Renacer (7 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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—¿Adónde vas cuando te desvaneces?

Me encogí de hombros. Había muchas cosas que yo aún no sabía sobre mi nueva condición.

—A algún sitio del que puedo volver. Eso es lo único que importa.

Él asintió con cansancio. Al otro lado de la fina pared del hotel, oí a Balthazar despojándose de la ropa con brusquedad en la habitación contigua. Habíamos decidido pasar allí los últimos días antes de comenzar el semestre, porque los padres de Vic estaban a punto de regresar de Italia. Él ya iba a tener bastantes problemas para explicar el mal estado del césped de la parte delantera del jardín para que su madre y su padre descubrieran además a una plaga de vampiros en el sótano.

Por otra parte, debíamos mantenernos un poco alejados de Vic. De mutuo acuerdo, él y Lucas no se habían visto las caras desde el ataque. Aunque estaba claro que Vic se esforzaba por hacerse a la idea y asumir lo ocurrido, también era evidente que ello le llevaría un tiempo.

—¿Por qué tenemos que dormir los vampiros? No tiene mucho sentido.

Lucas se quitó las botas y los vaqueros. Al verlo solo con sus bóxers y la camiseta interior, me di cuenta de que su cuerpo había adoptado la belleza escultural de los vampiros. La camiseta acentuaba todos y cada uno de los fornidos músculos de su pecho.

El hecho de haber perdido mi cuerpo mortal no me impedía sentir deseo.

Apagué la lamparita que había junto a la ventana y corrí las cortinas para evitar que entrase el sol de la mañana. Aunque Lucas había comido lo bastante para que la luz no lo lastimara, era muy posible que el resplandor le molestara.

—Mi madre decía que los vampiros duermen por costumbre, que el cuerpo continúa haciendo lo que sabe que debería hacer. ¿Te has dado cuenta de que has vuelto a respirar? No dejarás de hacerlo, aunque estés profundamente dormido.

—Y eso a pesar de que nunca volveré a necesitar aire.

Lucas lo dijo con tono de chiste, pero no tuvo gracia. Me percaté de que se acababa de dar cuenta de que nunca más experimentaría el alivio de una buena y profunda inspiración, o de un suspiro sentido.

Se dejó caer en la cama, hundiéndose agradecido entre las almohadas de plumas. Seguramente podría haberse quedado dormido en segundos, pero yo tenía otros planes.

Quizá la voracidad de Lucas se podía canalizar de otro modo. Con otras necesidades. Con cosas con las que ser voraz no sería un problema, sino más bien lo contrario.

Intenté desabrocharme sigilosamente los pantalones del pijama de nubes blancas. Como en realidad no eran prendas sino más bien un recuerdo de las mismas, no estaba segura de poder quitármelas.

Pero lo hice. El pijama quedó arrugado en el suelo y, en cierto modo, desapareció. Deseé que regresara… aunque más tarde. Si todo iba bien, no iba a necesitarlo durante un buen rato.

Lucas enarcó una ceja.

Cuando me metí en la cama a su lado, sonrió levemente, la primera señal de satisfacción auténtica que veía en él desde su resurrección.

—¿Todavía podemos? —murmuró—. ¿Tú y yo?

—Averigüémoslo.

Me estrechó entre sus brazos. Aunque estábamos fríos al tacto, aquello resultaba natural para él y para mí, para los nuevos seres en que nos habíamos convertido. Unas delicadas líneas de escarcha bordeaban las sábanas que nos envolvían mientras nuestros labios se encontraban suavemente. Al principio, Lucas se sentía muy inseguro de sus reacciones y yo experimenté una ternura infinita hacia él.

Como si lo único que quisiera hacer fuera envolverlo, como una manta, y protegerlo de cuanto habíamos sufrido.

Él abrió la boca bajo la mía mientras enredaba los dedos en mi pelo. Lo único que yo llevaba puesto era la pulsera de coral que me mantenía corpórea y que hacía que todo aquello fuera posible.

«Lo hemos conseguido —me dije. Todos los obstáculos a los que nos habíamos enfrentado parecían haber desaparecido—. Hemos vuelto a donde empezamos. La muerte no ha podido arrebatarnos esto».

Nuestros besos eran cada vez más intensos y profundos. Las manos de Lucas seguían siendo sus manos, fuertes y conocidas. Me acariciaba del mismo modo. Yo experimentaba el placer de forma distinta; todo resultaba más suave, más difuso y, sin embargo, completo; y eso se debía, precisamente, a nuestra transformación. Conforme iba adquiriendo confianza y la pasión crecía entre nosotros, era como si mi gozo circulara a través de los dos.

Me puso boca arriba, pero entonces le cambió la expresión. Vi sus colmillos, comprendí y sonreí. Yo también sentía la necesidad de morder, no con la intensidad de otros tiempos, porque ahora no necesitaba sangre, pero en todo caso para mí sexo y colmillos siempre estarían unidos.

—Está bien —susurré contra su cuello mientras lo besaba—. Puedes tener hambre de esto.

—Sí —dijo él con voz ronca. Clavó sus ojos verdes en mí, en una súplica desesperada.

—¿Necesitas beber? —Me arqueé contra él y dejé caer la cabeza hacia atrás, dejando a la vista mi garganta. Lucas contuvo un grito—. Bebe de mí.

Con un gemido, hundió los dientes en mi cuello. De nuevo sentí el dolor verdadero de cuando se tiene un cuerpo, y eso solo ya resultó en cierto modo placentero. Lo agarré con fuerza por la espalda, rendida a sus ansias…

… y entonces se apartó bruscamente de mí gritando de dolor.

—¿Lucas? —Me incorporé apretando la sábana contra mí—. Lucas, ¿qué ocurre?

—¡Quema!

Se levantó torpemente de la cama agarrándose la garganta, tosió y luego escupió. Una sangre espectral de color plateado brilló en el suelo un instante antes de desaparecer. Noté el olor a humo y al instante encendí la lamparilla de noche; en la alfombra había un par de señales de quemaduras. Luego observé que las sábanas también estaban quemadas, había unas manchas de color café en el punto donde mi sangre había caído. Me llevé la mano a la garganta, pero la herida ya estaba cicatrizando. La piel se me cerraba bajo las yemas de los dedos, dejándome una sensación de hormigueo.

Durante unos segundos, nos quedamos mirándonos. Lo único que se me ocurrió decir fue:

—Ahora ya sabemos por qué los vampiros no beben sangre de los espectros.

—Sí.

Lucas se estremeció de dolor al hablar, y su voz se volvió ronca. Caí en la cuenta de que tenía quemaduras en los labios, la lengua y la garganta. Como era vampiro, se curaría pronto, pero no de forma instantánea. En ese momento, cualquier punto que tocásemos no era más que una fuente de dolor para él.

Tal vez viera la lástima en mis ojos, porque volvió la cabeza.

—Deberíamos dormir.

Abrió las sábanas de la otra cama.

—Lucas, estar juntos no siempre implica beber sangre. No lo olvides.

—Lo sé. —Se tumbó pesadamente en la otra cama, como si no pudiera soportar su cuerpo por más tiempo—. Bueno, ya encontraremos el modo.

Aunque quise contestar, me di cuenta de que no era el momento. Me limité a apagar de nuevo la luz y volví a escurrirme debajo de las sábanas, sintiéndome fría y sola en aquella cama ancha. Al cabo de unos segundos, me pareció innecesario mantener una forma sólida, así que me quité la pulsera y me sumergí en el vacío azulado y nebuloso.

Y pensar que había creído que la muerte no podía arrebatarnos nada…

—Es la última oportunidad para cambiar de idea —dije unos días más tarde, la mañana del primer día de clase mientras Lucas recogía sus escasas pertenencias. Por un instante, lamenté la ocurrencia; sería desastroso que Lucas cambiara de opinión, pues no habíamos elaborado un plan B.

Lucas, sin embargo, intentó seguir la broma.

—Bueno, y yo siempre quise conseguir un título. Supongo que después de la muerte también valdrá, ¿no? —Trató de sonreír para mí, pero sin mucho éxito—. ¿No te resulta raro no ir a clase?

En ese momento caí en la cuenta de que había muerto como una alumna fracasada de tercer año.

—Sí, un poco.

Aquellos días no habían resultado fáciles para nosotros. Habíamos tenido que sobrealimentar a Lucas con sangre, y él se negaba a salir de la habitación la mayor parte del tiempo. Yo me había aprendido de memoria el horario de las camareras del hotel, de modo que Lucas pudiera evitarlas. Él seguía pensando que Medianoche era un lugar demasiado peligroso para mí, y yo no sabía si darle la razón. Sin embargo, ¿qué otras opciones teníamos?

La luz del alba iluminaba los bordes de la cortina de la ventana cuando Lucas se puso el jersey del uniforme. Balthazar había pedido el uniforme de ambos por internet. Lucas se había vuelto algo más alto y bastante más musculoso que cuando había sido estudiante en Medianoche, así que el jersey le quedaba un poco ceñido, pero le sentaba muy bien.

—Estás muy guapo —dije—. Tu aspecto me recuerda a cuando nos conocimos.

—Cuando intentaba salvarte de los vampiros. —Lucas calló, luego se me acercó y me puso una mano en la mejilla—. Sabes que solo hago esto para poder volver contigo. Para merecerte, para aprender a actuar. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

—Y tú tendrás cuidado, ¿verdad? No correrás riesgos en Medianoche.

—Seré muy prudente.

Le cogí la mano y le besé la palma. A continuación, me quité la pulsera de coral y plata y me volví semitransparente mientras la depositaba en las manos de Lucas.

—Lleva esto contigo. Ya la cogeré allí.

—¿No quieres llevártela por si acaso? No te puedes permitir perderla, y llevo tu broche en mi bolsa.

—No puedo llevarla conmigo —le expliqué—. Cuando me vuelvo incorpórea para viajar no puedo llevar nada físico. Además, en ningún lugar estará mejor que contigo.

Le cerré la mano en torno a la pulsera.

Él se inclinó hacia delante, como para besarme. Como yo me había vuelto incorpórea y solo era ya una sombra suave de neblina azulada con la forma vaga de mi cuerpo, nuestros labios no pudieron tocarse.

Sin embargo, algo de Lucas me atravesó, provocándome un cosquilleo suave y agradable que me hizo estremecer en el punto justo donde nuestro beso debería haberse materializado.

Pero cuando empezaba a sonreír, se oyó un golpeteo en la puerta. Era Balthazar: debíamos irnos.

Después de que emprendieran el largo trayecto desde Filadelfia, yo me dispuse para hacer mi propio viaje. Maxie me había explicado que los espectros nos vinculábamos a lugares y objetos concretos que durante nuestra vida habían sido significativos para nosotros. Siempre podíamos llegar a ellos, por muy lejos que nos encontrásemos. Yo no estaba segura de cuáles eran todos esos lugares en mi caso, aunque tenía algunas ideas: el viejo arce de Arrowwood donde me gustaba jugar de niña; el cine al que acudimos Lucas y yo en nuestra primera cita y tal vez la bodega donde habíamos vivido durante nuestras últimas semanas. Sin embargo, aquello no eran más que teorías.

El único lugar al que sabía que podía viajar era el primero al que había ido de forma accidental: la Academia Medianoche, en concreto, a la gárgola que sobresalía fuera de mi habitación.

Vagué en la oscuridad nebulosa; primero la sensación fue muy agradable, como en un sueño, muy tentadora. Pero mi mente seguía concentrada en la gárgola. Había pasado tanto tiempo contemplando aquella mueca burlona con colmillos que era capaz de describirla a la perfección: las garras pétreas, el lomo arqueado, las alas extendidas. Por un momento pensé en el tacto frío y duro de la piedra bajo mis manos…

Y lo noté.

El mundo se volvió más nítido a mi alrededor. Me encontraba posada en lo alto de la gárgola, lo cual habría sido realmente desafortunado de haber estado viva, pero ahora que podía flotar no suponía ningún problema. Unas florituras de escarcha se extendieron por las ventanas, proclamando la presencia de un espectro.

Me pregunté si mis padres se darían cuenta. La primera vez que había llegado hasta allí de forma accidental se habían percatado. Sin embargo, en lugar de ver que se trataba de mí, se asustaron muchísimo, pues creyeron que esa escarcha era de otro de los espectros que habían invadido Medianoche.

«No fue una invasión —me corregí—. Vinieron a causa de los alumnos. Fueron atraídos hasta aquí deliberadamente por la señora Bethany». Tenía que estar en guardia.

En el apartamento no se oía nada. Me dije que seguramente mis padres estarían abajo, ayudando a la señora Bethany en la recepción de los alumnos. Bajé la vista al suelo y vi que ya habían empezado a llegar los primeros. En esos momentos, la mayoría eran humanos; hacían demasiado ruido y parecían muy felices, aunque de vez en cuando se deslizaba sigiloso entre el grupo algún personaje pálido y vestido de negro, que parecía encajar más en ese lugar que cualquier otra persona. Y así era. Ellos pertenecían más a ese lugar. Eran los vampiros.

Rápidamente me deslicé por el muro del edificio, invisible excepto por el rastro de escarcha que dejaba a mi paso. Al principio, solo quería tener una mejor panorámica, pero luego me di cuenta de que en el internado había algo raro.

¡Como si eso fuera una sorpresa! La Academia Medianoche ya era rara de por sí. Pero había algo distinto, algo que yo nunca había percibido: parecía como si la escuela me repeliera en algunos lugares, como si intentara mantenerme alejada. Seguramente se trataba de algo que solo los espectros podían sentir. En estos puntos, me sentía como si me espiaran a través de las paredes. Movida por la curiosidad, me apresuré por el muro del edificio dejando un velo de escarcha en las ventanas. Aunque había lugares por los que podía colarme y entrar en el internado, había otros por los que no. Y uno de esos sitios, la cúspide de la torre sur, justo encima del apartamento de mis padres, me estaba totalmente vedada, de un modo que me producía escalofríos.

«Pues no vayas —me dije—. Tampoco has tenido motivos para subir ahí arriba alguna vez. Mientras puedas entrar en el edificio por algún sitio, podrás llegar a Lucas. Y eso es lo único que en verdad importa».

Con todo, me incomodaba saber de la existencia de esa extraña energía intimidatoria. Me precipité de nuevo hacia abajo, diciéndome que era preferible mantenerme alejada de allí y observar las llegadas, que era a lo que debía dirigir mi atención.

Al fijarme de nuevo en el grupo, descubrí la primera cara conocida y sentí una cálida sensación de felicidad que bien podía equivaler a una sonrisa.

¡Patrice!

Patrice Deveraux, mi compañera de habitación en mi primer año en Medianoche, salía en ese instante de un lujoso Lexus de color gris. Su uniforme de la escuela hecho a medida le daba una apariencia sofisticada y estilizada, aunque fuera vestida con una falda escocesa y un jersey, y su pelo se mecía con su rizo habitual, en un halo denso y oscuro que le favorecía mucho. Se había saltado el curso anterior para irse con su nuevo novio a Escandinavia, pero seguro que uno de los dos había puesto fin a la relación, probablemente Patrice, que consideraba a los hombres meros accesorios de moda.

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