Renacer (16 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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—No hay moros en la costa.

—Vale. Permanece atenta.

Lucas entró por una de las ventanas laterales. Vi cómo manipulaba uno de los pequeños marcos metálicos en torno a un cristal, sacudiéndolo atrás y adelante hasta que la parte superior del mismo se le deslizó en la mano. Luego, las otras tres partes metálicas de la ventana salieron fácilmente. Estaba muy claro que últimamente la señora Bethany no había sustituido las ventanas. Lucas lo apartó todo y luego pasó la mano por el cristal abierto, soltó el cerrojo, y se apresuró a dejar a un lado la pequeña hilera de macetas con violetas africanas que había sobre el alféizar. Una vez despejada la repisa, apoyó las manos en su superficie y saltó limpiamente al interior de la casa de la señora Bethany.

Yo nunca habría conseguido hacerlo de un modo tan rápido y limpio. Para mi consuelo, pensé que él, a fin de cuentas, contaba con todas sus capacidades de vampiro. Tal vez luego pudiera burlarme de él por tener más instintos criminales por naturaleza.

Desde la ventana vi a Lucas atravesar la casa y dirigirse al escritorio de la directora, donde era más probable que guardara cualquier material referente a la caza de espectros. Me desplacé rápidamente por el borde de la pared para vigilarlo y a la vez detectar la presencia de la señora Bethany. Pero en cuanto lo hice volví a sentir aquella atracción.

¡Una trampa! Antes de caer presa del pánico, reparé en que no era igual que la de la biblioteca, o que, aunque se trataba del mismo tipo de trampa, había una barrera que me impedía caer en ella, tal vez el tejado o las paredes a prueba de espectros. Al parecer, la señora Bethany preparaba las trampas en su casa antes de instalarlas en la Academia Medianoche.

Aunque no podía capturarme, el poder de la trampa resultaba abrumador. Notaba cómo aquella extraña fuerza tiraba de mí, y de pronto me sentí lenta, frenada, desconcentrada. Era como si tuviera mucha fiebre: nada parecía tener sentido, y, aunque era posible moverse, hacerlo requería un esfuerzo enorme.

Cuando ya estaba a punto de perder toda mi capacidad de atención, vi que Lucas restregaba la mano sobre algo que había en la mesa del escritorio: otra caja con forma de concha marina, como la que había encontrado en la biblioteca. Tal vez fuera la misma; me había contado que la pared de la biblioteca había sido reparada de inmediato, y que no había habido preguntas. Entonces cerró la caja con rapidez, y la opresiva fuerza de atracción de la trampa se desvaneció. Sin embargo, continué sintiéndome muy mal; el mero hecho de permanecer cerca de una trampa activa bastaba para agotarme.

Por un instante, sentí la tentación de desvanecerme y descansar un momento, pero me di cuenta de que podía pasar mucho tiempo antes de que me despertara de nuevo. Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad y me liberé de aquello, volviendo al aquí y ahora de las pesquisas de Lucas.

Justo a tiempo para ver a la señora Bethany cruzando la puerta de la cochera.

Me abalancé contra la ventana de la señora Bethany con tanta fuerza que la hice vibrar. Lucas levantó la vista de la mesa, en guardia, pero era demasiado tarde. La señora Bethany entró en la cochera y accedió a su despacho antes de que Lucas pudiera hacer otra cosa más que quedarse allí plantado.

Ella se detuvo en el umbral. Estuvieron mirándose el uno al otro unos instantes. El terror me provocó tal escalofrío que me sentí como si me hubiera convertido en puro hielo. Lucas parecía mareado.

«Lo atacará, o por lo menos lo expulsará de la Academia Medianoche. No debería haberle pedido que hiciera esto. No debería haberle permitido que lo hiciera».

Estaba a punto de salir volando hacia la escuela para pedir ayuda cuando la señora Bethany dijo con voz tranquila:

—Señor Ross, resultaría más eficaz si se limitara a preguntarme lo que sea que quiere saber.

Él no se relajó, tampoco se movió. Tenía la mirada clavada en la de ella y estaba dispuesto a defenderse o atacar.

—Dudo de que usted me lo dijese.

—Duda.

La señora Bethany dejó sus cosas y se sentó en una de las sillas de madera situada en el lado más alejado de la pared. Había otro asiento desocupado a su lado, una invitación muda para Lucas.

—La Cruz Negra enseña a sus cazadores a desconfiar de todo lo que les resulta nuevo, y a creer solo en sus propias nociones sobre el deber. O el sacrificio o sobre quién es o no un monstruo.

Lucas tensó la mandíbula y supe que se acordaba del ataque de Kate.

—Después de todo lo que ellos le exigieron, ¿qué ha obtenido usted a cambio? Nada más que unas cuantas malas costumbres, como su tendencia a cometer allanamiento de morada.

Lucas, respondió tranquilo:

—No me obligue a abandonar el internado.

Parecía que las palabras lo ahogaban. Odiaba suplicar.

—El refugio de Medianoche le protege —dijo la señora Bethany. Su voz sonó extraña. Al principio no supe dónde residía la diferencia, hasta que me di cuenta de que, de hecho, era calidez—. No voy a castigarle por comportarse del único modo que sabe. La Cruz Negra siempre le animó a actuar de forma subrepticia. Hay un modo mejor de tratar estos asuntos. Aquí, espero, lo aprenderá.

Si la Academia Medianoche era la meca de la sinceridad, ¿cómo se podía entender que los alumnos humanos permanecieran engañados sobre la condición de vampiros de la mayoría de sus nuevos amigos? Sin embargo, mientras me dedicaba a ironizar, observé que la expresión de Lucas dejaba de ser precavida. La señora Bethany le decía exactamente lo que quería oír.

Y, por increíble que fuera, pensé que ella estaba realmente convencida.

—Bueno —dijo—, ahora dígame, ¿qué buscaba?

—Más información sobre los espectros.

«Oh, no, Lucas. No». No podía creer que fuera a desvelarle nuestros secretos tan fácilmente.

Pero en lugar de ello añadió:

—Me han dicho que el año pasado fueron a por Bianca. No entiendo por qué murió. Si ellos tuvieron algo que ver, quiero saberlo y quiero venganza.

La señora Bethany se enderezó, claramente satisfecha de haber encontrado un alma gemela. Lucas la había convencido de que pretendía lo mismo que ella: cazar espectros. Sin duda, aquel era el único modo de conseguir que ella se sincerara. Yo debería haber confiado más en él.

La señora Bethany señaló con un gesto la silla que tenía al lado, y Lucas se sentó.

—Por lo que sé, los espectros se arrogaban algunos derechos sobre la señorita Olivier —dijo—. ¿Conoce las circunstancias que rodearon el nacimiento de Bianca?

—¿Se refiere a lo de que dos vampiros no pueden tener hijos sin la intervención de un espectro? Sí, ella me lo contó.

—Es un cuento de hadas —comentó la señora Bethany. Lucas la miró confuso—. Ya veo que su combatiente madre no dedicó mucho tiempo a los cuentos de los hermanos Grimm. Basta con que sepa que en el bautizo las hadas madrinas acostumbran reservarse una maldición entre los dones que se otorgan al pequeño. Y eso mismo ocurrió con los espectros. Tomaron la sangre de Celia, y concedieron a Celia y a Adrian la oportunidad de crear vida por un breve tiempo.

Lucas reflexionó. Con sus ojos de color verde oscuro tenía la mirada clavada en la ventana; pese a que no podía verme, sí sabía dónde me encontraba exactamente.

—Entonces, su madre y su padre siempre habían sabido que esto ocurriría.

—Para ser precisos, sus padres creían que ella acabaría de asumir su legado predominantemente vampiro llevándose una vida por delante y completando su transformación. Sabían que la otra alternativa para ella era la muerte.

—Ser una chica normal…

—Fue siempre imposible —afirmó la señora Bethany con frialdad—. A Bianca se le había dado la vida, pero solo en esas circunstancias.

Me deslicé hasta el suelo, y la niebla adoptó la forma de mi cuerpo. Cualquiera que hubiera pasado por ahí en aquel momento me habría visto, pero eso entonces no me importaba. Necesitaba sentir algo sólido donde descansar. No se trataba de que lo que había dicho la señora Bethany doliera; todo lo contrario, el caso era que resultaba curiosa e innegablemente cierto. El asombro ante mi propia reacción pareció llevarse algo de mí misma.

La voz de la señora Bethany se volvió más amable:

—Es duro oír algo así, ¿verdad? Sin embargo, creo que con el tiempo saber esto aliviará su dolor. Señor Ross, usted no la habría podido salvar. Usted no la puso más en peligro que sus padres… aunque eso es algo que ellos nunca reconocerán.

—Creo que yo tampoco.

—Usted sigue considerando la muerte como lo peor que puede ocurrir. Y no es así.

—Sé que hay algo peor que estar muerto —dijo Lucas con voz rabiosa—. Estar donde estamos.

—Echa de menos estar vivo.

Supuse que en ese momento ella le diría lo tonto que era creer algo así; nadie parecía más satisfecho de ser vampiro que ella. Pero entonces la señora Bethany añadió con total tranquilidad:

—Yo también.

—Así que esto nunca mejora, ¿verdad?

—Yo no he dicho tal cosa.

El asombro fue superior a mi tristeza. De nuevo adopté mi forma transparente y volví a mirar por la ventana; la señora Bethany permanecía sentada con una mano posada en el hombro de Lucas, con sus uñas espesas y largas de color rojo oscuro destacando sobre su jersey negro. Él no rechazó el contacto.

«¿No estará… ligando con él?». Deseché la idea al instante. Aquel gesto no era de ese tipo. Resultaba innegable que había surgido cierto vínculo, y que en cierto modo en ese momento la señora Bethany era capaz de comprender mejor que yo lo que le ocurría a Lucas.

Sin decir nada, ella le dio una palmadita en el hombro. Lucas obedeció al gesto poniéndose de pie. La señora Bethany lo acompañó hasta la salida de la cochera, totalmente ajena al hecho de que él hubiera forzado su entrada, y lo acompañó hasta Medianoche. No se separaron hasta llegar al interior del vestíbulo principal; unos pocos alumnos que seguían estudiando en su tiempo libre vieron la escena y, sorprendidos, constataron que, al parecer, ahora Lucas se había convertido en el alumno mimado de la profesora. Me pregunté si aquello haría retroceder a los otros vampiros, o si por el contrario lo convertiría aún más en el blanco de todas las burlas.

—Tiene inglés —dijo ella—. Espero por su bien que haya hecho la lectura.

—En realidad, leí
El guardián entre el centeno
hace un par de años por propia iniciativa.

—Claro. Tuvo usted una educación no convencional. ¿Qué pensó entonces de la obra?

—Que Holden Caulfield era un perdedor autocompasivo que necesitaba ocupar mejor el tiempo.

La señorita Bethany sonrió ligeramente.

—Aunque yo diría las cosas de un modo más delicado, nuestros análisis son parecidos en el fondo. Eso significa que voy a preguntarle. Estese preparado. —Miró la hora en su anticuado reloj de pulsera de oro—. Todavía le queda tiempo para ducharse —añadió con un tono de voz del que se infería que era una orden.

Ella siguió su camino, y Lucas se dispuso a subir rápidamente por la escalera para obedecerla. Sonreía. Sonreía de verdad. Como si le saliera del corazón. Casi me sentí celosa, como si yo fuera más un incordio para él que su compañera fiel, hasta que él susurró:

—¿Te lo puedes creer?

—Lo cierto es que has sudado de verdad en el combate contra Balthazar.

—No, quiero decir, ¿te puedes creer que me haya perdonado sin más?

—No. Pero, por otra parte, resultas encantador.

—El encanto no es lo mejor de mí.

—No estoy de acuerdo —dije entonces con cautela—. Sabes que no debes confiar en ella, ¿verdad?

Lucas se quedó en silencio mientras entraba en el pasillo de los dormitorios para chicos donde estaba su habitación. Al final, cuando llegamos a su cuarto dijo:

—Ha hecho la vista gorda, y no tenía por qué hacerlo.

—Detesta la Cruz Negra, y supongo que lamenta lo que te ha ocurrido con ellos, pero, Lucas, está lo de las trampas. Se dedica a atrapar a espectros como yo. Una de esas trampas estuvo a punto de matarme.

—Puede que simplemente tema lo que no comprende —repuso él mientras se quitaba el jersey y la camisa y los arrojaba al suelo sobre las toallas mojadas que Balthazar sin duda había dejado después de ducharse. Los chicos parecían desconocer la posibilidad de utilizar la lavadora—. Bianca, tú temes a los espectros y eres una de ellos. Así pues, esa reacción no resulta tan descabellada.

Me costaba mucho imaginar a la señora Bethany temerosa de algo. Pero, por otra parte, Lucas tampoco decía nada que no fuera cierto; ella había salido en su defensa cuando ninguno de sus amigos, ni siquiera yo, podía hacerlo.

De todos modos, yo no podía sentir ninguna fe ciega en ella. No por el momento.

—No le dirás nada de mí, ¿verdad? ¿Eso de que me he convertido en un espectro y que estoy contigo?

Lucas dibujó una mueca de extrañeza en la cara.

—¿Bromeas? ¡Por supuesto que no!

Me sentí muy aliviada.

—Entonces tampoco confías en ella.

—No sé si confío en ella o no. Pero, cuando se trata de ti, no me arriesgo más de lo necesario. Tus secretos son mis secretos, Bianca. No dudes nunca de ello.

Le rocé la mejilla con una brisa suave, y él cerró los ojos y sonrió.

En ese momento se le veía tan fuerte, tan feliz… Le hice una proposición:

—¿Sabes?, ya sé que nosotros, bueno, que no podemos… estar juntos…

Lucas abrió los ojos y su sonrisa se desvaneció.

Antes de que se disculpara dije:

—Podría mirarte mientras te duchas.

Se echó a reír con una carcajada.

Los diez minutos siguientes estuvieron repletos de vistas magníficas. Sin embargo, durante todo ese tiempo, no pude concentrarme por completo, ni siquiera con un Lucas espléndido, mojado y desnudo ante mí. Un pensamiento se me había instalado en la mente y no podía sacármelo de ahí.

No dejaba de pensar que era como si todo el mundo pudiera ayudarle un poco a él, pero no a mí. A mí, nunca.

Capítulo once

C
ontemplar a Lucas en la ducha me afectó.

Dejé que se marchara a clase, pero volver a verlo, con su pecho y piernas musculosos, y el agua recorriéndole el cabello rubio y los labios gruesos mientras iba recordando todo lo que habíamos compartido durante las escasas semanas que habíamos pasado juntos en Filadelfia, despertó mis ganas de volver a estar con él. Ahora que carecía de cuerpo, mi deseo era distinto, pero de ninguna manera era menor.

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