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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (22 page)

BOOK: Renacer
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—¿Quién es ese antiguo egipcio que va por ahí?

Christopher sonrió.

—Ayudó a diseñar las pirámides y se siente muy orgulloso de ellas. Creo que le gusta regresar a Giza todas las mañanas y ver salir el sol desde allí.

En el cielo distante se arremolinaban unos nubarrones más oscuros, iluminados brevemente por unos destellos que bien podrían ser de relámpagos.

—Muy bien, vosotros queríais que viniese —dije—. ¿Qué me hace tan poderosa, especial, o lo que sea? Quiero decir, aparte de poder adoptar forma corpórea, que ya de por sí resulta bastante impresionante.

Él me miró de nuevo muy serio.

—Sabes que eres capaz de trasladarte entre nuestros reinos y que puedes hacerlo con más facilidad que cualquiera de nosotros, incluso yo.

—Maxie lo hace.

—A veces, aunque no fácilmente. Excepto si está en tu presencia —contestó Christopher—. Eres capaz de percibir la presencia de otros espectros, y eso es algo que muy pocos de nosotros sabemos hacer. A veces somos invisibles entre nosotros, sobre todo cuando los espectros se han perdido y permanecen asustados en el mundo de los mortales. En cuanto hemos establecido la comunicación entre nosotros resulta más fácil, pero siempre cuesta.

Entonces entendí lo que él pretendía.

—Quieres que te ayude a localizar a esos espectros. Para que se libren de la enfermedad que los corroe antes de que pierdan la cabeza para siempre.

—Mientras todavía puedan venir aquí y recuperarse.

—¿Quieres que te ayude a encontrar a todos los espectros del mundo?

Él negó con la cabeza.

—La mayoría logra encontrar su camino hasta aquí. Sin embargo, tú puedes contactar con aquellos a los que eso les resulta imposible, por su propio bien y por el de las personas a las que atormentan en la tierra. Puedes guiarlos. Ayudarles a que encuentren su camino hasta aquí. Bianca, tú puedes viajar entre los mundos. Eres un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Las nubes ya no se encontraban tan lejos; me pareció que todo el cielo oscurecía, aunque el sol, en cambio, brillaba sobre todas las demás personas. La fría y húmeda brisa que se enredaba en mi cabello no acariciaba a nadie más en el camino. Me di cuenta de que el cielo que había arriba era un reflejo del estado de ánimo de cada persona; cuando más asustada e insegura me sentía, llegó la tormenta.

Christopher no me había respondido.

—Esta misión es importante. Va a exigir mucho de ti. Pero el bien que puedes hacer es inconmensurable.

Yo estaba de acuerdo con él. Aquello parecía merecer la pena. Es más, era importante. El tipo de cosa a la que me gustaría dedicar la vida después de morir. Sin embargo, la idea de soltarme de la gente a la que quería me frenaba.

—¿Por qué no lo haces tú? Según Maxie, tienes superpoderes y todo eso.

—Yo no nací espectro. No tengo tus poderes naturales. Mi talento es mínimo, y lo he ido adquiriendo con el tiempo.

—¿Por qué no has formado a los demás para que hagan lo mismo?

—Ellos no han estado tan poderosamente anclados al reino mortal como yo —respondió. Tenía la mirada perdida—. Mi contacto ha durado más y ha sido más intenso que el de la mayoría.

Un relámpago centelleó, y sentí que la lluvia me empezaba a empaparme el cabello y los vaqueros, a pesar de que nadie más se estaba empapando.

—No puedo. Lo siento… Veo que lo que quieres de mí es algo bueno, que es importante. Pero no puedo.

Christopher no parecía tan desalentado por mi negativa como había previsto.

—Tienes tiempo de pensar en ello —contestó.

Tenía razón, por supuesto. De hecho, disponíamos de toda la eternidad para reflexionar sobre esa cuestión. Mientras me alejaba discretamente de él, ansiosa por marcharme, Christopher se apresuró a decir:

—No hace falta que estés por completo separada de las personas a las que quieres, ni siquiera aquí. Tus poderes te permitirían oírlas.

—¿De verdad?

Eso tampoco era determinante para hacerme cambiar de parecer, porque quería estar con la gente a la que amaba, no solo poder contactar con ellos. Sin embargo, saber que esos vínculos seguirían ahí resultaba alentador de algún modo.

Christopher, aparentemente animado, asintió.

—Sumérgete en las profundidades de tu propio espíritu hasta que encuentres en tu interior a alguien a quien amas.

¿Qué se suponía que significaba eso de sumergirme en mi espíritu? Entonces me acordé de lo que había pensado sobre el cielo que teníamos sobre nuestra cabeza. Sobre que era un reflejo de mi ser más profundo; tenía que concentrarme en aquella tormenta oscura.

Cerré los ojos, pero seguí viendo el destello de los relámpagos en mis párpados. Unas frías gotas de lluvia me salpicaron el rostro, pero alcé los brazos, en señal de que aceptaba la tormenta como una parte de mí misma.

Abrí los ojos cuando oí mi nombre. Era un grito.

«Hay alguien en peligro», me dije. Primero pensé en Lucas, luego caí en la cuenta de que la voz que se oía entre los truenos me resultaba familiar.

Parecía la de mi padre.

Capítulo catorce

—P
apá —susurré.

Decir que le oía tal vez no fuera lo más exacto. Era como si lo percibiera, como si intuyera su miedo y angustia a través del sonido del trueno y del frío del viento que me azotaba.

—¿Te vas para ir con él?

No parecía que Christopher aprobara o desaprobara aquello; se limitó simplemente a observarme, como si me analizara.

¿Podría enfrentarme de nuevo a mi padre? ¿Afrontar el peligro de que me rechazara para siempre o se volviera contra mí?

Entonces el trueno volvió a sonar y sentí que el temor en el corazón de mi padre era más intenso que mi propio miedo. Algo terrible le estaba ocurriendo, algo mucho más importante que las respuestas que yo necesitaba. Si Christopher ahora se volvía contra mí, si intentaba atraparme en aquel lugar… Tenía que intentar encontrar a mi padre.

—Sí —dije—. Me voy.

Christopher no se enfadó. Por primera vez sentí que tal vez podía confiar en él.

—En tal caso, abrigaré la esperanza de que regreses.

—Volveré —le prometí—. Quiero saber más cosas.

—Y yo quiero contártelas.

—¿Cómo puedo llegar a mi padre?

—Cuando la persona a la que amas desea de un modo tan desesperado que estés con ella —dijo Christopher—, verás que te resulta imposible estar en otro lugar.

Dijo aquello con una expresión tan abrumada que me pregunté quién había deseado tenerlo a su lado. Sin embargo, no podía preocuparme mucho por Christopher, no mientras papá estuviera en peligro o en una situación desesperada, o en lo que fuera que hacía oscurecer el cielo sobre mi cabeza. Tampoco podía preocuparme de mí misma. Me di cuenta de que mis temores habían sido solo egoístas. La tierra de los objetos perdidos arrojaba una claridad intensa sobre todas las cosas, tanto las visibles como las invisibles.

Cerré los ojos y pensé en mi padre. Por primera vez desde hacía meses, desde que había muerto, no me limité a acariciar la idea de él. Me permití recordarlo hasta que colmó mi corazón. Llevándome a la cama de pequeña. Bailando cariñosamente con mamá mientras Dinah Washington sonaba en su viejo equipo de alta fidelidad. Manteniendo charlas triviales con nuestros vecinos en un esfuerzo por encajar en Arrowwood. Llevándome a la playa porque me encantaba a pesar de que él detestaba la luz del sol. Refunfuñando por tener que levantarse temprano, con todo el pelo alborotado, despeinado. Representando su resurrección de entre los muertos con Ken, uno de mis viejos muñecos, ante un público formado por una niña muy interesada y unas Barbies asombradas. Pensé, en fin, en todo lo que le convertía en mi padre.

Cuando abrí los ojos, él se encontraba allí.

Para ser precisos, yo regresé con él, a Medianoche. Estaba oscuro, y no había modo de saber el tiempo que había transcurrido desde que me había marchado. Aunque me parecían minutos, podrían haber sido horas o días. Mi padre estaba en el centro de la biblioteca de la escuela…

¡En la biblioteca! Pensé, aterrada, en la trampa que había descubierto allí. Sin embargo, Lucas la había retirado, y tal vez no había sido sustituida. Yo me encontraba bien. Mi padre, en cambio, parecía protegerse de un vendaval. No. No lo parecía: un viento huracanado se había levantado dentro de la sala, y cada ráfaga era fría como el hielo. Me di cuenta de que había quedado atrapado; entre las estanterías se había formado un laberinto de hielo de unos tres metros de altura con mi padre en el centro sin posibilidad de salida. Distinguí apenas una silueta brillante de color gris azulado en un rincón alejado: era un ser escuálido, hasta el punto de que se le veían los huesos, muy viejo y casi calvo. Podía ser tanto hombre como mujer. Sin duda, era un espectro.

—Lo intenta —dijo esa cosa resollando con una voz que parecía una masa de hielo quebrándose. Lo reconocí: era uno de los Conspiradores—. Lo intenta, pero su estupidez le impide ver en qué se equivoca.

—Te detendrán. No podrás resistir para siempre —dijo papá. Sin embargo, no parecía convencido de ello. Su mirada no reflejaba enfado, ni miedo, tan solo tristeza. Era la mirada que yo le había visto en el sofá cuando regresé a Medianoche por primera vez. La misma mirada que tenía Lucas cuando entabló su batalla fatal contra Charity. Supe entonces por qué papá había pensado en mí y me había convocado: creía que estaba a punto de morir de forma definitiva.

Me di cuenta de que había intentado atraer al espectro a una trampa: reparé en que tenía una de esas cajas de cobre en forma de concha a los pies, rota en dos mitades y, en apariencia, carente de poder. ¿Por qué ayudaba papá a la señora Bethany?

El resuello se convirtió en un cacareo.

—Hiélalo. Divídelo. Sin cabeza, no hay ruido.

El rostro de papá no se alteró; era probable que no supiera de qué hablaba el espectro. Pero yo sí. Yo había usado ese mismo poder: mi capacidad de penetrar en un vampiro y convertir su cuerpo en hielo. Había visto el daño que podía ocasionar a un vampiro y no dudaba de que eso pudiera matarlo.

El espectro se lanzó en picado; era el espíritu malevolente de mis peores pesadillas, la encarnación de cuanto me aterraba de los espectros. Yo no sabía qué hacer; desconocía si tenía algún poder sobre los espectros. Me pregunté si podía destruirme igual que a mi padre. ¿Qué podía hacer yo?

Al instante recordé mi pulsera de coral y la habitación de los archivos, y mi espíritu se materializó allí. Cuando me aparecí, Vic, que estaba sentado en un puf leyendo un cómic, casi se ahoga con un trago de soda que estaba bebiendo.

—Guau, Bianca, ¡deberías avisar!

Me hubiera gustado encontrar a Lucas o a Balthazar, pero tenía que echar mano de cualquier ayuda que estuviera a mi alcance; la menor interrupción podría espantar al espectro.

—Mi padre tiene problemas. ¡Ve a la biblioteca! ¡Rápido!

Con la misma rapidez, me concentré en la gárgola del exterior de mi antigua ventana y me encontré allí, suspendida junto a la que había sido mi habitación. Habría merecido la pena asustar terriblemente a mi madre si con ello lograba hacerla bajar a la biblioteca para ayudar a papá, pero no estaba. Contrariada, descendí a toda prisa por la piedra, en busca de un rostro conocido; por suerte me encontré a Patrice sola, dando los últimos toques a su manicura. Era la persona que necesitaba. Cubrí de escarcha su ventana tan rápido que crujió; entonces ella la abrió y sacó la cabeza al exterior.

—¿Bianca?

—¡La biblioteca! ¡Coge el espejo, ya!

«Tengo que volver con papá». Sin embargo, el vínculo con que me había desplazado se había interrumpido; ese tipo de conexión no parecía funcionar en el mundo de los mortales. Por lo tanto, tenía que tomar el camino largo. El único modo de evitar dejar un rastro de hielo a mi paso era tranquilizarme y frenar la marcha, pero no tenía tiempo para eso.

Atravesé a toda prisa la habitación de Patrice y me precipité por los pasillos, ajena a la escarcha y a las extrañas luces azuladas que se levantaban a mi alrededor, incluso cuando los demás alumnos empezaron a gritar. Skye, que salía de la ducha, estuvo a punto de dejar caer la toalla, y observé que los mechones húmedos de su pelo se helaban y convertían en hielo. «Lo siento», pensé distraídamente. En ese momento no podía preocuparme por nadie más que no fuera mi padre.

Aunque posiblemente alcanzar la biblioteca no me llevó más de un par de minutos, me pareció una eternidad. Al atravesar las puertas, mientras sentía el impacto de la madera en mi cuerpo, vi una luz azulada titilante que se reflejaba en torno a lo que entonces ya era una enorme jaula de hielo. En algún punto, en medio de aquella prisión crujiente y centelleante, se encontraba mi padre. Me abrí paso por el hielo hasta llegar al centro.

Allí, para mi horror, vi a papá balanceándose sobre los pies, reclinado en un ángulo imposible, defendiéndose de forma desesperada de un puño de hielo que se le hundía en el pecho.

El espectro se reía.

—Cosa estúpida. Cosa estúpida.

—¡Apártate de él! —grité.

Sin saber qué otra cosa podía hacer, me abalancé contra aquello con todas las fuerzas que fui capaz de reunir. Pero adoptó una forma permeable y me hizo caer dando un traspié. Al menos aquello distrajo al espectro, que retiró su mano de hielo de mi padre y se volvió hacia mí.

Era la cosa más fea que había visto jamás. Al principio creí que solo era viejo, pero las personas ancianas no tienen ese aspecto. La «carne» que exhibía no se le ceñía bien al cuerpo: tenía los párpados inferiores tan hundidos que se le veía toda la cuenca del ojo, y los labios le colgaban hasta la barbilla. Yo retrocedí hasta sentir el hielo; podría haberlo atravesado, pero eso habría significado abandonar a papá.

Oí una voz débil que decía, incrédula:

—¿Bianca?

«¡Papá!». En ese momento no podía volver la vista hacia él; el espectro tenía que centrarse en mí, no en él.

Los ojos redondos y espantosos del espectro se iluminaron, literalmente, como dos llamas de gas. Ignoraba que los espectros pudiéramos hacer algo así, y lo cierto era que no quería comprobarlo.

—Un bebé —dijo.

—Tal vez sea nueva en esto, pero te prometo que soy capaz… —¿De qué era yo realmente capaz?—. Si no lo dejas en paz, soy capaz de hacer que dejes de vagar el día menos pensado.

BOOK: Renacer
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