Renacer (37 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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«Gracias», le dije con el pensamiento.

Ella me respondió: «De nada. Pero, en cualquier caso, ¿no deberíamos salir corriendo?».

—¡Buen plan! —dije. Mis palabras sonaron muy extrañas en sus labios.

Lucas y mis padres se me quedaron mirando. Yo tomé a Lucas de la mano.

—Vámonos. Tenemos que intentar salvar a Maxie.

—Debemos salir de aquí —dijo mamá mientras Lucas me ayudaba a ponerme en pie. Me sorprendí cuando vi que lo podía mirar directamente a los ojos; Skye era más alta que yo.

—Cariño, lo siento por tu amiga, pero tenemos que pensar en tu seguridad.

—Maxie no pensó en ponerse a salvo cuando me siguió —repliqué—. Además, Vic intenta ayudarla. ¿Vais a permitir que Vic se enfrente solo a la señora Bethany?

Lucas me condujo a la puerta.

—De ningún modo. Vamos.

Mis padres se miraron durante un instante, pero nos siguieron. Al estar encerrada en el cuerpo de Skye, como si este fuera una armadura cálida y viva, la sala de la trampa ya no ejercía ningún poder sobre mí; salir de allí resultó tan sencillo como bajar la escalera. Como no podía ser de otro modo, mis movimientos eran bastantes torpes, porque no me había acostumbrado a manejar el cuerpo de Skye y las dos aún temblábamos ligeramente después de lo ocurrido.

Cuando bajábamos por la escalera pregunté:

—¿Fue Maxie quien os dijo dónde estaba?

—Sí —dijo Lucas. Me tomó por la cintura, para ayudarme a mantener el equilibrio, pero me tocó con cautela, y pensé que lo hacía para no incomodar a Skye—. Esta mañana nos hemos dado cuenta de que habías desaparecido porque era imposible que no estuvieras con nosotros hablando de los planes de esta noche…

—¿He pasado un día entero en la trampa?

El tiempo allí me había parecido eterno, pero a la vez tuve la sensación de que todo transcurría en una milésima de segundo.

Lucas asintió.

—Eso parece. Hemos registrado todo el internado buscándote.

—Seguramente, cuando robamos las trampas, la señora Bethany se dio cuenta de que la habíamos descubierto —dijo papá—. Dejó de esperar su oportunidad y pasó al ataque.

«Cuando todo esto acabe —pensó Skye—, ¿alguien me contará qué está pasando?».

«¡Claro! —respondí—. En cuanto yo misma lo comprenda».

—¿Y qué hay de las trampas? Seguro que la señora Bethany anda tras ellas.

—Esperemos que no tenga la oportunidad —dijo mamá mientras seguíamos bajando la escalera de piedra.

Todo el alumnado parecía despierto y consciente de que ocurría algo grave; se oían murmullos y gritos en todas las plantas.

—Patrice y Ranulf deben de estar encargándose de ello en este mismo instante…

Su voz se apagó en cuanto las piedras de Medianoche empezaron a gritar.

Aquella era la única palabra que podría describirlo, aunque no sonaba como un grito humano. Era como si el propio edificio hubiera cobrado vida y lo detestara. El sonido se encontraba en el punto de fricción entre lo real y lo irreal, existente en unas dimensiones que no tenían nada que ver con el sonido pero que, sin embargo, reverberaban en nosotros. Nos tapamos los oídos con las manos, todos menos Lucas, que seguía sujetándome con una mueca de dolor.

—Pero ¿qué diablos…? —gritó él por encima del estruendo.

Entonces los sentí, trepando hacia lo alto de la estructura del internado, trepando hacia la libertad.

—Son los espectros —dije—. Están libres.

Estaban libres y también enfadados. En lugar de volar directamente hacia la gente que los anclaba, o de desprenderse del mundo de los mortales, o de trasladarse de vuelta a los lugares que habían encantado, estaban atacando la Academia Medianoche y cuanto había en su interior. Antes no comprendía por qué no eran razonables, por qué actuaban movidos únicamente por puro instinto. Ahora que había pasado un día en una trampa, los entendí; esas cosas le arrebataban la conciencia a uno. En poco tiempo te reducían a miedo y rabia.

Entonces mi aliento se volvió vaporoso, y la escarcha empezó a dejar huella de nuestro paso en los muros, los escalones y el techo. Mi padre estuvo a punto de resbalar con el hielo que se formaba en el suelo con tanta rapidez que se me clavaba en los pies y estuvo a punto de inmovilizarlos. Los murmullos en lo alto de la escalera se convirtieron en chillidos.

—¡Rápido! —exclamé con renovada determinación.

Proseguimos el camino a pesar de que resultaba difícil. El hielo ahora era más espeso que en cualquier otro ataque de espectros que yo hubiera presenciado: era como si todo el internado fuera de hielo. Las piedras crujían y se agrietaban bajo su presión, y nosotros resbalábamos y trastabillábamos por la escalera, que cada vez se parecía más a una caverna de nieve.

Al fin llegamos el vestíbulo principal; aunque no hubiera sabido que allí era donde los espectros eran liberados, sin duda habría reconocido claramente el corazón de la tormenta. La estancia no era otra cosa que un enorme laberinto esculpido en un solo bloque de hielo. Temblando, a ambos lados, blancos de escarcha, estaban Patrice y Ranulf. Yacían desplomados junto a la entrada, aparentemente incapaces de moverse.

—¿Estáis bien? —dije apresurándome a llegar junto a Patrice. Su mano al contacto con la mía tenía el tacto de un pedazo de hielo.

—Estoy bien, Skye —respondió Patrice; le castañeteaban los dientes—. Deberías irte de aquí.

—Vamos a salir todos de aquí —dijo Lucas.

Me soltó para tomar a Patrice en brazos; aunque estaba rígida, consiguió sacarla por la puerta. Mamá y papá pasaron los brazos por los costados de Ranulf y lo ayudaron a salir.

Yo salí corriendo del edificio de la escuela y me dirigí al jardín. Al levantar la vista hacia Medianoche, proferí un grito ahogado; el internado parecía esculpido en cristal, con su silueta desdibujada y fractal como las aristas de los copos de nieve. Había otros alumnos reunidos en el exterior, temblando en pijama con la vista levantada hacia aquella visión asombrosa. Seguramente ese día había nevado, porque algunos de ellos estaban hundidos en la nieve hasta las rodillas.

«La ayuda puede tardar horas en llegar —me dije—. Para entonces puede que alguien ya haya muerto de congelación. Tengo que hacerlo ahora».

«¿Hacer qué?», pensó Skye cada vez más alarmada. Una reacción nada extraña teniendo en cuenta todo por lo que le había hecho pasar en los últimos minutos.

Muy cerca de mí, vi a Balthazar luchando con uno de los guardianes supervivientes de la señora Bethany. Ambos tenían los colmillos alargados mientras rugían y se abalanzaban el uno contra el otro.

Skye gritó, tomando por un instante el control sobre su propio cuerpo a causa del espanto.

«¿Qué son?».

«Son vampiros. ¿Te acuerdas de lo que te contó Lucas? Él también es un vampiro. Como mis padres. Y también… Bueno, mucha gente. Más tarde tendremos que hablar de todo ello. Ahora mismo tengo algo que hacer».

«¿Hacer qué?», repitió.

«No te preocupes. Lo haré yo sola».

Dicho lo cual, solté a Skye. Las dos nos desplomamos, y fue como si el golpe de su cuerpo contra el suelo nos separara. Yo salí rodando en mi forma semisólida, sin dejar huella alguna en la nieve; Skye se incorporó, balbuceante, con trozos de hielo brillándole en el pelo. Tenía una expresión extraña, de horror, como si no se acordase de haberme dado permiso. Sin embargo, dijo:

—Los noto.

—¿Qué notas?

Se mesó el cabello, como si pretendiera servirse del dolor para bloquear otra sensación.

—Esos espectros, todos. Es como si los tuviera en mi cabeza…

Me pregunté si el hecho de haberla poseído durante tanto rato le había abierto algún otro canal de percepción. Pero eso lo tendríamos que averiguar más tarde.

—Voy a encargarme de ellos, Skye. Lo prometo.

Lucas, que se encontraba unos pocos pasos más allá intentando reanimar a Patrice, dijo:

—Bianca, ¿qué haces?

—Regresaré pronto —le prometí—. ¿Has cogido el broche?

Él se palpó el bolsillo y luego se quedó muy quieto.

—Tenemos un problema.

Como si no tuviésemos ya bastantes. Sin embargo, seguí su mirada y vi la cochera de la señora Bethany; tenía los postigos bien cerrados y por las ranuras se colaban pequeños destellos de luz de color azul intenso, como cuchillos cortando la noche. La señora Bethany había iniciado su hechizo; pronto habría acabado con Maxie y resucitaría.

Tal vez estuviera con alguno de sus compinches. Distinguí la silueta de Vic, arrojándose una y otra vez contra la puerta, tratando de salvar a Maxie.

—Ve a ayudarlos —dije—. Prometo que regresaré pronto.

Tras dirigir una última mirada a Patrice, que al fin parecía poder mantenerse sentada sin ayuda, Lucas echó a correr hacia la cochera de la señora Bethany.

Yo me liberé de mi presencia física y me elevé hacia lo alto, convertida en pura energía. Tenía Medianoche a mis pies, no como algo que pudiera ver, sino más bien como algo que percibía como un grupo numeroso de espíritus perdidos y desesperados incapaces de sentir otra cosa más que miedo. Antes, cuando aún no había sido atrapada, no entendía cómo se sentían y no había podido comunicarme con ellos. Ahora, en cambio, sabía lo que tenía que hacer.

Mientras evocaba el intervalo que había pasado en la trampa, proyecté a mi alrededor el recuerdo de aquel vacío oscuro e inconmensurable. Con todas las fuerzas que fui capaz de reunir, lo arrojé hacia abajo, de modo que los espectros pudieran reconocerlo. En cuanto noté que reaccionaban con dolor y pánico, abrí un enorme círculo de luz: el camino de salida.

Al otro lado del círculo, evoqué la tierra de los objetos perdidos con toda su belleza, su fealdad y su caos. Esta pareció adquirir forma en miniatura, como los castillos mágicos de las bolas de cristal con nieve: una mansión antigua estilo Tudor, una caravana, un caballo de pelo castaño con las rodillas marcadas y los ojos amistosos, un camino polvoriento y serpenteante… no se trataba de nada que yo hubiera visto antes, eran los objetos que los espectros llevaban consigo.

La energía que se acumulaba a mis pies dejó de transmitir miedo para empezar a propagar algo parecido a la esperanza.

Entonces los tomé conmigo. A todos y cada uno de ellos. No sé cómo lo hice, pero estaba claro que había poseído esa habilidad desde el principio. Conocí a cada uno de ellos, les vi las caras, sus personalidades, capté partes de las vidas que habían llevado. Se volvieron conocidos para mí, tanto con sus virtudes como con sus defectos, tal que si fueran mis amigos más queridos, y sentí que ellos a su vez me reconocían a mí. Y, más importante todavía, percibí que ellos se reconocían a sí mismos como las personas que habían sido antes de que la oscuridad y el miedo se hubieran apoderado de ellos. A continuación, nos alzamos juntos para penetrar en la esfera de luz.

Luego hubo risas, gritos de júbilo, abrazos. Yo me quedé de pie en una zona iluminada por el sol junto a lo que parecía una versión del Taj Mahal negra en lugar de blanca e incluso más bella. Un grupo de unas cien personas se arremolinaban en torno a mí vestidas del modo más diverso, desde camisetas y vaqueros hasta una mujer ataviada con un vestido con miriñaque y sombrilla.

—Gracias —susurró esta abrazándome con fuerza—. Nos has sacado de allí. Nos has traído aquí.

Yo le devolví el abrazo, pero no olvidé lo rápido que podía pasar el tiempo allí y lo mucho que necesitaba regresar.

Christopher pareció surgir en medio de todos nosotros, sin ráfagas de humo ni estallidos de luz, pero en un minuto pasó de no estar a hacerse presente. Su sonrisa lo convirtió en el hombre joven y feliz que había sido cuando habíamos estado en los recuerdos de su vida.

—Bianca. Sabía que podías hacerlo.

—Sí. Es fabuloso, y tremendo, y todo eso, pero nuestra situación es muy grave —dije—. La señora Bethany ha capturado a Maxie y va a destruirla. ¿Hay algo que podamos hacer?

Su sonrisa desapareció.

—Pobre chica. Tiene que estar aterrada.

—¿Qué podemos hacer? Es tu mujer. Ya sé que la quieres, pero no podemos permitir que haga una cosa así.

Aparte del miedo por Maxie, temía también por Lucas, por Balthazar, por mis padres, por Vic… y por toda la gente a la que había dejado en Medianoche. La señora Bethany contaba con luchadores conscientes de que ella era su única oportunidad para volver a vivir. La batalla que iba a tener lugar entonces sería desesperada y, para algunos, fatal.

—No, no podemos permitirlo. —Christopher se irguió—. Debemos regresar juntos al mundo de ahí abajo.

—¿Puedes sacar a Maxie de la trampa? —pregunté, pese a que estaba segura de que era imposible.

—Hay un modo —dijo él, para mi sorpresa—. Solo uno.

Entonces se desvaneció. Al parecer, las explicaciones tendrían que esperar. Pensé en mi broche, en la bella flor de azabache de mis sueños e intenté desplegarme hacia su corazón.

Me materialicé y de pronto me sentí físicamente hundida en la nieve, con Lucas tendido a mi lado. La sangre le ensuciaba el rostro, le cubría la piel y hacía que sus ojos verdes parecieran sobrenaturales. Me miró solo por un momento antes de alzar la ballesta justo a tiempo para desviar un hachazo. Uno de los partidarios de la señora Bethany blandía con insistencia un hacha contra él y, a juzgar por las apariencias, ya había logrado asestarle algunos golpes.

Al parecer, mi broche había caído con Lucas; estaba en el suelo, claramente visible en la nieve. Lo cogí, contenta de haberlo recuperado, y me lo guardé en el bolsillo. En cuanto volví a adquirir forma corpórea, intenté asimilar lo que ocurría.

La batalla era encarnizada. Mis amigos vampiros luchaban contra los vampiros leales a la señora Bethany. Al otro lado del jardín, la Academia Medianoche empezaba a descongelarse o, cuando menos, el hielo que la había cubierto ya estaba desapareciendo. Algunos alumnos ateridos se acercaban tambaleándose para volver a entrar, resguardarse y alejarse de la lucha. No vi a Vic, y me pareció que nadie había podido penetrar en la cochera de la señora Bethany.

El rugido de un motor atravesó la noche, y al volverme vi cómo un par de faros se aproximaban rápidamente al internado. Con una repentina sensación de alivio y esperanza, reconocí la furgoneta. Corrí por la nieve gritando:

—¡Raquel! ¡Dana!

El vehículo derrapó al detenerse. Dana saltó del vehículo y entró en escena.

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