Renacer (11 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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Por primera vez me di cuenta de lo simple que sería seguir el consejo de Maxie y abandonar por completo el mundo mortal. En ese momento, dejarme llevar sin más hacia el interior de la niebla azulada me pareció algo realmente bueno. Sería un alivio sentirme libre de dolor y de culpa, así como de la responsabilidad por la gente que dejaba atrás.

¿También sería el caso de los espectros que estaban igualmente atrapados en la Academia Medianoche? Tal vez «atrapados» no fuera la palabra adecuada. Para ellos, aquella escuela también podía ser un refugio, un sitio que les permitía no tener que permanecer en sus lugares predilectos de antaño, acechados por las vidas que habían perdido.

Sin embargo, la señora Bethany había atacado a Maxie en una ocasión y no era amiga de espectros. Era imposible que hubiera levantado aquel lugar como un refugio destinado a ellos.

Con cautela, abrí mi conciencia para localizar a los otros espíritus que habitaban allí. «¿Me oís?».

No obtuve respuesta, pero percibí algo en el ambiente, como cuando uno se siente espiado.

Entonces las visiones empezaron a inundar mi mente.

Eran como ensoñaciones vívidas, casi alucinaciones, excepto por que yo era consciente de que no procedían de mi mente. Los espectros me forzaron a ver a unos vampiros, a cual más monstruoso, como si los alumnos vagaran por Medianoche desaseados, ensangrentados y enseñando los colmillos. Me los mostraron atacando a humanos en los pasillos, en las aulas, perpetrando una serie de asaltos brutales y consecutivos.

—Nada de eso es cierto —dije con la esperanza de que me oyeran—. La mayoría de ellos deja en paz a los alumnos humanos, y si alguien se comporta de forma inapropiada, la señora Bethany interviene. Los humanos a los que habéis seguido hasta aquí pueden considerarse a salvo.

Pero, sin duda, los espectros no me creyeron. Las imágenes se intensificaron, se volvieron más próximas y adquirieron sonido (gritos) y olor (sangre). Asqueada, intenté alejarme de todo aquello, pero ¿cómo alejarse de algo que uno tiene en la cabeza?

De pronto, uno de los vampiros de las visiones se volvió azul y se convirtió en hielo. Observé, con fascinación y espanto, que en su piel endurecida asomaban unas resquebrajaduras profundas que le hacían añicos las mejillas, los labios y toda la cabeza. A continuación, se desplomó con un estallido de fango ensangrentado, y supe que eso era lo que los espectros querían hacer a los vampiros.

Y lo que querían que yo hiciera.

—¡No pienso ayudaros a atacar a nadie!

Y, dicho lo cual, me quedé sola. Nada se desvaneció ni desapareció: simplemente supe que ya no me prestaban atención.

¿Qué pretendían hacer los espectros? Hasta ese momento, lo que había sentido hacia ellos era terror, pero ahora aún resultaba peor. Tenía poderes nuevos, pero estos no podrían protegerme a mí o a mis seres queridos de un ataque como aquel. ¿Los espectros podían hacer daño a Lucas? ¿A Balthazar? ¿A mis padres? Si intentaban algo, ¿podría yo ser de alguna ayuda?

«No —me dije mientras la depresión hacía mella en mí—. No puedo hacer nada por ellos. No sirvo para nada».

«Estoy muerta».

Me deslicé por el vestíbulo principal de la planta baja, que parecía mucho mayor cuando no había alumnos. Aunque siempre había sido un lugar majestuoso, resultaba más bello y austero cuando se abría en toda su extensión y reinaba el silencio. La luz de la luna se colaba por las numerosas vidrieras de las ventanas, que iban del suelo al techo, pero era mucho más brillante en la única ventana de cristal transparente. La vidriera original había sido destruida por un miembro de la Cruz Negra, un antepasado de Lucas, a fin de escapar. Lucas la había roto también una vez, quizá para seguir la tradición familiar. Siempre me pregunté por qué la señora Bethany no la había hecho reparar de forma que pareciera como las demás.

Entonces lo comprendí, al fin. La había dejado así para tenerlo siempre presente. Para no bajar nunca más la guardia.

El edificio estaba marcado. Lucas estaba marcado. Y yo también me sentía como si nunca fuera a recuperarme. Tenía la sensación de estar atrapada para siempre en mis remordimientos, y aislada del mundo de los vivos. A Lucas le pasaba lo mismo. Con la diferencia de que él podía poner fin a todo aquello por su cuenta y probablemente lo haría de no ser por mí.

En ese momento, me pareció como si lo único que yo había hecho había sido lastimar a quien intentara amarme. Me sentía despreciable. Quise abandonar.

Me encontraba cerca de la biblioteca de la escuela. Era poco probable que hubiera nada preciso sobre espectros allí, pero tal vez diera con algo. Decidí echar un vistazo. Había una cuestión que me abrumaba más que cualquier otra: si los espectros tenían algún modo de… bueno, de morir. Otra vez. Para siempre.

No es que en ese momento tuviera intención de hacer algo drástico, pero quería saber si existía una salida definitiva. Quizá estaba empezando a considerar tomarla.

Normalmente, la biblioteca me habría animado. Me encantaban las pesadas mesas de roble, las paredes cubiertas de libros hasta el techo, el olor a moho de las páginas viejas y los pesados ornamentos de latón que se habían oscurecido con el tiempo. Me recordaron cuando iba allí con Raquel, o coqueteaba con Lucas, o cuando estudiaba con Balthazar. Todas las cosas felices, sencillas y vivas.

Había dejado de pertenecer a aquel lugar.

Entré decidida en la biblioteca, preguntándome dónde podían estar los libros sobre espectros…

… y entonces noté que la pared me empezaba a atraer.

Era una sensación nauseabunda, sobrecogedora, como de mirar abajo desde una cornisa elevada y durante un segundo sentir ganas de saltar; sin embargo, esta vez esa fuerza de atracción se me llevaba, lo quisiera o no. La pared este de la librería tenía un extraño magnetismo que tiraba de mi interior. Una vibración intensa amortiguaba los sonidos y prácticamente me vencía mientras una especie de interferencia estática me nublaba la vista.

Intenté volverme más sólida para poder retroceder, pero no logré adoptar una forma totalmente corpórea. Un extraño agujero negro, que no estaba en el mundo sino en mis sentidos, se abría ante mí y me arrastraba hacia delante.

Desde el interior de aquel orificio, oí unos gritos terribles. Supe que eran los gritos de otros espectros atrapados por aquella fuerza extraña que me tenía presa. ¿Eran los mismos que me habían incitado antes? ¿O se trataba de otros? No tenía modo de averiguarlo. En cualquier caso, estaba claro que no podían salvarse a sí mismos y mucho menos a mí.

—¿Hay alguien ahí? —grité—. ¡Qué alguien me ayude! ¿Me oye alguien?

No obtuve respuesta.

«Bueno, querías morir», dijo esa maliciosa vocecita de mi cabeza. Me pregunté si era un error oponerse a lo que estaba sucediendo. Tal vez necesitaba dejar que ocurriera.

Pero entonces caí en la cuenta de que si lo permitía no volvería a ver nunca más a Lucas, ni a ninguna otra persona que quería.

—¡Lucas! —grité.

Mi mente se vio asaltada por la imagen de la escena de pesadilla donde lo había dejado, y me vi a mí misma en la habitación de los archivos. Adquirió solidez a mi alrededor y tomó forma. Lucas y Erich se hallaban enzarzados en un nuevo forcejeo, la pelea en sueños era mucho más larga que la de verdad. Estaban sudados y ensangrentados. La pesadilla había vuelto a empezar; al parecer, se trataba de un suplicio que a él le duraba toda la noche. Charity había desaparecido, así como cualquier otro elemento caprichoso de los sueños, pero por lo demás todo era igual de terrible. Sin embargo, en esa ocasión, yo tenía que intervenir. De nuevo grité con todas mis fuerzas:

—¡Lucas!

Él, sorprendido, desvió la atención de Erich. Su expresión era tan confusa que pensé que no me veía, aunque al menos sí podía oírme.

—Lucas, esto es un sueño. Solo un sueño. Estoy en la biblioteca y hay algo que me tiene atrapada. ¡Tienes que venir a buscarme!

La escena se desvaneció con la misma rapidez con que había aparecido. ¿Había logrado captar su atención o solo era obra de mi pensamiento esperanzado? El agujero oscuro había engullido casi todo lo que veía y casi todo lo que percibía. De todo cuanto podía oír, solo quedaba el aullido de los otros espectros.

Quise llamar a Maxie o a Christopher, pero no supe si me oirían, ni si Maxie reaccionaría si le suplicaba ayuda. ¿Y si los atraía también allí dentro?

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y noté que el contorno vaporoso de mis extremidades empezaba a desdibujarse.

«¡Oh, no! ¡No! ¡Esto es el fin!».

—¡Bianca!

—¡Lucas!

Intenté vislumbrarlo, pero no fui capaz de percibir más que un mínimo indicio de él en la sala. Era apenas un esbozo, una fuente de energía, miedo y amor. Nada más.

—¡Estoy atrapada!

—¡Dame la mano!

Con ello quería decir que creara una mano y le ofreciera algo que él pudiera asir. Lo comprendí. El problema era que no me veía capaz de hacerlo, ni sabía si serviría de algo. La mera fuerza, así, sin más, no podría arrancarme de aquel remolino.

Sin embargo, deseé tomar a Lucas de la mano por lo menos otra vez, aunque no pudiera hacer otra cosa. Así que me concentré por completo en el punto donde debería estar mi mano y esculpí la imagen de la muñeca, la palma y los dedos. Surgió una forma de color azul, suave, frágil como una voluta de humo. No era como debería ser; tal vez aquel era la apariencia de los espectros antes de desvanecerse para siempre.

Entonces Lucas dispuso algo en torno a mi muñeca.

«¡La pulsera!». Vi el coral y la plata en el preciso instante en que sentí una sacudida de energía interior. Al momento, mi cuerpo adquirió solidez y se desplomó con fuerza contra el suelo. El dolor resultante me pareció fabuloso. Significaba que yo era real, y que había logrado escapar. Algo en el proceso de adquisición de la forma sólida rechazaba el poder de aquello que me había tenido sujeta.

Lucas cayó de rodillas y me tomó entre sus brazos. Horrorizada, vi el torbellino que había estado a punto de engullirme: un remolino de niebla y oscuridad que se había abierto en la pared de la biblioteca. Sin embargo, ante nuestros ojos, se encogió y se aplacó hasta adoptar de nuevo la forma de un revoque irregular.

—¿Qué diantre era eso? —dijo Lucas apretándome contra su pecho—. ¿Estás bien?

—Eso creo.

Me temblaba la voz, y me sentía un poco como si, de haber tenido estómago, acabara de vomitar. El desconcierto se iba desvaneciendo por momentos.

—La señora Bethany no solo persigue a los espectros. Los atrapa.

—¿Así que se trataba de eso? —Aguzó la vista—. Apártate.

Me eché hacia atrás rápidamente, alejándome en lo posible de la pared; Lucas, entretanto, se dirigió hacia allí, posó la mano en aquel punto y a continuación le propinó un puñetazo con toda su fuerza de vampiro. Una finas partículas de yeso se levantaron mientras los cascos de la pared caían al suelo.

—Verán que alguien ha estado aquí —dije.

—Da lo mismo. Tenemos que averiguar qué es.

Lucas introdujo las manos en la pared y extrajo una pequeña caja metálica que tenía una forma extraña, con curvas y ángulos desacostumbrados: era parecida a una concha de mar hecha de plata y obsidiana. La tapa estaba abierta, y dejaba ver un interior de madreperla. Primero pensé que no era más que un hermoso joyero antiguo, pero luego, cuando fijé la vista en la madreperla, en la sustancia viva de su interior, percibí de nuevo su poder de atracción. Gracias a la pulsera, que me proporcionaba fuerzas y me mantenía sólida, no me encontraba en peligro, pero en cualquier caso la sensación seguía siendo aterradora.

—¡Lucas, ciérrala! ¡Apártala! —grité.

Él me obedeció inmediatamente, mirándome asustado. En cuanto la caja se cerró, recobré la calma.

Mientras Lucas se me acercaba a toda prisa dije:

—Es una trampa. Una trampa para espectros. La señora Bethany puso una aquí. Tal vez… Bueno, seguro que tiene muchas repartidas por el internado. Los está buscando y atrapando.

«¿Por qué? —me pregunté—. ¿Qué puede querer de nosotros? ¿Es solo odio, o se trata de algo más?».

Lucas frunció el entrecejo y me abrazó con fuerza.

—Por Dios, no vuelvas a venir aquí.

—No sin la pulsera —dije mirándola—. Ha sido una buena idea.

—Pensé que, si algo te atacaba, tendrías más posibilidades si podías devolver los golpes.

Le acaricié la mejilla.

—Me has oído en tu sueño.

—Sí. —Lucas pasó los dedos por mi cabello—. ¿Cómo sabías lo de la pesadilla? ¿Me has visitado antes?

—Lo he intentado, pero no he podido llegar a ti. No lograba que me vieras.

Sus labios me acariciaron la frente mientras decía:

—Trabajaremos en ello. Podemos hacerlo mejor.

—Vale.

Me pareció que aquella era la primera vez que Lucas era realmente él mismo desde que se había levantado de entre los muertos. Salvarme le había proporcionado una causa, un motivo para seguir allí.

Y me di cuenta de que él también era mi motivo para seguir allí.

Lucas me miró fijamente bajo la tenue luz de la luna, de nuevo centrado y seguro.

—Buscaremos esas trampas y encontraremos un modo de mantenerte a salvo de ellas. No te ocurrirá nada, Bianca. No estoy dispuesto a permitir que eso ocurra nunca más.

—Y yo cuidaré de ti.

Me acordé de lo asustada que me había sentido por todas las personas a las que quería, aun cuando la trampa me atraía hacia su interior. Sí, estaba muerta, pero mi corazón seguía vivo. Por Lucas, por la gente que me importaba, por el amor que trascendía la muerte, era necesario que encontrara mi lugar en el mundo. Si eso significaba no poder formar parte por completo del mundo de los vivos o del de los no muertos, no importaba: a fin de cuentas, siempre había estado en esa zona intermedia. En las sombras. Sabía cómo hacerlo y podía hacerlo incluso mejor.

Tal vez esa no fuera la otra vida predicada desde los pulpitos o imaginada por los pintores entusiastas de las arpas, las alas y las nubes esponjosas, pero cuidar de la gente a la que quería me parecía un modo realmente bueno de pasar la eternidad. Mientras Lucas me abrazaba con fuerza, supe que él sentía lo mismo.

«Aún tenemos cosas que hacer —comprendí—. Cosas por las que luchar».

Capítulo ocho

L
ucas y yo pasamos despiertos la mayor parte de la noche, abrazados, al aire libre, sobre el césped. La muerte nos había vuelto inmunes al viento otoñal y al frío de la tierra mullida a nuestros pies. Así que nos acurrucamos bajo uno de los grandes robles, medio tapados por las primeras hojas de otoño mientras el viento soplaba sobre ellas y nos arropaba como una manta. Las hojas tenían el color de nuestros cabellos: rojo intenso y dorado oscuro. Éramos parte del otoño. Y, por primera vez en demasiado tiempo, fuimos de verdad el uno parte del otro.

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