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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (38 page)

BOOK: Renacer
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—Os dije que no empezarais la partida sin nosotras.

—Son todos vampiros —dijo Raquel aferrando la estaca con fuerza—. ¿A cuáles atacamos?

—Si ataca a un vampiro que tú conozcas, ¡cárgatelo! ¡Dile a Dana quién es quién!

Busqué un arma para mí y me hice con una pequeña hacha de mano.

—¡Raquel! —Vic se acercó corriendo a la furgoneta. Seguramente había estado en el bosque buscando algo con que poder irrumpir en la casa de la señora Bethany—. ¡Dadme alguna cosa! ¡Lo que sea!

Los dejé atrás y eché a correr por la nieve, dispuesta a ayudar a Lucas y a los demás. En vista de lo bien armados que iban los secuaces de la señora Bethany, rebusqué y saqué el broche. Mi cuerpo continuó sólido.

Las personas que tenía más cerca eran mi padre y el vampiro de más altura de la escuela, un chico que era tan ancho de espaldas como alto. Estaba golpeando a mi padre con una sola mano, mientras con la otra sostenía un cuchillo lo bastante grande para decapitarlo. Papá, incapaz de defenderse, tenía ya una rodilla doblada. Entonces grité:

—¡Eh!

El vampiro se volvió. Con una sonrisa perezosa, blandió el cuchillo hacia mí…

… y yo dejé caer el broche y me esfumé. El cuchillo me atravesó por completo, pero no sentí nada. El hacha que llevaba siguió balanceándose en el aire a la misma velocidad y, certera, se clavó en la espalda del muchacho.

El chico cayó al suelo; evidentemente, no estaba eliminado por completo, pero al menos estaba aturdido y sentía dolor. Rápidamente volví a coger el broche y tomé a mi padre de la mano.

—¡Vamos! ¡Tenemos que entrar ahí!

—Tenemos que salir de aquí —protestó papá.

Negué con la cabeza.

—Esta batalla no terminará hasta que alguien le pare los pies a la señora Bethany, y no estaremos a salvo hasta que la batalla acabe.

La casa de la señora Bethany se encontraba apenas unos pasos más allá. Pero Vic llegó antes que yo; cuando vi lo que llevaba consigo me quedé muy asombrada.

Jamás habría pensado que le darían el lanzallamas.

Vic apuntó hacia una pared con el arma e incendió el lugar de un fogonazo.

Vic, obviamente, no sabía que el fuego podría acabar para siempre con Maxie.

Corrí hacia la cochera, sin saber muy bien qué hacer o cómo ayudar. Entonces distinguí una silueta apenas visible en la nieve: era Maxie, flotando aturdida lejos de las llamas.

—¡Maxie! —grité.

Vic llegó a ella al mismo tiempo que yo, y le puse el broche en la mano. Aunque apenas tenía sustancia, logró sujetarlo; la magia del azabache la materializó y pareció darle algo de fuerza.

—¿Estás bien? —Vic le apartó el pelo castaño claro de la cara.

Ella negó con la cabeza.

—Christopher… —logró decir.

—¿Qué le pasa? —pregunté—. ¿Te ha sacado de allí?

—Sí, pero… —Maxie se quedó mirando el fuego que consumía la cochera—. Me ha reemplazado. —Vencida de pronto por el dolor y el cansancio, Maxie se dejó caer sobre el hombro de Vic; este soltó el lanzallamas y la abrazó con fuerza.

Los dejé solos y corrí hacia el incendio. Aunque sabía que era peligroso permanecer tan cerca del fuego o de una trampa, no podía permitir que Christopher muriera si había algún modo de salvarlo.

Sin embargo, al recordar su expresión triste cuando nos disponíamos a ir hacia allí, supe que no lo había. Christopher había hecho todo aquello consciente de que desaparecería para siempre. Se había sacrificado por Maxie.

Escruté en el corazón mismo de las llamas y descubrí a la señora Bethany, con su larga cabellera suelta sobre los hombros. Tenía el rostro tiznado de hollín y parecía muy joven.

—¡Christopher! —gritó. Seguramente lo había visto en el instante en que había sustituido a Maxie—. Christopher. Estoy aquí. Aquí.

A pesar de estar a punto de morir quemada, la señora Bethany sonreía. Entonces me di cuenta de que Christopher se había equivocado; el amor que ella sentía por él había sido más poderoso que su odio. Pero ambos se habían dado cuenta de ello demasiado tarde.

Maxie se había liberado antes de que la señora Bethany se pudiera transformar. Posiblemente, esta habría tenido tiempo de sacrificar a Christopher y volver a vivir. Ella lo sabía, pero no lo hizo.

—Podemos salir de aquí —dijo ella con la respiración entrecortada, atravesando la madera encendida a pesar del riesgo que representaba. Observé que intentaba recuperar la trampa que lo contenía—. Estaremos juntos. Te lo prometo.

Entonces oí la voz de Christopher, convertida en apenas un susurro en medio del chasquido de las llamas.

—Mi querida Charlotte.

Un estallido de chispas me hizo retroceder, y dejé escapar un grito ahogado cuando el tejado de la cochera se vino abajo. No quedó nada excepto brasas, llamas y humareda. Una muerte segura para cualquier vampiro o espectro. Los Bethany habían desaparecido para siempre.

Conmocionada, me volví para ver la batalla, o lo que quedaba de esta. Los vampiros que luchaban contra mis amigos habían sido derrotados gracias a la ayuda de Dana y Raquel, o bien se habían rendido al darse cuenta de que su cabecilla, y la magia de la resurrección que solo ella conocía, había muerto. Vi a mi madre ayudando a mi padre a ponerse de pie, a Raquel y a Patrice apartando a los vampiros enemigos del resto de nosotros, y a la mayoría de los otros reunidos en torno a una figura caída en la nieve.

Era Lucas.

Capítulo veintidós

M
e precipité hacia el pequeño grupo de gente que se arremolinaba en tomo al cuerpo de Lucas. Estaba tumbado en la nieve, bañado en sangre, con el pecho y la frente abiertos por el corte profundo de un arma. Dana le sostenía la cabeza entre las manos, y Balthazar recorrió con un dedo el contorno de la herida del pecho y se estremeció. Vic y Maxie, todavía abrazados, estaban cerca, de pie, mientras que Ranulf apretaba el hacha contra su pecho, como si fuera un bebé con una manta. Lucas parecía totalmente inconsciente.

—¿Qué ocurre? —Me arrodillé junto a Lucas—. ¿Está herido?

—Es grave —dijo Balthazar. En su voz percibí un verdadero temor.

—Por mala que sea la herida, por lo que sé, ahora sufre, pero pronto estará bien. —Nadie dijo nada—. ¿No es así?

Balthazar se volvió hacia mí, impasible.

—El otro vampiro le ha arrojado un arma ungida en agua bendita. Se trata de una táctica peligrosa para nosotros, pero…

Levanté una mano. Me sentía incapaz de oír lo que seguía a continuación y, además, lo sabía. El entrenamiento en la Cruz Negra había abordado esa técnica, y Erich la había mencionado entre susurros en el propio sueño de Lucas, diciendo que las estacas bañadas en agua bendita podían paralizar y torturar a un vampiro para siempre.

Era como quemarlos vivos, pero de dentro hacia fuera.

Nunca habían podido asegurarlo con certeza. Tal vez no fuera así. Pero Lucas no se movía. Parecía hallarse profundamente atrapado en aquel fuego terrible y eterno.

Tomé su mano en la mía; estaba más fría de lo habitual a causa de la nieve que nos rodeaba. Tenía los dedos pesados, inertes.

—¿Lucas? —susurré. Pero sabía que no me oía.

El único alivio para aquel tormento era la decapitación. Perderlo para siempre. Durante las horas que siguieron al ataque de Charity, yo ya me había tenido que enfrentar a la decisión de si debía o no matar a Lucas; ahora volvía a estar en esa situación. Pero era incapaz. Me resultaba imposible.

Le apreté la mano con fuerza. Dana, que había empezado a sollozar, fue a enjugarse las mejillas y le soltó la cabeza a Lucas. Esta se quedó colgando a un lado. La sangre que le salía del corte en la frente había trazado un reguero a través del cuello que iba a parar justo por debajo de la nuez. Me recordó el aspecto que tenía la primera vez que yo lo mordí.

«Sangre de vampiro», pensé. Durante el ritual, yo me había sentido poderosamente atraída por ella. Como si la sangre fuera la propia vida.

Entonces, de repente, me di cuenta de todo.

De que beber la sangre de Lucas había sido una parte de lo que me había mantenido en vida como vampiro, y de que eso me había hecho sentir mucho más viva entonces que en cualquier otro momento.

De que los espectros se unían con los vampiros para crear niños vampiro como yo porque los espectros y los vampiros eran las dos mitades de la vida, y juntos eran capaces de prender una vela.

De que el ritual de resurrección de la señora Bethany había sido diseñado para dividirme e introducirme en un vampiro, convirtiéndonos en uno.

De que la sangre de espectro era tóxica para los vampiros, pero su sangre era vida para nosotros.

De que Lucas y yo habíamos pasado a ser uno parte del otro desde la primera vez en que yo me había abandonado al deseo y le había mordido en el cuello. Yo era Lucas, y él era yo.

Y entonces supe qué tenía que hacer.

—Apartaos —dije.

Todos se quedaron un poco perplejos, pero hicieron lo que les pedía y, apesadumbrados, se retiraron del cuerpo desmadejado de Lucas. Raquel abrazó con fuerza a Dana desde atrás. Ranulf tenía la cabeza inclinada, y Vic, cogido de la mano de Maxie, se sorbía la nariz como si estuviera a punto de echarse a llorar. Mis padres permanecían de pie un poco alejados de los demás, pero percibí que su preocupación por Lucas era real. Reunidas allí había también otras personas: un puñado de alumnos, tanto vampiros como humanos, que no sabían qué pensar de todo aquello. Skye se acercó pesadamente hacia nosotros, estaba aturdida y débil por su terrible experiencia, pero era incapaz de abandonar a Lucas si él se hallaba en peligro. Se tambaleó y Balthazar se levantó rápidamente para sostenerla contra su hombro.

La nieve en torno a Lucas estaba teñida del color encarnado de su sangre. Habían empezado a caer nuevos copos de nieve. Una ráfaga de viento intenso y frío pasó entre nosotros y le meció el pelo. Extendí la mano hacia Maxie; tras un momento de confusión, ella comprendió y me entregó el broche de azabache para que yo pudiera ser totalmente sólida de nuevo. Ahora lo necesitaba. Los bordes afilados de los pétalos esculpidos de la flor me cortaban la palma de la mano.

Pensé en lo mucho que lo amaba, en cuánto deseaba que él fuera una parte de mí. Soñé con la riqueza de su sangre, con lo viva que me había hecho sentir. Recordé cuando yo misma era vampiro, y sentí que me volvían a salir los colmillos, afilados contra mis labios y mi lengua. Mi yo vampiro continuaba formando parte de mí a pesar de mi muerte.

Entonces me incliné lentamente y mordí a Lucas en la garganta.

Sentí la sangre. Estaba fría, pero seguía siendo su sangre. Seguía siendo él. La sangre de vampiro transmitía conocimientos, así que sentí todo lo que él había sentido, supe todo lo que él había sabido. Sentí su amor por mí, y su horror en la torre cuando intentaba salvarme.

Vi la lucha a través de sus ojos, un remolino de filos, golpes y el azote de la nieve. Sorbí más profundamente, bebiendo tanta sangre como me era posible, más de la que había ingerido en mi vida como vampiro. A mi alrededor, percibí ligeramente las protestas de algunos, pero estaban demasiado lejos para prestarles atención. Y entonces lo vi: era Lucas. Su espíritu, su alma, se encontraban en el centro de su ser.

«Bianca, ¿dónde estamos?».

«Juntos».

«¿Qué ocurre?».

«Me bebo tu sangre. La hago mía. Lucas, bébete ahora tú la mía».

Apreté mi mano contra su boca para que la carne tierna entre el pulgar y el dedo índice recorriera la curva de sus labios.

«Confía en mí. Bebe».

Él estaba demasiado paralizado para morder, así que apreté la piel blanda contra sus dientes afilados, hasta que estos consiguieron rasgarla. Sentí un dolor intenso, como si fuera una herida mortal, pero no vacilé.

La sangre le fluyó por la garganta. Lo que fuera que le había quemado la vez anterior ya no lo hacía, porque yo había mezclado su sangre con la mía. Ahora el poder corrosivo de la sangre de los espectros ya no podía afectarlo nunca más. Podía beberla. Podía beber la vida.

Mientras el vínculo entre los dos se volvía más profundo, sentí que me mareaba. Ahora éramos un sistema, un ser único, y cada uno nutría al otro. Al abandonarme a ello, sentí el contorno de su cuerpo como si fuera el mío; los cortes en la cabeza y el pecho quemado, la nieve fría debajo de mí. Y percibí su asombro mayúsculo al sentir lo que era ser como yo: el ángulo de mis extremidades, el sabor de su sangre, la proximidad de mi espíritu.

La sangre que yo bebía empezó a estar más caliente.

«¿Es esto lo que significa morir? —pensó Lucas—. Pues ya no me da miedo. No si significa estar por fin tan cerca de ti».

Concentré toda mi energía en él, y me dirigí a su núcleo, al centro de su corazón. «No, esto no es la muerte. Es la vida».

Lucas inspiró aire, sobresaltado y yo me incorporé. Noté la textura pegajosa de su sangre en mi boca, y él estaba más ensangrentado que antes, aunque tenía los ojos completamente abiertos. Tomó aire una vez, y luego otra.

—¿Qué has hecho? —preguntó Balthazar.

Raquel, apoyada en Dana dijo:

—Sí, ¿qué ha sido eso? ¿Una especie de reanimación cardiopulmonar para vampiros?

Yo no apartaba la vista de Lucas. Los cortes en su rostro cicatrizaban con más rapidez de lo normal, como parte de su recuperación final. Él levantó la vista hacia mí, claramente debilitado por las heridas, pero con una increíble sonrisa recorriéndole el rostro.

—Es imposible.

—No lo es. —Me eché a reír de pura alegría—. Es cierto.

—Te estás curando a toda velocidad, tío, pero sigues sangrando. —Vic le señaló la ropa.

—Está sangrando —repitió Balthazar con voz aguda y apremiante. Aunque nadie más hubiera reparado en ello, él se había dado cuenta—. Bianca, lo has conseguido.

—¿Ha conseguido qué? —quiso saber Dana.

Abracé con fuerza a Lucas. Esta vez, cuando él me devolvió el abrazo, sentí su calor.

—Estoy vivo —susurró Lucas—. Bianca me ha devuelto la vida.

Todos los que nos rodeaban empezaron a hablar a la vez, asombrados, confusos o contentos. De hecho, Dana dio un salto en el aire con las manos por encima de la cabeza, haciendo el gesto de la victoria.

Yo no prestaba atención a nada. Ya habría tiempo para explicaciones y celebraciones. En ese momento lo único que deseaba era permanecer tumbada allí, en brazos de Lucas, con la cabeza apoyada en su pecho, escuchando los latidos de su corazón.

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