Read Renacer Online

Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (18 page)

BOOK: Renacer
5.6Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—En absoluto —admití.

—¿Sabes?, la verdad es que ya no tengo tanta práctica. Ya he matado todo lo que pretendía. Beber sangre te deja un aliento realmente repulsivo. En mi opinión, la Academia Medianoche debería ofertar también clases de higiene personal, porque hay unos cuantos que… bueno, no han captado este mensaje.

A mí no me interesaba chismorrear acerca de quién sufría halitosis por beber sangre.

—Tú… ¿has matado mucho?

—No tanto —respondió Patrice tranquilamente—. Tan solo a unos pocos propietarios de esclavos y unos alguaciles reaccionarios; eran otros tiempos. En este país, antes de la Proclamación de Emancipación, si eras negro siempre había alguien con ganas de arrebatarte la libertad. Lo digo en sentido literal; de modo figurado, eso nunca ha cambiado. Tras convertirme en vampiro, dejé de tener que soportar esa situación por más tiempo.

Prácticamente todos los vampiros a los que conocía habían matado en alguna ocasión, excepto mis padres, aunque puede que ellos simplemente no lo hubieran compartido conmigo. Incluso los mejores vampiros, como Patrice y Balthazar, habían bebido la sangre de humanos y habían matado a alguno. En general, las carnicerías de Balthazar se habían producido durante la guerra, y desde luego no podía criticar a Patrice por atacar a alguien que había pretendido esclavizarla. En cualquier caso, habían bebido sangre humana. Balthazar había llegado incluso a matar a su propia hermana, una acción cuyas consecuencias aún sufríamos.

¿Significaba eso que realmente no había solución para Lucas? ¿Que más tarde o más temprano no podría evitar atacar? Conociéndolo, sabía que nunca se lo podría perdonar a sí mismo. Así, no era de extrañar que estuviera desesperado por encontrar un modo de superar su voracidad. Tal vez la señora Bethany pudiera ofrecerle lo que más deseaba en el mundo.

—¿Qué?, ¿volvemos a la lección? —Patrice repicó en el espejo con una uña perfecta, pintada de lila—. Bien. Esto te ayuda a adivinar el sentido de una corriente, o una brisa, a hacerte una idea de por dónde circula el espectro. Si son visibles, no hay problema. Si no, entonces debes fijarte muy bien en aspectos como el frío del aire, indicios de escarcha y cosas así. A continuación, orientas el espejo de forma que quede perpendicular a esa dirección.

—¿Basta con sostenerlo como un guante de béisbol para que el espectro caiga en él?

—Ojalá. —Patrice vaciló—. En realidad, tienes que pensar en tu propia muerte.

Aquello me cogió desprevenida.

—¿Por qué? —pregunté.

—No se trata simplemente de pensar en ello. Tienes que convertirte en un todo con ello. Es algo así como alcanzar el interior de uno mismo y, por decirlo de algún modo, emitir en una frecuencia de muerte. Hay que encontrar la manera de ser como los espectros. Eso es lo que los atrae al interior del espejo: se acercan a la fuente de la emisión, y luego el extraño encantamiento del espejo entra en acción.

No tuvo que explicarme qué era ese «extraño encantamiento del espejo». Uno de los enigmas de ser vampiro consistía en averiguar por qué los espejos dejaban de emitir reflejos cuando un vampiro llevaba demasiado tiempo sin tomar sangre; era un fenómeno carente de sentido y, sin embargo, real. La simple propiedad física de la reflexión influía en dicha cuestión de un modo que ninguno de nosotros alcanzaba a entender, pero que todos respetábamos.

Patrice prosiguió:

—En tu caso debería funcionar mejor que con los vampiros, porque me imagino que eres capaz de emitir más fácilmente hacia los demás espectros. Sin embargo, este truco sería inútil para un humano.

—Vale. Parece bastante sencillo.

—Parece sencillo. —Se mofó—. Hay que ensayar varios intentos hasta aprenderlo bien; al menos eso es lo que tuve que hacer yo.

Nuestras miradas se cruzaron, y su expresión de indiferencia fingida se desvaneció. Sin duda, yo tenía un aspecto aterrado.

—Me asustan —dije—. Soy una de ellos, pero… No sé.

—Eres fuerte. —Habló en un susurro. Nunca la había visto tan seria, ni tan sincera—. Más fuerte de lo que yo habría supuesto en alguien tan joven. Si alguien puede enfrentarse a ellos, eres tú.

—No sé si me da miedo que me hagan daño o…

—¿O qué?

—O que me aparten de aquí, de Lucas, de todos vosotros. Que me impidan regresar.

Patrice negó con la cabeza. La lámpara que tenía a su espalda hacía que sus rizos parecieran brillar.

—A ti, no. Sé que siempre encontrarás un modo u otro para poder regresar a casa.

Me hubiera gustado tener la misma seguridad que ella.

Al observar mi renuencia, Patrice se incorporó y se alisó el uniforme a medida hasta que le quedó perfecto.

—Lo que tenemos que hacer es proporcionarte un hogar al que puedas regresar.

—¿Adónde vamos? —preguntó Lucas mientras yo lo acompañaba por la escalera de caracol de la torre de los chicos—. ¿Esto es más divertido que la astronomía?

—¡Siempre fingiste interesarte por mi astronomía!

—Y me interesaba. Pero tú me interesabas más.

—Es un secreto —respondí, despeinándolo con una brisa fresca—. Ya lo verás cuando lleguemos.

Samuel Younger bajaba por la escalera mientras nosotros subíamos. Lucas se tensó conforme se acercaba.

Samuel dijo:

—¿Hablando solo, rarito?

—A veces no se puede hacer otra cosa para mantener una conversación inteligente —respondió Lucas.

Samuel le hizo un gesto vulgar con el dedo corazón, pero siguió bajando.

En cuanto volvimos a estar solos dije:

—Debemos tener cuidado con eso.

—No hay problema. Por otra parte, es increíble la de cosas que la gente no nota.

Para entonces, ya habíamos llegado a lo alto de la torre, la habitación de los archivos.

—En cualquier caso, Patrice y yo hemos pensado que no es bueno para ninguno de nosotros estar solos tanto tiempo.

—Mientras te tenga a ti, no estoy solo.

Dicho lo cual, abrió la puerta y se encontró con el grupo reunido en la habitación: Patrice, que alisaba un pañuelo sobre uno de los baúles polvorientos antes de sentarse encima; Vic y Ranulf, que parecían haber llevado unos carteles de cine y un sillón hinchable; y Balthazar, que echaba el humo de su cigarrillo por la ventana. En un rincón había un iPod y un equipo de música, cuyo volumen estaba al máximo posible para no llamar la atención.

Lucas lo miraba todo boquiabierto y le susurré:

—Siempre nos tendremos el uno al otro, pero esto también lo podemos tener.

—¡Hola, gente! —Vic fue el primero en vernos—. Pensamos que era preciso animar un poco el lugar. Y para dar un toque de categoría nada como unos carteles antiguos de películas de Elvis.

—La verdad es que a mí se me ocurren otras ideas al respecto —intervino Patrice con un tono de voz que dejaba entrever que aquel «toque de categoría» no había surtido efecto. De todos modos, sonreía.

—¿Este sitio es seguro? —preguntó Lucas.

Balthazar apagó el cigarrillo en el alféizar de piedra de la ventana.

—No veo por qué no. Puede que nos pillen, pero entonces creerán que lo único que hacemos aquí es pasar el rato.

—Y eso es lo que haremos —dije—. Pero, en serio, necesitamos un lugar que la señorita Bethany no conozca. Un lugar donde podamos elaborar estrategias. Donde averiguar lo que se trae entre manos. Encontrar un modo de comunicarnos mejor con los espectros.

Todo eso. No puedo pasarme el rato farfullando con vosotros en las pausas entre clases.

—No hay ningún motivo por el que alguien vaya a pensar que Bianca está aquí arriba con nosotros —corroboró Patrice—. Aunque alguien nos hubiera estado espiando durante mucho tiempo, no se le ocurriría algo así. Tiene razón. Si continuamos comunicándonos con ella de uno en uno, parecerá que hemos empezado a hablar solos, y eso hará que la gente se haga preguntas. A Bianca le conviene estar ligada a un sitio, igual que a la gente.

La alegría inicial de Vic se había desvanecido ligeramente, y él y Lucas se escrutaban con cautela. Lucas dijo entonces:

—No estoy seguro de… de esto.

No estaba seguro de poder estar cerca de Vic. De estar cerca de un humano durante mucho tiempo.

De pronto, Vic exclamó:

—¡Estoy ungido!

—¿Qué?

Lucas tenía una expresión confusa. No era de extrañar.

—Mirad, pedí a mis padres que me enviaran agua bendita, lo cual, por cierto, me obligó a darles unas explicaciones más bien complicadas. Bueno, ahora creo que piensan que voy a convertirme en sacerdote, nada más lejos de la realidad, claro. El caso es que me la enviaron. La tengo en un frasco de colonia sobre mi escritorio. Y ahora mismo estoy ungido.

Vic se desabrochó el cuello de la camisa; la corbata con el dibujo de la hawaiana osciló levemente.

—Llevo agua bendita por todo el cuello. Así pues, aunque se te crucen los cables y me muerdas, cosa que espero que no hagas, te quemarás. Sería como morder un pimiento jalapeño. Por lo tanto yo soy como un pimiento jalapeño. Y tú tendrás que apartarte de inmediato. —Dirigió una mirada a todos los que lo rodeábamos—. ¿Verdad?

—Hummm, ya veremos.

Eso fue todo lo que Patrice alcanzó a decir; los demás nos habíamos quedado sin habla.

Lucas, claro está, se hallaba tan desconcertado como el resto, pero asintió lentamente.

—¿Sabes?, es raro pero ayuda. No creo que debamos estar a solas aquí arriba, pero, sí. Vale.

Vic se relajó un poco. Seguía habiendo cierta distancia entre ellos, pero era menor. Tal vez Lucas lograría estar junto a un humano si se trataba de uno al que no pudiera morder con facilidad; tal vez así su amistad podría empezar a restablecerse.

—Vamos, tío. Llevo más de un año sin humillarte en una partida de ajedrez. Ya va siendo hora de que aprendas un poco de humildad.

—Te reta a ti porque sabe que es incapaz de derrotarme a mí —dijo Ranulf.

Vic hizo una broma, fingiendo que lo apartaba del tablero de ajedrez.

Lucas me entregó la pulsera, me la puse y de nuevo adopté una forma sólida. Por primera vez en un tiempo que me pareció eterno, pude pasar un rato con mis amigos como cualquier otra persona. Aquello era lo más próximo a la normalidad que podía lograr.

—Esto funcionará. Ya lo verás.

—Sí —dijo Lucas.

Pero sabía que él seguía inquieto por Vic y por todo lo demás.

«Dale tiempo», me dije a mí misma, y a él.

Cuando empezó a anochecer más temprano y las hojas pasaron a cubrir el suelo con profusión en lugar de permanecer en las ramas de los árboles, Lucas me devolvió la pulsera definitivamente. Él llevaba consigo mi broche para que pudiera contactar con él en cualquier momento. Sin embargo, a propuesta de Patrice, debajo de una piedra suelta de la pared escondí una cajita y guardé la pulsera. De este modo podía acceder a ella cada vez que quisiera volverme corpórea.

—No me haría ninguna gracia que te quedaras bloqueada si me ocurriera algo a mí o a mis cosas —dijo Lucas mientras me la colocaba en la mano.

—No pasará nada —insistí. Pero sabía que tenía razón. Lo que no podía imaginar era con cuánta rapidez los acontecimientos lo demostrarían.

Ya de noche, Lucas y yo decidimos que había llegado el momento de que volviera a penetrar en sus sueños.

—Esta vez sabré que vendrás —dijo él, intentando mentalizarse—. Eso me ayudará a romper la secuencia de esa pesadilla.

Aquel supuesto, la naturalidad con que dijo «pesadilla», me dio a entender que todos sus sueños eran ahora pesadillas.

—Todo saldrá bien —contesté.

Aunque estaba segura de que sería así, me pareció como si le estuviera mintiendo. No le había hablado de los misteriosos arañazos que había sufrido en su sueño, cuando luchaba contra Erich. Dejaron de dolerme muy rápidamente y al cabo de unos días desaparecieron por completo. Por otra parte, no habían sido más que rasguños. ¿Cómo podía hacerme daño algo así?

Decidí que Lucas ya se preocupaba lo bastante por mí. De hecho, si tras visitarlo en sus sueños yo presentaba algún tipo de moretón o arañazo místico no tendría mucha importancia; sin embargo, si él se inquietaba antes de empezar, aquello podría condicionar su pensamiento y tal vez sus sueños. Necesitaba una vía de escape para su ansiedad, no otro motivo adicional para sufrirla. Yo tenía la certeza de que era preferible no decirle nada.

Al cabo de unas horas, descendí hacia la habitación de Lucas y Balthazar; ambos estaban preparándose para acostarse. No me anuncié porque sabía que Lucas percibiría mi presencia, pero deseé haberlo hecho cuando de pronto Balthazar se quitó el uniforme.

Todo el uniforme.

—Hummm… Balthazar —dijo Lucas.

—¿Sí?

Balthazar arrojó los calzoncillos tipo bóxer a la cesta de la colada. Aunque procuré no mirar, lo poco que llegué a ver era exactamente el tipo de imagen que me animaba a querer ver más.

—Te has dado cuenta de que no estamos lo que se dice solos, ¿verdad?

Balthazar se quedó inmóvil por un segundo; luego agarró rápidamente una almohada y la sostuvo delante de él.

—¡Bianca, cuando te dije de que me siguieras hasta la ducha estaba bromeando!

En la ventana dibujé débilmente una palabra con escarcha. «¡Perdón!».

Lucas frunció el entrecejo.

—¿Se puede saber cuándo bromeasteis con la posibilidad de ducharos juntos?

Mientras Balthazar intentaba ponerse el albornoz sin dejar caer la almohada, respondió de mala gana:

—Me voy a los baños comunitarios en busca de privacidad. Es patético, pero hasta aquí hemos llegado.

Cogió el pijama y salió a toda prisa.

Entonces le susurré a Lucas al oído:

—Yo no hablé de ducharme con Balthazar.

—Lo sé —dijo él desplomándose de nuevo en la cama—. Confío en ti. Pero a veces me gusta meterme con él. Es divertido.

—¿Estás preparado?

Él asintió y tomó aire, como si estuviera intentando tranquilizarse para irse a dormir.

—Sí. Probémoslo.

Al cabo de media hora, Lucas ya estaba profundamente dormido mientras Balthazar tomaba lo que parecía ser la ducha más larga del mundo. Aguardé hasta distinguir rápidos movimientos en los párpados y las espesas pestañas de Lucas antes de recogerme y zambullirme profundamente en lo que esperaba que fuera el mundo de sus sueños.

Entonces tomó forma a mi alrededor. Sin embargo, mi triunfo se desvaneció cuando me di cuenta de dónde nos encontrábamos: era el cine destartalado y abandonado donde Lucas fue asesinado. Él estaba de pie en el vestíbulo, varios pasos por delante de mí. Con una mano agarraba una estaca y con la otra se tapaba la nariz y la boca. No entendí el porqué del gesto hasta que olí el humo y me di cuenta de que era la causa de la neblina que nos rodeaba.

BOOK: Renacer
5.6Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Goose Guards by Terry Deary
Penelope by Beaton, M.C.
Wait for the Wind by Brynna Curry
Hit and The Marksman by Brian Garfield
Charity's Passion by Maya James
This Summer by Katlyn Duncan
Murder in Ukraine by Dan Spanton
The Spartacus War by Strauss, Barry