Renacer (33 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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—Habéis sido advertidos.

Entonces, de pronto, como si fueran marionetas a las que se les hubieran cortado los hilos, todos los humanos se desplomaron de nuevo, aunque esta vez fue solo por un segundo. Al poco estaban todos de pie, frotándose la cabeza como si se hubiesen caído, confundidos por lo que acababa de ocurrir. Nadie parecía recordarlo bien, lo cual sin duda constituía un acto de misericordia hacia todas las personas afectadas.

Intenté albergar alguna esperanza. Esa noche retiraríamos la mayoría de las trampas. En cuanto encontrásemos el modo de actuar con seguridad, seríamos capaces de liberar a los espectros por nuestra cuenta. Con el tiempo, si allí dejaban de sentirse a salvo, probablemente yo podría convencer a muchos de ellos para que abandonaran conmigo esta dimensión.

Sin embargo, en ese instante presentí que algo terrible se acababa de activar, algo que tal vez no seríamos capaces de detener.

Capítulo diecinueve

—¡N
o me puedo creer que me haya convertido en una especie de demonio! —Vic estaba sentado en los escalones del cenador donde nos habíamos reunido en cuanto el caos se disolvió. Aunque aún no era medianoche, el baile de otoño se había dado por concluido—. ¿Llegué a echar fuego por los ojos o algo así?

—No. Solo dabas mucho miedo.

Lucas estaba apoyado en la barandilla. Se había aflojado la corbata del traje y llevaba el cuello desabrochado, una vista que lamenté no poder apreciar como merecía. Skye, igual que la mayoría de los alumnos humanos y muchos vampiros, se había retirado a su habitación hacía rato a causa de la enorme conmoción que, como no podía ser de otro modo, había seguido a la posesión en masa.

—¿No te escuchaban, Bianca?

—Sí, escuchaban, pero tenían miedo. —Yo estaba sentada a su lado en la barandilla, completamente sólida; no había nadie alrededor que pudiera verme—. Sea lo que sea lo que planean, tendrá lugar muy pronto. Si no liberamos rápidamente a los espectros, me temo que empezarán a hacer daño a la gente, tanto a los humanos como a los vampiros… a todo el mundo.

Patrice, que no había presenciado las posesiones y que, por lo tanto, podía pensar con mayor claridad que la mayoría de nosotros, empezó a analizar nuestra situación.

—Hemos logrado barrer la mayor parte de las zonas que queríamos. En la sala de los archivos hay un total de cuarenta y siete trampas. Es razonable pensar que no las hemos localizado todas, pero ahora mismo hemos retirado la mayoría. Creo que el hecho de que hayamos sido capaces de hacer eso debería hacer cambiar de idea a los espectros, ¿no? Al menos, les dará un motivo de esperanza. Les demostrará que estamos de su parte.

Mi madre se movió intranquila, y mi padre le pasó el brazo por encima de los hombros. Yo sabía que a ella le resultaba difícil estar del lado de los espectros; sin embargo, no había huido. Seguía allí, con nosotros.

—Debemos liberar a los espectros atrapados —dije—. Y el segundo paso será destruir las trampas que tenemos para evitar que la señora Bethany las vuelva a utilizar.

—Es poco probable que alguien con la determinación de la señora Bethany permita que la destrucción de unas cuantas trampas la detenga —apuntó Ranulf.

Asentí.

—Pero cuando hayamos liberado a los atrapados, los que se han trasladado a Medianoche dejarán de estar asustados. Entonces tal vez los pueda convencer de que se marchen.

—Quizá no sea mala idea empezar a correr la voz entre los humanos —agregó Balthazar, que había captado la idea—. Las apariciones no los asustaron, pero puede que la posesión sí.

Lucas añadió:

—Y si la posesión tampoco funciona, entonces los vampiros seguro que sí. Soy muy capaz de enseñarles los colmillos si con ello puedo conseguir que unos cuantos alumnos humanos se vayan de la escuela para siempre.

—Y entonces sí que la podríamos cerrar. —Empezaba a sentirme excitada; por primera vez en mucho tiempo parecía como si tuviera alguna ventaja sobre la señora Bethany—. Destruir las trampas, vaciar la escuela de todo el mundo excepto los vampiros que necesiten estar aquí.

Mi padre parecía receloso.

—Cuando destruyamos las trampas, alteraremos la magia profunda que albergan. Será una emisión de energía extraordinaria. No pasará desapercibida para nadie.

Lucas hizo una mueca.

—En otras palabras, la señora Bethany sabrá que hemos desbaratado su plan. No más adelante, cuando empecemos a correr la voz entre los estudiantes humanos, sino de inmediato.

Desde su puesto en el interior del cenador, sentado en uno de los largos bancos, Balthazar dijo:

—Y actuará. Al instante. Cuando lo hagamos, tenemos que estar preparados para las represalias.

—No creo que vaya a matar… —Iba a decir «a otro vampiro», pero no pude.

No pude después de haber visto lo que le había hecho a Samuel Younger. La señora Bethany llevaba dos siglos urdiendo aquel plan, era su deseo más preciado, y no vacilaría en destruir cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Miré a mi padre, y él asintió una vez en señal de confirmación.

—Es capaz —dijo papá—. Durante este año ha demostrado muy claramente sus simpatías, tanto entre el profesorado como entre los alumnos. Sospecho que hay otros vampiros conocedores de sus planes. Si no queremos acabar con una estaca en el pecho o algo peor, será preciso que salgamos de aquí tan pronto como hayamos liberado a los espectros.

Lucas se volvió hacia mis padres. Era la primera vez que lo veía dirigirse directamente a uno de ellos tras el altercado inicial con mi madre a principio de curso.

—¿Existe alguna posibilidad de que se ausente un tiempo?

Se produjo una pausa incómoda que me hizo estremecer, pero entonces papá recuperó la compostura.

—No tendremos esa suerte. De todos modos, tal vez se nos ocurra un modo de distraerla. Un problema grave que la haga salir de aquí durante un día. Se enterará en cuanto vuelva, pero quizá nos dé margen para cubrir nuestro rastro.

—Sabrá que estoy metido en esto —añadió Lucas—. Después de haberla rechazado el otro día, lo sabrá. Sin embargo, confío en poder ocultaros a todos.

Mi madre carraspeó, como si le costara un poco hablar educadamente con Lucas.

—La señora Bethany sospechará de nosotros también, sobre todo si nos implicamos para sacarla del campus. Así pues, deberíamos acordar ahora que hemos sido los tres y nadie más.

—Oíd, eso no es necesario —dijo Balthazar.

—Ahórrate ahora el numerito noble, ¿vale? —Lucas lo miró con enojo—. Nadie quiere tener a esa mujer en su contra si hay un modo de evitarlo. No seas tonto.

Para mi sorpresa, Balthazar sonrió.

—Eres un buen amigo, Lucas. Aunque nunca lo admitirás.

Los dos se sonrieron, y observé cómo mis padres se daban cuenta de que, contra todo pronóstico, Lucas y Balthazar se habían hecho muy amigos.

Por algún motivo, el hecho de que yo amara y aceptara a Lucas no había tenido tanto impacto en ellos como aquella simple prueba de amistad.

Vic dibujó una T con las manos.

—¡Fin del tiempo para establecer vínculos!, ¿vale? Hay algo de lo que aún no hemos hablado: Bianca.

—¿Qué pasa conmigo? —pregunté.

—Bueno, tú eres algo así como un superespectro, ¿no? Exactamente lo que la señora Bethany quiere. —Vic fue posando la vista en cada uno de nosotros, como esperando que alguien le llevara la contraria, pero, claro, nadie lo hizo—. Entonces, ¿cómo evitamos que piense que te has convertido en espectro y que estás aquí? No cabe la menor duda de que estará buscándote.

—Todos habéis sido realmente cuidadosos —intervino mamá. Cruzó un instante su mirada con la de Lucas, como si le diera las gracias por haberme protegido. Fue un momento muy breve, pero me entraron ganas de abrazarla con más fuerza que nunca—. Seguro que sabe que Bianca se ha convertido en espectro, pero tal vez no se haya dado cuenta de que se encuentra aquí. ¿No os parece que de haberlo sabido ya habría intentado capturarla?

Tuve que admitir que aquella era una buena apreciación. Las trampas no estaban dispuestas para mí en concreto; la habitación de Lucas no había sido marcada como objetivo.

—No me gusta ignorar lo que la señora Bethany sabe, pero confío en que pronto eso deje de tener ninguna importancia —prosiguió mamá—. En un par de semanas me imagino que los tres habremos abandonado la Academia Medianoche para siempre y que… tú vendrás con nosotros, ¿verdad, Bianca?

—Estéis donde estéis. —Apoyé la cabeza en el hombro de Lucas con la fuerza suficiente para hacerle sonreír. Los refulgentes mechones de mi pelo se deslizaron sobre su pecho—. Allí estaré.

Más tarde, cuando todo el mundo se dispuso a regresar al interior del internado, yo me volví invisible, convertida apenas en un rastro de vapor suspendido en lo alto. Observé que Balthazar se levantaba de su asiento pero que no se marchaba con los demás, sino que se entretenía en el cenador un rato más. La luz de la luna perfilaba su silueta entre las volutas de hierro y la hiedra.

Descendí levemente y le susurré:

—¿Estás bien?

—Claro —respondió.

Sin embargo, su voz resultaba rara. Entonces recordé el baile de otoño de dos años atrás, cuando los dos habíamos salido juntos allí a contemplar las estrellas; fue la noche en que le dije que amaba a Lucas. Todavía podía ver lo mucho que aquello le había afectado. ¿Acaso recordaba él también aquella noche?

Balthazar dirigió vagamente la vista hacia mí y dijo:

—Lucas va a volver a comprobar las trampas, para asegurarse de que permanecen bien ocultas. Por lo tanto, no se acostará hasta al menos dentro de una hora.

—Sí, ¿y qué?

—Quiero que esta noche penetres en mi mente mientras sueño.

Adiviné al instante por qué me pedía aquello, y lo que pretendía hacer.

—Balthazar… No sé si es una buena idea. Nos encaminamos hacia una batalla. Vas a necesitar todas tus fuerzas.

—Estaré perfectamente. Me ha llevado mucho tiempo afrontar lo que tengo que hacer. Pero ahora lo veo claro. No podemos posponerlo por más tiempo. —Su expresión era inescrutable, pero su voz estaba cargada de firmeza—. Confía en mí.

Después de haberme pasado unos cuantos meses criticándolo a la menor oportunidad, y además por algo que realmente no había sido culpa suya, le debía eso, ¿no?

—De acuerdo, lo haré.

Regresamos al internado. La magnificencia del vestíbulo principal se había venido abajo: las velas estaban apagadas, las flores yacían en el suelo pisoteadas por los alumnos asustados, y se veía claramente que el rincón de la orquesta había sido abandonado a toda prisa. Balthazar se desabrochó la pajarita y los puños mientras subía la escalera; sus pasos resonaban en la piedra. Después de lo ocurrido horas antes, supuse que, aunque la mayoría de la gente estaría totalmente despierta y seguiría así durante horas, nadie se atrevería a deambular solo por allí a medianoche.

Cuando entramos en su dormitorio, Balthazar no encendió la luz. Seguramente lo hizo para tener algo de intimidad mientras se desnudaba; en todo caso, yo, naturalmente, aparté la vista. La luz de la luna seguía brillando y me permitió ver su sombra recortada en la pared mientras se quitaba la camisa y se desabrochaba el cinturón.

«¿Y no es el tipo de Patrice? —pensé—. No me lo creo».

Cuando oí el crujido de las sábanas, volví a mirarlo, esta vez suspendida sin más sobre su cama. Balthazar se tumbó de lado; al parecer era una de esas personas afortunadas que no tienen más que cerrar los ojos para empezar a dormir. Al cabo de unos pocos minutos, me di cuenta de que estaba soñando.

A pesar de que aquello me resultaba violento, casi como si por el hecho de compartir esa experiencia con otra persona estuviera engañando a Lucas, me extendí todo lo que pude y me precipité hacia abajo para penetrar en el mismísimo centro del sueño de Balthazar.

Y me vi en medio de un bosque, de noche otra vez.

Al principio pensé que era el bosque próximo a Medianoche, pero luego me di cuenta de que no lo era. La mayoría de los árboles eran más altos y algunos tenían el tronco muy grueso, posiblemente eran muy viejos. A lo lejos oí las voces de unas cuantas personas, así como otro sonido: cascos de caballos.

Al escrutar la noche oscura, observé a unas personas que viajaban en un carromato antiguo por una carretera polvorienta; iban vestidas de un modo que no me resultaba familiar: con sombreros grandes y capas largas. De algún modo, me recordaron la escena que había vislumbrado en los recuerdos de la vida de Christopher, pero tuve la sensación de que esto había ocurrido hacía mucho más tiempo.

—Lo has conseguido —dijo Balthazar.

Me volví y me lo encontré de pie a mi lado, vestido con ese mismo tipo de ropa; como él estaba más cerca, observé que llevaba unos pantalones que solo le llegaban a las rodillas y unas botas altas abiertas por la parte superior. Llevaba la chaqueta atada con un cinturón, y la capa ribeteada de piel. El sombrero… Bueno, a pesar de todo, tuve que sonreír.

—Pareces la estrella del desfile del día de Acción de Gracias.

—Te informo de que esta era la moda colonial del año 1641. —Balthazar se colocó el sombrero de forma que le quedó más ladeado.

Ya más seria, dije:

—¿Sueñas con esto? ¿Con tu vida?

—A veces.

Balthazar señaló con el dedo una luz lejana: el brillo de una lámpara de aceite en la ventana de una pequeña casa de campo.

—Vamos a ver lo que podamos.

Lo acompañé por el bosque hasta que llegamos al claro de la cabaña. Era más sencilla de lo que había pensado, aunque, al pensar en ello, me pareció lógico; posiblemente Balthazar había ayudado a su padre a construirla con sus propias manos y las herramientas de que entonces disponían. El humo serpenteaba desde lo alto de una chimenea de piedra ligeramente inclinada, y la única ventana estaba tapada con una especie de papel encerado en lugar de cristal. Un perro peludo dormitaba junto a la chimenea, de espaldas al calor. Balthazar sonrió y se inclinó para acariciarlo.

—¡Hola, Fido!

Fido no se movió. Quizá no sintiera las caricias en los sueños.

Luego, desde el interior, oí una voz de mujer, aguda y airada.

—Tu desobediencia es una carga para nosotros, Charity.

—Lo siento mucho, madre. —La voz de Charity sonó clara y firme, sin matices de arrepentimiento—. Pero me temo que voy a tener que desobedeceros más.

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