Réquiem por Brown (30 page)

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Authors: James Ellroy

BOOK: Réquiem por Brown
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Le agarré del cinturón con la mano izquierda, manteniendo la pistola colocada contra la espina dorsal. Echamos a andar.

—Quiero que sepas que no tengo más que sesenta y cinco dólares —dijo Ralston—. Esta noche he perdido. Mejor harías en coger a otro en el aparcamiento. Yo estoy pelao, colega.

No me gustó el comentario. Lo dijo en un tono condescendiente que indicaba muy poco respeto por mi inteligencia. No le contesté hasta que llegamos a la pista asfaltada que conducía a la barraca. Entonces tiré con fuerza del cinturón y lo tiré de cabeza contra el suelo. Mientras trataba de levantarse, le di una patada en la cabeza, la espalda y las costillas.

Trataba de contener los gritos de dolor. Hacía todo lo posible por mantener la compostura. Me agaché y le puse el cañón de la pistola en la nariz llena de sangre.

—Tienes que resignarte a dos cosas, Ralston. Primero a que esta noche vas a pagar por tus pecados, y segundo a contarme todo lo que sepas sobre Haywood Cathcart, Fat Dog, Omar González, Sol Kupferman, chanchullos e incendios. Ah, otra cosa Ralston: si no hablas, te mato. Así que vamos a sentarnos en tu cuartito. Levántate.

Se levantó. Le cogí otra vez del cinturón y al llegar a la puerta, busqué las llaves en sus bolsillos. Al abrir la puerta, le di una patada en la espalda que lo mandó volando contra la oscuridad. Se golpeó contra algo de madera. Esta vez gritó de dolor. Encontré el interruptor y encendí la luz. Observé su sangrienta y hermosa cara. Estaba asustado, acurrucado en el suelo, junto a la mesilla de noche que acababa de derribar.

El cuarto estaba húmedo y escasamente amueblado; un camastro, un calentador de agua, la mesilla y una silla. Le dije a Ralston que se levantase y se sentara en el borde del camastro, a lo cual obedeció despacio. Cerré la puerta y le di un vaso de agua. Se lo bebió con ansia. Saqué la grabadora de los pantalones y la enchufé junto a la mesilla. Me acomodé en la silla y miré a Ralston. No sabía por dónde empezar. Eran tantas las cosas que necesitaba saber…

Ralston rompió el silencio.

—Mira —dijo con la voz de nuevo bajo control—. No te va a servir de nada hacerme algo a mí. Fat Dog está muerto. La gente que lo mató está muerta. Él era un criminal. Provocó muchos incendios. Quemó el almacén de Kupferman. Yo sé que Fat Dog te contrató. Por qué, no lo sé, pero todos sus problemas comenzaron entonces. Sol Kupferman es un hombre muy generoso. Él te compensaría bien. Si quieres, puedo hablar con él.

No era eso lo que yo esperaba. Saqué los nudillos de acero del bolsillo mientras Ralston seguía mirándome a los ojos y continuaba explicándome las excelencias de su oferta.

—Solly K. ha ayudado a mucha gente a hacer dinero…

Salté sobre él y le golpeé dos veces en la parte carnosa de la espalda. Comenzó a gritar, pero luego se lo pensó mejor y se puso a gemir.

Estaba temblando. Le puse la mano en el hombro y le hablé con suavidad:

—Ralston, conozco casi toda la historia, pero tú me puedes ayudar a completar las piezas que me faltan. Tengo que saber cómo funciona todo este asunto. Si no hablas ahora, te voy a dar en los riñones hasta el final. Si no hablas, te voy a lisiar y luego te voy a matar. Esta misma noche. ¿Quién te preocupa? Cathcart. ¿Tienes miedo que te castigue por hablar conmigo? Mueve la cabeza si es eso.

Ralston movió la cabeza de arriba abajo varias veces.

—De acuerdo, ya me lo figuraba. Yo me conozco a Cathcart. Sé que es un hombre frío y despiadado, que es un asesino. Pero yo soy peor. Cathcart puede que te mate por hablar conmigo, pero no es seguro. Si no hablas conmigo, te mato y eso sí que es seguro. Además Cathcart está acabado. Tengo la libreta de Fat Dog. He estado en la casa de Cathcart en Baja California. Yo sé que él tiene que ser el pez gordo en el asunto de las pensiones. El ya no te sirve de nada. Pero si me ayudas a mí, sobrevivirás. ¿Vas a hablar?

Ralston volvió a asentir con la cabeza.

Le di un minuto para recuperarse, mientras yo metía una cinta en la grabadora. Le enchufé un micrófono que puse a un palmo de Ralston. Se acobardó al verlo, pero luego se aclaró la garganta, como disponiéndose a hablar. Estaba totalmente desmoralizado y dolido. Hice una prueba de voz y comprobé que la recepción del sonido era bastante nítida. Ralston se meneaba inquieto en el camastro mientras yo me presentaba en la cinta diciendo que ésta era la entrevista que completaba mis anteriores grabaciones. Cogí el micrófono con la mano izquierda mientras le enseñaba los nudillos que llevaba puestos en la derecha, diciendo:

—La verdad, Ralston —le dije—. Prepárate. ¿Nombre?

—Richard Ralston.

—¿Edad?

—Cuarenta y siete.

—¿Dónde trabajas?

—En el club de golf.

—¿Qué función desempeñas?

—Profesor y caddie master.

—¿Desde cuándo trabajas aquí?

—Desde 1958.

—¿Cómo conseguiste el trabajo?

—A través de Sol Kupferman.

—¿Cómo conociste a Kupferman?

—Con el béisbol. Nos hicimos amigos en los juegos de Gilmire Fields. Yo era el
shortstop
de los Hollywood Stars. Kupferman era un gran forofo.

—¿Ayudaste a Kupferman a preparar la operación de apuestas del club Utopía?

Ralston se puso nervioso y se enjugó el sudor de la cara con la manga de la camisa.

—Sí. Yo recogía las apuestas y mandaba a gente al hipódromo para que las colocasen. Eran apuestas pequeñas, pero Solly me pagaba bien.

—Sigues metido en el negocio.

—Sí, pero no a fondo.

—¿Cómo llegaste a conocer a Frederick
Fat Dog
Baker?

Ralston comenzó a abrir la boca pero de pronto cambió de opinión. Parecía como si estuviera recuperando sus recursos mentales. Le puse el puño con los nudillos delante de la cara.

—La verdad, Ralston —dije—. Lo sé todo sobre Fat Dog y Solly.

Ralston asintió con la cabeza, resignado.

—Sol Kupferman me dijo que trajera a Fat Dog a Hillcrest. Esto fue cuando él tenía unos catorce años. Por alguna razón, quería que Fat Dog estuviera por aquí. Yo lo inicié en el oficio de caddie. También había otro caddie, George Hansen, que a Solly le daba pena y al que le proporcionó un trabajo en Hillcrest. Él era el padre adoptivo de Fat Dog. Solly organizó eso también. Luego pensé que en realidad Fat Dog era el hijo natural de Sol.

—¿Quién incendió el club Utopía en diciembre de 1968? —pregunté.

Ralston temblaba al decirlo:

—Bueno, pues lo planeó Fat Dog, pero él contrató a los tres tíos que detuvieron para hacer el trabajo.

—¿Kupferman sabía que su hijo era el culpable del incendio?

—Lo averiguó más tarde. Cathcart se lo dijo. Así era como Cathcart tenía controlado a Solly. Él incitó a Fat Dog a cometer el crimen pero lo dejó pasar porque quería estrujar a Solly. Cathcart vino a mí y me obligó a hablar. Yo lo conocía de la Brigada Antivicio de la calle Setenta y siete. Él me interrogó cuando estaba en Antivicio. Le dije que Fat Dog era hijo de Solly. Me dijo que no se lo contase jamás a Fat Dog. Que tenía grandes planes para Solly y que yo podría servirle de ayuda.

—¿ Qué clase de planes tenía para Kupferman?

—El chanchullo de las pensiones. Lo estaba planeando entonces. Necesitaba a un falsificador y Solly era el mejor falsificador de toda la Costa Oeste. Ganó una fortuna a base de falsificar y firmar para la mafia. Cathcart quería que él firmara las nóminas para poder cobrarlas.

—¿Te refieres a los cheques que la gente recibe de forma fraudulenta?

—Sí. Cada firma tenía que ser diferente.

Esto resultaba bastante complicado.

—¿Pero esos cheques no se tienen que firmar delante de la persona que entrega el dinero?

—Sí, pero Solly tiene unas doce tiendas de licores y es socio de otras doce. Todas las nóminas se cobran allí.

—¿Pero cómo funciona este plan exactamente?

—Cathcart tiene a ocho o nueve empleados que trabajan para él. Y a algunos investigadores también. Solly falsifica los formularios, los empleados los mandan aprobar, los investigadores los pasan y los supervisores que trabajan para Cathcart autorizan el pago. Tiene hasta un tío en Sacramento que prepara las nóminas por computadora.

—¿De dónde sacasteis los nombres de los falsos demandantes? ¿Están documentados?

—Completamente. Solly escribe los datos y todas las firmas; cartillas de la Seguridad Social falsas, partidas de nacimiento falsas. Todo. Es un genio.

Le di unas vueltas al tema.

—¿El libro de apuestas que te robó Fat Dog contiene notas sobre la documentación?

—Sí. ¿Cómo te enteraste de eso?

—Es igual. ¿Tú escribiste los datos, verdad? —Sí.

—¿Por qué en español?

—Por nada en especial. Quizá por mayor seguridad.

—¿Y cuánto tiempo lleva funcionando la estafa?

—Ocho años. Desde el setenta y dos.

—¿Cuánto dinero sacáis al mes?

—No estoy seguro. Varios miles. Cathcart está forrado.

—¿Quién mató a
Fat Dog
Baker?

—Dos mexicanos por orden de Cathcart.

—¿Por qué?

—Porque Fat Dog se estaba volviendo loco. Le pedía cosas imposibles a Cathcart. Le pidió que obligase a Solly a dejar a Jane. Ellos viven juntos. Jane es su hija, sólo que ella no lo sabe. Le decía que pensaba volarlo todo en pedazos si no le ordenaba a Solly que dejara a jane. El incendio del almacén fue la gota que colmó el vaso. Cathcart lo mandó matar.

—¿Exactamente qué control tenía Cathcart sobre Kupferman?

—Tenía a Jane. Él sabe que ella es la hija de Solly. Piensa contar toda la historia si a Solly alguna vez se le ocurre dejar de cooperar. Ella sabe algo del pasado de Solly; lo de las investigaciones del Tribunal Supremo, que era un administrador de la mafia y todas esas cosas. Pero ella se moriría si llegase a saber que Solly es su padre. Además, la madre de Jane era drogadicta y estaba loca. Se suicidó justo después de nacer Jane. Solly adora a Jane. Él no sería capaz de enfrentarse a Cathcart y arriesgarse a que Jane se enterase de todas esas cosas.

Los recuerdos de Jane aparecieron en mi mente, cortantes como un cuchillo.

—¿Cathcart es un buen tío, verdad?

—Cathcart es un cacho de hielo. Él mismo lo dice: «Yo soy como un iceberg, frío y con siete partes debajo del agua.»

—¿Has oído hablar de Omar González alguna vez? —Sí.

—Él registró tu casa. Alguien trató de matarlo aquí, en Los Ángeles. ¿Quién fue?

—Cathcart. Le conté que me habían robado y se habían llevado los libros de apuestas. Estuvo buscando las huellas dactilares y encontró las de Omar González. Él conocía a Omar desde la investigación del Utopía. Mandó a un tío con una escopeta a por él, pero el tío se la cargó.

—¿Cómo es que Fat Dog te robó el libro de apuestas que estaba en español?

—No tengo la menor idea. Fat Dog era capaz de hacer cosas que parecen imposibles.

—¿Quién mató a los tres caddies en Palm Springs?

—Cathcart contrató a unos profesionales para hacerlo. Él sabía que Fat Dog tenía la libreta. Yo estaba seguro de que Fat Dog jamás se lo confiaría a Augie Dougall y además yo me encargué de que registrasen la casa de su primo, en Cathedral City. Cathcart se imaginaba que Marchion o Hansen lo tendrían. Yo mismo registré la caravana de Hansen y allí no estaba. Su mujer no tenía pinta de querer meterse en líos y Marchion no era más que un vagabundo. Yo le dije todo esto a Cathcart, pero aun así, ordenó que los asesinaran.

Seguí preguntando cautelosamente:

—¿Quién te dijo que yo estaba metido en este caso?

—Jane Baker. Somos amigos desde hace años. Ella no está metida en este asunto. Ella me llama a veces cuando está preocupada, me…

Levanté el puño y le golpeé en el cuello. Los dientes de acero de los nudillos le provocaron pequeñas heriditas de las que salían hilillos de sangre. Ralston gritó.

—No vuelvas a hablarme de ella, cabrón —dije—. Nunca más. ¿Me entiendes?

Ralston asintió y se cubrió para evitar un nuevo golpe.

—Ahora dime una cosa —exigí—. ¿Cathcart me conoce?

—Sí —gimió Ralston.

—¿Tiene pensado asesinarme?

—Sí. Ha contratado a un tío que está vigilando tu casa.

—¿Has visto mi expediente en el departamento de policía?

—Sí —dijo Ralston mientras se frotaba el cuello dolorido—. El piensa que estás escondido en algún sitio, borracho y acojonado.

—Cathcart y tú sois buenos amigos, ¿verdad?

—Él confía en mí. Sabe que le tengo miedo.

—Ahora mismo tu supervivencia depende de dos cosas: de que hagas lo que yo te diga y de que mantengas la confianza que Cathcart tiene puesta en ti. Este caso no va a aparecer nunca ante los tribunales. Éste es mi caso personal. Cathcart es mío y esta cinta la voy a guardar en un lugar seguro. Si no aparezco en un lugar determinado a intervalos regulares, los medios de comunicación sacarán a la luz el informe completo. Lo que incluye toda la información sobre tu implicación en el chanchullo, tu conocimiento del caso del Utopía y tu negocio de apuestas. Si yo sigo con vida, tú estarás a salvo. Quiero que llames a Cathcart y le digas que alguien te ha llamado y te ha dicho que me vieron haciendo preguntas en Palm Springs. Borracho perdido.

Ralston asintió con insistencia.

—Otra cosa. Tengo varias libretas bancarias a nombre de Fat Dog —dije—. Pero la firma no es la suya. ¿Sabes algo de eso?

Por la forma en que negaba con la cabeza, pude adivinar que estaba mintiendo.

—Qué pena —dije—, porque hay una fortuna esperando a que alguien se la lleve. ¿Qué te parece si me echas unas firmitas con el nombre de Frederick R. Baker?

Saqué una libreta y un bolígrafo del bolsillo y se lo di a Ralston. Escribió el nombre tres veces y luego se retiró temiendo un nuevo golpe. Saqué una de las libretas y comparé la firma con la de Ralston; eran idénticas.

—No te preocupes, Hot Rod. No te voy a pegar otra vez. Tú sacabas el dinero de Fat Dog por él. ¿No es así?

El asintió.

—¿Y él de dónde sacaba el dinero?

—Apostaba a los caballos. Conseguía el dinero de Cathcart. Trabajaba como caddie. Nunca gastaba un centavo. Era un tío apestoso y grotesco.

—Lo creo. El lunes vamos a ir a sacar el dinero. Yo me quedaré con la mayor parte, pero te dejaré una buena parte a ti también. Estaré en tu casa el lunes a las diez de la mañana. Ahora mismo te voy a llevar a urgencias. Allí te curarán bien. A lo mejor tendrás que decir que estás enfermo, pero qué cojones, llevas veintidós años en el trabajo y te puedes permitir un día de descanso de vez en cuando.

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