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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (17 page)

BOOK: Renacer
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Quería sentir de nuevo esa proximidad. Era consciente de que estaba ayudando a Lucas a anclarse en el mundo igual que él me ayudaba a mí; pero eso no significaba tener que guardar castidad para siempre, ¿no? Podíamos encontrar una solución. Con la pulsera puesta, no veía por qué tenía que ser tan difícil.

Lucas no había hecho ningún movimiento en ese sentido desde nuestro primer y terrible intento. En atención a lo traumático que había resultado, yo había respetado el hecho de que él necesitara mantener cierta distancia; sabía que él me amaba igual. Sin embargo, me dije que tal vez lo habíamos llevado demasiado lejos. Tal vez yo debiera dar el primer paso.

En cuanto oscureció, me colé por el lado de la torre de los chicos y penetré en la habitación de Vic y Ranulf. Los dos estaban cenando en un silencio lleno de camaradería: Ranulf tomando sorbitos de sangre en una taza de los Eagles, y Vic devorando una empanada Hot Pocket para microondas. Cuando me aparecí en su cuarto, Vic sonrió y me saludó:

—¡Guau, Bianca! ¡Qué bien que hayas venido! Estábamos a punto de ver una película de Jackie Chan. De las antiguas, de cuando hacía de malo, no de esas americanas en las que hacía reír.

—Ese tío es malo haga lo que haga —apuntó Ranulf.

—Es malo y siempre lo será —dijo Vic—. Y lo fue un poco más en
El mono borracho
. ¿Nos acompañas, Bianca? ¿Quieres verla?

—Bueno, la verdad —empecé a decir— es que esperaba que tal vez pudierais invitar a Balthazar aquí. Por un par de horas o algo así.

Vic asintió con un gesto de complicidad.

—Ya entiendo. Ha llegado la hora de colgar la corbata en el pomo de la puerta para no ser molestados. —Al ver que Ranulf fruncía el entrecejo, añadió—: Bianca y Lucas quieren estar solos.

—He captado perfectamente el simbolismo del pomo de la puerta y la corbata —dijo Ranulf.

—Espera, no —dijo Vic—. Eso no es lo que significa. Bueno, por lo menos, no creo…

La conversación estaba a punto de degenerar.

—¿Podríais pedírselo? Sería todo un detalle.

Vic sonrió.

—Dalo por hecho.

Al cabo de diez minutos, cuando subí a la habitación de Lucas, lo encontré solo; Vic y Ranulf habían pasado a recoger a Balthazar.

Lucas estaba rodeado por montones de libros, como si de golpe estudiara para todos los exámenes.

—¡Uau! —dije en cuanto tomé forma—. ¿Es que tienes un tsunami de deberes o algo así?

—Estudiar me ayuda —contestó Lucas con una expresión relajada—. Cuando estudio, me centro durante un rato en algo que está fuera de mi cabeza.

Los libros, los papeles y el portátil que tenía ante él, ahora parecían distintos; aquello me recordó de pronto a Lucas en el comando de la Cruz Negra, rodeado de sus armas de cazador. Su reciente interés por los deberes era otro modo de defensa para él; esta vez, de los demonios de su interior.

Esperaba poder ofrecerle otra estrategia.

—¿Crees que podrías dejarlo un rato?

Lucas levantó sus ojos verdes hacia mí, dirigiéndome una mirada tan cálida y líquida que hizo que casi me fundiera.

—¿Por ti? ¡Siempre!

—Estamos solos.

Le pasé la mano por el pelo; él cerró los ojos, disfrutando de la caricia.

—Tienes mis joyas, así que puedo permanecer corpórea durante un rato. Tal vez podríamos intentar estar juntos de nuevo.

No dijo nada durante un rato. Cerró su mano en la mía y sentí de nuevo la chispeante sensación de conexión de cuando no estaba sólida por completo: una sensación muy agradable, que me provocaba oleadas de placer. Me incliné para besarlo, pero justo antes de que nuestros labios se rozaran él dijo:

—No deberíamos.

—Lucas, ¿por qué no?

No me sentí rechazada; él irradiaba deseo y amor por mí. Pero no podía entender qué nos mantenía separados.

—Sé que la última vez no salió bien, pero ahora sabemos lo que ocurre. Lo que podemos hacer y lo que no.

En mi opinión, lo que podíamos hacer era mucho más interesante que lo que no.

—La necesidad de sexo y la necesidad de sangre van muy unidas, Bianca. En nuestro caso siempre ha sido así.

—Pero no son lo mismo.

Lo besé en la frente, en la mejilla, en la comisura de los labios. Él respiraba con fuerza, y yo sabía que lo deseaba tanto como yo, o tal vez incluso más.

—Ahora ya sabes que beber mi sangre te hace daño. Que tal vez puede destruirte. Eso significa que no vas a perder el control ni me vas a morder.

Lucas me tomó de las manos y me miró fijamente.

—Sé que beber tu sangre podría destruirme —dijo—. Y por eso temo que pueda morderte.

El silencio se interpuso entre los dos, tan pesado y horrible como la información que yo tenía que asimilar. Sabía que Lucas se esforzaba, pero no me había percatado de que su deseo de autodestrucción seguía siendo perentorio e intenso.

Seguramente mi rostro reflejó mi decepción, porque exclamó:

—¡Oh, Dios, Bianca! Lo siento. Lo siento mucho.

—Me has dicho la verdad —logré decir—. Eso es lo importante.

Lucas me abrazó con toda la fuerza de la que fue capaz dado mi estado semisólido.

—No pienso en otra cosa más que en poder estar contigo —me susurró con el rostro hundido en mi pelo—. Siempre. Si no recordara haber estado contigo, no sé cómo seguiría adelante. Pero a veces pienso que si pudiera poner fin a todo esto estando contigo sería lo más cerca que podría estar del cielo…

—Lucas, no.

—Nunca te haría algo así —dijo él—. Nunca. Pero, Bianca, no podemos.

Asentí y acepté la barrera que había entre nosotros. No era para siempre; solo hasta que Lucas aprendiera a controlar sus ansias de sangre y el terrible desprecio hacia sí mismo que la Cruz Negra le había inculcado. Pero ¿cuánto tiempo había de pasar hasta entonces?

¿Llegaría alguna vez?

Lucas, como si hubiera oído mis dudas, dijo:

—Algún día.

—Algún día —repetí. Era una promesa para él y para mí.

Bien entrada la noche, afectada aún por mi desengaño y la preocupación por Lucas, vagué por la zona principal del internado, que estaba vacía a esas horas. Incluso los vampiros dormían.

Me pregunté cuántos vampiros no culminaban su transformación. ¿Cuántos cedían al impulso del suicidio, de la sed de sangre, o de ambos? Supuse que el número era mucho mayor que el que mis padres me habían dado a entender. De nuevo sentí una enorme necesidad de estar con ellos. No solo los echaba de menos, sino que pensaba que si pudiésemos hablar, hablar de verdad, sin mentiras, tal vez averiguaría cómo ayudar a Lucas a sobrellevar su carga.

Puede que se debiera a mi concentración mientras pensaba en todo aquello, y el modo en que eso me llevó a las profundidades de mi mente, o tal vez fuera algún truco del lugar en que me encontraba, ya que las trampas y defensas y los pasillos de Medianoche creaban una especie de arquitectura espiritual. Fuera lo que fuera, de pronto percibí con intensidad que no estaba sola.

Notaba la presencia de espectros.

Se hicieron más presentes que nunca. No solo percibía que estaban ahí, sino que además era capaz de saber más o menos cuántos había. Eran por lo menos varias docenas. En mi conciencia cada uno resultaba distinto y a la vez parte de un todo, como las estrellas en el firmamento: puntos de luz diferentes que formaban constelaciones en torno a mí. Fue como ver el cielo nocturno por primera vez, como si hubiera permanecido ciega a su influjo durante toda la vida y ahora me sintiera súbitamente deslumbrada.

La diferencia, sin embargo, estribaba en que las constelaciones eran bellas y tranquilas, y lo que yo percibía a mi alrededor era desesperación y locura. En lugar de sentirme anonadada, sentí el abrazo gélido del miedo.

Algunos permanecían aislados, metidos en diminutas esquirlas entre las piedras o en el borde de los cristales de las ventanas. Parecían darse cabezazos contra la pared, contrayéndose y haciéndose daño solo para recordarse que continuaban existiendo.

Los que estaban atrapados eran los peores, porque solo podía percibir auténtico pavor. Ya no eran más que prolongados gritos sin palabras.

Y luego había unos pocos que permanecían muy juntos, y que me presintieron en cuanto yo advertí su presencia.

De nuevo empezaron las visiones.

En mi mente asomó una imagen de la señora Bethany. No era un producto de mi imaginación, sino una imagen que había sido proyectada en mi cabeza como una película en una pantalla. Había algo que literalmente le desgarraba de forma vívida los huesos, los tendones, la sangre y las entrañas; era la cosa más desagradable que había visto en mi vida. Noté la tensión en mi garganta y me vinieron arcadas, pero la imagen entonces ya ocupaba toda mi mente, y no podía apartarla de mí.

Los Conspiradores, así los llamé, repetían: «¡Ayúdanos!».

¿O qué? ¿Atacarían a la gente a la que quería sin más? ¿Me acosarían a mí? ¿Qué podía hacer un espectro contra otro? No tenía ni idea, pero en mi cabeza empezaron a desplegarse posibilidades terribles que pasaban a formar parte de la destrucción atroz de la señora Bethany.

Ella tenía la boca abierta, la mandíbula desencajada, pero en mi mente era yo quien profería aquel grito desesperado.

Entonces, un rayo de luz pareció colarse en mi sueño. La señora Bethany desapareció y las «constelaciones» se desvanecieron como si fuera de día.

Cuando pude volver a ver, Maxie estaba conmigo en el vestíbulo principal. Su camisón blanco flotaba levemente, mecido por una brisa invisible, de modo que ella parecía formar parte de la niebla del exterior.

—Me has salvado —dije.

—Los he apartado. Es cuanto puedo hacer. —Enarcó una ceja, como si resultara raro que ella tuviera que salvarme a mí de alguna cosa—. Por si no te habías dado cuenta, tú eres la chica de los superpoderes.

¿Qué otras cosas podía hacerle un espectro a otro? Ese nuevo y agudo terror me poseyó con la misma fuerza que antes lo habían hecho los Conspiradores. Me estabilicé lo mejor que pude, y adopté una forma más sólida.

—¿Acaso son… esbirros de Christopher? ¿Esbirros fantasmales o algo parecido?

—Christopher no tiene nada que ver con ellos —contestó Maxie—. Si lo fueran habrían desaparecido. Están demasiado atados al mundo humano para aceptar el hecho de que son espectros.

—Odian Medianoche —dije—. Odian a la señora Bethany. ¿Por qué no se marchan sin más?

Maxie se cruzó de brazos.

—Tú sigues creyendo que todos podemos hacer lo que tú haces. Pero no es así. La mayoría de los espectros no pueden desplazarse como tú, ni siquiera como yo. Han seguido a los humanos que les sirven de ancla precisamente por la fuerza de su vínculo; su instinto les urge a no abandonarlo. Y como ahora ya están muy mal, no son capaces de ir más allá de su instinto. De hecho, no piensan y punto. Solo orientan emociones hacia cualquier sitio.

—¿Qué les pasa?

—Así es como acabamos si no vamos con cuidado.

Con prudencia pregunté:

—¿Quieres decir que… nos volvemos locos?

—Nos trastornamos. Nos volvemos inestables. Se debe al hecho de permanecer en el mundo humano sin formar parte de él.

Me miró como diciendo que yo iba por el mismo camino.

—Tú llevas mucho tiempo con Vic, desde que él era pequeño —le dije. Vic era su punto débil, estaba dispuesta a servirme de ello.

Ella sonrió levemente cuando pronuncié su nombre.

—Los puedes observar. Incluso los puedes… querer. —Se le quebró la voz al decir esto último—. Pero no puedes vivir. El mal viene de engañarte y creer que sí puedes.

—Yo no me engaño —insistí.

—¿De veras? Bianca, si pudieras hablar con Christopher…

De nuevo fui presa del terror y sacudí la cabeza.

—No.

La habitual actitud sarcástica de Maxie pasó a ser una súplica genuina.

—Bianca, tú eres muy importante para los espectros. ¿Es que no te das cuenta? Las cosas que tú puedes hacer y los demás no… Significa algo. Tú eres importante. —Mi curiosidad empezaba a vencer al miedo, pero, cuando iba a preguntarle más cosas, Maxie adoptó una actitud desesperada, casi daba miedo, y dijo—: Te necesitamos.

—No sois los únicos que me necesitáis.

Salí deslizándome a toda prisa por el vestíbulo principal, temerosa de que fuera a alcanzarme. Pero me dejó marchar.

—¿Estás segura de querer aprender a hacer esto? —Patrice se cruzó de brazos, escrutándome con la misma severidad que la señora Bethany en los exámenes parciales.

La respuesta verdadera era que no, que no lo estaba. Aquello era, a su modo, tan espeluznante como entrenarse con la Cruz Negra: nunca resultó agradable aprender a atacar a seres como yo.

El único modo de liberarme consistía en adquirir poder. Y eso significaba aprender a defenderme de los espectros si era preciso.

—Empecemos —dije.

Patrice sacó la polvera.

—Para atrapar un espectro —comenzó—, primero tienes que detectar su presencia.

—Hecho. —Patrice me miró con enojo por haberla interrumpido, de modo que me expliqué—: Bueno, creo que en ese punto llevo algo de ventaja, ¿no te parece?

—Entiendo. Vale, ahora mira.

Abrió el espejo lentamente, con gestos exagerados, como si fuera una profesora de preescolar. De no haber sido la situación tan grave y el entorno tan espeluznante, me habría echado a reír. Fuera, una fuerte y fría lluvia llevaba cayendo todo el día, despojando el cielo de todo color que no fuera gris. Aunque Patrice había encendido las dos lámparas de su habitación, estas no lograban contrarrestar la penumbra del exterior. Una de las luces se reflejó en el espejo abierto, arrojando un pequeño destello que oscilaba en las paredes de piedra que nos rodeaban.

—Hay que abrir el espejo después de percibir la presencia del espectro, pero antes de enfrentarse a él. Esto no es como las trampas de la señora Bethany: un espectro puede resistirse a un espejo si sabe que va a ser atacado.

Mi diversión iba en aumento. Cuando empecé a sonreír, Patrice ladeó la cabeza, confusa.

—Lo siento —dije—. Es que resulta tan raro oírte hablar de atacar a la gente.

—¿Cómo dices?

—Bueno, ya sabes, ¿es que no te preocupa romperte una uña o algo así?

Patrice me miró enojada hasta que cayó en la cuenta de que estaba bromeando. Enarcó una ceja.

—¿Acaso tuviste la sensación que eso me preocupara lo más mínimo cuando les asesté una patada en el culo a esos de la Cruz Negra?

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