Renacer (28 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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—Vale —respondió Samuel, lo cual no era exactamente una respuesta. Sin embargo, se puso de pie y se marchó sin más.

Cuando todo el mundo empezó a dispersarse para ocuparse de sus asuntos, apartándose de la señora Bethany como hojas en un vendaval, me dispuse a hablar con Lucas, pero Skye se me adelantó y lo alcanzó antes de que yo tuviera la oportunidad de decirle algo.

—Gracias por defenderme.

—No ha sido nada.

Ella tenía una sonrisa especial que de algún modo resaltaba su belleza. ¿Por qué mi sonrisa divertida no hacía otra cosa más que darme un aspecto bobalicón?

—¿Sabes?, eres una especie de equipo de las fuerzas especiales de un solo miembro. ¿Quién diría que alguien podría necesitar que le rescatasen tantas veces en un instituto?

Aunque Skye bromeaba, su observación afectó claramente a Lucas, que la tomó por el codo y le dijo:

—Debemos hablar.

—Tenemos examen en cinco minutos. ¿No necesitas limpiarte un poco después de la pelea?

—Olvida todo eso. Esto es importante.

Los seguí de nuevo al hueco de la escalera; Patrice miró con preocupación, pero no intentó unirse a ellos. Lo cual era bueno, porque de haberlo hecho se habría quedado pasmada. Conociendo a Lucas, yo sabía lo que iba a decir, y me pareció que era una buena idea.

Había llegado el momento de contarle la verdad a Skye.

—¿Qué ocurre?

La expresión de la chica se ensombreció en el hueco de la escalera, iluminado por la ventana estrecha y arqueada que hacía brillar su pelo oscuro.

—¿Por fin vas a hablarme de lo que te pasa?

Lucas se quedó perplejo.

—¿Qué quieres decir?

—Estás tan… furioso… —susurró ella amable—. Con todo, siempre. No digo que esté mal estar enfadado, Lucas, pero… es que parece que esto te quema por dentro. ¿Qué te pasa? ¿Me lo puedes decir?

Si ella hubiera intentado sacar algo de él con indirectas o engaños, Lucas jamás habría hablado. Sin embargo, la sinceridad siempre logra derribar las barreras.

—Mi novia, Bianca, murió el verano pasado. Yo todavía la quiero. Siempre la querré.

Era la verdad, aunque no toda, y logró reconfortarme y emocionarme de nuevo. Lo que me sorprendió fue el poder que ejerció en Skye: al instante sus ojos de color azul claro se anegaron en lágrimas.

—Yo también perdí a alguien este verano. Mi hermano mayor.

—Oh, Dios. —Aquello pilló desprevenido a Lucas—. Skye, lo siento.

Ella le apretó la mano.

—Créeme. Lo entiendo. Puede que yo oculte mejor la rabia que tú, pero a veces lo único que querría…

Skye resopló con un gesto de frustración, aunque logró esbozar una sonrisa mientras se secaba una lágrima.

—Bianca era… asombrosa, ¿no? Seguro que sí.

La expresión de Lucas se volvió vacilante. Hablar de mí en pasado le recordaba mi muerte, y le resultaba muy doloroso.

—Ni te lo imaginas.

—Si te sirve de consuelo, yo creo… bueno, no, estoy segura de que los muertos no se van por completo.

Hablaba con el convencimiento profundo que solo podía venir de alguien que había crecido en una casa encantada. Skye sabía de los no muertos, al menos a ese nivel.

—Nos observan. Están cerca de nosotros. Y creo que saben lo mucho que los queremos, tal vez más que cuando estaban vivos.

En cuanto Skye dijo aquello, me atreví a acariciar suavemente la mano de Lucas. Vi cómo él se incorporaba un poco, tranquilo al sentirme presente y a salvo, pero también más emocionado que antes.

—También yo lo creo.

—Seguro que ella querría que fueras feliz —siguió diciendo Skye—. Y no que estuvieras enfadado todo el tiempo.

—Lo intento.

Yo sabía que Lucas se dirigía tanto a mí como a Skye.

Se miraron un segundo, intentando mantener la compostura. Skye tragó saliva y por fin dijo:

—Bueno, ¿y qué querías contarme?

—Esta escuela es peligrosa, Skye. Todo aquí es peligroso. Tienes que ir con cuidado.

—Sí, claro, ya me di cuenta cuando esa banda rara me disparó una flecha. ¿Qué tipo de banda usa ballestas?

Lucas dio un paso más hacia ella y la miró directamente a los ojos. La luz del sol de la tarde se coló por la ventana en forma de media luna, y su pelo brilló con un intenso tono dorado.

—No. En serio. Hay alumnos aquí que no son simples alumnos.

Ella se cruzó de brazos.

—¿Quieres decir que también son unos enormes capullos?

—Quiero decir que son vampiros.

Skye miró fijamente a Lucas, asombrada. Lucas le sostuvo la mirada. Me pregunté si ella se iba a echar a gritar, si lo acribillaría a preguntas, o echaría a correr por la escuela como alma que lleva el diablo.

Por el contrario, se echó a reír.

Mientras Lucas, perplejo, retrocedía, ella dijo con la voz entrecortada:

—¡Casi me lo creo!

—Skye…

—No, si lo entiendo. —La risa apenas dejaba oír sus palabras—. Nos estábamos poniendo demasiado profundos para luego poder concentrarnos en matemáticas. Gracias por hacerme reír. Lo necesitaba.

Lucas se quedó sin habla, pero desistió.

—Cuando quieras.

—Anda, vamos a clase.

Skye se dirigió hacia la puerta. Lucas miró hacia atrás, y yo brillé un poco con la luz, para que él supiera que estaba cerca. Su sonrisa tímida fue la mejor bienvenida que podría haber tenido.

Por supuesto, quería contarle a Lucas lo de la señora Bethany, pero eso podía esperar. La dedicación de Lucas a los estudios durante aquel semestre tal vez fuera, sobre todo, un modo de abstraerse del dolor, y precisamente por eso había que respetarlo. Supuse que no pasaría nada por esperar cuarenta y cinco minutos.

Sin embargo, no todo el mundo era tan disciplinado a la hora de esperar el momento adecuado para hablar. En cuanto regresé de nuevo a la habitación de los archivos, sola y dispuesta a pasar algún tiempo de calidad con mi pulsera, alguien decidió hacerme una visita.

—Vaya, vaya, pero si es la mismísima reina de los muertos —dijo Maxie.

Me incorporé, sorprendida; estaba tan ensimismada que se había materializado al otro lado de la habitación y no me había dado cuenta. De nuevo ella iba vestida con su camisón vaporoso, igual que yo llevaba otra vez mi habitual pijama.

—Dime, ¿qué se siente cuando eres tan especial que las normas no se te aplican?

—Es horroroso —respondí—. Significa que no gustas ni siquiera a las personas que creías que eran amigas tuyas.

Maxie vaciló. Inclinó la cabeza de forma que el pelo corto le cayó sobre los ojos, bloqueándole parcialmente la vista.

—Me gustas —dijo con voz apagada.

—Pues a veces no lo parece.

—Tenemos que elegir —dijo. Por primera vez desde que la conocía, parecía más una adulta que un niña irascible—. Debemos admitir que estamos muertas.

—Lo sé, créeme.

—Los vampiros son nuestros enemigos.

—Es posible que eso sea casi siempre así —admití pensando en la señora Bethany—, pero no es el caso de Lucas. Ni de Balthazar, ni de Patrice, ni de Ranulf. ¿Por qué insistes en verlo todo siempre blanco o negro? ¿Por qué no miras cómo es cada uno en lugar de qué es?

—Porque ayuda —susurró—. Cuando no estás viva ni tampoco completamente muerta todo te puede parecer gris. Quieres negro. Quieres blanco.

—Lo sé. —Y lo sabía.

Entonces la puerta se abrió y entraron Vic y Ranulf. Era la pausa del mediodía.

—Espera —decía Vic en ese momento—. ¿Me estás diciendo que has logrado que Cristina del Valle te acompañe al baile de otoño? ¿Cómo lo has logrado? Si es la tía más buena de toda la escuela…

—En lo que a doncellas atractivas se refiere, soy todo un experto —respondió Ranulf.

Ambos se callaron al verme a mí y, entonces me di cuenta, a Maxie, que no había podido volverse invisible a tiempo y ahora estaba demasiado sorprendida para hacer eso o cualquier otra cosa que no fuera mirar sus rostros boquiabiertos.

Rápidamente dije:

—Maxie, ya conocías a Vic, pero ¿conoces a Ranulf?

—Más espectros —dijo Ranulf.

Aunque al principio le había resultado difícil relacionarse conmigo después de mi muerte, en este caso solo le llevó un momento acostumbrarse.

—Bienvenida. ¿Vas a venir a menudo por aquí? En tal caso, por favor, no hieles demasiado los asientos. Bianca acostumbra dejarlos demasiado fríos para que luego nos sentemos los demás.

—¡Eh! —protesté, pero súbitamente Ranulf pareció interesadísimo en los carteles de Elvis.

Vic no dejaba de mirar a Maxie. Ella se había relacionado con él durante toda su vida, aunque siempre de forma invisible; seguramente era la primera vez que la veía de verdad.

—Guau —dijo él—, eh… guau. Hola.

—Hola —musitó Maxie.

Yo sabía que era la primera palabra que ella le dirigía. Acababa de cruzar la línea, esa que no quería que cruzara yo y que me gustó. ¿Comenzaba a pensar por sí misma? ¿Acaso había empezado a ver que las líneas que separan a los vampiros, los espectros y los humanos son tan difusas como las que median entre la vida y la muerte?

—¿Te… apetece quedarte un rato por aquí? —Vic miró la estancia como un loco, sin duda buscando con qué entretenerla—. Podemos sentarnos a charlar un rato… O, bueno, también tengo algo de música…

—Debería marcharme —dijo Maxie. Sin embargo, antes de que pudiera sentirme decepcionada, añadió rápidamente—: Ya volveré en otra ocasión.

Vic sonrió de oreja a oreja.

—Fabuloso. Bueno, eso será… fabuloso.

Maxie se desvaneció, pero yo todavía la percibía. Se alejaba muy lentamente, como si fuera más reacia a marcharse de lo que dejaba entrever. Cuando hubo atravesado por fin el tejado, Vic se volvió hacia mí y exclamó:

—¡Ha sido increíble!

—¿Te ha gustado conocerla por fin?

Le sonreí. Vic tenía la boca algo entreabierta, con una mueca entre risueña y asombrada.

—Bueno… es que nunca había pensado… Y, bueno, sabía que era «ella» y eso, pero nunca se me había ocurrido que mi fantasma fuera una chica.

Ranulf intervino:

—Vic todavía no domina el arte de la interacción con el sexo femenino.

—Vas a tener que enseñarme tus trucos, tío —dijo Vic.

—Solo es cuestión de observar durante unos cuantos siglos.

—Pues qué bien. —Vic suspiró y dejó caer la mochila.

—Vuelvo en un momento, ¿vale?

Me quité el brazalete, me desmaterialicé, y me elevé hasta el tejado. Como sospechaba, encontré a Maxie en lo alto del cielo. Podíamos vernos, más o menos… éramos siluetas difuminadas de nosotras mismas, invisibles desde el suelo.

—¡He hablado con Vic! —exclamó. Su sonrisa formaba parte de aquel sol de la tarde—. ¡Le he hablado, y él me ha respondido!

—¿Ves lo divertido que es cruzar los límites?

—No es nada malo —dijo ella en un tono más decidido—. Sabes que eso de ahí es mucho mejor que esto. Pero mientras sigamos en parte aquí…

—Creo que debemos pasar nuestra vida tras la muerte cerca de las personas a las que queremos. —Empecé a elevarme hacia lo alto, preguntándome sobre todo hasta dónde podíamos llegar—. Nada más tiene sentido.

—Pero yo a Vic antes, cuando estaba viva, no lo conocía —protestó Maxie.

—Yo creo que no importa cuándo empiezas a querer a una persona. Lo que importa es que lo haces.

Entonces me acordé de Lucas y de la información que tantas ganas tenía de compartir con él. Pero aún debía aguardar media hora. Así que me elevé todavía más; Maxie me siguió.

—¿Qué altura podemos alcanzar? —pregunté.

—Oh, de locos. Por encima de la troposfera. Si quieres, incluso puedes ver las estrellas de día.

—¿De verdad?

En ese mismo momento, si quería podía contemplar las estrellas; en realidad, podía hacerlo en cualquier momento. Claro que no podía utilizar un telescopio, pero, de todos modos, la panorámica merecería la pena. Sería como una fotografía del Hubble.

—¿Vamos?

Maxie se echó a reír, y supe que eso era lo que había querido siempre. No que yo tomara partido, sino tener una compañera en ese mundo intermedio.

—Vale, vamos.

Nos elevamos, cada vez más, hasta que la Academia Medianoche no fue más que una mancha en el suelo y luego quedó oculta por las nubes. El sol era más que intenso. Resultaba cegador.

Entonces apareció a lo lejos un enorme bulto plateado que se acercaba más rápido de lo que yo era capaz de imaginar.

—¿Qué diantres es esa cosa?

—¡Espera! —gritó Maxie.

«¿Es… Es un avión?».

Un avión comercial avanzaba a toda velocidad en dirección a nosotras. Vislumbré el contorno, las ventanas delanteras con los pilotos en el interior, y entonces, pam, Maxie y yo nos vimos arrastradas directamente al centro del avión, atravesando la cabina delantera, el largo pasillo, una docena de pasajeros, el carrito de las bebidas, la cola del avión… y luego este desapareció. Lo habíamos traspasado por completo.

Maxie y yo nos quedamos suspendidas, a la deriva por unos instantes, aturdidas. Por fin ella dijo:

—¿Crees que alguien del avión nos ha visto?

—Íbamos demasiado rápido —dije—. Pero quizá atravesaran una zona de turbulencias.

Maxie se echó a reír, y yo también.

Aunque Maxie quería seguir creando «bolsas de aire» para el tráfico aéreo que salía de Boston, me despedí de ella cuando supuse que la clase de Lucas ya había terminado. Prometimos ir pronto juntas a mirar las estrellas, y aunque esa perspectiva me encantaba, cuanto más me aproximaba a la Tierra, más acuciantes me parecieron mis problemas.

Me encontré a Lucas fuera, en el cenador, esperándome como siempre. Había dejado la mochila en el suelo, tenía los brazos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha.

—Pareces agotado —le susurré convirtiéndome en neblina a su lado.

—Lo estoy.

—¿Qué? ¿Despierto hasta tarde preocupado por mí?

—Estuve despierto hasta tarde, y preocupado —confirmó—. Pero sé que puedes cuidar de ti misma, así que estuve estudiando. Y escuchando música. Y navegando por internet. Y haciendo todo lo posible para no dormir.

No me hizo falta preguntar por qué.

—Charity.

Lucas no respondió, pero tragó saliva, y la nuez se le movió visiblemente. Le acaricié suavemente la mejilla con la esperanza de que sintiera el tacto fresco.

—¿Está empeorando?

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