había matado. Me pregunté cuántos monstruos más tendría que eliminar de los sueños de Lucas para obtener unas pocas horas para nosotros.

—¡Lucas! —grité.

Me metí en la pelea, interponiéndome entre Lucas y Erich.

—¡Mírame!

—¿Bianca? —Lucas estaba horrorizado—. ¿Qué haces aquí?

Eric me tomó por detrás con sus manos, fuertes como el hierro.

—¡Eh, Lucas! ¿Quieres ver cómo sufre tu novia?

—¡No!

Lucas me agarró y me echó atrás. La pelea parecía totalmente real.

—Lucas, no puede matarme —le dije, al tiempo que intentaba librarme de Erich. Sus dedos parecían garras clavándose en mi carne; resultaba difícil pensar que todo aquello no era real—. Y tampoco puede hacerte daño a ti. Es un sueño. ¿No te acuerdas?

No me oía. Era presa del pánico, y temía más por mi vida que por la suya.

—¡Bianca, aguanta!

Lucas seguía intentando clavarle la estaca a Erich, pero este me zarandeaba de un lado a otro, sirviéndose de mi cuerpo para impedirlo.

—Serás tú quien la mate, cazador. —Se mofó Erich—. La quemarás para aplacar el dolor. ¿Recuerdas los viejos cuentos que te contaban en la Cruz Negra? ¿Lo de la peor tortura que puedes infligir a un vampiro? Empapar las estacas en agua bendita y clavarlas profundamente para que el agua pase a la sangre. De este modo quedan paralizados para siempre. No pueden despertar, ni moverse. Se quedan tumbados con la sensación de estar ardiendo por dentro para toda la eternidad.

—Nunca he hecho tal cosa —respondió Lucas con la respiración entrecortada—. Ni siquiera a la chusma como tú. En tu caso, me limitaré a matarte.

—Yo lo probaré.

Erich hablaba muy cerca de mi cara; sentía en la nuca su frío aliento de no muerto.

—Se lo haré a Bianca. Será como la Bella Durmiente, aunque tú sabrás que no duerme. Sabrás que se consume para siempre. Nadie podrá oír sus gritos, pero apuesto a que tú sí.

—No tendrás ocasión —le replicó Lucas, aunque yo me di cuenta de que su temor había aumentado. Si estaba en juego su vida, era capaz de mantenerse sereno; si se trataba de mí, perdía los nervios.

Finalmente embestí y conseguí librarme de la presa de Erich. Sentí en el hombro unos arañazos que me produjeron un intenso dolor. Supuse que se trataba de las uñas de Erich. Pero no hice caso y caí. Lucas se lanzó contra Erich y ambos cayeron. Entonces la lucha se volvió feroz, y la sangre de las heridas salpicó la pared de piedra.

La sangre plateada y brillante se me escurría entre las yemas de los dedos. Reluciente, se mezclaba en el suelo con la sangre roja de Lucas de un modo que resultaba hermoso, casi hipnótico.

«¡Lárgate de aquí!», me dije. Estaba muy asustada.

—Oh, ¡esto ha sido divertido! —Charity se reía desde su sitio en lo alto de las cajas. Batía las palmas como una niña pequeña viendo llegar su pastel de cumpleaños—. ¡Sálvala, Lucas! ¡Sálvala mientras puedas! O… ¿es que no puedes, quizá?

La cara de Lucas adoptó una expresión que reconocí a pesar de haberla visto solo en una ocasión. Nunca la olvidaría: era la misma mirada de auténtico suplicio que tenía junto a mi lecho de muerte el día en que morí.

Entonces me di cuenta de que no lo podría sacar de aquel recuerdo. No podía hacer nada en ese sueño, salvo convertirlo en algo más aterrador para Lucas. Tenía que marcharme.

Me alejé de aquella visión. Me aparté de él. Cuando volví a ver, me encontré de pie en su habitación a oscuras, junto a su cama. Lucas se agitó entre las sábanas, y luego se desplomó pasando de la pesadilla a un descanso más profundo y sin sueños.

«Al menos ha terminado», me dije. Sin embargo, incluso con mi apariencia etérea sentía dolor físico, algo que no me había ocurrido nunca. Confusa, me miré el hombro escocido y dolorido.

En mi piel todavía podían apreciarse las señales de los arañazos de Erich, y en cada una de ellas brillaban unas gotas de sangre plateada.

Capítulo siete

A
bandoné el dormitorio atravesando la puerta y recorrí el pasillo como si fuera mortal. Sin duda había transcurrido más tiempo del que creía, porque casi todo el mundo estaba en silencio, dormido o, por lo menos, dispuesto para pasar la noche. Aunque tenía muchas ganas de volver a ver a Vic y a Ranulf con la débil esperanza de que me animaran, no quería despertarlos por motivos meramente egoístas.

De hecho, pensé, excepto ellos, no había nadie en el mundo con quien poder hablar, a quien ver siquiera, sin provocarle dolor.

«¿Cómo lo hemos podido echar todo a perder de este modo?», me pregunté mientras bajaba por la larga escalera circular de piedra. Oía el crujido del hielo a mi alrededor. Estaba dejando rastro, pero en ese momento no me importó mucho. «Lo único que queríamos era estar juntos y vivir de forma sincera, sin mentiras. ¿Cómo era posible que saliera herida tanta gente?».

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