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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (24 page)

BOOK: Renacer
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—¿Papá?

—Solo es que… Nada. —Tras centrar de nuevo su atención en mí, me abrazó con fuerza. Mi destello de felicidad iluminó toda la biblioteca y la tiñó de un tono dorado—. Es igual. Lo único que importa es haberte recuperado.

Después de aquello permanecimos juntos un buen rato, pero ya nos habíamos dicho las cosas más importantes. Él se lo contaría a mamá en pocos días; acordamos que hasta entonces nos encontraríamos después de sus clases para poder pasar al menos unos minutos juntos cada día y encontrar el modo de relacionarnos como padre e hija después de que hubieran cambiado tantas cosas. Era un punto de partida, y me pareció que todo cuanto necesitábamos era ese comienzo.

Pasada la medianoche, cuando mi padre subió por fin a su habitación, yo me sentía exhausta, como si necesitara desvanecerme un rato, que en mi caso era lo más parecido a dormir. Pero sabía que aún tenía algunas cosas importantes que hacer. Aunque después de conocer a Christopher había cambiado de opinión sobre temer a todos los espectros, acababa de recibir una advertencia importante en cuanto a lo peligrosos que podían llegar a ser para la gente a la que quería. Acababa de enfrentarme a un espectro; era el momento de descubrir qué podía hacer sin tener a Patrice a mi lado.

Fuera lo que fuera lo que la Cruz Negra había hecho conmigo, me habían convertido en una combatiente. Había llegado la hora de actuar como tal.

Para ponerme a prueba en un combate necesitaba, claro, un espectro con el que medirme. Llevaba varios días con un candidato en mente; tenía la certeza total y absoluta de que aquel fantasma empleaba sus poderes del modo más diabólico posible. Parecía un buen punto de partida.

—¡Es fantástico! —exclamó Lucas a la mañana siguiente, sentado a mi lado en uno de los escalones de piedra—. De verdad, Bianca. Es fabuloso que tu padre lo sepa. Será bueno para ti y para tus padres.

Al decir eso su mirada se ensombreció. Yo ya sabía que no tenía nada que ver con sus sentimientos sobre mi reconciliación con papá; lo que le ensombrecía el ánimo era el recuerdo de los brutales ataques de Kate. Tras haberme enfrentado a mi padre, la crueldad del rechazo por parte de ella me impresionaba todavía más. Yo sabía del temor y la vulnerabilidad de ese momento. Lucas había demostrado tener incluso más valor y fe que yo; su confianza en ella había sido inmediata y total. Y su recompensa había sido una traición. No podía imaginarme lo mucho que tenía que haberle dolido.

—Tal vez tu madre cambie —dije suavemente—. Con el tiempo.

Lucas esbozó una sonrisa forzada mientras negaba con la cabeza.

—Ahora para ella no soy más que un monstruo. Nunca seré nada más que eso.

Le acaricié la cara.

—Tú no eres un monstruo.

—Sí, lo soy. Tengo unos colmillos que lo demuestran.

—En ese caso, no solo eres un monstruo. También eres una buena persona.

Sonreí, dispersando un brillo suave a nuestro alrededor por el hueco de la escalera. Aunque confiaba en que eso lo reconfortara; me dije que no sería mala idea cambiar de tema.

—Así pues, ¿qué piensas de mi plan?

—No me gusta nada.

—¿Te parece mala idea?

—No —admitió—. Es buena. Alguna vez vas a tener que enfrentarte a un espectro, y no se me ocurre mejor candidato que ese asqueroso. Pero es arriesgado. No me gusta pensar que no puedo protegerte.

—Puedo protegerme sola.

Una sonrisa involuntaria asomó a la cara de Lucas.

—Lo sé. Confío en ti. Sé de lo que eres capaz cuando te empeñas. Pero siempre he querido ser el que te protege, ¿sabes? Tengo que aprender a dejar que libres tus propias batallas, por lo menos esas en las que yo no puedo luchar en tu nombre.

—No tiene por qué gustarte —repuse, comprensiva.

—Exacto…

Calló en cuanto oímos unos pasos en la escalera que teníamos encima. Me desvanecí rápidamente, convirtiéndome en una fina nube de niebla fácilmente camuflable en un rincón. Lucas se puso de pie y, mientras se recolocaba el jersey, le dijo a la persona que yo no podía ver:

—¡Hola!

Quizá habló demasiado fuerte, haciendo que el saludo sonase forzado, y sin duda asustó a quien fuera que pensaba estar solo. Oí un grito femenino de sorpresa, y luego un golpe en la escalera. Lucas corrió hacia arriba, subiendo los escalones de dos en dos, mientras yo lo seguía detrás.

Skye estaba en el suelo, con la falda del uniforme prácticamente en la cintura y los libros tirados a su alrededor. Cuando vio a Lucas, había conseguido sentarse y recomponerse rápidamente la falda mientras se sonrojaba de vergüenza.

—¡Me has asustado! ¡Pensé que estaba sola! —dijo—. ¡Y estos escalones! ¡Son tan resbaladizos!

—No tienes que disculparte por haberte caído —respondió Lucas—. Te he dado un buen susto y, desde luego, estos escalones son una mierda. ¿Estás bien, Skye?

—Realmente, solo estoy muerta de vergüenza.

—No te pongas nerviosa por mí. Estás bien.

Él se inclinó, tal vez para ayudarla a ponerse de pie, o para recoger algún libro, y entonces se quedó paralizado.

Me di cuenta demasiado tarde. Skye se había raspado la rodilla al caer. Unos pequeños arañazos, cada vez más abultados, le cruzaban la piel blanca de la rodilla.

Lucas entornó los ojos y vi que su cuerpo se tensaba al percibir el olor de la sangre.

Skye también observó el rasguño e hizo una mueca.

—Vaya, pues parece que no es solo un moretón. ¿No tendrás por casualidad una tirita?

—No —respondió Lucas lentamente. Su mirada, todo su ser, estaba totalmente centrado en la sangre. Al observar que empezaba a mover las mandíbulas me di cuenta de que los colmillos amenazaban con salir.

«Lucas, no. Lucas, reacciona.» ¿Y si me materializaba? Desde luego asustaría tremendamente a Skye, pero si Lucas estaba a punto de morderla… No, no lo haría. No podía.

—Pues claro que no llevas tiritas. Los chicos no lleváis bolso —dijo Skye como regañándose a sí misma. Dobló la pierna y se acercó la rodilla a la cara, y él la imitó.

»Tal vez lleve un pañuelo de papel en la mochila, pero creo que me he dejado el botiquín de primeros auxilios en los establos. Voy a ver…

Mientras bajaba la cremallera de la mochila, su brillante cabellera de color castaño le cayó por encima de la cara y le impidió ver a Lucas. Yo notaba cómo irradiaba tentación, igual que si irradiase calor. Quería sangre, la sangre de Skye, en ese momento. Era lo que más quería en este mundo, tanto como para olvidar que yo lo estaba observando, tanto, quizá, como para olvidarlo todo excepto su voracidad de vampiro.

Cuando ya me disponía a materializarme, oí que alguien más andaba en el piso superior. El golpeteo de los pasos hizo que Skye levantara la vista, mientras Lucas seguía siendo incapaz de apartar los ojos de la herida sangrante.

—Señorita Tierney.

La voz de la señora Bethany resonó ligeramente en el hueco de la escalera. Asomó primero como una sombra en la oscuridad, como si no estuviera hecha de otra cosa más que de noche.

—Veo que ha sufrido un accidente. Y que el señor Ross la está ayudando.

Skye esbozó una sonrisa.

—Sí. Me he tropezado y me he caído.

Mientras ellas hablaban, Lucas por fin dio un respingo y se recuperó. No parecía acordarse de dónde había estado, o de cómo había llegado hasta allí. Rápidamente extendió el brazo para ayudar a Skye a ponerse en pie.

La señora Bethany le tendió un pañuelo blanco de encaje.

—Áteselo tan bien como pueda hasta que encuentre el botiquín.

—Es demasiado bonito —protestó Skye, acariciando con los dedos aquel encaje delicado—. No quiero mancharlo de sangre.

—Si lo limpia en agua fría lo más rápido posible, es poco probable que quede mancha —insistió la señora Bethany—. En cualquier caso, un pañuelo manchado de sangre es infinitamente preferible a una estudiante ensangrentada paseándose por los pasillos.

La señora Bethany sabía muy bien que esa opción era mucho mejor que tentar a la mitad no muerta del cuerpo estudiantil.

Skye les dio las gracias a la señora Bethany y a Lucas cuando este volvió a guardar los libros en su mochila y se la tendió. Cuando ya se marchaba, le dirigió una mirada curiosa a Lucas; tal vez se había dado cuenta de que él apenas había dicho palabra desde el momento en que le había visto la rodilla magullada. Sin embargo, no hizo ningún comentario al respecto y se marchó cojeando hacia su habitación.

Cuando la señora Bethany y Lucas volvieron a quedarse a solas, salvo por mí, ella lo miró con gravedad.

—Le ha resultado difícil, ¿verdad?

Lucas se limitó a asentir. No podía mirarla a los ojos. Yo sabía que la vergüenza debía de estar consumiéndolo por dentro. Se odiaba a sí mismo por tener ansias de beber sangre, de modo que sentir la tentación de atacar a un humano, y especialmente a alguien que siempre había sido amable con él, tenía que resultarle intolerable.

—Créame, señor Ross —la señora Bethany de nuevo apoyó una mano en su hombro con gesto familiar—, hay un modo de superar estas difíciles circunstancias actuales.

—¿Me está diciendo que hay un modo de evitar que los vampiros deseen la sangre?

—Sí.

Él la miró atónito, o al menos eso me pareció, ya que mi asombro no me permitía ver gran cosa.

El sed de la sangre era lo que definía a los vampiros. Por otra parte, la Academia Medianoche estaba prácticamente compuesta por vampiros que no atacaban a humanos; ¿no podrían enseñar ese tipo de cosas en lugar de las tonterías habituales?

Ante la reacción de asombro de Lucas, la señora Bethany esbozó una sonrisa y ejerció una ligera presión en su hombro.

—Hay un modo de silenciar para siempre las ansias de sangre —murmuró—. Existe. Y será mío.

Lucas se quedó totalmente inmóvil, la miraba absorto por completo.

—Enséñemelo —le pidió.

—Cuando esté preparado.

Ella se dio la vuelta para marcharse, pero, cuando empezaba a subir la escalera sosteniendo con las manos su larga falda, dijo:

—Y creo que eso será muy pronto.

Cuando volvimos a estar solos, Lucas susurró:

—¿De verdad existe? Bianca, ¿crees que dice la verdad?

—No lo sé.

El resto del día me pareció que transcurría envuelto en una especie de bruma extraña. Mi inquietud por la creciente influencia de la señora Bethany sobre Lucas me impidió centrarme en otra cosa, ni siquiera en la misión que me traía entre manos. Pero cuando la noche cayó y Lucas y mis amigos se acostaron, me dispuse a prepararme.

Si esa noche fracasaba, no volvería a tener el valor para enfrentarme a los espectros. Es decir, tal vez nunca sería capaz de controlar mi propio destino.

Me concentré en un objeto que había sido importante para mí mientras viví, una «parada de metro» a la que podía trasladarme en cualquier momento. Sin embargo, esa vez resultaba más difícil porque el objeto no me había pertenecido. Era propiedad de otra persona, de alguien que quizá no quería volver a verme nunca, pero que estaba a punto de hacerlo.

Mi mente se inundó con esa imagen, deseé verla, formar una unidad con ella: una pulsera trenzada de piel, de color rojo.

La Academia Medianoche desapareció. Todo a mi alrededor se oscureció. Cuando miré en torno a mí, solo vi algunos puntos de luz: unas tiras que atravesaban las persianas de lamas y dejaban pasar la luz estridente de neón del rótulo de un hotel barato, y los contundentes números de un despertador digital.

Para mi alivio, en lugar de una guarida repleta de gente de la Cruz Negra, aquello era un dormitorio privado. Me lo había imaginado, pero sin duda era mejor comprobarlo. Entonces decidí que la habitación necesitaba otra fuente de luz y encendí la mía propia, que inundó la habitación con un suave resplandor azulado que dejaba entrever mi forma espectral. Entonces vi la cama y las figuras que dormían en ella.

Una de ellas se removió bajo las sábanas y se sentó de pronto. Parpadeó con sorpresa y dijo:

—¿Bianca?

Sonreí.

—Hola, Raquel.

Capítulo quince

R
aquel me miraba con asombro, con su pelo negro y corto despeinado y los ojos bien abiertos.

—¿Estoy soñando? —susurró.

—No —dije.

Despertó bruscamente a la persona que dormía en la cama junto a ella, su novia, Dana, que se levantó lentamente restregándose los ojos.

—¿Qué ocurre, cariño?

Yo me iluminé un poco más, y me atreví a adoptar una figura más sólida.

—Hola, Dana.

Dana dio un respingo que, en otras circunstancias, habría resultado cómico.

—¿Me estás acechando? —preguntó Raquel. Se echó hacia atrás, contra el cabezal de la cama, como si quisiera huir. En la pared había colgado uno de sus
collages
, consistente en un batiburrillo de recortes de revista y objetos encontrados que a Raquel le gustaba convertir en arte—. Lo sabía.

—¿Qué? ¡No!

Entonces caí en la cuenta de por qué Raquel parecía tan asustada y culpable; creía que yo seguía enfadada con ella por haberme denunciado a la Cruz Negra.

En realidad, lo estaba un poco. No me había percatado de ello hasta que la había vuelto a ver sin las hordas de cazadores de la Cruz Negra interponiéndose entre nosotras.

Dana intervino:

—¿Cómo se encuentra Lucas? En Riverton no tenía demasiado buen aspecto.

—Está pasando un mal momento. —Aquello distaba mucho de definir la situación real en la que se encontraba Lucas, pero no supe qué más decir.

Dana se echó hacia atrás, desmadejada. Lucas y ella habían crecido juntos; como él, ella también había sido adoctrinada por la Cruz Negra, de modo que para Dana el vampirismo era el peor destino posible. Tal vez fuera la única persona capaz de comprender por completo el grado de desprecio que Lucas sentía hacia sí mismo. Entonces fijó su vista, brillante de rabia, en mí.

—¿Por qué no lo decapitaste?

Por horrible que fuera considerar esa posibilidad, ya me había parecido lo bastante duro saber mi respuesta:

—Porque yo fui vampiro y sé que no siempre eso es lo peor que te puede pasar. Pensé que tal vez él podría aceptarlo, y es posible que así sea.

—Pero tú nunca has sido otra cosa más que vampiro —replicó Dana.

Raquel miraba cómo discutíamos, asustada, como si temiera recordarnos que ella estaba allí.

—¿Cómo sabes qué es lo peor? Si alguna vez me convierten, me gustaría contar con alguien que se cerciorase de que nunca me despertaría como una no muerta. Es la promesa más sagrada que nos hicimos. Lucas y yo nos lo prometimos miles de veces. —A ella le costaba respirar, y su indignación iba en aumento—. Si le quisieras de verdad, lo habrías hecho.

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