Renacer (13 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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Ese fin de semana podría haber ido en el autobús a Riverton, por encima de la cabeza de Lucas, pero coincidimos en que de hacerlo tal vez acabaría helando las ventanas. En lugar de eso, él se llevó el broche para que yo pudiera acudir a su lado en cuanto llegara. Lucas se llevó además una chaqueta de más y unos pantalones de chándal; de ese modo, si como siempre en el cine éramos los únicos alumnos de Medianoche, yo podría adoptar mi forma sólida y los dos estaríamos como antes. Tal vez incluso podríamos besarnos apasionadamente. Eso lo estaba deseando.

Mi impaciencia no hizo más que ir en aumento durante la media hora que siguió a la partida del autobús. Se me hizo una eternidad esperar sin hacer nada en el tejado junto a una de las gárgolas mientras dejaba que la lluvia fina me atravesara. Sabía que no tenía sentido acercarme a Lucas hasta que estuviera por fin en Riverton, pero tenía muchísimas ganas de llegar allí. Sobre todo, a ese cine, el sitio al que habíamos ido en nuestra primera cita. Aquel recuerdo me resultaba tan grato que podía imaginarme las molduras doradas de las paredes, las cortinas de terciopelo rojo, los carteles…

Un momento. ¿Y si aquel recuerdo fuera tan preciado para mí como para estar vinculada a él? ¿Y si fuera uno de esos lugares a los que podía viajar al instante y por donde vagar después de mi muerte?

Entonces decidí que merecía la pena intentarlo. Me desvanecí ligeramente, me desprendí del mundo material que me rodeaba en la escuela y visualicé el cine con todos los detalles que mi mente recordaba. Traté de verlo todo, el mobiliario, la estructura de la sala, y deseé que tomara forma a mi alrededor.

Y allí aparecí.

¡Sí! De haber tenido un cuerpo sólido, habría hecho un gesto elocuente de triunfo. El cine no había cambiado en absoluto. Ahí estaba la anticuada máquina de palomitas, una pequeña caja de latón con un indicador de líneas rojas y blancas. Y, más allá, la alfombra de dibujos ondulantes, tan gruesa y mullida que deseé tener pies para poder hundirme en ella. Según la cartelera iluminada, la película del día era
Atrapa a un ladrón
, con Cary Grant. Glamur absoluto, romance total. ¿Se podía pedir algo mejor?

Bueno, sí, pensé. Parecía que sería una sesión muy concurrida, por lo que Lucas y yo no tendríamos ocasión de estar mucho a solas. La película no empezaba hasta al cabo de media hora, y ya había gente sentada, aunque no dejaban de volver la mirada con inquietud hacia la puerta en la que yo me había materializado, mirando a través de mí, en busca de alguien…

Entonces me di cuenta. Reconocí a algunos de ellos, incluyendo, en primera fila, a Kate.

«La Cruz Negra». El terror me asaltó con tanta fuerza que creí que me volvería de hielo. «Han averiguado adónde se fue Lucas tras convertirse en vampiro y han recordado las excursiones a Riverton de la época en la que espiaba para ellos. No se trata de un puñado de gente como el que había convocado en Filadelfia: es toda una partida de caza de la Cruz Negra.

»Tienen totalmente vigilado el lugar. Están esperando con la intención de matarlo».

Salí a toda prisa al vestíbulo; seguramente habría helado una de las puertas de cristal, pero no me importó. La Cruz Negra no iba tras de mí. Si no avisaba a Lucas a tiempo, se abalanzarían sobre él en cuanto entrara en el cine. Y entonces ni siquiera su fuerza y su habilidad para luchar le salvarían de una docena de cazadores de vampiros,

Conforme me dirigía por la calle hacia la plaza del pueblo, observé que la partida del cine no era la única. Sentada en un restaurante, sin prestar la menor atención al plato de patatas fritas que tenía delante, se encontraba Eliza Pang, la cabecilla del comando de Nueva York. Y, lo peor de todo, Raquel y Dana acechaban en un callejón cercano a la plaza.

El autobús de Riverton se detuvo y los estudiantes empezaron a apearse. Yo solo tenía ojos para Lucas, así que no reparé en los demás, que reían y hablaban y pasaban a través de mí sin tener la menor idea de que me encontraba allí.

Lucas fue de los últimos en bajar. Parecía muy aturdido, casi débil. Sin duda, la corriente de agua le había afectado mucho.

—¿Estás bien, chaval? —le preguntó el conductor.

—Estoy bien. Enseguida me tomo un café. Me sentará muy bien —respondió Lucas.

En realidad, lo que quería decir era que se sentaría un rato en la cafetería sin que nadie lo molestara. Creía que yo me uniría a él en el cine y no quería que lo viera tan débil.

«¡No importa! ¡Busca un sitio apartado para que te pueda advertir!». Yo no veía a ningún cazador de la Cruz Negra en la cafetería, pero eso no significaba que no hubiera un par que yo no conociera. Me apresuré hacia él con la esperanza de poder hablarle al oído antes de que entrara en algún sitio.

Pero entonces yo… Me detuve. Me quedé ciega. Completamente perdida.

En un instante me resultó imposible ir hacia delante, hacia atrás, subir o bajar. No podía ir a ninguna parte. ¡Era una trampa! Asustada, recordé la espeluznante caja negra de Medianoche, pero aquello era distinto. En lugar de sentir una atracción firme e inexorable, me había quedado paralizada. La misma diferencia que había entre hundirse en arenas movedizas y quedarse atrapado sin más en un ascensor. Bueno, más bien en un ascensor con las luces apagadas.

¿Era cosa de la Cruz Negra? ¿Nos perseguían a ambos? ¿Qué estaba ocurriendo? Lo único que sabía era que aquella inmovilización, o lo que fuera, me impedía avisar a Lucas de que se hallaba ante un terrible peligro.

Entonces vi un único círculo brillante que se abría ante mí, titilando como un charco a la luz de la luna. Me asomé con cuidado y vi a mi captor mirándome con espanto.

—¿Bianca?

—¿Patrice?

Capítulo nueve

—¿B
ianca?

Patrice parecía tan pasmada como yo. Era como si su cara ocupase todo el cielo, o el techo, o lo que fuera que se cernía sobre mi cabeza en aquel lugar negro y carente de forma.

—¿Eres…? ¿Te has convertido en un espectro?

—¡Patrice! ¡Ahora mismo no tengo tiempo de explicártelo!

—Dado que las dos estamos muertas, tenemos todo el tiempo del mundo —replicó Patrice con expresión sombría. El antiguo resentimiento entre vampiros y espectros entró en juego—. Toda la eternidad, en realidad. Empecemos por cómo has muerto.

—¡La Cruz Negra está en Riverton! ¡Si no me liberas ahora mismo, matarán a Lucas y a cualquier otro vampiro que encuentren, tal vez incluso a ti!

La extraña trampa como de alquitrán que limitaba mis movimientos me abandonó tan súbitamente que tuve la impresión de salir disparada. Me pareció que las luces estallaban a mi alrededor, pero solo se trataba del fuerte contraste de las farolas del centro de Riverton con la oscuridad que me había rodeado. En cuanto me hube ubicado de nuevo, me di cuenta de que me encontraba delante de Patrice en un callejón que daba a la calle principal. Sostenía un pequeño espejo de maquillaje, que ahora estaba cubierto de hielo. Yo debía de ser visible, aunque solo un poco: cuando extendí la mano solo vi el suave contorno gris de los dedos y la palma de la mano. Nadie me vería si no sabía adonde mirar.

Patrice sí lo sabía. Tras parpadear un par de veces, se recuperó del asombro.

—¿Dónde están? —dijo—. Dímelo, rápido.

—En el cine. En el restaurante. No sé dónde más. Lucas ha ido a la cafetería; tenemos que alcanzarlo antes que ellos.

Ella atravesó la calle a toda prisa, como si fuera su propia vida la que estuviera en juego y no la de Lucas. Yo la seguí, pero más lentamente. La retención me había afectado mucho y necesitaba tiempo para recuperar las fuerzas, un tiempo que Lucas no tenía.

Patrice llegó a la cafetería cuando yo aún me encontraba a un par de metros. No abrió la puerta sin más, sino que irrumpió en el local con una agitación que hizo que la mayoría de la clientela levantara la vista para ver la causa del revuelo. Lucas fue uno de ellos; estaba sentado en una de las butacas de terciopelo verde, con la cabeza apoyada en las manos. Miró a Patrice estupefacto y ella le indicó con un gesto de la mano que se marchara rápidamente.

En ese momento los cazadores me bloquearon la visión.

Kate. Eliza. Milos. Había diez o quince más a los que no conocía, pero todos tenían el poderío físico de los combatientes de la Cruz Negra. Seguramente alguien les había informado de la presencia de Lucas en la ciudad y les había indicado dónde se encontraba. Patrice y yo habíamos llegado demasiado tarde.

«Oh, no —pensé—. No, por favor».

—Preparad las armas —ordenó Kate.

Sus palabras cayeron con el peso y la rotundidad del hierro. Había ido allí para matar a su hijo, y la trascendencia de dicha acción le confería un halo frío a su mirada. En el momento en que los cazadores se llevaban al hombro las ballestas, Lucas se levantó, se dirigió hacia Patrice para marcharse… y vio a su madre. Se dio cuenta de que el ataque estaba a punto de producirse y que no podía hacer nada para impedirlo.

Lo cual significaba que todo estaba en mis manos.

Adopté una forma fina y alargada y me convertí en una línea horizontal; imaginé que era la hoja afilada de una espada y ataqué.

—¡Fuego!

Kate gritó la orden en el preciso instante en que yo me desplomaba sobre los cazadores. Fue sin duda un golpe gélido y rápido, porque todos empezaron a gritar y la mayoría disparó a ciegas, de modo que las flechas dieron en el suelo o en las paredes próximas. Con todo, al menos una atravesó la ventana de la cafetería, que se hizo añicos. En el interior la gente chillaba y vi que en la calle el pánico comenzaba a extenderse entre los transeúntes.

«¡Lucas!». No lo veía. Aunque deseaba con todas mis fuerzas averiguar si estaba bien, sabía que tenía que poner fin a todo aquello antes de que alguien saliera herido. Todavía me sentía débil, pero debía hacer todo lo que pudiera.

Los cazadores ya se estaban reagrupando. A pesar de que unos pocos se habían doblado de dolor con mi golpe, ahora se incorporaban y se preparaban para otro ataque. Lo primero que se me ocurrió fue volver a poseer a Kate para ordenarles que se detuvieran. ¿Podría hacerlo? Si, tal como había supuesto antes, la clave era la desesperación, entonces sí, lo haría. Pero al tratar de arremeter contra ella noté que había algo que me rechazaba y me detuve.

«Pero ¿qué…?». Entonces descubrí la media docena de anillos de cobre que brillaban en sus dedos. El cobre, como todos los minerales que pueden encontrarse en el cuerpo humano, repelía a los espectros. Por lo que tenía entendido, la Cruz Negra sabía muy poco sobre nosotros, pero Kate, al parecer, sabía lo bastante para evitar ser poseída. Podría atacarla, pero nunca podría volver a apropiarme de su cuerpo.

Así pues, tendría que anularlos uno a uno.

Arremetí contra el cazador más cercano. Para golpearlo con mi puño convertido en hielo yo tenía que adoptar una forma sólida, lo cual no era buena idea; no solo me delataría ante un buen puñado de alumnos de Medianoche sino que además proporcionaría a la Cruz Negra un objetivo al que dirigir el ataque. Seguro que desde nuestro último encuentro habían buscado modos de herir o destruir a los espectros.

Finalmente, empecé a girar en torno a él convirtiendo el aire en un remolino y me concentré para estar cada vez más fría. Conforme aumentaba la velocidad, iba viendo que a él se le formaban carámbanos de hielo en las puntas del cabello y la barba. La piel se le amorató y empezó a gritar de dolor.

«Basta». Lo solté, oí que caía en un aparente desvanecimiento, y me precipité hacia otro cazador. Percibí vagamente la lucha que se desarrollaba a mi alrededor: Patrice la había emprendido contra Kate, combatiéndola a golpes con una ferocidad que yo jamás le habría atribuido. Lucas también estaba en el centro de la acción; gruñó con rabia al enfrentarse a Milos y arrojarse al suelo. Mi corazón estaba dividido entre la alegría de ver que Lucas estaba bien y mi temor por que aquel fuera el momento decisivo, la ocasión en que arrebatase una vida humana, un pecado que nunca se perdonaría.

En cualquier caso, lo mejor que podía hacer en ese momento para ayudar a Lucas era seguir luchando. Me forcé a convertirme de nuevo en un remolino y arrojé ráfagas cada vez más frías. Después de volver a girar en torno a la siguiente cazadora, esta se desplomó a causa de la congelación, la hipotermia, o lo que fuera que le hubiera provocado. Cuando me dirigía hacia otro, oí a Lucas gritar de dolor.

Me fue imposible mantenerme concentrada. Aterrada, miré atrás y vi a Lucas, que había sacado los colmillos y componía una expresión monstruosa, tumbado en el suelo mientras Milos levantaba una estaca. A Lucas la sangre le brotaba de un corte que tenía en la frente. Los dos estaban demasiado alejados; yo no podía llegar a tiempo.

Entonces Raquel salió corriendo de un callejón secundario próximo y golpeó a Milos en la cabeza con algo.

El humano cayó de rodillas, aturdido. Mientras yo contemplaba la escena sin acabar de dar crédito a cuanto veía, Raquel exclamó:

—¡Lucas, largo! ¡Ya!

—¿Qué demonios haces? —gritó Kate.

Sin embargo, entretanto, también había aparecido Dana y sostenía una ballesta apuntando directamente a Kate.

—Ya basta —dijo. Estaba tan agitada que le temblaba la voz—. Esto tiene que acabar.

Oí a lo lejos el sonido de las sirenas; alguien en Riverton había alertado a la policía.

Lucas se puso de pie con dificultad, seguía algo aturdido por el golpe en la cabeza pero ansioso por luchar y matar. Acudí rápidamente a su lado, incapaz de hacer otra cosa más que enviarle una fresca brisa en las mejillas, con la esperanza de que tal vez aquello le recordase quién era.

A mis espaldas, oí la voz de Kate estremecida de rabia:

—Vosotras dos lo lamentaréis.

—Hay tantas cosas que lamento… —respondió Raquel. Seguía situada entre los cazadores y Lucas—. ¿Qué importa una más?

—Maldita sea.

En un abrir y cerrar de ojos, Kate se desplazó hacia la izquierda y se echó la ballesta al hombro. Dana le propinó un golpe en el costado, de modo que la flecha salió desviada; por suerte, me dije, no heriría ni a Raquel ni a Lucas, pero entonces vi que iba directamente hacia una alumna de Medianoche que se había visto atrapada en la refriega, una humana que no lograría esquivarla.

Aunque el instante que siguió no duró más de una fracción de segundo, a mí me pareció que pasaba a cámara lenta. La flecha funesta rasgando el aire. Lucas, con su fuerza y velocidad de vampiro, corriendo directamente hacia la muchacha en peligro. El choque de los cuerpos, el pelo negro brillante de ella levantándose a su espalda, ambos cayendo al suelo… apenas a unos centímetros de la flecha, que dio en la pared y se clavó profundamente en la madera.

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