Read Renacer Online

Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (23 page)

BOOK: Renacer
12.73Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Tú nos puedes llevar hasta allí —dijo mientras arrastraba los pies hacia mí, con un entusiasmo que resultaba algo infantil, y por ello más inquietante.

¿Era eso lo que Christopher quería? ¿Se suponía que yo tenía que ayudar a seres espantosos como aquel?

Entonces me sentí muy mal. De no haber podido materializarme e interactuar con las personas que me querían, quizá también me habría vuelto espeluznante. Si aquel ser lograba llegar a la tierra de los objetos perdidos, quizá dejaría de parecer tan atroz y adoptaría el aspecto que le era propio. Habría sido una estupidez por mi parte creer que trabajar con muertos sería agradable siempre, sobre todo considerando algunos que conocía.

—Te llevaré —le prometí. Aunque no sabía exactamente cómo hacerlo, sabía que, si no lo conseguía con facilidad, Christopher me ayudaría—. Pero tienes que soltar a este hombre, ¿vale? Podemos marcharnos ahora mismo.

El espectro vaciló. Tal vez no acababa de creer en su buena suerte.

Sin embargo, entornó sus ojos llameantes, como hendiduras de donde surgía un fuego azul sobrenatural.

—No se librará —siseó—. No después de lo que hizo.

—¡Qué más da lo que estuviera haciendo! ¡No importa! Puedes abandonar este lugar ahora mismo. ¿Acaso eso no es más importante?

No me respondió. Me di cuenta de que el espectro tenía que reflexionar. Se encontraba dividido entre la esperanza y el odio, y era incapaz de escoger entre ambos.

Suavemente añadí:

—El lugar adónde vamos… puede resultar bonito. En cualquier caso, es mejor que vagar por un internado. Deberías verlo. Vamos.

Me forcé a tender la mano al espectro, aunque tenía los dedos huesudos, similares a garras.

El espectro vaciló de nuevo. Entonces me atreví a mirar a mi padre. Al instante deseé no haberlo hecho; levantó la mirada hacia mí, las lágrimas le corrían por las mejillas y pensé que tal vez lloraba porque me había convertido en algo tan horrible, en algo parecido a ese ser que había intentado hacerle daño.

Pero de pronto el espectro profirió un grito de rabia.

—¡No! ¡No se librará!

El odio había ganado.

Se abalanzó sobre mi padre, y yo intenté interponerme. Aunque no pude detener exactamente al espectro, de algún modo nos quedamos enredados: ninguno de los dos tenía una forma sólida, resultábamos indistinguibles. Éramos como un bocadillo hecho de distintas cremas: un amasijo pegajoso. El espíritu de aquel espectro se enroscó en torno al mío, más enfermo y triste de lo que yo esperaba, y me estremecí de asco.

—¡Apártate de mí!

Empujé al espectro con un golpe, y funcionó. Saltó por encima de nosotros, convertido en un retorcido destello eléctrico de color azul suspendido a la altura del techo. Me vino a la cabeza la imagen de un rayo. ¿A quién atacaría antes? ¿A mi padre o a mí? ¿Y qué ocurriría cuando lo hiciera?

Pero entonces el espectro emitió un aullido, un sonido lastimoso, y se disolvió en un humo azulado que se arremolinó en dirección a la puerta de la biblioteca. Al cabo de un segundo, la luz había desaparecido y se hizo el silencio.

Me figuré lo que había ocurrido.

—¿Patrice? —grité.

—¡Lo tengo en mi polvera nueva! —gritó ella desde el otro lado del hielo—. Es de Laura Mercier, ¿sabes? Así que más le vale a esa cosa no romperla.

A continuación oí la risa asombrada de Vic.

—¡Ha sido una pasada!

—Esa era la idea —dijo ella.

Mi padre y yo estábamos rodeados de paredes de hielo. Aunque era consciente de que se fundirían, no me entusiasmaba la idea de dejarlo allí solo y que lo encontraran por la mañana.

—¿Podéis sacarnos de aquí?

—¡Sí, un momento! —Vic parecía muy emocionado por todo lo que ocurría—. Usaré el hacha de incendios. Intentaré hacer algunos de los movimientos de Ranulf.

Al oír que se encaminaban hacia el pasillo para coger el hacha, supe que ya no había forma de evitar lo que tenía que ocurrir. Hice acopio de valor y me volví para ver a mi padre.

—Bianca —repitió él. Tenía las mejillas cubiertas de lágrimas—. ¿De verdad eres tú?

—Sí. —Respondí con la voz apagada—. Papá, lo siento.

—¿Que lo sientes? —Papá me cogió de la mano y me abrazó con tanta fuerza que mi cuerpo semisólido estuvo a punto de ceder, pero logré aguantar—. Mi pequeña. No hay nada que lamentar. Estás aquí. Estás aquí.

Entonces me di cuenta de que no le importaba que fuera un espectro, ni que hubiera sido una estúpida y me hubiera equivocado en muchas cosas, ni que la última vez que habíamos hablado nos hubiésemos peleado. Mi padre seguía queriéndome.

De haber podido, me habría echado a llorar. En cualquier caso, mi alegría se convirtió en luz y calor, un resplandor suave, como el de una vela, que sentí que aliviaba el dolor de mi padre.

—Te he echado mucho de menos —susurré—. Os he echado mucho de menos a ti y a mamá.

—¿Por qué no viniste a casa?

—Temía que ahora que soy un espectro ya no me querríais.

—Eres mi hija. Eso no cambiará nunca. —El rostro de papá estaba contrito de dolor—. Los odiamos tanto… Los temíamos tanto… Es normal que tuvieras miedo. Hemos sido tan obstinados y cortos de miras en eso… Deberíamos haberlo hablado contigo.

—Si lo hubiera sabido… —No sabía qué habría hecho de haberlo sabido. ¿Me habría convertido en vampiro? ¿Habría optado por mi vida actual? No podía saberlo, y no me importaba. Ahora estábamos ahí—. Siento haber huido de ese modo. Sé que os asusté.

La expresión de mi padre me hizo entrever que no sabía ni la mitad, pero no dejó de abrazarme.

—Fue ese chico. Siempre ejerció una mala influencia en ti…

—No, papá. Tomé la decisión yo sola. Lucas me ayudó a cuidar de mí misma, pero la elección fue mía. No os culpo por estar enfadados conmigo, pero tenéis que comprender que todo cuanto sucedió fue culpa mía. Solo mía.

Papá me acarició el pelo, pero no dijo nada. Estaba claro que no me creía.

—Lucas necesita tu ayuda —susurré—. Tiene problemas con la transición. Odia lo que es y es incapaz de aceptarlo. Podrías ayudarle.

—Eso es pedir demasiado.

—Es lo que pido. —Sin embargo, después de lo que mi padre había tenido que pasar en los últimos meses, me dije que tal vez no tenía derecho a exigírselo todo, al menos de momento—. Cuando estés preparado. Piénsalo.

Las puertas de la biblioteca crujieron y oí a Vic gritar:

—¡Los bomberos ya han llegado!

Papá y yo nos cogimos de la mano mientras Vic y Patrice empezaron a abrirse paso por el hielo a hachazos. Se reían. Al parecer, la tarea les mojaba y ensuciaba. Aquello me permitió susurrar a mi padre algo en privado.

—¿Podemos ir a ver a mamá?

Creía que estaría encantado, pero vaciló.

—Deberíamos esperar, no mucho… Necesito tiempo para encontrar el modo más adecuado de enfocarlo.

Aquello me entristeció.

—Crees que mamá no podrá aceptarlo. Ella odia a los espectros. ¿Va a odiarme?

—Tu madre te ama por encima de todo —repuso mi padre con convencimiento—. Igual que yo. Pero ha tenido experiencias con los espectros peores que la mayoría. Después del Gran Incendio de Londres y de la destrucción masiva de fantasmas que tuvo lugar allí, tachar de locos a los sobrevivientes es quedarse muy corto. Celia soportó muchos días las heridas y podría haber muerto de no ser porque yo… En fin. Mientras estuvo atrapada entre la vida y la muerte, tuvo algunas experiencias aterradoras. No puedes imaginarte lo duro que fue para ella consentir el breve encuentro con el espectro que te creó. Todavía hoy ese asunto la aterra.

—¿Es que mamá me… tendría miedo?

—La ayudaremos a superarlo —prometió él.

Papá ya tenía mejor aspecto que antes de que yo muriese. Incluso parecía más joven, si es que eso era posible. Tenía luz en los ojos, y no había sombra alguna detrás de su sonrisa.

—No quiero que se lamente por mucho tiempo. Eso sería… No, no pienso hacerle eso. Lo único que quiero es encontrar el mejor modo de hacérselo saber.

—Vale.

Me parecía justo. Aunque tenía muchísimas ganas de volver a ver a mi madre y duplicar así la felicidad que sentía en ese momento, confié en el criterio de papá. Él ya llevaba unos cuatrocientos años amándola; la conocía mejor que nadie.

—Un momento, ¿has dicho que el Gran Incendio de Londres acabó con todos los espectros?

Él me tomó por los brazos.

—Bianca, ¿no lo sabes? Si un espectro queda atrapado dentro de una estructura y esta se quema, el espectro queda destruido. Tienes que ir con cuidado. El fuego puede dañarte.

Era como si de pronto tuviera tres años y mi padre me estuviera explicando por qué no conviene tocar el horno cuando está encendido.

—No te preocupes. No pienso dejar que me atrapen.

La pared de hielo más cercana tembló, y papá y yo retrocedimos sobresaltados. De pie al otro lado, espolvoreados con escamas de hielo, estaban Vic y Patrice. Daba la impresión de que Vic, que empuñaba el hacha, no se lo hubiera pasado tan bien en toda su vida; Patrice se apartó con cuidado los rizos que le chorreaban.

—¿Cómo está usted, señor Olivier? —dijo Vic con voz cordial.

Patrice sacó su polvera cara, que estaba completamente cubierta de hielo.

—¿Alguna idea de qué hacer con esta cosa? No pienso volver a meterla en mi estuche de maquillaje.

Papá se quedó mirándolos con asombro, y luego me miró a mí, como si intentara hacer encajar todas las piezas.

—Un momento… Tus amigos. Ellos, ¿lo saben? ¿Han estado contigo?

—Sí. Me llevó algún tiempo encontrar el modo, pero lo conseguimos.

—Y Lucas, y Balthazar… —Papá frunció las cejas en un gesto de desaprobación.

—Sí, siempre lo han sabido —dije—. Y no te enfades con ellos por no decírtelo. Eso también fue decisión mía.

—¡Uf, qué mal rollo! —Vic ocultó el hacha detrás de la espalda, como si fuera el motivo de que la situación resultara embarazosa—. ¿Nos vamos?

—Yo no pienso llevarme esto conmigo —dijo Patrice, que sostenía la polvera helada con dos dedos, como si apestara.

—Dámela. —Papá vio que la joven vampiro vacilaba y suspiró—. Luego te la devolvemos.

Patrice no parecía convencida, pero le entregó la polvera.

—Bueno, ya está. Ha sido un placer poder ayudaros. Nos vemos luego, ¿vale?

—Vale —contesté.

Vic se limitó a saludarnos con la cabeza y se marchó dócilmente tras Patrice. Cuando se alejaban, observé que ella se miraba las uñas con desaprobación; al parecer, en su prisa por ayudarme, se le había estropeado la manicura. Para alguien como Patrice, aquello era una señal de auténtica entrega.

Mi padre y yo volvimos a quedarnos a solas. Sin pronunciar palabra, salimos de los bloques serpenteantes de hielo hasta llegar a un rincón agradable de la biblioteca donde había un sofá pequeño colocado entre dos de las estanterías más altas. Era un buen lugar para sentarse y charlar, aunque en un primer momento no nos dijimos nada. Había tantas cosas que contar que no sabía por dónde empezar; comencé por el enfrentamiento de esa noche.

—¿Qué pretendías hacer con esa caja?

—Intentaba atrapar a un espectro. —Su mirada vagó por la pared más alejada de la biblioteca, ahí donde había estado la trampa. Tenía las manos bien sujetas, como si no quisiera soltarme ni por un segundo—. Se había instalado aquí sin…

—Sin quedar atrapado, porque la trampa estaba rota. —Entonces se me ocurrió que tal vez mi padre tenía las respuestas que yo buscaba—. Papá, ¿qué ocurre aquí? ¿Por qué la señora Bethany coloca trampas contra los espectros?

—Para anularlos, claro. Porque no todos son como tú. La mayoría son como la cosa esa que acabamos de capturar.

—No. La mayoría son como yo; en principio, son como nosotros, como quienes fuimos antes. Lo único que ocurre es que no los ves. No rondan los lugares de ese modo.

Él fue a abrir la boca para rebatir lo que le había dicho, pero se dio cuenta de que sobre ese tema yo sabía más que él.

—De haberlo sabido…

Aunque papá dejó la frase en suspenso, seguí el hilo de su pensamiento.

—… me habríais hablado de mi conversión en espectro, ¿verdad? Pero creíais que eso significaba convertirse en algo espantoso y horrible, algo que no podría volver a ser vuestra hija.

—Yo no podía ni pronunciar esas palabras. Y además creímos que te asustarías. —Papá parecía muy cansado—. Así que nos esforzamos en hacer que el vampirismo resultara lo más atractivo posible. No parecía haber motivo para que tú lo cuestionaras o no lo aceptaras.

«No hasta que me enamoré de un humano», pensé. Aquel era el auténtico motivo de su enojo contra Lucas; no tenía nada que ver con lo que Lucas hubiera hecho o dejado de hacer. Él me había dado una alternativa, había hecho que me planteara todo lo que siempre había dado por sentado. Me pregunté si mi padre también se había dado cuenta.

Volví al tema.

—De todos modos, la mayoría de los espectros no están tan locos como ese.

—La mayoría de los que hay por aquí lo parecen —apuntó él—. ¿Te acuerdas del baile de otoño del año pasado?

Cómo olvidar haber estado a punto de ser aplastada por el desprendimiento de unas enormes estalactitas de hielo.

—Si son tan peligrosos, ¿por qué la señora Bethany los está atrayendo hacia aquí?

—¿Que los trae aquí? Bianca, ¿qué quieres decir?

Le expliqué rápidamente el común denominador que compartían todos los alumnos humanos de Medianoche, esto es, que cada uno de ellos procedía de una casa encantada y que estaba relacionado con uno o más fantasmas, y que algunos de esos espectros los habían seguido hasta allí.

—Por eso permitió la entrada de humanos. Para que trajeran a sus espectros.

—¿Así que no crees en eso de que los alumnos humanos permiten que los vampiros se adapten mejor a la actualidad? Sin embargo, no existe un modo mejor de prepararse para encajar en la humanidad que pasar tiempo con seres humanos. —Me apretó la mano con fuerza, como si me creyera una bobalicona por pensar eso pero no le importara.

Yo negué con la cabeza.

—Puede que ayude. Pero, en serio, papá, es que son todos los humanos. No hay tantos espectros. Ni de lejos. Resulta imposible pensar que sea una coincidencia.

—Así que ella atrapa a los espectros con algún fin. Un fin que no conocemos. Intentaré averiguarlo. —Entonces la expresión de mi padre mudó, se volvió seca y distante, como si estuviera enfadado con alguien que no estaba presente.

BOOK: Renacer
12.73Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Return of the Secret Heir by Rachel Bailey
Sweet Surrender by Banks, Maya
Coming Up Daffy by Sandra Sookoo
Guardian by Cyndi Goodgame
The Spinster's Secret by Emily Larkin