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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (32 page)

BOOK: Renacer
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Por ello, empecé a esperar ansiosamente la fiesta: el baile, la caza, todo. Cuando llegó esa noche, estaba demasiado excitada para limitarme a merodear por el vestíbulo principal y aguardar a que todo el mundo llegase. Decidí disfrutar indirectamente de aquel glamur visitando la habitación de Patrice para ayudarla a prepararse para el baile.

Casi me muero de envidia. Su vestido parecía costar lo mismo que varios coches. Era una prenda ajustada de color azul hielo, cubierta de pedrería desde los tirantes hasta el dobladillo. Y llevaba unos zapatos bordados con cristales tallados.

—¿Por qué no puedo aparecerme vestida así? —dije con nostalgia cuando le sujetaba el cabello mientras ella se hacía las últimas trenzas finas—. Tiene un color espectral, un toque mucho más angelical que este ridículo pijama.

—Por suerte, es un pijama bonito.

Patrice se miró fijamente en el espejo. Igual que la mayoría de las chicas vampiro del internado, había dejado de tomar sangre para tener una apariencia más delgada y hambrienta durante el baile; sin embargo, eso significaba que su imagen no se reflejaba bien en el espejo.

—Imagina que te hubieras muerto vestida con una de esas camisetas viejas que usabas en el segundo año. Me estremezco solo de pensarlo.

—Aunque fuera el pijama más bonito del mundo, cualquier vestido de fiesta sería mucho mejor.

—Cierto. —Patrice estaba radiante. No había nada que le gustara más que arreglarse.

¿Y si aquel no fuera el único motivo por el que estaba tan exultante?

—Así que tú y Balthazar… —empecé a decir— ¿sois solo amigos?

Ella soltó un gruñido, la cosa menos femenina que le había oído nunca.

—Ya te lo dije una vez, ¿te acuerdas? No es mi tipo.

—Sí, ya me acuerdo.

El pobre Balthazar todavía tendría que esperar un poco más para el amor. Al menos, Patrice disfrutaba arreglándose.

Tampoco era de extrañar, su vestido era muy caro y bonito. Lucía unos pendientes largos en los que, al igual que en su delicada pulsera, refulgían los diamantes. Se había recogido las finas trenzas en un moño muy elegante.

En cuanto hubo terminado le dije:

—Me voy a adelantar, ¿vale? Intentaré saludarte durante el baile.

—¿Ya te vas? —Patrice se rizaba las pestañas ataviada solo con la ropa interior de encaje; el vestido de color azul esperaba en una percha colgada en la puerta del armario—. ¿Para qué?

—Humm. Puede que vaya a ver cómo Lucas recoge a Skye.

Patrice me dirigió una mirada de soslayo.

—Sabes que no hay nada entre ellos, ¿verdad?

—Sí. Pero ella puede ir a la fiesta con mi novio y yo no. Si voy ahora, después de ver lo guapa que estás, me parecerá que ella, comparada contigo, es una más del montón. Eso ayuda, ¿sabes?

Patrice se echó a reír, complacida como siempre con los halagos.

—Claro, ve.

Vagué hasta el pie de la escalera, donde la mayoría de las chicas bajaban para encontrarse con sus acompañantes en la velada. Ranulf y Vic acababan de reunirse con sus citas: la glamurosa Cristina del Valle se arrimaba contenta al brazo de Ranulf, mientras que Vic y su cita se miraban con recelo.

En cuanto hubieron abandonado la zona común, entró Lucas. Había alquilado o pedido prestado un esmoquin. Aunque lo conocía lo bastante para saber que no se había preocupado mucho por su apariencia, el traje le sentaba como un guante, marcándole los hombros, la cintura y las caderas. Llevaba el cabello dorado hacia atrás, algo que pocas veces hacía. Aquel peinado confería a su pelo una tonalidad más oscura y le hacía parecer mayor. En realidad, nunca había visto a Lucas vestido de etiqueta; tal vez era la primera vez en su vida que asistía a un acto formal. En cualquier caso, sus facciones duras se acomodaban tan bien al traje negro como a los vaqueros y las camisas de cuadros. Podría haber salido en una película de Cary Grant. No. Podría pasar por el mismísimo Cary Grant.

«¡Qué ganas tengo de verlo y decirle lo guapo que está! —pensé distraída—. Ojalá hubiésemos podido asistir juntos al menos una vez al baile».

Disfruté del aspecto de Lucas hasta que Skye apareció en la escalera.

Todos los chicos de la sala guardaron silencio. Incluso las chicas, yo incluida, se la quedaron mirando. Llevaba el pelo castaño oscuro, que normalmente le colgaba lacio, recogido hacia arriba en un moño blando con unos cuantos mechones rizados sueltos en torno a su cara ovalada, lo cual resaltaba su cuello largo y fino. Llevaba un vestido de un solo tirante y debajo del pecho lucía una hermosa faja ricamente bordada, desde la cual el chifón caía ondulante hasta el suelo. El color rojo burdeos realzaba el tono de su piel y el azul pálido de sus ojos.

En un día normal, Skye era una chica guapa. Pero aquel no era un día normal. Cuando quería llamar la atención de la gente era capaz de lograr que nadie pudiera volver la vista hacia otro lado.

Ciega de celos, deseé desaparecer al instante de la sala al ver a Lucas ofreciéndole el brazo. Sin embargo, si lo hacía me torturaría a mí misma preguntándome qué le decía él y qué contestaba ella, todo. Aunque sabía que Lucas me quería, no pude evitar sentirme insegura al compararme con aquella hermosa chica con un cuerpo tan espectacular, bueno —¡qué demonios!—, con un cuerpo y punto, y además permanente.

Así que me quedé donde estaba y vi cómo Lucas se dirigía hacia ella. Su sonrisa era de admiración, pero también traslucía algo más. ¿Inseguridad, tal vez?

—Bueno, Skye. ¡Uau! Estás increíble.

—Gracias. —Ella pareció desfallecer. ¿Cómo podía hacerle sentir tan mal un cumplido? Entonces ella pellizcó el chifón con dos dedos—. Qué vestido, ¿eh?

—Desde luego.

—Lo compré para impresionar a Craig. El mismo Craig que ahora sale con una chica llamada Britnee. Con dos ees. De algún modo esas dos ees lo empeoran todo.

Entonces vi que por parte de ella no había intención alguna de coquetear; su exquisita presencia esa noche era como una bandera de combate, el símbolo de su negativa a darse por vencida a pesar de tener el corazón roto.

—No permitas que eso te arruine la noche —le dijo Lucas rápidamente—. Olvida a ese imbécil, ¿vale?

Aunque Skye aún tenía los hombros un poco caídos, asintió, y yo me relajé. No había ningún motivo para sentirse celosa de ella. Bueno, exceptuando ese fabuloso vestido, claro.

—Ya he llorado demasiado por él. Esta noche solo quiero estar con mis amigos y bailar.

—Será un placer. —Cuando Lucas le ofreció el brazo, ya no me importó.

El baile de otoño era siempre un espectáculo, parecía salido de otro siglo, que evocaba grandes acontecimientos de la juventud de muchos de los alumnos vampiros. En lugar de un DJ o una banda de música moderna, había una pequeña orquesta que tocaba música clásica, la cual resultaba mucho más bailable de lo que habría cabido esperar. En vez de focos brillantes y una decoración moderna, el vestíbulo principal estaba iluminado por cientos de velas, muchas de las cuales estaban colocadas ante piezas de latón batido o espejos antiguos y ahumados que reflejaban la luz por toda la estancia. Todos los chicos vestían esmoquin o traje de etiqueta; las chicas lucían vestidos largos, algunas con guantes a juego. Era el tipo de evento al que todas las chicas, y muchos más chicos de los que estarían dispuestos a admitirlo, querían asistir por lo menos en una ocasión.

Yo había ido dos veces al baile con Balthazar, y había disfrutado mucho con los vestidos, el baile y todo lo demás. Sin embargo, también esta vez me pareció muy divertido poder observarlo todo desde lo alto, yendo de un lado para otro entre los candelabros iluminados con velas. Me reí varias veces, como cuando vi a Lucas bailar un vals con Skye mientras contaba «un, dos, tres», o a Vic y a su cita, quienes, en vista de cómo guardaban las distancias al bailar, sin duda estaban calculando el modo de escaparse cuanto antes. En otras ocasiones me dediqué a observar admirada: algunos eran bailarines realmente expertos y estaban deseando exhibir sus muchos años de experiencia. Balthazar y Patrice eran los más guapos y se deslizaban con elegancia por el centro del baile. Y, claro, de vez en cuando, uno de ellos se escabullía para proseguir la búsqueda. Mis padres los saludaban con la cabeza siempre que pasaban ante ellos. Mamá estaba muy hermosa, con un vestido de seda de color crema que yo no le había visto nunca.

Lucas era el que salía con mayor frecuencia, tanto como todos los demás juntos. ¿Era acaso por esa insana tendencia suya a hacer algo productivo? ¿Porque Skye se excusaba a menudo para bromear con sus amigas en la zona que rodeaba la pista? ¿O porque no se fiaba de sí mismo al estar tan cerca de una humana? Me figuré que era todo un poco. Cada vez que salía, pasaba junto a mis padres, y los tres se ponían muy tensos. Pero ahora al menos ya se saludaban, y mis padres empezaban a superar su rabia; tenía la esperanza de que aquello fuera una buena señal.

Todo iba perfectamente hasta que sentí un escalofrío y empezaron las visiones.

Mi mente se llenó de imágenes sucesivas de los humanos que tenía debajo, personas a las que no había llegado a conocer bien pero por quienes entonces comencé a sentir una proximidad tan poderosa como el amor. Caras distintas, emociones distintas, edades distintas: todos y cada uno de los humanos que se encontraban a mis pies se volvieron algo preciado para mí en ese momento. Y por encima de ello se cernió un velo de terror sombrío por la seguridad de esos humanos y de odio hacia los vampiros que bailaban entre ellos.

Los espectros. En concreto, los Conspiradores. De pronto los empecé a sentir por todo el baile, arremolinándose como nubes de tormenta. ¿Acaso el año anterior el ataque había empezado así?

—¿Qué hacéis? —susurré cuando me aseguré de estar lo bastante alejada de la multitud y de que la orquesta apagaba mis palabras.

Las imágenes se volvieron violentas: vampiros en llamas, congelados en bloques de hielo, atrapados en las trampas que la señora Bethany había tendido a los espectros. Aún no se había activado ningún plan, pero yo ya sabía qué significaba aquello. Esos espectros temían por la seguridad de las personas a quienes estaban vinculados, y por su propia seguridad. Y clamaban venganza contra los vampiros de abajo, soliviantados por el plan de la señora Bethany.

«Estas personas están a salvo —prometí—. Si queréis marcharos, sabéis que os puedo ayudar».

Esperaba obtener reacciones de sorpresa, felicidad, tal vez incluso de prisas por partir. En cambio, solo percibí una oleada de terror. La verdad era que yo no estaba menos aterrada que ellos, y tampoco sabía si sería capaz de realizar las maravillas que Christopher me atribuía, ni de qué modo. ¿Cómo podía prometerles nada?

En cualquier caso, tuve la sensación de que si me seguían tenía que intentarlo. De hecho, si lograba trasladar de una sola vez varios espectros lejos de la Academia Medianoche, dicha acción podría resultar tan eficaz con vistas a detener a la señora Bethany como cualquier otra que pudiésemos llevar a cabo.

Sin embargo, percibí una pétrea negativa, como el poderoso embate de una ola en la playa en invierno. Y a continuación, una oleada creciente de energía apuntando hacia abajo como un centenar de flechas…

«¿Qué ocurre?», me dije. Miré desesperada a la multitud; Balthazar y Patrice habían salido en busca de trampas, pero el resto de mis seres queridos estaba ahí abajo bailando. No había tiempo ni siquiera de advertirlos.

La energía cayó en dirección al suelo, como un haz de rayos; yo estaba a la espera de que se produjera una lluvia de hielo o de nieve, o tal vez de apariciones fantasmales.

Con lo que no contaba era con que de repente todos y cada uno de los humanos del grupo se desplomaran inconscientes en el suelo.

La música de la orquesta gruñó algo irreconocible conforme los instrumentos se fueron deteniendo uno a uno; los vampiros empezaron a reaccionar. Unos pocos fueron lo bastante imprudentes para echarse a reír, pero la mayoría reaccionó con preocupación: ya fuera por los humanos a los que apreciaban, o porque sentían la inminencia del peligro. Lucas estaba arrodillado en el suelo con los dedos posados en el cuello de Skye para comprobar su pulso. Ranulf sostenía a Cristina del Valle en brazos, aunque su cuerpo estaba totalmente flácido y tenía la cabeza caída hacia atrás. Vic se hallaba tumbado bocabajo, con los brazos y los pies extendidos, como un muñeco de trapo abandonado.

Entonces se movió, aunque debería decir más bien que su cuerpo se movió, porque desde el primer momento caí en la cuenta de que aquello que se estaba incorporando no era Vic.

Y finalmente comprendí: yo no era el único espectro capaz de poseer el cuerpo de un humano.

Otros humanos empezaron a ponerse en pie, pero tenían los ojos nublados, cubiertos con una capa de color verde lechoso, sin pupilas ni iris. Sin embargo, ninguno de ellos era ciego. Sus movimientos eran lentos y torpes, como si no se hubieran movido en mucho tiempo. Lucas retrocedió cuando Skye, o lo que fuera que tuviera la apariencia de la chica, lo miró con malevolencia desde el suelo.

Vic se irguió y se enderezó por completo. Si yo no hubiera percibido de antemano que Maxie no se encontraba entre los atacantes, me habría bastado con ver la expresión de su cara para saber que no era ella quien lo poseía en ese instante. Resultaba algo tan ajeno a Vic, tan extraño para él, que me llevó un tiempo reconocer la emoción que reflejaba su rostro: era crueldad.

—¡Señora Bethany! —gritó.

No era la voz de Vic. Era una voz áspera que al instante me hizo pensar en alguien cuya garganta hubiera sido cortada. Hubiera dado cualquier cosa por disponer de un espejo para liberar a mi amigo. Pero a la vez me pregunté si las trampas también funcionaban cuando un espectro poseía a un ser humano. Al recordar que, cuando poseí a Kate, me sentí como si llevara armadura, supuse que no.

La señora Bethany dio un paso al frente. No parecía asustada, solo ligeramente interesada. Su vestido de encaje largo y almidonado era de un blanco intenso.

—Liberadnos —ordenó Vic. Parecía como si aquella voz rasposa y salvaje hiciera temblar toda la estancia—. Liberadnos o atacaremos, y todos los de vuestra especie pereceréis.

Ella respondió con suavidad:

—Si me forzáis a exorcizaros de vuestras anclas, sufriréis de un modo indecible. Puede que alguno muera.

La máscara de crueldad del rostro de Vic no vaciló.

BOOK: Renacer
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